Capítulo 24

El palacio imperial de Hofburg era inmenso, tanto que había sido descrito en varias ocasiones como una ciudad dentro de una ciudad. Sus más de 2600 dependencias repartidas en 18 alas daban crédito a esa afirmación.

Su conjunto arquitectónico abarcaba diferentes estilos, que iban desde el gótico hasta el historicismo. Fue empezado a construir durante el siglo XIII por la dinastía de los Babenberg y fue ampliado y reformado durante varios siglos. Entre 1283 y 1918 fue la residencia oficial de los Habsburgo. Actualmente además de albergar varios museos con las colecciones de joyas y otros objetos de carácter sagrado más importantes del mundo, servía como despacho para el presidente de la república de Austria, así como de diversas instituciones.

Carolina y Nicolás se acercaron hasta la plaza de San Miguel, donde quedaron una vez más pasmados de lo dantesco de las dimensiones del palacio. Dudaron varios instantes antes de entrar por la puerta que tenía el mismo nombre de la plaza, pues no sabían ni siquiera hacia a dónde dirigirse.

La entrada al mismo, estaba decorada con una fuente a sus lados y estaba bajo un zócalo, en el cual se representaban los trabajos de Hércules, el cual se sostenía a través de varias columnas y cúpulas.

Al pasar Carolina señaló el grupo escultórico.

—Mira Nicolás, eso de ahí arriba representa los trabajos que tuvo que realizar Hércules como penitencia por matar a su mujer e hijos.

—¿Hércules mató a su mujer e hijos? Creía que era un héroe.

—Y desde luego así era considerado, los mató inducidos por un veneno que le hizo tomar Hera, la mujer de Zeus, al tratarse de un hijo bastardo del mismo. Era en un acto de venganza hacia su marido.

—Cómo sois las mujeres a veces…

Carolina no pudo evitar la sonrisa, aunque trató de disimularla lo más rápido que pudo para que Nicolás no se percatara. No lo hizo.

—¿Crees que esto tiene algo que ver con lo que intentamos investigar? —preguntó el inspector mientras miraba la obra.

—Sinceramente, espero que no, no me haría mucha gracia hacer las doce pruebas de Hércules para demostrar nada. Aunque no serían literales pues es mitología y no creo que tengamos que derrotar a un ser sobrenatural, estoy segura de que sería una tarea bastante ardua y tediosa, nada agradable, de todas maneras sigamos echando un ojo por ahí, a ver si algo nos llama la atención mínimamente.

Una vez pasaron las puertas se encontraron bajo la cúpula de San Miguel y comprobaron cómo bajo ella se encontraba el acceso al museo de la mesa y de la platería de la corte, a los apartamentos imperiales, al museo de Sissi y al museo del Esperanto.

A Carolina le hubiese gustado ver el museo de Sissi, cuando en Internet el día anterior Nicolás y ella se informaron acerca del palacio, no pudo evitar acordarse de su madre cuando vio que el edificio albergaba el museo de la emperatriz Elisabeth, más conocida como Sissi. Todavía recordaba cuando de pequeña, su madre ponía el VHS de la película “Sissi emperatriz” de 1956 y ella, su hermana menor y su madre quedaban embobadas durante el poco más de hora y media que duraba la misma. Carolina soñaba ser un día esa emperatriz, y realmente se había sentido como una princesa a lo largo de su vida, sobre todo gracias a su familia, su padre la cuidaba y la llevaba en volandas desde que hacía casi siete años fallecieran su hermana y su madre en aquel fatídico accidente. Ahora que su padre tampoco estaba con ella desde hacía un año y medio, se sentía completamente sola, los tiempos de sentirse una emperatriz habían quedado en un recuerdo añejo.

Nicolás y Carolina salieron de debajo de la cúpula para llegar a un patio rectangular, conocido como el patio in der burg que significaba literalmente, “en el castillo”. Ambos miraban de un lado a otro intentando no perder detalle de nada de lo que sus ojos captaban para intentar encontrar la razón por la que se encontraban justo ahí, en ese momento y en ese lugar.

Pero de momento nada de lo que veían les hacía sospechar.

Siguieron avanzando por el patio mientras comprobaban como este estaba rodeado de edificios renacentistas y barrocos, según explicaba Carolina al inspector.

Ambos pararon justo al centro del patio, al lado de una estatua de bronce de Francisco José I, desconcertados y sin saber muy bien hacia dónde echar a andar.

—¿Y ahora? —preguntó Nicolás mientras se rascaba la cabeza mostrando una pose dubitativa.

—Pues… no tengo la menor idea, ni siquiera sabemos qué buscamos, me parece que vamos a tener que recorrer todo el palacio para ver si así…

Nicolás soltó un bufido de desesperación, el palacio parecía gigantesco y no le apetecía para nada recorrérselo entero en busca de no sabía qué. Además, sabía por experiencia en todas sus investigaciones que si buscaban alguna pista ofuscados, lo único que iban a encontrar era una dosis mayor de ese sentimiento.

—No sé, vayamos por ahí mismo, total, qué más dará —dijo Nicolás con la voz apagada.

Carolina obedeció y ambos se pusieron de nuevo en camino hacia la búsqueda de cualquier indicio.

Siguieron por la izquierda y pasaron por la Puerta de los Suizos para adentrarse en el Patio de los Suizos, donde antaño se encontraba el cuerpo de la Guardia Suiza, la misma que ahora cuida la seguridad del Papa en el Vaticano. Siguieron por la derecha de este y llegaron a un portón que conducía a la magnífica Escalera de los Embajadores. Optaron por seguir un poco más adelante y llegaron hasta la escalera exterior, que conducía hasta la gótica Capilla Imperial, del siglo XV, en la cual se podía escuchar todos los domingos a los famosos Niños Cantores de Viena, de Septiembre hasta Junio.

—¿Qué hacemos? ¿Subimos para ver qué hay arriba? —preguntó Carolina a Nicolás.

—¿Y qué hay detrás de esa puerta? —dijo Nicolás señalando un poco más hacia adelante.

Carolina no la había visto, pero justo debajo de la escalera había una puerta que, según rezaba su letrero, daba acceso a la Cámara del Tesoro.

—Um, Cámara del Tesoro, ahí es dónde leímos que se encontraban importantísimas piezas del tesoro sacro y el tesoro profano de los Habsburgo —dijo Carolina dudando de si entrar o no—. ¿Crees que es importante?

—No sé, podría ser, aquí se exponen cosas muy antiguas, como lo es el manuscrito que posee Edward. Puede que encontremos algo que se parezca mínimamente, imagina que nos topamos con otro manuscrito delante de nuestras narices.

A Carolina le gustó cómo sonaba eso, sabía que era bastante improbable, pero había que quemar cada cartucho.

—Pasemos pues.

Compraron la entrada en la misma puerta, les costó doce euros.

Al entrar en la primera sala, pues estaba compuesta por veintiuna salas, comprobaron apesadumbrados como había un grupo de escolares que miraban hacia todos los lados aburridos mientras un guía hacía el esfuerzo de su vida para intentar lograr que le prestasen la más mínima atención, pero no parecía tener éxito alguno en su empeño. Nicolás y Carolina se miraron, medio enfadados porque la sala estuviese llena de gente, sobre todo de ruidosos escolares y, medio esperanzados, ya que daba la casualidad de que el grupo de estudiantes parecía ser de origen español, pues el guía hablaba en una especie de chapurreado castellano.

—Mira, parece que al final no vamos a tener tan mala suerte —dijo por lo bajo Nicolás a Carolina mientras miraba fijamente al guía—, vamos a intentar pegarnos lo máximo posible para escuchar disimuladamente, quizá oigamos algo que nos llame la atención.

Carolina asintió mientras escuchaba las palabras del inspector, pudiera ser que aquel guía fuese un regalo del cielo en aquellos instantes, ya que no tenía ni idea de qué buscaban allí.

Ambos se acercaron disimuladamente al grupo, como si estuviesen mirando por su propia cuenta pero sin quitar el oído de las palabras del hombre.

—Y aquí —prosiguió el guía—, encontramos uno de los objetos más preciados en el mundo entero, no olvidemos que esta cámara del tesoro es la más importante de todas cuantas hay en el globo. Se trata de la corona de Rodolfo II, esta corona tan majestuosa que aquí veis se acabó convirtiendo posteriormente en la corona del imperio austríaco, no sé si es algo que habéis estudiado o no en el colegio todavía, pero no os imagináis lo importante que es este objeto.

A las explicaciones del guía tan solo hacían caso dos de los tres profesores que acompañaban al grupo de menores, pues el tercero se encargaba de vigilar con toda su atención a los escolares para que no montasen ningún lio. A esas explicaciones también estaban muy atentos Nicolás y Carolina, sobre todo esta última, que estaba encantada de poder ver con sus propios ojos pedacitos de la historia que tanto había leído en libros.

Continuaron avanzando por varias salas, siempre a una distancia prudente del grupo para no ser descubiertos, empapándose gratis de las explicaciones del guía. En esas salas pudieron ver tesoros tales como la Corona Imperial, de segunda mitad del siglo X, la herencia de Burgundia, del siglo XV y varios objetos preciosos de la colección de los Habsburgo, entre los cuales destacaba un unicornio de casi dos metros y medio. También tuvieron la oportunidad de ver el globo y el cetro, objetos que, al menos Carolina, se había hartado de ver en decenas de fotografías en libros de texto de su carrera.

Todo parecía trascurrir de una manera más o menos normal, hasta que llegaron a una sala en la cual había un objeto cuya descripción hizo que se despertaran los cinco sentidos de Carolina y Nicolás.