Capítulo 32

Los ojos de Paolo no podían apartarse de ninguna manera del pecho del sacerdote muerto, parecía que el mensaje estaba grabado a fuego en el mismo, además, lo macabro del asunto es que parecía que se había hecho como con un palo incandescente.

El texto era bastante claro.

“Jeremías 33:3”

Paolo necesitaba con toda urgencia que el padre Fimiani llegase ya, no sabía a qué se podía referir ese pasaje de la biblia y quizá fuese la clave para resolver un nuevo acertijo, sintió un breve impulso de salir corriendo hacia su despacho, para poder consultar la cita, pero había un cadáver postrado que reclamaba toda su atención.

—Doctor —dijo Paolo tragando saliva—, ¿qué me puede decir acerca de esta muerte?

—Apenas he trabajado con él, sólo lo rutinario que se suele hacer al principio de una autopsia, en cuanto vi lo que usted está viendo lo avisé rápidamente antes de proceder. Tan solo he determinado la hora de la muerte, más o menos sobre las dos de la madrugada. Estoy casi seguro del todo de que la piel se la arrancaron post mortem, aunque eso nos los confirmará los análisis de sangre que vamos a realizarle. Mire, aquí se han realizado las incisiones para poder quitársela con éxito, asusta la precisión con la que se los han realizado.

El forense marcó con su dedo índice en varios puntos del cuerpo del sacerdote, para mostrar a Paolo lo que le acababa de comentar.

—Causa de la muerte —continuó el médico—, desangramiento, sin duda, causado por la herida de arma que lleva en el costado.

—No es ninguna sorpresa para mí a estas alturas, es lo habitual.

—Sí, le he echado un ojo a los informes sobre las otras muertes y el modus operandi es el mismo en todos los casos, primero los mata y luego les hace lo que les quiera hacer, eso al menos es un alivio.

—¿El grabado del pecho también es post mortem a su opinión?

—Desde luego, aunque como le acabo de comentar, es algo que todavía no puedo confirmar hasta que le hagamos los pertinentes análisis para comprobar sus niveles de adrenalina en sangre, todo lo que le estoy comentando son hipótesis sin demostrar.

—Menos mal… —Paolo suspiró aliviado al saber que al menos ese hijo de puta no le había hecho todo eso al pobre sacerdote mientras aún era consciente.

—Hay algo más, mire esta herida, la he visto en el primer vistazo que le he echado al cuerpo, le ha cortado el tendón —dijo el médico señalando con su dedo arriba del talón derecho del sacerdote—, parece hecho con un arma dentada, por el tipo de corte, podría ser una sierra o algo parecido.

—Una sierra…

Paolo quedó pensativo por unos instantes y muy inquieto, había estado estudiando sobre los símbolos de los apóstoles para intentar estar lo mejor documentado posible, apenas se quedó con ellos de memoria, tan solo con uno que le llamó la atención enormemente, por el tipo de muerte que dieron al apóstol en cuestión.

El símbolo era una sierra, supuestamente utilizada para cortar en pedazos al apóstol Santiago el menor. Estaba convencido de que de todos los asesinatos, este era el mejor posicionado para llevarse la palma, y por lo que parecía, iba a ser el siguiente.

—Si quiere puede esperar aquí unos diez minutos —dijo el forense al darse cuenta de que Paolo estaba absorto con sus pensamientos—, voy a proceder a abrirlo para ver si nos guarda alguna sorpresa en su interior, no creo que tarde mucho en decirle el resultado final.

—Emm, no… creo que voy a subir a mi despacho para seguir…

Sin dejarle acabar la frase, el teléfono de Paolo comenzó a sonar.

—Discúlpeme un segundo —dijo al médico mientras se daba la vuelta para contestar—, ¿sí?

—El padre Fimiani ya está aquí —dijo su interlocutor—, lo estoy acompañando ahora mismo a las dependencias para que pueda reunirse con usted.

—Gracias.

Paolo se encaminó sin decir palabra hacia la puerta y la abrió, el padre Fimiani ya esperaba su acceso junto a un subinspector.

—Buenos días inspector.

—Buenos días padre, cada vez usted me visita más tarde.

—Discúlpeme, pero tenía unas obligaciones muy importantes que atender, el Santo Padre ha tenido unas complicaciones de salud y he debido de realizar algunas tareas.

—No se preocupe, ya me he enterado.

Entraron y se dirigieron hacia donde estaba el cadáver del padre.

—¡Santo Dios! —la cara del padre Fimiani al ver el estado del cadáver del sacerdote era de auténtico terror, se santiguó en repetidas ocasiones—, ¿pero qué clase de bestia es capaz de hacerle esto a un hombre?

—Eso quisiera yo saber, ojalá pudiese decirle quién —dijo Paolo—, le presento al doctor Andosetti, como ya sabrá el doctor Meazza no ha podido estar esta mañana con nosotros y se encarga él de esta víctima.

—Encantado —dijo el sacerdote con un gesto con la cabeza—, sí, sé que el doctor Meazza se encuentra en estos momentos junto al Santo Padre, hoy es uno de sus días complicados. He estado con él durante un buen rato mientras atendía a Su Santidad, temía por la vida del mismo.

—Bueno, dejémonos de presentaciones, le pongo al corriente de lo ocurrido.

Paolo le explicó con pelos y señales lo que sabía hasta el momento sobre esa víctima.

—Vaya, dijo el padre Fimiani, lo de la sierra no pinta nada bien, no será agradable… Con lo de la cita bíblica le ayudo enseguida, una vez más le ruego me dé un instante para hacer memoria.

El sacerdote se quedó pensativo durante unos instantes, de la misma manera en la que lo hizo en el despacho de Paolo.

—Creo que es: “Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces”.

Paolo quedó desconcertado ante las palabras que acababa de oír.

—¿Qué querrá decir? —dijo Paolo frunciendo el ceño— ¿Clama a mí?, ¿a quién quiere que clame?, ¿a Dios?, ¿al propio asesino?

—Ojalá pudiese ayudarle, inspector, estoy tan sorprendido como lo pueda estar usted.

—Entiendo algo así como “pregúntame y te responderé”, pero eso no hace sino confundirme todavía más.

Paolo comenzó a poner en marcha a toda su maquinaria pensativa mientras miraba fijamente el cadáver.

Piensa, se dijo.

Todo tiene que encajar de alguna manera, el asesino no lo ha dejado por casualidad… piensa… es como si fuese un puzle, falta una pieza… piensa… una pregunta… una respuesta… pero ¿quién me responde?… de momento levantó la mirada hacia arriba.

—Él me responde —dijo en voz alta.

Tanto el padre Fimiani como el doctor se quedaron mirando a Paolo como si de un bicho raro se tratase, ¿qué mosca le había picado?

—Yo pregunto, él me responde, está clarísimo —dijo Paolo sonriendo como si la locura se hubiese apoderado de repente de él.

—Inspector, ¿ha perdido la cabeza? —comentó el sacerdote mirando directamente a los ojos de Paolo.

—No, es más fácil de lo que pensábamos, doctor, abra la boca del sacerdote.

El doctor, todavía alucinado por el sobresalto de Paolo obedeció al inspector.

—¿Ve algo raro?

—Un momento… —el doctor comenzó a examinar la boca del sacerdote con la curiosidad inducida por la extraña reacción del inspector—. Espere, esto de aquí —dijo mientras tocaba los dientes del sacerdote—, no está bien… —siguió tocando el resto de dientes—, lleva dentadura.

—¿Y eso es algo fuera de lo común? —preguntó algo escéptico el padre.

—Desde luego, la dentadura es algo… se podría decir casera… además, tiene las encías ensangrentadas, diría que le han arrancado recientemente los dientes. Esperen que le pueda quitar la dentadura… ya está —añadió el médico con la pieza llena de dientes puestos de mal manera.

—Esos dientes —dijo Paolo mirando detenidamente lo que el doctor sostenía en las manos—, ¿por qué están tan mal puestos sobre la dentadura?

—Me parece que la pieza original era algo más grande que el tamaño requerido para esta boca, por eso están puestos de esta manera, para que puedan encajar en un espacio menor.

—¿Y eso que quiere decir? —preguntó el padre con cierto miedo a la respuesta que pudiese recibir.

—Me temo que los dientes no pertenecen a este cuerpo, son de otra boca.

Paolo pegó un pequeño salto hacia atrás de la sorpresa, el asesino seguía jugando con ellos.

—Entonces, con el cuerpo sin piel para intentar obtener huellas dactilares y sin los dientes, para que podamos cotejar su dentadura para ver si tiene una ficha dental en algún centro médico, ¿cómo vamos a saber su identidad? Tendremos que tirar de ADN, aunque no sé si aparecerá en nuestra base de datos… —dijo mirando de reojo al padre Fimiani.

Este al percatarse del sentido de las palabras de Paolo agachó la cabeza.

—Doctor, mande esos dientes rápidamente para que los procesen a ver si nos ofrecen la clave de algo, pero me parece que está bastante claro que ya tenemos otra víctima esperando a que la encontremos.

Los otros dos ocupantes de la sala asintieron casi al unísono.

Una vez más el móvil de Paolo comenzó a sonar. Paolo resopló más fuerte que nunca, estaba empezando a agobiarse ante los hechos.

—Dígame.

—Inspector, tiene que subir lo más rápido posible, es muy urgente.

—¿Por?

—Acaba de llegar una carta para usted, suba rápido por favor —el subinspector parecía muy nervioso. Paolo colgó rápidamente.

—Padre, vamos arriba, me reclaman con mucha urgencia. Doctor, le dejo, cualquier novedad ya sabe dónde encontrarme, llámeme enseguida si así lo precisa.

—Lo haré, no lo dude —dijo el médico forense a modo de despedida.

Dicho esto, se encaminó hacia la puerta seguido del padre Fimiani.

Al salir de la sala y cerrar a cal y canto la puerta de la sala especial de autopsias, Paolo comenzó a correr como un poseso, el padre Fimiani, instintivamente y con cierta dificultad debido a la sotana, también lo hizo.

Tomaron el ascensor, que casi rompió el inspector al pulsar tan fuerte y tan seguido el botón que les haría ascender con el mismo.

Cuando llegaron a la planta correspondiente, comprobaron como todos estaban bastante revueltos en ella.

En cuanto lo vio, un subinspector se acercó a él a toda velocidad.

—¿Por qué hay tanto revuelo? —dijo Paolo sin saber bien el alcance del asunto.

—Verá inspector, acompáñeme, ha llegado ese niño —dijo señalando hacia un crío de unos nueve años de edad con el pelo bastante destartalado y con aspecto de vivir en la más absoluta pobreza—, con lo que según dice él, “una carta manchada de tomate”.

—¿Tomate? —Paolo lo pensó durante medio segundo— ¿Sangre?

—Así es inspector, está ahí encima de la mesa.

Paolo miró hacia donde le indicaba el subinspector, encima de la mesa, tal y como le había indicado, había un sobre cerrado con una gran mancha roja.

—¿Ha dicho quién se la ha dado? —preguntó Paolo con el corazón a mil por hora.

—Sí, dice que era un hombre muy alto, con barba algo larga, cabello largo y muy despeinado, vestía una cazadora marrón oscuro larga e iba cogido a un perro. Por fin tenemos una descripción del asesino.

—¿Ha dicho de qué color era el perro?

—¿Es importante? —dijo el subinspector mirando con los ojos abiertos como platos a Paolo.

—¿Lo ha descrito como grande y de color marrón? —insistió Paolo.

—Sí, como sabe…

—Tómenle las huellas para descartarlas de la carta y que se marche, pero es muy importante que lo vea como si esto fuese un juego, no me apetece para nada causarle un trauma a un niño tan pequeño.

—Pero, inspector, es el único que testigo que tenemos hasta el momento, ¿cómo le vamos a dejar ir? —la voz del subinspector denotaba cierto tono histérico—, podría ayudarnos en la resolución del caso y en una posterior identificación si hiciese falta.

—Piense un poco con la cabeza, subinspector, ¿piensa que el asesino iba a dejar que nadie lo viera?, por favor, no actúe como un novato a estas alturas, la persona que le dio la carta al niño es un pobre ciego, persona que, evidentemente tampoco ha visto la cara del homicida, creo que a estas alturas ya había quedado demostrado que no nos enfrentamos a cualquiera.

El subinspector sopesó las palabras de Paolo, no lo había pensado para nada. Era por eso que el inspector le había preguntado por el tamaño y el color del perro, seguramente se trataría de un Golden Retriever o de un labrador, perros guía para ciegos.

El asesino desde luego no iba a cometer errores de principiante a esas alturas, no iba a dejar que nadie le viese directamente la cara.

Paolo se acercó a la carta, buscó unos guantes de látex para poder manejarla y se dispuso a abrirla, seguro de que no sería ningún explosivo ni nada que pudiese poner en peligro al resto de los allí presentes.

Rasgó con sumo cuidado la parte superior de la misma.

No podía creer lo que había en su interior.