Habían salido temprano del hotel en dirección a la abadía, no sabían realmente lo que allí les esperaba, por lo tanto prefirieron ir con tiempo de sobra hacia su destino.
La noche había sido bastante extraña para los dos, aunque sus camas estaban razonablemente separadas, la incomodidad de dormir juntos en el mismo cuarto hizo mella en sus descansos. Al menos una vez cada hora se despertaban sobresaltados del mismo nerviosismo y de los perturbadores sueños que tenían, no era fácil tenerse el uno al lado del otro como si en realidad no pasara nada.
A pesar de la mala noche, los dos desayunaron bastante bien. Tomaron un gran aporte calórico ya que desconocían como iría el transcurso del día y si les podría hacer falta una gran energía para afrontarlo.
La abadía de Heiligenkreuz era un monasterio cisterciense ubicado en la zona sur del bosque de Viena, aproximadamente a unos trece kilómetros al noroeste de Baden, en la Baja Austria. Fundada en 1133, había funcionado ininterrumpidamente desde ese mismo año, por lo tanto era el monasterio cisterciense continuamente ocupado más antiguo del mundo.
Además de ser también mundialmente conocido por las famosas y archiconocidas grabaciones de canto gregoriano realizadas en él desde el año 2008.
El tráfico iba bastante fluido, por lo tanto apenas tardaron en llegar a la misma, gracias también al GPS que les llevó directos a ella en un santiamén.
Nada más bajar del coche, los dos quedaron embobados por la belleza de la abadía. Ambos coincidían en que sin duda era un regalo para sus ojos. No tenían programado entrar en su interior para visitarla, pero ante tanta belleza, decidieron perder cinco minutos de su tiempo en pasar al menos a su patio interior, para poder observarlo mejor.
Accedieron a la plazoleta que había justo enfrente de la iglesia para admirarla más de cerca. En el centro de la misma, una grandiosa escultura que representaba la santísima trinidad les aguardaba como si fuese la guardiana del complejo. Se acercaron un poco más para observar la fachada de la iglesia.
—Es una típica fachada cisterciense —comentó Carolina sin quitar ojo de la misma—, mira esos tres ventanales, al igual que la columna del centro representan la santísima trinidad, algo también muy característico de este tipo de iglesias… aunque mira —señaló con su dedo hacia la parte superior del edificio—, ese campanario, estoy segura de que no es original de la misma.
—¿Y eso?
—Pues porque estas iglesias no suelen tenerlos, por lo tanto habrá sido añadido después —Carolina no podía dejar de mirar la fachada—. Estoy deseando contarle a Ignacio en los lugares en los que he estado, estoy segura de que él los disfrutaría tanto o más que yo…
—Siento interrumpirte, Carolina, pero debemos de proceder a buscar la lanza que nombraba el texto de la piedra. Salgamos de nuevo y dirijámonos a la parte este, al bosque que menciona.
Carolina asintió con la cabeza, casi había olvidado a lo que realmente había venido, no estaba en ese lugar precisamente de vacaciones.
Los dos, intentando no perderse ni un solo detalle de los alrededores del monasterio salieron de nuevo fuera y se encaminaron hacia el bosque que nombraba la piedra. Andaban inquietos, no sabían exactamente a qué prueba iban a someterse y sentían el nerviosismo a flor de piel.
¿Y si era peligrosa?
Cuando llegaron al bosque sintieron que dentro del mismo se respiraba otro tipo de aire, no es que no fuese puro el que respiraban hace apenas 50 metros, sino que este superaba con creces toda la pureza de otros aires.
El bosque se presentaba ante ellos majestuoso, como un intrincado laberinto de árboles que parecía que cuando entrabas, tenías que dejar miguitas de pan para encontrar la salida. Ambos tenían un poco de miedo pues desconocían qué tipo de animales salvajes podían habitarlo, no les apetecía que sus cuerpos acabasen siendo devorados por uno de los habitantes de ese bosque.
Cautos, con quince sentidos cada uno, se adentraron el mismo.
Nicolás iba primero, para intentar proteger a Carolina de cualquier infortunio, sus pies andaban robóticamente uno detrás del otro, intentando a su vez recordar cada uno de sus pasos para cuando les tocase volver.
Si acaso volvían.
—Nicolás, ¿crees realmente que encontraremos una lanza dentro de este inmenso bosque? Es casi como buscar una aguja en un pajar.
—Ojalá te pudiese decir algo, pero la piedra nos ha mandado aquí directamente, me fastidiaría mucho que ese mensaje, como casi siempre, tuviese otra interpretación y acabemos perdiendo el tiempo. Algo de lo que precisamente no vamos sobrados.
Carolina sopesó las palabras del inspector, tenía razón en cuanto a lo de la interpretación de los mensajes. Para desgracia de ambos, casi nunca acababan significando lo que literalmente decían, pero, en este caso, ¿qué otra interpretación podía tener ese escrito? Esperaba con todas sus fuerzas que anduviesen por el buen camino.
Siguieron avanzando varios metros con sus ojos casi convertidos en radares, observando cada milímetro del bosque, convencidos de que, tarde o temprano encontrarían algo que les indicara que habían llegado a la meta de su búsqueda.
Ante ellos, una inmensa espesura en distintos tonos de verde se mostraba por donde quiera que anduvieran. Vieron alguna ardillas recorrer los distintos tipos de árboles que habían crecido en aquel bosque, pero, muy agradecidos por ello, no vieron ningún animal aparentemente peligroso que les pudiese traer algún serio problema.
Los minutos seguían pasando y, aunque no perdían la esperanza, sus mentes se percataban cada vez más de lo complicado del asunto. Sabían que no iba a ser un camino de rosas, pero lo que tampoco imaginaban es que realmente costara tanto.
Cuando ya hubieron andado durante un buen tiempo y notaron que sus piernas comenzaban a pesar un poco más de lo habitual, Nicolás se detuvo un instante para mirar su reloj. Había pasado ya una hora y media desde que se habían adentrado por en medio de los árboles y todavía no habían encontrado nada que les hiciese sospechar.
—Estoy un poco cansada, Nicolás, ¿te importa que me siente un instante?
—Claro que no, para nada, acomódate si quieres en el suelo un rato hasta que te sientas descansada y ahora continuamos con nuestra búsqueda, no merece la pena que acabemos reventados antes de tiempo.
A Carolina le gustaba la idea propuesta por Nicolás a medias, necesitaba sentarse, tenía las piernas bastante cansadas por falta de costumbre a andar tanto tiempo seguido, y más en suelos irregulares como ese en los que no paraba de pisar piedras y demás elementos inestables. Pero al mismo tiempo, le aterrorizaba la idea de tener que sentarse en ese suelo precisamente, no sabía qué tipo de bichos andaban a sus anchas por ahí.
Nicolás, casi intuyendo lo que pensaba la joven, miró rápidamente hacia el suelo intentando buscar un sitio donde pudiese tomar asiento sin peligro alguno.
—¿Qué te parece ahí? Junto a esa roca —dijo señalando con su dedo índice—, el suelo parece limpio y además puedes apoyar tu espalda junto a la misma y así seguro que descansas mejor, aliviarás algo de tensión.
—Gracias —dijo la joven sonriendo a Nicolás a modo de agradecimiento—, ese parece un buen sitio.
Carolina dirigió sus pasos hacia donde el inspector le había indicado y, con cuidado, fue agachándose poco a poco hasta que se sentó, apoyando su espalda contra la roca, tal y como le había recomendado el inspector.
—Uff, qué alivio, no estoy muy acostumbrada a dar paseos por los bosques.
—¿Crees que yo sí? —dijo sonriendo Nicolás—, sabes que soy una rata de despacho.
—Anda, ¿quieres quedarte conmigo?, andar no sé si andarás, pero estás más acostumbrado que yo a hacer ejercicio, más bien eres una rata de gimnasio —dijo intentando enfadarlo de broma.
Pero Nicolás no reaccionó, estaba inmóvil mirando fijamente hacia donde estaba sentada Carolina.
—¿Qué pasa, Nicolás? —dijo muy nerviosa la joven por si un animal salvaje aguardaba a hincarle el diente de un momento a otro—, ¿qué has visto?
—He encontrado lo que buscábamos —contestó el madrileño todavía mirando al frente—, la lanza…
—¿Cómo?
—Mira dónde estás apoyada…
Carolina se incorporó rápidamente, de un salto y miró hacia la roca donde se había apoyado.
Ahí estaba, tallada sin duda por el hombre, llegando a estar incluso afilada, la roca representaba lo que habían venido buscando.
La lanza.