Capítulo 36

La sala no era justo lo que esperaban, quizá porque en sus expectativas aguardaban encontrar algo más o menos parecido a lo anterior: Una estancia toda llena de polvo en la cual, con tan solo mirar a sus paredes, se vislumbrara el paso de cientos de años en los que había ocurrido de todo en el exterior de la misma.

Pero nada de eso, ni de lejos, era lo que tenían delante de ellos.

Cuando Nicolás acabó de prender las cuatro antorchas que se que se dejaban ver en las paredes, se reveló ante ellos una estancia absolutamente majestuosa, a la cual no le faltaba ni un solo detalle para demostrar lo importante de la misma.

Como si hubiese estado ajena al transcurso de los años o, como si la hubiesen reformado recientemente, la habitación mostraba un aspecto imponente con paredes decoradas con colores dorados y azules y diminutos dibujos de caballeros medievales, que tan solo se lograban ver a la perfección si la persona se acercaba a la menor distancia posible para poder observarlos. El suelo, con muchas losas que mostraban varios símbolos extraños entrelazados repitiéndose una y otra vez, parecía que nunca había sido pisado, pues ni una mota de polvo se dejaba entrever en el mismo.

El aire, un poco más cargado que en la estancia anterior, les recordaba que estaban dentro de una cámara subterránea y cerrada a los ojos ajenos durante unos cuantos años. A pesar de la increíble limpieza de la misma, la sala había estado sin duda sellada a cal y canto.

Los dos jóvenes, curiosos ante lo que sus ojos mostraban, se acercaron muy despacio vigilando cada uno de sus pasos a las esquinas de la estancia, para poder ver con más lujo de detalles algo que les había llamado la atención sobremanera desde la distancia.

Al acercarse lo máximo posible comprobaron extrañados cómo las paredes de la sala no estaban unidas entre sí del todo, había un pequeño hueco de unos dos centímetros en cada esquina de la misma.

—¿Para qué crees que estarán las paredes separadas? —preguntó la joven bastante confusa.

—No sabría decirte, no le veo mucho sentido si te digo la verdad.

—¿Quizá por ventilación?

—No creo, sería una posibilidad, pero si pones tu mano en ella, comprobarás que no entra nada de aire a través de las oberturas, no creo que sea por ventilación.

Ambos, decidieron olvidarse por unos instantes de la idea de las separaciones entre las paredes y siguieron observando minuciosamente la sala. Sus miradas se dirigieron casi de manera automática hasta el centro de la misma, en él, decorado con varias figuras de caballeros portadores de estandartes con una cruz en relieve, se erguía un pequeño altar cuadrado de unos cuarenta centímetros, con lo que parecía ser un botón en el centro del mismo.

—¿Crees que son Templarios? —preguntó Nicolás muy extrañado.

—No, lo dudo enormemente, esa cruz no es la paté de los Caballeros del Temple, es la cruz cristiana. Además —hizo una breve pausa—, si esto fuese una localización templaria, puedes estar seguro de que la conocería.

—Quizá esos caballeros pertenecen a una orden que tenga que ver con la hermandad que buscamos.

—Es bastante probable, si no, ¿qué hacen aquí todas estas representaciones?

Carolina se quedó observando fijamente el pulsador que había en el pequeño altar, para luego más tarde levantar la vista y mirar a la pared que había justo frente a sus ojos, en el lado contrario de la entrada. Una nueva puerta de aspecto inamovible se mostraba ante ella.

Esa debía de ser la salida.

—¿Pulsamos el botón? —preguntó de repente.

—No sé, Carolina, me parece que aquí hay gato encerrado. No puede ser que al llegar aquí tengamos que pulsar un botón y salir sin más, hemos venido aquí a por algo en concreto, pero no sé qué es.

—Quizá haya una tercera sala que nos lo muestre —dijo bastante optimista la joven.

—Quizá, pero tengo un mal presentimiento —respondió el inspector con cara de preocupación.

—¿A qué te refieres?

—Siento que algo no va bien, que algo está a punto de ocurrir, pero no sé el qué.

—No digas bobadas, Nicolás, de todas maneras si se te ocurre otra cosa que podamos hacer aquí dentro dímela sin reparos, pues yo no consigo ver otra opción.

El madrileño quedó pensativo durante unos instantes al mismo tiempo que daba una vuelta sobre sí mismo para comprobar que lo que decía Carolina era cierto, parecía que no había ninguna otra opción más para poder realizar en el interior de la vistosa estancia.

—Antes de pulsarlo, si no te importa, me gustaría echar un vistazo más por las paredes y suelo de la sala, quiero asegurarme al cien por cien de que no hay nada oculto que nos estemos dejando.

—Mira que eres cabezón, no hay nada más, pero si así te quedas más tranquilo… adelante.

Nicolás dio media vuelta y tal como había dicho se dispuso a repasar minuciosamente cada rincón de la sala, sin dejar ni un solo centímetro sin inspeccionar, había algo que le inquietaba y no sabía qué.

Al cabo de unos minutos el inspector contempló apesadumbrado que Carolina tenía toda la razón, no había nada que hacer en esa estancia, salvo pulsar el botón del centro y ver qué ocurría a continuación.

—Está bien —dijo al fin el inspector—, pulsaremos ese botón para ver si como dices, se abre la puerta. Espero que tengas razón… —añadió con una voz bastante sombría.

—No va a pasar nada, Nicolás. No hace falta que te pongas así, estoy segura de que es en la siguiente sala donde nos espera algún tipo de prueba.

Nicolás, casi sin escuchar a Carolina se acercó al centro de la sala, justo al lado del altar con los caballeros, dispuesto a presionarlo.

—Ven a mi lado, Carolina, no quiero ningún disgusto innecesario. No te separes de mí, se abra la puerta o no permanece a mi lado.

Carolina obedeció dócilmente a las instrucciones de Nicolás y se plantó al lado del inspector, poco a poco y aunque intentaba disimularlo, debido a la expresión del rostro de Nicolás, ella también notaba que sus nervios comenzaban a apoderarse de su interior. ¿Por qué estaba tan tenso el inspector? ¿Qué pensaba que podría pasar si apretaba el pulsador?

Nicolás respiró hondo antes de proceder, sentía que una fuerza, seguramente su propio sentido de la alerta, le impedía posar su mano sobre el altar y presionar hacia abajo el pulsador. Seguía sin entender el porqué de ese presentimiento, pero cada vez era más fuerte y se apoderaba de él con cada vez más convicción.

Decidió que era el momento de apretarlo.

Amagó durante unos segundos.

Lo hizo.

Ambos esperaron alrededor de unos cinco segundos para mirarse a la cara, no había pasado nada.

—¿Ves como eres un exagerado? —dijo la joven en un tono de burla más que evidente.

—Lo siento, pero no sé qué me ha pas… —de repente, la voz de Nicolás se cortó al sentir un fuerte estruendo a sus espaldas.

La puerta por la que habían entrado a la estancia se había cerrado de golpe, liberando una gran nube de humo al tocar el suelo y dejándolos presos dentro de la sala en la que se encontraban.

—Vaya, menuda faena —comentó Carolina al ver lo que acababa de ocurrir.

—Te dije que algo ocurría, he tenido todo el tiempo ese presentimiento.

—Bueno, cálmate, no es para tanto, por suerte para nosotros no es la primera vez que nos enfrentamos a algo de estas características. Al igual que la puerta ha bajado y nos ha encerrado, tiene que haber una forma de que vuelva a abrirse, quizá esa sea nuestra prueba.

Nicolás supo al instante que Carolina tenía razón, ya habían vivido una situación parecida de encierro en Dinamarca, hacía un año y medio y, de esa consiguieron salir con vida sin casi ningún problema.

Un temblor sacó al inspector de sus pensamientos.

De repente, y ante los atónitos ojos de los dos, casi como si se tratara de una película de Hollywood, la parte superior del altar comenzó a levantarse de forma automática, como accionada por algo neumático. Siguió haciéndolo durante unos cincuenta centímetros desde su posición original. Cuando llegó a su punto más alto, esta comenzó a girar mostrando su lado inferior, que quedó en lugar del que mostraba antes un pulsador. Una vez dada la vuelta por completo, el panel comenzó a descender nuevamente hasta recuperar su posición original, en reposo en el altar.

Sin casi poder salir de su asombro ante lo acontecido, los dos jóvenes se acercaron rápidamente para comprobar qué es lo que mostraba ahora el panel superior del altar, ahora girado, asombro que no disminuyó en absoluto cuando comprobaron de qué se trataba.

El panel se podían ver cuatro pulsadores cuadrados, con cuatro dibujos en relieve en cada uno de ellos, que representaban, por orden de izquierda a derecha y de arriba abajo, un puma, una gota de agua, algo que parecía hierba y un animal bastante parecido a una gacela. Justo debajo de los pulsadores había una inscripción en latín.

—Y aquí está nuestro maravilloso acertijo —dijo Carolina mirando alternadamente al panel y a Nicolás.

—Ya veo —contestó el inspector—, ahora falta que seamos capaces de descifrarlo. Estoy seguro de que esa frase nos ayudará en nuestro empeño.

—Espera —dijo la joven mientras dirigía su atención hacia la frase—, aquí pone textualmente “como la vida misma, un solo error y morirás aplastado”.

—¿Un solo error y morirás aplastado? —quedó pensativo durante unos instantes—, ¿qué querrá decir eso?

A Carolina no le dio ni siquiera tiempo a contestar, antes de que comenzara a sonar un ruido ensordecedor dentro de la estancia, las paredes comenzaron a temblar estrepitosamente y comenzó a salir humo de ellas, como si fueran a derrumbarse de un momento a otro.

Los dos jóvenes quedaron aterrorizados al ver como de una manera bastante lenta pero sin pausa alguna, las paredes laterales de la estancia comenzaron a moverse hacia ellos, aquello había resultado ser una trampa mortal.

Carolina, casi de manera instintiva, agarró del brazo fuertemente al inspector, casi haciéndole daño debido a la fuerza que aplicaba sobre este.

—¡Vamos a morir aplastados! ¡Eso significaba la inscripción! —dijo casi histérica Carolina mientras miraba de manera tensa una y otra vez hacia las paredes que se acercaban de forma ininterrumpida a ellos.

—¡No si encontramos la solución a este acertijo! —dijo igual de tenso Nicolás, con los nervios a flor de piel—. Escucha, Carolina —dijo ahora con una voz más serena—, sé que en estos momentos parece algo imposible, pero debemos de calmarnos y recuperar la serenidad. Así, histéricos, no podemos pensar, te necesito, necesito tu cerebro activo para dar con la clave que nos pueda hacer salir vivos de este lugar.

La joven miró a Nicolás, debía de estar loco si pensaba que ante una situación así podría templar sus nervios, estaba viendo a la muerte cara a cara y era imposible pensar en otra cosa que no fuesen esas paredes acercándose poco a poco, augurando una muerte poco agradable para ambos.

—Por favor, Carolina —volvió a repetir el inspector agarrando fuertemente con sus brazos los hombros de la joven y agitándola de una manera muy suave—, de verdad, te necesito, sin tu brillante mente no podremos salir de aquí con vida. Por favor, piensa en los pulsadores que tenemos aquí en frente, piensa en la frase que has leído y qué relación puede tener con ellos. A mí seguro que no se me ocurre nada, tú eres la genio de los dos, lo heredaste de tu padre.

Pero Carolina casi ni escuchaba al inspector, estaba completamente presa del pánico ante la situación y no era capaz de interpretar las palabras que estaban saliendo de la boca del joven.

—¡Mierda! —exclamó Nicolás al comprobar que la historiadora estaba por el momento fuera de combate—, tendré que pensar yo, aunque no tengo ni puta idea de qué pensar.

Comenzó detenidamente a mirar el panel con los pulsadores, los repasó uno a uno a ver si por un casual se le aparecía alguna luz que le esclareciese qué hacer en esos momentos.

—A ver —dijo en voz alta aun a sabiendas que Carolina no le estaba prestando atención—, analicemos la frase, me has dicho que dice “como la vida misma, un solo error y morirás aplastado” —hizo una pequeña pausa—. Creo que al menos la segunda parte es bastante clara, creo que nos advierte que si nos equivocamos al introducir la secuencia de pulsadores, o bien no se detendrá, o bien comenzará a andar más rápido. Pero bueno, eso es algo que no vamos a comprobar, porque no nos vamos a equivocar, vamos a pulsar en el orden correcto, seguro.

Nicolás hizo una pausa para comprobar si la joven había reaccionado ya o seguía atemorizada ante la situación que estaban viviendo.

Seguía igual.

—Creo que lo más importante es la primera parte de la frase, “como la vida misma” —siguió hablando al mismo tiempo que se giró sobre sí mismo para comprobar que las paredes seguían avanzando, imparables—, pero no entiendo qué quiere decir.

El inspector paró de hablar, ya que la joven no le prestaba la menor atención, para comenzar a pensar. Decidió que lo mejor era utilizar un sistema que solía emplear muy a menudo para la resolución de casos a los que se enfrentaba en su día a día normal. Se trataba de hacer un repaso mental de todos los acontecimientos vividos dentro del propio caso, desde el mismísimo principio hasta el punto en el que se encontraba, asegurándose de no haber dejado nada por alto. En casi todas las ocasiones, acababa recordando algo que, en un principio, había pasado por alto y que, en la mayoría de los casos era vital para la resolución del mismo.

Comenzó a recordar lo vivido, desde el mismísimo momento en el que recibió el misterioso billete de avión en su despacho de manera anónima, después de eso, según recordaba, vino la charla con su jefe, después la conversación telefónica con Edward, al día siguiente se plantó en Escocia, conoció a Edward, se reencontró con Carolina, este les habló del propósito de su visita al castillo, les mostró el pergamino…

El pergamino…

Nicolás quedó parado durante un instante recordando el episodio del manuscrito. Visualizó instantáneamente y de una manera bastante clara el dibujo que albergaba en su centro, el del león, la gacela y el agua.

—¡Eso es! —exclamo—, no sé cómo no me había dado cuenta antes, Carolina —dijo el inspector mientras agarraba nuevamente por los hombros a la joven—, ya sé cómo podemos detener las paredes antes de que nos aplasten, he dado con la solución.

Carolina sí escuchó esto, eran justo las palabras que su cerebro necesitaba oír para reaccionar y volver al mundo de los vivos. De repente miró a los ojos de Nicolás, olvidándose de las paredes, que seguían su curso sin detenerse hacia ellos.

—¿Ya lo sabes? ¿Y a qué esperas para detenerlas? —acertó al fin a decir.

—Tan solo me falta un detalle, mira, te explico rápido para que me puedas ayudar, los dibujos tienen que ver con el pergamino. ¿Recuerdas el dibujo de su centro, el de los animales?, estoy seguro de que sí, pues representa exactamente lo mismo. Además, la primera parte de la frase solo ha ayudado a confirmármelo, “como la vida misma”, es algo que se podría interpretar como “el ciclo de la vida”, solo me falta saber en qué sentido aplicar este ciclo.

—¿A qué te refieres? —dijo la joven echando una nueva ojeada a las paredes que seguían su lento camino.

—Pues que si interpretamos al puma como la primera parte de la cadena o como la última.

Carolina comprendió lo que Nicolás trataba de decirle, el inspector no sabía en qué orden empezar, ella también se había dado cuenta del sentido de la segunda parte de la frase, no podía cometer un solo error o las paredes harían que sus cuerpos quedasen irreconocibles.

—Creo que el sentido correcto sería agua, hierba, gacela, puma, de otra forma no tendría sentido —dijo la joven casi sin creerse sus propias palabras.

Nicolás sopesó lo que la joven acababa de decir, el agua hace que la hierba crezca, hierba que come la gacela, que acabará siendo alimento para el puma. De otra manera, en el sentido contrario, el agua o la hierba quedarían fuera del ciclo, estaba claro que ese era el orden correcto que debía de pulsar.

Nicolás no dijo una sola palabra más, el tiempo corría en su contra, confió ciegamente en que esa era la solución al enigma y presionó firmemente los pulsadores en el orden propuesto por la joven.

Ya no había marcha atrás, tanto como si su elección había sido acertada como si no.

Tras pulsar el último de los botones, que correspondía al puma, ambos cerraron los ojos deseando que el ensordecedor sonido cesara de una vez, confirmando que, al menos por ahora, iban a continuar con vida e iban a volver a ver la luz del sol.

Sus deseos, como si hubiesen sido escuchados por un ente divino se vieron cumplidos, ya que de repente el ruido cesó de golpe. Sin abrir los ojos todavía, ambos comenzaron a respirar aliviados, aparentemente, todo había salido bien.

De repente, el ruido comenzó de nuevo a escucharse, las paredes comenzaron de nuevo a moverse, pues ambos lo notaban gracias a las vibraciones del suelo. ¿Qué pasaba ahora?, ¿habían errado en el orden pulsado?

Ambos abrieron rápidamente los ojos, atemorizados ante la posibilidad de un error y la inminente muerte que conllevaba esa acción. Pero al mirar las paredes que presuntamente iban a ser instrumento de tortura para ambos observaron que estas estaban haciendo el mismo recorrido que antes, sólo que en dirección contraria.

Volvían a su posición original.

Ahora sí Carolina soltó un extenso y sonoro soplido a la vez que abría y cerraba los ojos continuamente.

—Creo que nos hemos librado por los pelos —comentó la joven.

—Sí —dijo también un aliviado Nicolás—, aunque hemos estado a punto de no poder contarlo.

—Nicolás, siento mucho lo que ha pasado, siento mucho haberme puesto así, pero no podía reaccionar. Mi cuerpo se ha quedado inmóvil al verme en esta situación.

—No te preocupes, supongo que ha sido una reacción bastante natural, pero aunque no lo creas yo también he sentido mucho miedo, sobre todo al ver que no reaccionabas sabiendo que te necesito para resolver este tipo de acertijos. Hemos tenido mucha suerte de que me diera de bruces con la solución, si no… no quiero imaginar qué nos hubiera pasado.

—Nicolás, agradezco tu casi ciega confianza en mi inteligencia, pero creo que te subestimas al no confiar mucho más en ti, eres un excelente policía y toda esa experiencia debes aplicarla en casos como este. No puedes depender de mí en ese sentido, ya has visto lo que me ha pasado.

El inspector se quedó momentáneamente pensado en las palabras que le acababa de decir la joven, tenía razón, debía de confiar algo más en sí mismo, pero al mismo tiempo admitía que parte de esa confianza se había esfumado dentro de la maleta de Carolina, el día que se marchó.

Mientras Nicolás pensaba esto último, un nuevo ruido comenzó a escucharse dentro de la estancia, algo que, después de lo ocurrido con las paredes de la misma no gustó mucho a ambos. Pero al comprobar que se trataba de la puerta que había permanecido cerrada hasta ahora, levantándose lentamente hacia arriba, sus caras de incertidumbre se tornaron de repente en esperanza.

—Bueno, creo que no deberíamos perder más tiempo ya dentro de esta trampa mortal, ¿entramos a ver que nos depara ahora la habitación que se acaba de abrir? —dijo Nicolás con la mirada clavada en Carolina.

La joven asintió.