Capítulo 41

Sentados uno frente a otro en el despacho del inspector, Paolo y el padre Fimiani esperaban ansiosos la noticia de que el cadáver del padre, o al menos lo que el asesino hubiese decidido a echar dentro de la bolsa, había llegado ya a las dependencias forenses para proceder a la autopsia.

Habían comentado entre ellos en más de una ocasión durante ese espacio de tiempo lo sucedido hacía un par de horas en la plaza de Trastevere. Ambos todavía no habían podido hacerse a la idea de que el homicida hubiese tenido el valor suficiente para obrar sin el amparo de la madrugada, a los ojos de todos, con la plaza y sus alrededores abarrotados de gente, aunque suponían que este no sabría que ellos andaban tan cerca, pero con ese tipo, nada era de suponer.

La ansiada llamada llegó al fin y, sin perder ni un solo segundo, ambos bajaron de nuevo a la tan visitada sala especial de autopsias.

Lo primero que hizo el inspector al entrar en la estancia fue fijarse en la mesa en la que se encontraba dispuesto, como si de un puzle se tratara, el cuerpo troceado de la última víctima del asesino de sacerdotes.

Desde luego, era algo que realmente llamaba enormemente la atención.

El doctor Andosetti se encontraba ya manipulando los restos del fallecido todavía sustituyendo al doctor Meazza, pues según había sabido Paolo a través de una llamada realizada por el padre Fimiani a la Santa Sede, el Sumo Pontífice todavía se encontraba en un momento complicado y el doctor debía de estar a su lado.

—¿Qué tenemos, doctor?

—Dirá más bien qué no tenemos, desde luego este es un caso peculiar, hacía años que no veía nada parecido.

—Imagino —dijo apesadumbrado Paolo.

—Pues bien, como ya ve, aquí encima están los restos de lo que antes era un hombre. El autor esta vez se ha tomado su tiempo con el cadáver, además, los cortes son profundamente limpios, sabe lo que hace, lo sabe demasiado bien.

—¿Post mortem?

—Por supuesto, como siempre, la causa de la muerte es la misma que en todos los casos, herida por arma punzante en el costado. El trozo de cuerpo con la herida es algo más grande que los demás, como queriendo dejar claro que es él quien actúa.

—Miedo a burdos imitadores.

—Así es.

—Me lo temía. Dígame más cosas, ¿qué nos ha dejado esta vez?

—Pues en esta ocasión las ropas rasgadas del sacerdote, que ya he enviado a rastros, su identificación, que confirma que es quien creíamos que era, que también he entregado a Rastros, y esto, mire con atención.

El doctor entregó a Paolo un pequeño papel metido dentro de una bolsa pequeña, este lo examinó detenidamente.

—Antes de pasárselo a Huellas he preferido que lo viese usted, para ver si puede ayudar algo en la investigación.

—Se lo agradezco mucho —dijo Paolo mientras miraba con curiosidad lo entregado por el doctor—, parece un ticket de barco, del puerto de Civitavecchia, ¿no?

—Eso parece.

—Sacado hace dos días a las 4 de la mañana.

—¿Se pueden sacar tickets a esa hora? —preguntó extrañado el padre Fimiani.

—Sí, está sacado de una expendedora de tickets automática, por lo que no podemos interrogar a nadie acerca del aspecto del que lo sacó, aunque podemos tirar de cámaras para ver si conseguimos tener frente a nosotros la primera imagen de nuestro amigo —contestó el forense.

—No es una mala noticia del todo… ¿Hay algo más, doctor?

—Lo siento, inspector, hasta ahora solo puedo decirle eso, espero que desde el laboratorio puedan darle alguna alegría, por ahora el asesino no ha querido que sepamos más.

—Bueno, no pasa nada, trabajemos con lo que tenemos, volvamos arriba —dijo dirigiéndose hacia al sacerdote—, a ver qué podemos averiguar acerca de este billete.

Así lo hicieron, regresaron de nuevo al despacho de Paolo y este, antes de entrar en el mismo, le entregó el billete a un subinspector para que lo dejara en Huellas para su correspondiente análisis y así, ya que iba a personarse en el laboratorio, preguntase si tenían ya los resultados de los análisis llevados a cabo de lo que hubiesen hallado en el escenario y sus alrededores.

Mientras esperaba una respuesta, Paolo, que había realizado una fotografía con su teléfono móvil al ticket, decidió comenzar a pensar una posible relación con los asesinatos.

—Voy a mandar un par de agentes para que revisen el lugar en busca de cualquier indicio, así como pedir una copia de la cinta de seguridad, para intentar extraer una imagen clara de la persona que sacó el billete de barco, pero creo que nada de eso nos va a decir nada nuevo de nuestro hombre.

—¿A qué se refiere?

—Nuestro hombre es muy astuto, hasta ahora no ha cometido ni un solo fallo, estoy seguro de que no ha sido tan estúpido como para haberse dejado ver en un lugar rodeado de cámaras. Además, dudo mucho que vayamos a encontrar nada relevante en todo eso, estoy convencido de que el billete tiene otro significado, algo más allá de lo que se puede ver a primera vista.

—Sigo sin entenderle.

—Nuestro amigo nos ha dejado cada vez una pista referente a un símbolo de apóstol, ¿por qué esta vez iba a ser diferente?

—Creo que ya le sigo… varios de sus apóstoles eran pescadores, quizá…

—No —dijo Paolo mientras consultaba su ordenador—, el siguiente apóstol en morir va a ser Judas Tadeo.

—¿Judas Tadeo? Cómo lo sab… —entonces el padre Fimiani entendió con claridad al inspector— ¡Claro!, ¿cómo no lo había visto antes? El símbolo de Judas Tadeo es un barco, de ahí el ticket sacado del puerto…

—Exacto, supongo que nuestro amigo sigue en su línea, no quiere dárnoslo mascado, pero tampoco quiere que nos devanemos los sesos excesivamente. Le divierte que sigamos detrás de él como perritos en busca de su comida, por eso sigue dándonos la dosis que él quiere darnos.

—Creo que ninguna muerte puede llegar a ser agradable, pero nos espera otra un poco… dura… digamos…

—¿Cómo murió Judas Tadeo? —preguntó Paolo sin estar seguro del todo de querer conocer la respuesta.

—Le cortaron la cabeza con un hacha.

Paolo negó en repetidas ocasiones con su cabeza al conocer el tipo de homicidio que les aguardaba, las muertes estaban siendo en línea general bastante desagradables, aunque rápidamente le vino a la cabeza lo que había visto esa misma tarde dentro de una bolsa de basura y pensó que nada podía ser peor que eso.

De pronto alguien golpeó con sus nudillos en su puerta.

Era el subinspector que había enviado en busca de resultados.

—Disculpe, inspector, tengo varios resultados y me ha parecido importante comunicárselos.

—Dispare.

—Verá, me gustaría hacerlo en privado —dijo el subinspector mirando de reojo hacia la silla en la que estaba sentado el sacerdote.

—No se preocupen, esperaré fuera —dijo el padre Fimiani dando un salto de la silla.

—No, quédese aquí sentado si lo prefiere, tengo los resultados sobre mi mesa y si es tan amable, me gustaría que me acompañase hasta ella, inspector, ahí podré hacerle una síntesis de todo —contestó el subinspector.

—Como quiera —dijo Paolo sin entender muy bien qué estaba ocurriendo—, espéreme aquí, padre, no creo que tardemos demasiado.

El inspector salió fuera del despacho tras su compañero, acto seguido se dirigieron a la mesa del subinspector, en la cual varios papeles reposaban aguardando la llegada de ambos.

—Voy a comentarle por partes lo que sabemos.

—Correcto.

—En primer lugar, se han analizado la bolsa, la ropa del sacerdote y su identificación, tengo que decirle que a parte de las huellas de la señora que lo encontró, no se ha hallado absolutamente nada más.

—Menuda novedad…

—Los agentes se han apresurado a redactar sus informes acerca de las interrogaciones llevadas a cabo en la plaza, pero le puedo resumir rápidamente que nadie ha visto nada. Parece ser que la bolsa apareció como por arte de magia porque nadie vio a ninguna persona transportarla, incluida la señora que la encontró.

—Esto es increíble, ¿ahora resulta que estamos luchando contra un fantasma? —la voz de Paolo denotaba más cansancio que ira en aquellos momentos.

—Sí, bastante increíble, pero aunque me duela reconocerlo, es cierto —hizo una pequeña pausa para tomar aliento—. Como pidió también se recogieron muestras de huellas en toda la zona de trabajo del sacerdote y aunque, como comprenderá, hemos sacado decenas de huellas distintas y muchas todavía no han arrojado un resultado, hay una que sí lo ha hecho y nos ha dejado boquiabiertos.

De repente algo despertó dentro del inspector, ¿sería posible que por fin tuviesen algo?

—Sorpréndame a mí también.

El subinspector relató el resultado que arrojaba la huella observando que los ojos de Paolo comenzaban a abrirse poco a poco hasta el punto de parecer platos enormes.

Todavía boquiabierto y sorprendido por lo que acababa de escuchar, agradeció al subinspector el trabajo realizado y volvió sobre sus pasos para regresar de nuevo a su despacho, donde le esperaba el sacerdote con paciencia.

Paolo entró en él mismo y cerró la puerta aún sin haber podido asimilar el resultado arrojado por la prueba realizada con las huellas halladas, pero intentó recuperar la calma lo más rápido posible nada más sentarse de nuevo en su silla.

—¿Le pasa algo? —preguntó confuso el padre Fimiani al ver la cara con la que había entrado el inspector, parecía haber visto un fantasma.

Paolo esperó unos cuantos segundos hasta por fin decidirse a hablar.

—Padre, tenemos que hablar.

—¿Hablar de qué? —preguntó este nervioso.

—Me ha mentido.