Capítulo 38

El día estaba trascurriendo más lento de lo normal, quizá algo típico de cuando se espera que pase algún acontecimiento y, según los segundos avanzan en busca de un nuevo minuto en el reloj, ese “algo” no llega.

Sin duda era la sensación que Paolo experimentaba en esos momentos.

Era la enésima vez que miraba el aparato, incluso había sentido la sensación de que los minutos corrían hacia atrás en vez de hacia delante. Era consciente de que de todos los enemigos a los que pudiese hacer frente, el tiempo, era su peor rival.

Aunque suponía que el dueño de la improvisada dentadura ya estaba en su ansiado y esperado cielo, se negaba a aceptar del todo esa premisa e imaginaba que, con un poco de suerte, podría librarlo de aquel fatídico destino.

Suerte, pensó para sus adentros, era algo de lo que ya casi había olvidado de su existencia. Hacía mucho que no la veía por ningún lado y, aunque no perdía la esperanza del todo por encontrar aunque fuese una pequeña dosis de la misma, le fastidiaba sobremanera el pensar que dependía de eso para poder dar caza al asesino.

Sus aptitudes no importaban para nada en la resolución de este caso.

Algo desesperante.

Cuando alguien actuaba de forma tan inteligente y sin dejar ni un solo cabo suelto, por ínfimo que fuese, tan solo podía depender de la suerte. En esos momentos no importaban si eras mejor o peor policía, daba igual tu intuición, tu vista, tu inteligencia, los asesinos y malhechores que habían acabado entre rejas gracias a ese buen hacer.

Sólo suerte.

Su puerta sonó al fin.

La cabeza que asomó por la entrada a su despacho era justo la que esperaba ver.

Era el padre Fimiani.

—Buenas tardes, padre, pase. Espero me traiga buenas noticias.

—Eh… sí… —contestó el sacerdote.

—¿Le ocurre algo padre? —dijo Paolo al ver que Fimiani estaba un poco más raro de lo habitual, que ya era bastante.

—No… no —su voz se tornó más firme—, he conseguido lo que me pedía, he venido lo antes posible para poder traerle los resultados. Tenía usted razón, estaba todo informatizado, no tenía ni idea de que era así. Dicen que cada día se aprende algo nuevo, esta ha sido mi lección de hoy.

—Ya se lo dije, ¿le han puesto alguna pega?

—Pues sí, aunque no me sorprende en absoluto, era algo de esperar. Me han pedido que se lo preste solamente bajo mi supervisión, soy el responsable del contenido de este CD —dijo a la vez que mostraba el disco al inspector Salvano—, lo podrá utilizar cuantas veces quiera, pero siempre estando yo delante y vigilando qué carpetas abre, tan solo quedarán a su disposición las que tengan una relación directa con el caso.

Paolo no daba crédito a lo que escuchaban sus oídos, aquello debía de ser una broma.

—Muy bien, perfecto, ahora y con mis años de experiencia ¿me colocan un canguro?

—Por favor, no se moleste por esto, inspector, sabíamos que no iban a ceder así como así para dejarnos acceder a esta información, pero sea positivo, al menos podemos usarla siempre que se requiera. Yo estoy obligado a cumplir las órdenes que se me han dado, pero aún así intentaré ser lo más flexible posible para no entorpecerle en su investigación. Tenía toda la razón con el último sermón que me ha echado.

—Gracias, padre —dijo Paolo en un tono de evidente resignación—, menos da una piedra… Pues no perdamos más tiempo entonces, iremos rápidamente al laboratorio para que comparen el ADN hallado en la dentadura con los que usted me ha traído en ese CD. Sígame, por favor.

Dicho esto se levantó de su asiento y se encaminó hacia la salida de su despacho, con el padre Fimiani siguiéndolo como si fuese su sombra. Paolo fue directo hacia el famoso ascensor que tantas veces estaba visitando en los últimos días y, una vez se encontraba frente a su puerta, tocó el botón para llamarlo. Instantes después y una vez montados en él, presionó el botón que los dejaría en la planta en la cual se encontraba el laboratorio de análisis de muestras.

Salieron del ascensor y Paolo puso rumbo por el largo pasillo hacia la habitación correspondiente.

El padre Fimiani lo seguía sin perder detalle de todo lo que su vista podía observar, aquello era exactamente igual a como él lo hubiese imaginado. Los estereotipos se cumplían con una perfección asombrosa, quizá debido también a la imagen generada en las películas acerca de este tipo de lugares. Decenas de trabajadores, con sus batas blancas e impolutas tan solo adornadas por sus placas identificativas, deambulaban de un lado para otro con papeles en la mano mientras otros miraban por aparatos que el sacerdote no hubiese acertado a decir qué eran y para qué servían.

Aquello le trajo al recuerdo aquella serie americana que tanto le gustaba acerca de un grupo de investigadores forenses.

Cuando entraron en la sala pertinente, Paolo se dirigió sin perder tiempo hacia un joven de pelo moreno y descuidado que miraba muy concentrado unas placas Petri a través de un microscopio.

—Luca —dijo el inspector antes siquiera de que el joven levantara la vista del aparato con el que trabajaba—, verás, te traigo unas muestras de ADN para que las compares con la muestra extraída de la falsa dentadura del sacerdote.

—Perfecto, inspector —dijo el joven al observar el CD que portaba en su mano Paolo—, copiaré lo que me trae al ordenador y las procesaré en un santiamén.

—Verás Luca, es un tema algo confidencial y necesito que en cuanto las copies y analices, las borres al instante del Disco Duro del ordenador. Tengo que quedarme aquí contigo mientras lo realizas, no quiero que te sientas presionado por eso, pero son órdenes de arriba.

—No tiene que darme explicaciones, inspector, usted manda.

El joven cogió con sumo cuidado de la mano de Paolo el CD que este portaba y se dirigió, seguido del inspector y el sacerdote, hacia el ordenador que servía para realizar las búsquedas y cotejos de ADN. Abrió la unidad lectora de CD y lo introdujo para proceder a copiarlo al disco duro.

—Será tan solo un instante, al tener una ubicación específica en la que buscar y que esta no se encuentre en ninguna base de datos de internet hará que la búsqueda sea de tan solo unos segundos, si acaso estuviese aquí claro…

—Proceda por favor.

Luca abrió el programa con el que trabajaba para cotejar ADN e introdujo en el lado izquierdo de la pantalla la muestra obtenida de la dentadura, una vez especificó al software en dónde debía de buscar para la otra muestra le dio a un botón etiquetado como “search”.

Esperaron unos segundos.

El programa emitió un pitido que en un principio parecía satisfactorio.

—Y aquí está, el ADN pertenece a Francesco Fuiccella, detenido por robo con intimidación hace 20 años. Vaya… y es sacerdote…

El padre Fimiani no pudo evitar mirar hacia el suelo cuando escuchó el nombre del sacerdote, algo que no escapó a los ojos de Paolo.

—Ok gracias Luca —Paolo se apresuró a impedir que el joven siguiese leyendo—, te agradezco tu ayuda. Ahora, por favor, lo que has copiado bórralo del disco duro de manera permanente, nada de esto puede quedar aquí.

El joven obedeció y borró los datos que hacía un rato había copiado.

—Si acaso te volvemos a necesitar, trabajaremos de la misma forma que se ha hecho ahora, te pido discreción en todo momento. Eres el único, a parte de nosotros dos y el jefe, que conoce lo que acabas de ver, si se filtrara algo sabría sin dudarlo que has sido tú y no me quedaría más remedio y en contra de mi voluntad que tomar represalias.

—No se preocupe, inspector, puede confiar en mí, no pienso fallarle.

Paolo salió de la sala guiñando un ojo a Luca.

—¿No es un poco joven para estar trabajando con ustedes? —preguntó el padre Fimiani nada más salir del laboratorio—, parece no tener más de 20 años.

—No se deje engañar por su aspecto padre, Luca es un superdotado, debido a su condición adelantó varios cursos y consiguió algo increíble, con 19 años ya había terminado dos carreras y los laboratorios de todo el mundo pugnaban para conseguir que trabajase con ellos. Jamás he conocido a alguien así y es todo un honor a que aceptara nuestra propuesta, hay veces que intento que le pique el gusanillo y llevármelo hacia el trabajo de campo pero no llego a conseguirlo nunca. Con su mente muchos casos quedarían resueltos antes de que pudiésemos pestañear, es toda una suerte que Luca trabaje para nosotros, espero que siga siendo así durante muchos años.

El sacerdote quedó impresionado ante las palabras de admiración del inspector hacia el joven.

—Padre, ¿puedo hacerle una pregunta? —dijo Paolo mientras observaba las puertas del ascensor abrirse nuevamente para devolverlos de nuevo a la planta inicial.

—Claro que sí, inspector, dispare.

—Cuando ha escuchado el nombre del sacerdote… he notado como bajaba su vista hacia el suelo, ¿es por alguna razón?, ¿conoce usted a ese sacerdote?

—Eh… no… no lo conozco de nada, ya le dije, somos demasiados servidores de Cristo en la capital, es solo que al ponerle a la posible víctima nombre y apellido, te hace verla de una forma más humana… Hasta ahora, y disculpe lo que le voy a decir, a pesar de mi condición y de que sean “compañeros” de trabajo, tan solo he visto cadáveres, ahora, acabo de verlo como a una persona… Me ha dolido mucho esa parte.

—Sé a lo que se refiere —Paolo comenzó a caminar de nuevo hacia su despacho seguido del sacerdote—, pero ahora debemos de hacer lo posible por encontrar vivo a ese hombre, espero que no sea demasiado tarde. Necesito un nuevo favor por su parte, necesito que haga una llamada al Vaticano y que pregunte en qué iglesia trabaja el padre Fuiccella, tenemos que ir cuanto antes hacia ese lugar para ver si pudiésemos hacer algo por su vida.

—Claro, eso está hecho, deme tan solo unos instantes. Voy a salir a la calle para llamar por teléfono ya para que me lo digan lo más rápido posible.

Mientras el padre salió fuera para tener una mayor cobertura en su teléfono móvil, Paolo volvió momentáneamente a su despacho para esperar su respuesta.

Nada más entrar en él se percató de que el padre Fimiani se había separado de su preciado maletín.

Casi sin pensarlo y sin perder tiempo, se abalanzó sobre él como una hiena se echa sobre su una presa ya abatida. Tenía la esperanza de encontrar algo que le sería muy útil en su investigación, confiaba en que lo llevase encima y sobre todo, que el padre no volviese a tiempo de cogerlo con las manos en la masa.

Su primera alegría vino cuando comprobó que el maletín no tenía seguridad alguna, lo abrió apresuradamente para llevarse una segunda, en efecto, estaba ahí.

Sacó rápidamente los papeles intentando no arrugarlos y los colocó lo más deprisa que pudo en su fotocopiadora personal. Apretó el botón de copia mientras miraba impaciente hacia la puerta de su despacho. Una vez la impresora escupió las copias de los documentos volvió a apresurarse para devolver el contenido del maletín y dejarlo todo como estaba.

Esta vez sí que pudo afirmar abiertamente que la suerte estuvo cogida de su mano en todo momento, pues nada más colocar el maletín en su posición original y separarse apenas un metro de distancia de él, el padre entró de nuevo en el despacho del inspector con su teléfono móvil en la mano y con cara de satisfacción.

—Ya he realizado la consulta, inspector, el padre Fuiccella es el párroco de la iglesia de Santa María en Trastevere.

—¿Perdón? —acertó a decir Paolo con un asombro evidente.

La sorpresa de Paolo era sin duda referida a que la iglesia de Santa María era la iglesia más importante del barrio romano de Trastevere, que a su vez era uno de los barrios más populares de toda la ciudad.

—Sí, inspector, yo también me he sorprendido bastante cuando me han comunicado el lugar de trabajo de mi colega Fuiccella. Me sorprende ver que parece ser que el homicida no se va a inmutar por muy popular que sea el emplazamiento, no teme a nada ni a nadie.

—Bueno, no adelantemos acontecimientos —dijo mientras se levantaba y cogía su chaqueta del perchero que tenía apostado en la entrada de su despacho—, nadie ha dicho ni que el sacerdote haya muerto ya, ni que lo vayamos a encontrar muerto dentro de la iglesia o alrededores.

—Tiene razón, inspector, lo siento, pero a veces me puede el desánimo.

—No se preocupe, ¿conoce usted la iglesia?

—Sí, claro, ¿por qué?

—Porque viene conmigo y con dos hombres más para ver si podemos localizar al padre en la misma.

—Claro, en todo lo que pueda servirles de ayuda… —dijo sorprendido Fimiani.

Salieron del despacho y se dirigieron hacia la salida del edificio en busca del coche que les llevara al popular barrio romano de Trastevere. Los dos hombres elegidos por Paolo para acompañarlos, fueron el subinspector Alloa, algo joven pero bastante experto en resolución de casos importantes y el agente Calamita, ambos vestidos de paisano, pues Paolo no deseaba levantar sospecha alguna ni crear una falsa alarma en los alrededores de la iglesia.

El viaje hacia el popular barrio fue relativamente corto, no se encontraba a una gran distancia de la sede central de los Carabinieri. Los cuatro bajaron del coche con la mayor naturalidad posible, intentando aparentar una falsa calma. Pusieron rumbo en dirección a la iglesia, todavía albergando esperanza de no llegar demasiado tarde aunque, en el fondo, eran conscientes de que era algo que parecía a priori imposible.

Trastevere era el decimotercer barrio del centro histórico de Roma, estaba ubicado a la orilla oeste del famoso río Tíber, al sur de la ciudad del Vaticano. Su nombre viene del latín trans Tiberis, es decir, “Tras [el] Tíber”.

Uno de los atractivos del barrio, además de sus impresionantes casas de estilo medieval, son sus calles adoquinadas con sampietrini, una especie de adoquines muy típicos del centro de Roma, que toman su nombre de la plaza de San Pedro. La zona, muy transitada por todo el día al ser un centro turístico, era además residencia de cientos de becados estadounidenses, al encontrarse en sus alrededores dos universidades privadas del “país de la libertad”. Por lo tanto, y debido también a la gran cantidad de restaurantes y pubs que albergaba la misma, por la noche adquiría todo su potencial.

Paolo echó un vistazo a su alrededor, a esas horas de la tarde, casi llegando ya a la hora de la cena para los italianos, la plaza estaba abarrotada.

Algo bastante positivo por si el asesino no había cometido todavía su fechoría.

Avanzaron con paso firme, con los ojos puestos en todo lo que pudiese ocurrir a sus alrededores, pero a su vez, intentando que no quedaran en completo manifiesto sus preocupaciones.

El psicópata podría estar cerca de ellos sin que lo supiesen.

Llegaron a la puerta de la misma y la miraron interesadamente, como si de simples turistas en visita a la capital de Italia se tratasen.

La basílica se encontraba todavía en horario de visitas, por lo que decidieron entrar con el padre Fimiani como guía de la misma, su misión era llegar al despacho del sacerdote sin que nadie se percatara.

Entraron.