Capítulo 40

Anhelaban con todas sus fuerzas llegar al hotel cuanto antes, era algo que ansiaban en aquellos momentos y que se anteponía a cualquier otro deseo. El día había resultado ser agotador, sobre todo mentalmente hablando.

Nada más entrar en la habitación, Nicolás se dejó caer sobre su cama con los brazos extendidos.

—Creo que me estoy haciendo mayor, ya no estoy para estos trotes.

—Siento desilusionarte, pero aún nos queda algún que otro trote más.

—Y pánico que me da, cualquiera sabe lo que nos aguarda ahora.

—Llamemos a Edward y contémosle las novedades, estoy segura de que se alegrará mucho de saber lo que hemos averiguado.

Nicolás asintió y buscó su teléfono móvil para realizar la llamada. Una vez localizado marcó el número.

—¿Buenas noticias? —dijo Edward nada más descolgar el teléfono.

—Así es, tenemos dos, la primera es que seguimos con vida y la segunda es que tenemos una nueva pista para seguir con la iniciación.

—¿A qué se refieren con que siguen con vida? ¿Ha pasado algo? —preguntó su interlocutor bastante preocupado.

—Gracias a dios no, le cuento.

Nicolás pasó los siguientes cinco minutos comentándole cada detalle de cómo había trascurrido el día. Edward casi ni hablaba, escuchando interesado cada palabra que el inspector le relataba.

—Vaya, no sé qué decir —dijo el anciano al terminar de escuchar todo lo que Nicolás le había contado—. Por una parte estoy eufórico, por eso que me comenta de que tienen una nueva pista para seguir hacia adelante pero, por otra parte, siento mucho que hayan tenido que pasar por eso. Me siento en gran parte responsable.

—No se preocupe, si estamos aquí es porque queremos, nadie nos ha puesto una pistola en la cabeza para venir. Es nuestra voluntad.

—Igualmente no puedo evitar sentir esa responsabilidad hacia ustedes, supongo que es natural.

—Bueno, pues quería ponerle al corriente sobre el día y ahora mismo vamos a ponernos a investigar acerca de la frase que había en la salida, a ver si damos con el lugar en concreto y lo visitamos lo antes posible.

—Muy bien, pues les dejo con ello, cuando tengan algo sostenible me llaman de nuevo. No sé a dónde deberán dirigirse esta vez, pero sea la hora que sea me llaman para poder prepararles el viaje sin perder un segundo. El tiempo sigue corriendo en nuestra contra.

—Lo sé, gracias por todo Edward.

—Gracias a ustedes por lo que están haciendo.

Colgó.

Nicolás miró a Carolina.

—¿Ducha, cena y resolución de enigma?

—¿En ese orden?

—Creo que es el correcto. Lo dice el manuscrito de Edward.

Rio.

—Pues no hay más que hablar, pongámonos a ello.

Ambos siguieron el plan trazado por Nicolás, tomaron sendas reconfortantes duchas y cenaron un bocadillo cada uno, pues sus estómagos después de las emociones vividas no aceptaban gran cosa para ser saciados. Una vez completados los dos primeros pasos, tomaron asiento en la cama de Nicolás y encendieron su portátil.

Tocaba resolver el enigma.

Carolina escribió, ayudada por su memoria, cada palabra de la frase que habían leído en un papel, quizá el tenerla a la vista les hiciese ver las cosas con más claridad.

—“Tu cabeza funciona bien, no tengo más que darte la enhorabuena, ahora procura que el fuego no te abrase, no cometas el error de Pedro. Ahora, pulsa sin miedo, pero solo si confías plenamente en ti” —dijo la joven en voz alta leyendo lo que acababa de escribir.

—Hagamos como hasta ahora, nos ha ido bien así. Separemos la frase entera en sub frases y analicémoslas por separado, seguro que así le encontraremos un significado.

—Me parece bien.

—“Tu cabeza funciona bien, no tengo más que darte la enhorabuena”, esta no tiene mucho sentido que nos devanemos los sesos buscándole un significado, está claro que es una felicitación por el trabajo hecho en la sala de las paredes que se juntaban.

—No puedo estar más de acuerdo.

—“Ahora procura que el fuego no te abrase, no cometas el error de Pedro”, esta ya es otra cosa, no cometas el error de Pedro… ¿Qué error cometió Pedro?

—Supongo que se referirá a San Pedro, algún tipo de error tuvo que cometer. ¿Crees que se referirá a la negación que hizo sobre Jesucristo según cuenta la biblia?

—No es descabellado del todo, pero… ¿Qué tiene que ver eso de las negaciones con el fuego? No le ocurrió nada con el fuego, ¿no?

—Creo que deberías de consultar en Internet.

—De acuerdo.

Nicolás abrió el navegador y tecleó las palabras “error de San Pedro”, esperando que algún resultado arrojara algo de luz sobre el asunto en cuestión.

—Aquí solo es mencionado con esas palabras refiriéndose a lo que tú has dicho —comentó Nicolás con la vista fijada en la pantalla del ordenador portátil—, pero sobre todo son opiniones personales de la gente en foros cristianos, hablando de que Pedro cometió un error al negar a Jesús, que no ven correcto ese acto… pero nada que nos pueda ayudar.

—Añade “fuego”.

—Nada, hablan de una festividad de un pueblo llamado San Pedro, en el cual, a las astas de un toro, le colocan fuego y lo sueltan por las calles para que la gente corra delante de él. Una salvajada en toda regla, pero según dice aquí, es una festividad con 60 años de historia, dudo mucho que tenga que ver con la sociedad.

—Yo también lo dudo.

—Espera un segundo —dijo el inspector levantando su man hacia arriba—, nadie ha dicho que sea San Pedro, lo hemos supuesto nosotros, aquí tan solo pone Pedro, probaré lo mismo quitando la palabra “San”, veamos que nos ofrece el navegador.

Así lo hizo Nicolás, pero su decepción fue enorme cuando comprobó que ningún resultado le acercaba hacia un destino que pudiera pertenecer a un rito iniciático de una hermandad antiquísima.

—Esto no funciona —dijo frustrado—, nuestro error es pensar que nos lo van a dar todo mascado. Salimos de jugarnos la vida y pensamos que a partir de ahora, todo va a salir bien y nos van a tender una alfombra roja.

—Quizá, lo malo es que esa es la frase que nos puede ayudar, pues la última se refiere al pulsador que nos ha abierto la última puerta. Está claro que después del susto anterior, es como para pensar si uno pulsa el botón o no.

Nicolás asintió pensativo, por enésima vez en los últimos dos años se encontraba en un callejón, sin aparente salida. Agarró su móvil sin salir de sus pensamientos y abrió la galería de fotografías del mismo, en la cual, volvió a observar el manuscrito principal. Recordó lo que pudo acerca de las frases para relacionarlo con el cómo habían llegado hasta allí, quizá eso les sirviese para saber qué paso dar ahora.

Lo primero que miró fue la frase central, recordó que hablaba de sangre y agua.

Pensó lo útil que les había sido esa frase y, cómo algo tan aparentemente simple y sencillo, les había proporcionado las claves para, por un lado saber que el camino recorrido hasta el momento era el correcto, y por otro lado, ayudarles a que sus vidas siguiesen adelante con la resolución del enigma en el cuál también había hecho uso de aquella afortunada frase.

Después de hacer un repaso a través de sus pensamientos a lo ocurrido y la relación que tenía todo con esa frase, comenzó a preguntarse si acaso no todo giraría alrededor de la misma. Como si, de una forma u otra, contuviese la relación con los lugares que debían de visitar para la iniciación en la hermandad.

Había ciertos elementos que se habían repetido en varias ocasiones.

La sangre y el agua…

Y…

De repente lo vio claro.

—No sé si he dado con la clave —dijo de repente sacando a Carolina también de sus pensamientos—, pero hay algo que, no es que lo hayamos pasado por alto, pero creo que no le hemos dado la importancia que merece.

—¿A qué te refieres?

—¿Te acuerdas de qué nos indicó que estábamos en el camino correcto aquí, en Viena?

—A ver… déjame pensar… fue en el momento en el que escuchamos eso de la sangre y del agua que brotó del cuerpo de Jesucristo, ¿no?

—Así es, ¿y qué objeto aparecía relacionado con ese brote de sangre y agua?

—Pues… —Carolina comenzó a recordar—, fue eso que decían que era la lanza sagrada, ¿no?

—Exacto, ¿y qué nos corroboró que estábamos en el sitio exacto de la entrada en el bosque de la abadía?

—La lanza…

Carolina comprendió a Nicolás.

—No le hemos dado la suficiente importancia, nos hemos dejado llevar por la emoción de saber que estábamos en el camino correcto, pero no nos hemos fijado en qué nos ha hecho saberlo. Piensas que la lanza tiene relación con la sociedad, ¿no? —dijo la joven entusiasmada ante el descubrimiento del inspector.

—Por supuesto —contestó el madrileño—, es más, no lo creo, lo sé. Sería demasiada casualidad, demasiada referencia hacia un mismo objeto. Si lo piensas, la referencia a la sangre y el agua aparece en el manuscrito, en el pasaje bíblico que habla acerca de la lanza y del soldado, además del acertijo que tuvimos que resolver para salir vivos de la sala de las paredes que se juntaban —hizo una pausa para tomar aire—. Esa referencia se ha repetido en varias ocasiones, al igual que la lanza. Pienso que nada de esto puede ser casual y que nuestro siguiente paso está relacionado con ella. Creo que debemos releer la información acerca de la lanza sagrada y de los lugares en los que se cree que está la original, estoy seguro de que nuestra localización es uno de ellos.

—En ese caso, basta de charlas y no perdamos más el tiempo en memeces. Haz el favor, visita de nuevo la página que viste ayer que la mencionaba.

Nicolás entró en el navegador del teléfono móvil. Una vez dentro, buscó en el historial de webs visitadas la página en cuestión y copió manualmente la dirección en el portátil, para poder ver el contenido en un mayor tamaño de pantalla. Cuando la página terminó de cargar, los ojos de ambos comenzaron a repasarla de arriba abajo, para intentar encontrar algo que les llamara la atención.

—Aquí dice que hay muchas lanzas repartidas por el mundo sacadas de los sitios más variopintos, pero mira, destaca tres en concreto, las más famosas en este caso —dijo Carolina mientras señalaba con su dedo índice la pantalla del ordenador portátil.

—Sí, una de ellas es la lanza de Viena o la lanza Hofburg, que es la que vimos ayer con nuestros propios ojos, la que está aquí. Las otras dos se encuentran repartidas en Armenia y en el Vaticano.

—Pues entonces creo que no podemos albergar duda de cuáles son nuestros dos siguientes destinos.

—¿Crees que tendremos que visitarlos para completar el rito y llegar hasta la sociedad?

—Estoy convencida del todo, es más, creo que debemos de ir al Vaticano ya, de ahí debe de ser la alusión al error de Pedro. Falta descubrir cuál fue el error para poder llegar al punto correcto.

—Puede que tengas razón, parece que tiene sentido lo que dices.

—Claro que lo tiene, busquemos ahora qué es ese error dentro del Vaticano y partamos mañana mismo a Roma en busca de lo desconocido.

—Ya… como el Vaticano ha cometido sólo un error a lo largo de su historia… —ironizó el inspector.

Nicolás se disponía a cerrar la página para iniciar una nueva búsqueda, relacionando las frases anteriores con el Vaticano, cuando leyó un dato que le llamó increíblemente la atención.

—¿Qué ocurre? —quiso saber la joven.

—Sólo dame un segundo —dijo Nicolás levantando la mano en señal de espera—, creo que no debemos de ir al Vaticano todavía.

—¿Por qué?

Según pudo leer en la misma, la lanza de Armenia, que se encontraba en Echmiadzin que a su vez era la ciudad más santa de Armenia, además de la sede del Katholikos (jefe de la iglesia apostólica de Armenia), fue descubierta en el año 1098, durante la primera cruzada por el caballero cruzado Pedro Bartolomé.

—Mira, Carolina —dijo señalando la línea que acababa de leer—, en la descripción de la lanza de Armenia hace alusión a un tal Pedro, es nuestro hombre.

Carolina miró sorprendida a Nicolás, era increíble la capacidad de analizarlo todo que tenía ese hombre, no se le escapaba nada. Creía conocerlo, pero a pesar de todo la seguía sorprendiendo.

—No me queda más remedio que felicitarte —dijo sonriente—, últimamente no se me puede hacer caso en nada, me equivoco en cada pensamiento que tengo.

—No digas eso, anda, sigamos leyendo —dirigió su mirada de nuevo a la pantalla retina del ordenador portátil y continuó con su lectura—. Según esto, el tal Pedro, afirmó haber tenido una visión en la que San Andrés le decía que la lanza se encontraba enterrada bajo la catedral de San Pedro, en Antioquía. Este se dedicó a excavar hasta que la encontró y eso alentó a los caballeros que consiguieron derrotar a los musulmanes, perdiendo estos últimos Antioquía. Aunque también dice que muchos no creyeron que la lanza encontrada fuese real, por lo tanto, para demostrarlo, Pedro quiso caminar sobre llamas con la lanza en la mano, para que todos viesen que la divinidad de la misma lo protegería de todo mal al que pudiese enfrentarse, al entrar en el fuego, Pedro murió…

—Es ese el error de Pedro… a eso se refería la frase… era para indicarnos el camino correcto, nada más —dijo Carolina a medio camino entre la estupefacción y la alegría ante lo que acababan de descubrir.

—Eso quiere decir que no vamos al Vaticano, si no a Echmiadzin, en Armenia.

—Mucho me temo que sí, aunque… un pensamiento que me viene a la cabeza…

—A ver, sorpréndeme.

—Si sabemos con toda certeza de que nos va a tocar ir al Vaticano después, ¿por qué no nos saltamos ese paso?, el de Armenia digo, ¿y vamos directos al Vaticano? Ahorraríamos tiempo, que de eso precisamente no vamos sobrados.

Nicolás sopesó por unos instantes la proposición de la joven, aunque la desechó rápidamente.

—No podemos hacer eso, Carolina, imagina que en Armenia, se nos revela una clave que nos es vital para seguir avanzando en el Vaticano, o simplemente nos damos cuenta de que no debíamos ir allí porque en Armenia nos indican otro lugar. No podemos correr ese riesgo, entonces sí estaríamos perdiendo el tiempo. Además Edward dijo que para poder llegar hasta su mismo corazón, debíamos completar el ritual entero.

—Tú mandas —dijo la joven mientras ponía los ojos en blanco—. Al fin y al cabo, si fuera por mí hubiésemos ido a Roma sin haberme dado cuenta de que no era, en un principio, el lugar correcto.

Nicolás rio ante las palabras de Carolina.

—Sí, es verdad que estás un poco irreconocible. Recuerdo que en la investigación de hace un año y medio yo no daba una y eras tú la que lo resolvía todo.

—Pues parece, inspector, que han cambiado las tornas, ahora es usted el inteligente de los dos.

Ambos comenzaron a reír como hacía tiempo que no lo hacían.

—Bueno, dejemos de hacer el idiota, hemos sido rápidos y a Edward le encantará saberlo, voy a llamarlo de nuevo para contarle la buena nueva, y ya de paso, que lo reserve todo para partir mañana.

—Me parece perfecto, justo cuando cuelgues, si no te parece mal dormimos, estoy algo cansada y necesitamos estar al cien por cien para afrontar el nuevo paso.

Nicolás asintió ya con el teléfono colocado en su oreja izquierda.

—¿Edward? —dijo nada más notar que su interlocutor descolgaba el teléfono—, ¿a que no adivina qué?