Capítulo 34

Paolo sintió una inmensa oleada de rabia al ver nuevamente el contenido del sobre en la pantalla de su ordenador. Como no había tenido más remedio que mandar lo recibido al departamento de muestras para que analizaran todo lo que contenía, tuvo que conformarse de momento con tenerlo disponible en forma de fotografía digital.

Esperaba que al menos los de Huellas encontrasen algo que les abriera un poco el sendero de la iluminación, o que la sangre tuviese algo concluyente.

El padre Fimiani, que en esos momentos se encontraba con la mirada perdida hacia un punto de la pared estaba sentado justo delante de él, sin decir ni una sola palabra, no lo había hecho desde que había entrado en el despacho. No quería irritar más al inspector de lo que ya estaba, el contenido del sobre había sido un golpe demasiado bajo para Paolo y todos los que participaban en aquella investigación.

Prefirió seguir sentado en silencio, ensimismado en sus propios asuntos, pensando en sus cosas al menos hasta que el inspector se decidiese a hablar.

Paolo miró las fotos por enésima vez, en la que estaba viendo ahora se podía apreciar los dos objetos que portaba el sobre dentro. Uno de ellos era la fotocopia de un carnet de identidad, el otro, sin duda alguna el más impactante, era una carta escrita mediante ordenador.

Paolo la releyó una vez más.

“Muy buenos días, inspector Salvano:

Me consta que es usted un magnífico policía. Como magnífico policía que es, no quiero hacerle perder el tiempo, soy consciente de que es demasiado valioso. Ha sido un error por mi parte no haberle dejado algún tipo de identificación acerca del último cadáver que han hallado, craso error, sin duda.

Como sé que su tiempo es oro, al igual que el mío, me he tomado la libertad de mandarle la documentación del hombre que me miraba cual corderito antes de ser desollado.

Si me diesen a elegir, prefiero que su tiempo lo emplee para investigar lo que yo le permita, pues supongo que es consciente de que lo que saben acerca de los asesinatos es justo lo que yo quiero que sepan, nada más, ni nada menos. Aunque me entristece ver que, aunque les dijera dónde va a ser mi próximo acto y hasta la hora exacta, acompañada de una descripción fiel de cómo voy a ir vestido, no lograrían atraparme, siempre voy a ir un paso por encima de ustedes.

Aunque puede que ya se lo haya dicho en otras ocasiones y usted todavía no haya sabido interpretarlo, una lástima pues así no me está demostrando lo buen policía que dicen que es.

Qué pena.

Una auténtica pena.

No me gustaría que pensase que esto que estoy haciendo es un juego para mí, es evidente que me estoy divirtiendo como en mi vida entera, pero el deber que se me ha encomendado es más grande que cualquier placer que pueda obtener por mis actos, porque le puedo asegurar que es algo muy placentero, debería probarlo.

Pero no se preocupe, no soy tan malo como puedo aparentar, si acaso viese que por más que lo intenta ni se acerca a mi sombra, intentaré ser más claro con las pistas que voy dejando, solo por la curiosidad que me entra de ver si alguna vez puede intentar detenerme, sería algo muy divertido, un duelo de mentes brillantes, a ver quién puede más.

Hasta entonces, suerte con su caza pues la mía va de perlas.

Hasta pronto mi nuevo amigo.

Reciba mis más cordiales saludos.”

Después de leerla una vez más, Paolo dio un fuerte golpe con su puño en la mesa, haciendo que todo lo que reposaba en ella se elevase unos centímetros y que el padre Fimiani pegase un bote de la silla sobresaltado.

—Perdone, padre, si le he asustado —dijo Paolo al percatarse—, pero estoy muy frustrado con cómo se están desarrollando los acontecimientos. Está jugando con nosotros y lo que es peor, se está divirtiendo de lo lindo al comprobar que puede hacer lo que quiera a sus anchas, esto es algo que me supera, va mucho más allá de mi comprensión.

—No se disculpe, inspector, le entiendo perfectamente. Lo de la carta ya ha sido el colmo, se burla de ustedes y bueno, en cierta manera de mí también, ya que también soy parte implicada en esto.

De repente la puerta del inspector sonó y a continuación entró alguien.

Era Carignano.

—Perdone que le moleste, inspector —dijo en un tono mucho más respetuoso del que mostraba hacía solamente unas horas—, le traigo los resultados de todas las pruebas que se estaban realizando, tanto de la muerte del sacerdote como de la carta que le han enviado a su nombre.

—Dígame —dijo Paolo inclinándose hacia adelante para mostrar interés por las palabras de Carignano.

—A ver, por partes, el forense me ha comunicado que no ha encontrado nada más importante en su examen, me ha pedido que le dé su informe ya terminado —le entregó el informe a Paolo—. Se ha confirmado mediante pruebas de ADN que los dientes que llevaba puestos el sacerdote, no eran suyos, pertenecen a otra persona. ¿Quizá la próxima víctima?

—Estoy convencido de que sí.

—Al mismo tiempo —prosiguió Carignano mientras miraba los papeles que portaba en su mano—, se ha intentado identificar mediante el ADN al expropietario de los dientes que llevaba colocados el sacerdote, por desgracia no hemos tenido éxito, como esperábamos, en el caso de que se tratase de otro sacerdote no ha cometido ningún delito por el que pueda estar en nuestras bases de datos.

Paolo en ese momento no pudo evitar mirar inquisitivamente al padre Fimiani que, casi de manera instintiva y anticipándose al inspector, había agachado la cabeza para evitar la mirada de este.

—Más cosas —Carignano siguió hablando—, la sangre que impregnaba el sobre, tal y como esperábamos, es del sacerdote sin piel, según la documentación que nos ha mandado el homicida, el padre Straviatti, ¿no? —Paolo asintió ante las palabras de Carignano, la documentación revelaba que ese era su nombre—, eso ya está confirmado y, como va siendo habitual en este caso, aparte de las huellas del niño, tan solo se ha podido identificar huellas de una persona más, que comparándolas en la base de datos, nos ha dado el nombre del ciego.

—¿Estaba fichado?

—Así es, por una tontería, en una ocasión sus nervios le jugaron una mala pasada y comenzó a golpear con su bastón para invidentes a una señora que topó junto a él, estamos localizándolo para ver si puede aportarnos algo más que no sepamos, pero dudamos que así sea.

—Yo también lo dudo, buen trabajo, ¿hay alguna cosa más? —preguntó Paolo.

—No, inspector, eso es todo, si acaso hubiera alguna novedad será el primero en saberlo.

—Gracias, Carignano.

—De nada, inspector —dijo este al mismo tiempo que salía del despacho.

Una vez más, el inspector y el sacerdote quedaron solos en la intimidad del despacho de Paolo.

—Padre, ya lo ha oído, tenemos otra posible víctima, necesitamos saber su nombre. Dígame una cosa, las pruebas, ficha policial y demás cosas de los sacerdotes que tiene en su lista ¿Se destruyen o se guardan en algún sitio en sus archivos?

—Están guardadas, bajo llave.

—Pues ya sabe lo que le estoy pidiendo, necesito acceder a los ADN de esos sacerdotes para saber quién va a ser el próximo en aparecer muerto.

—Inspector, eso es una bobada. He estado mirando las fechas de los crímenes que cometieron esos sacerdotes y muchos de ellos fueron hace ya unos cuantos años, no creo que se guarden pruebas de ADN de por aquel entonces.

—Padre, le sorprenderá saber que el ser humano es conocedor del ADN desde finales del año 1800, no es algo tan novedoso como usted cree. Está claro que ahora los aparatos de los que disponemos nos dicen con toda fiabilidad todo lo que necesitamos saber, pero debe de saber que desde 1950 la policía usa el ADN para sus investigaciones.

El padre Fimiani quedó pasmado escuchando al inspector, no tenía ni idea de lo que le había contado.

—De todas maneras, inspector, ya sabe cómo es el Vaticano en estos casos, dudo muchísimo que me dejen consultar eso que me pide para ustedes.

—¿Y ya por eso ni lo va a intentar? —preguntó Paolo con los ojos inyectados en ira.

—Me parece una tontería intentarlo, conozco a mis superiores y sé cómo van a reaccionar tan solo al escuchar mis palabras, el Vaticano…

—¡Me importa una puta mierda el vaticano! —Paolo estaba fuera de sí, golpeó una vez más la mesa con una rabia tan inmensa que podía haberla partido en dos—. Está muriendo gente, por favor, ¿van a seguir permitiéndolo por sus estupideces? Me da igual qué clase de delitos cometieran los sacerdotes que están muriendo, no estoy aquí para juzgarlos, eso ya lo hará su Dios llegado el momento. Pero sí estoy para intentar salvarlos y con actitudes como la suya, lo único que vamos a conseguir es que siga muriendo gente indiscriminadamente. ¿De verdad quiere vivir con eso? —Paolo hizo una pausa para calmar sus palabras ante la cara de pavor que mostraba el sacerdote ante su reproche—. Es muy probable que le digan que no, como usted me indica, aunque les insista mucho, pero ¿de verdad le gustaría acostarse cada noche en su cama sabiendo que no ha hecho todo lo posible por salvar la vida de otros? ¿La fe cristiana no se basaba en ayudar al prójimo? Ahora tiene la oportunidad de predicar con sus actos, por favor, no deje morir a más gente.

El padre Fimiani quería hablar pero no le salían las palabras en ese momento.

—Perdone, inspector, no quiero que piense eso de mí —dijo al fin—. Tiene razón en todo lo que me ha dicho, no crea que estoy orgulloso ni para nada de acuerdo con la forma de actuar de la Santa Sede ante estos casos —hizo una pausa para pensar—, pero aun así lo intentaré, tiene mi palabra. No será por mi culpa el que sigan muriendo asesinados varios sacerdotes más.

Se levantó de su silla de un salto y sin más se dirigió hacia la puerta.

—Padre.

—Dígame, inspector.

—Gracias. Está haciendo lo correcto.

—No, gracias a usted por obligarme a hacer lo que no me atrevía.

Paolo le sonrió.

El sacerdote dio media vuelta y salió del despacho del inspector Salvano.

—Esperemos que esto sirva de algo —dijo en voz muy baja Paolo, como hablando consigo mismo.