Capítulo 28

Paolo acudió tan rápido como pudo a la llamada del forense a sus dependencias, durante el trayecto, no podía ocultar en su rostro la inquietud por averiguar qué significaba ese tatuaje recién marcado en el cadáver del sacerdote, una vez dentro del despacho, no pudo reprimir su extrañeza al observarlo con sus propios ojos.

Al no poder esclarecer nada en aquellos momentos, el inspector decidió que debía de ser en su despacho y en compañía del padre Fimiani, donde debía de resolver el nuevo enigma planteado.

—¿Qué opina que puede significar esta fecha, inspector? —dijo el padre Fimiani sin apartar la vista del papel en el cual Paolo había apuntado los números que había visto en las dependencias forenses.

Paolo tampoco podía dejar de mirarla, intentando encontrarle algún sentido.

1934-35

—Me da la impresión de que en esa fecha tuvo que pasar algo que nos dé una pista sobre cómo actuar ahora —dijo un pensativo Paolo—. Padre, ¿se le ocurre algo relacionado con la Iglesia dentro del rango de esos años?

—Para nada, en absoluto, aunque quizá la memoria me esté fallando, pero a mi cabeza no llega nada digno de remarcar. He estudiado a fondo la historia del cristianismo y creo conocerla de una forma bastante decente, pero no me sugiere nada.

—En ese caso dejémonos de tonterías y echemos un vistazo al ordenador, seguro que nos arroja algo.

Nicolás agarró el ratón de su PC e hizo doble click en su navegador de internet favorito, una vez abierto buscó la fecha 1934 para ver qué resultados mostraba.

—A ver… —dijo inclinándose hacia adelante, como intentando que no se le escapara ningún dato de los que mostraba la pantalla— sube al trono Leopoldo III de Bélgica, muere Marie Curie, Hitler se convierte en líder único de Alemania, tiene lugar la noche de los cuchillos largos… ¿Cuchillos? —eso llamó la atención de Paolo— ¿Qué es eso de la noche de los cuchillos largos?, no tendrá nada que ver con el cuchillo encontrado en el cuerpo del sacerdote.

—Mucho me temo que no, tiene que ver también con Hitler, fue una noche en la cual por orden del mismo, se arrestaron y asesinaron a varios miembros de las Sturmabteilung. No creo que tenga nada que ver con todo esto, o al menos no tiene nada que ver con la iglesia católica.

—No, yo tampoco pienso que todo esto que está ocurriendo tenga que ver con las ideologías nazis o de extrema derecha, ya he vivido varios asesinatos de este tipo y son gente que les gusta que se sepa a los cuatro vientos que han sido ellos los autores materiales del mismo. Utilizan con frecuencia pintadas reivindicativas y demás tonterías, este homicida no encaja con ellos.

—No sé, busque 1935, a ver qué tal.

Paolo lo hizo.

—1935… Muere Lawrence de Arabia, muere Carlos Gardel, se casa Don Juan de Borbón… me da a mí que esto tampoco nos va a aclarar nada.

—No, si una cosa estaba clara. El asesino, a pesar del juego que pretende llevar con nosotros, no nos lo iba a poner tan sumamente fácil —comentó de manera apesadumbrada el sacerdote.

—Pues sí, no sé para qué he llegado a pensar algo tan absurdo.

Paolo suspiró profundamente una vez más y comenzó a mirar de nuevo hacia el papel en el cual había anotado la fecha tatuada. Mientras lo miraba, optó por escribir todo lo que tenía acerca de ese asesinato en concreto en el mismo papel, en otras ocasiones al mezclarlo todo en un mismo escrito había obtenido soluciones que no encontraba de ningún otro método.

No sabía ya qué probar.

Añadió a la fecha que ya tenía escrita, las palabras “cuchillo”, “libro”, “San Bartolomé”, “Giovanni Di Salvo” y “Santa María la Mayor”, y comenzó a mirarlos como si intentara que las letras se interconectaran entre sí, mostrando una nueva palabra como si de un anagrama se tratase, algo, que por desgracia, no sucedía.

Maldijo su suerte unas cuantas veces, mientras sus ojos repasaban las palabras una y otra vez, estaba sin duda alguna ante el trabajo más complicado de su vida. Durante sus años de servicio se había enfrentado ya a todo tipo de casos, psicópatas e intentos de pista indescifrables, pero siempre había conseguido, gracias a su buena intuición y también gracias al magnífico equipo de profesionales con el que contaba, salir adelante y llevar al culpable delante de un juez.

Ahora no podía, se estaba enfrentando a su vez a una crisis en su propio interior debido, sin duda, a la frustración de no encontrar algo que lo hilase todo. Siempre había algo, por pequeño que fuese, que llevara a Paolo a dar el siguiente paso, pero en este caso no.

Nada de nada.

En esta ocasión no pudo evitar acordarse de su madre.

Esta, ante cualquier problema, recurría a Dios como la solución de todo, cada vez que encontraba una piedra en su camino rezaba para que dios se la quitara, pero por desgracia eso nunca ocurría. Aun así, su madre no perdía nunca la fe. Recordaba como siempre que el inspector se sentía agobiado por algo le decía: “Paolo, no te preocupes, Dios nos pone pruebas en el camino, pero son piedras que siempre podemos saltar gracias a él, hazme caso hijo mío, cuando sientas que no encuentras la solución, la biblia siempre te puede dar un buen consejo sobre cómo actuar”.

La biblia, ese libro que en su casa ocupaba un lugar de honor y que era consultado hasta para cuando tenían un resfriado, su familia pensaba que siempre tenía respuestas para todo dentro de esas páginas, aunque el inspector nunca compartió esa opinión con el resto de sus familiares.

De repente, Paolo levantó la vista del papel, era imposible que ese recuerdo le hubiese dado la pista que necesitaba.

Su madre tenía razón.

Dios era la solución.

En la biblia se encontraba la solución.

—Padre, creo que lo tengo —dijo Paolo con una cierta esperanza en su tono de voz.

—¿Cómo dice? —El padre Fimiani no daba crédito a lo que estaba diciendo el inspector—, ¿así?, ¿sin más?

—Verá, mire esto de aquí, mire el nombre del sacerdote.

El padre obedeció.

—Giovanni, ¿y?, me va a perdonar, pero sigo sin comprenderle.

—Todavía no se lo he explicado, todo se resume en que estábamos mirando los números mal, no son una fecha, son una referencia bíblica.

El padre Fimiani frunció el ceño, intentando encontrar sentido a las palabras de Paolo, quizá sí lo tenía, pero seguía sin entender muy bien cómo había llegado a esa conclusión tan repentina.

—Todo tiene que ver —prosiguió Paolo—, con el nombre del sacerdote y el número. ¿Lo entiende ahora?

Una vez más, el sacerdote comenzó a pensar mientras miraba la hoja que Paolo había escrito. Entonces comprendió lo quería decirle. El nombre del Sacerdote: Giovanni, el número: 1934-35.

Giovanni 1934-35.

O lo que era lo mismo: Juan 19:34-35.

—Inspector, es usted brillante, por supuesto que puede ser una referencia al libro sagrado. ¿Cómo se ha acordado de la biblia si ni siquiera yo lo he hecho?

Paolo prefirió no contarle el cómo.

—Ha sido una casualidad, padre, me ha pasado por la cabeza y ya está, sin más. —Mintió descaradamente—. Bueno, padre, ¿necesitamos buscarla en internet o quiere hacer usted de mi propio buscador?

El padre Fimiani sonrió. Él se encargaría de eso.

—Espere un segundo que haga memoria… Juan 19:34 y 35 —el padre Fimiani levantó la mirada al cielo como si estuviera esperando una ayuda divina para acordarse de la cita—. Eso es… Juan 19:34 y 35, “Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua” —El padre Fimiani hizo una pausa—. Habla de cuando el soldado Longino utilizó su lanza para atravesar el costado de nuestro señor para comprobar si realmente había fallecido. Interesante.

—¿Ha dicho lanza? ¿Costado? —dijo Paolo con una mezcla de sorpresa producida entre la capacidad del sacerdote por recordar toda la biblia entera y la cita en sí misma—. Joder, me parece que ya sabemos cuál es el arma homicida.

El padre Fimiani sopesó las palabras de Paolo, tenía razón, según había visto él también, todos los sacerdotes habían muerto realmente por la herida causada en sus costados.

Paolo descolgó el teléfono rápidamente. Marcó la extensión del laboratorio forense.

—Guido —dijo Paolo nada más notar que su interlocutor había descolgado el teléfono—, creo que ya tenemos el arma homicida, gracias a los números que me has dado.

—¿De veras? ¿De qué se trata? —preguntó el doctor sorprendido.

—¿Podría ser que el arma, según la herida, fuese una lanza?

—¿Una lanza? Pero… ¿Una lanza del estilo que llevaban los soldados romanos en la antigüedad? —la voz del forense mostraba duda

—Me temo que sí.

—Pues si te soy sincero, lógicamente no lo había llegado a considerar, pero… es muy probable que sí, por la profundidad de la herida y su anchura… sí… es muy probable…

—Gracias, Guido, me has sido muy útil —dijo Paolo a la vez que colgaba el teléfono.

Paolo se sentía algo más satisfecho ahora. Seguía sin saber dónde ocurriría el próximo asesinato, pero poco a poco iban saliendo más datos a la luz.

Estaba seguro de que pronto encontraría algo más.