Capítulo 22

El vuelo transcurrió sin el menor percance posible, su anfitrión había procurado sacarles el mejor billete posible para viajar ante todo con comodidad. Era tan detallista que era difícil de creer que existiera alguien así.

Carolina no podía dejar de pensar en la cara de Edward cuando este llegó a casa después de que Nicolás lo hubiese llamado para contarle la buena noticia.

—¡Son ustedes extraordinarios, magníficos, lo mejor sin duda alguna! —La voz de Edward, acompañada por la más satisfactoria sonrisa que alguien podía esgrimir, no podía demostrar más felicidad—, me parece increíble, son unos auténticos fenómenos, han conseguido en tan solo un día lo que yo llevo intentando durante años. Díganme, ¿cómo lo han conseguido?

Carolina, encantada ante la reacción del anciano, no tuvo reparo alguno en contarle todo lo sucedido, sin dejarse el más mínimo detalle en el tintero.

—Sublime, me parece algo fantástico, digno de mentes prodigiosas. Sabía que podía confiar en ustedes dos, sabía que no me equivocaba en absoluto —hizo una pausa para coger aire, pues la alegría apenas le dejaba respirar en condiciones—, ¿y dicen que el punto les señala ahí?

—Así es —dijo Nicolás—, estoy tan sorprendido como usted, pero si seguimos este razonamiento que hemos empleado nos lleva sin duda alguna a este punto. Además, es mucha casualidad que no nos haya llevado en medio de la nada. Es bastante concreto, ¿no?

—Desde luego que lo es. Pues si ese es el punto indicado, si no tienen inconveniente alguno, ahí irán en busca de alguna pista más para saber cómo proceder a partir de ahora. Voy a decirle a David que les consiga de inmediato unos billetes para mañana mismo con ese destino, intentaré que el avión sea de lo más agradable posible, para que lleguen con comodidad a su meta.

Carolina y Nicolás sonrieron al unísono al ver la alegría que manifestaba Edward y cómo no, pensando en lo que habían conseguido, a pesar de la dificultad que parecía entrañar el manuscrito.

—Y ahora, amigos, es hora de celebrar este descubrimiento tan importante como es debido.

Carolina despertó de su ensimismamiento justo en el momento en el que se dio cuenta que su maleta y la de Nicolás ya salían por la cinta. Decidieron llevar lo justo en equipaje para que no pesara más de la cuenta, pues también llevaban los portátiles y no querían ir excesivamente cargados, por lo que pudiese pasar en aquel lugar.

Cuando salieron por la puerta del aeropuerto, miraron hacia la derecha, tal y como les había indicado David, allí, una compañía llamada Rainbow Rent a Car, les aguardaba con un coche ya alquilado por el mayordomo del señor Murray.

Todo un detalle por su parte.

Una vez montados y acomodados en el Citroën C4 que el señor Hoff había escogido para su travesía, se encaminaron hacia el hotel que tenían reservado, acto del que también se había encargado el mayordomo.

Durante el camino al mismo ambos miraron asombrados el paisaje que se postraba frente a sus ojos. Un paisaje tan bello que ninguno de los dos fue capaz de hablar pues estaban ocupados observando lo maravilloso de sus vistas. A tan solo dieciocho kilómetros de distancia desde el punto en el que se encontraban les aguardaba la hermosísima y milenaria ciudad de Viena.

A Nicolás, mientras conducía en dirección a la ciudad, le vino a la mente lo curioso del caso. Era la segunda vez en menos de dos años que su vida daba un giro de 180º de la noche a la mañana. Pensaba que hace tan solo tres días se encontraba solo, aburrido en su despacho en la comisaría de Madrid y ahora estaba en Austria, de camino a Viena, habiendo pasado los dos días anteriores en Escocia en un castillo de dimensiones dantescas y sin saber qué le deparaba el destino.

A pesar de lo delicado de la situación pensó en su suerte, no a todo el mundo le sucedía algo así y no pudo más que sentirse afortunado, además, llevaba en el lado del copiloto a la mujer de su vida, aunque ahora mismo ella prefiriera estar en cualquier sitio menos con él.

Previamente a la salida desde la oficina de alquiler de coches, Nicolás se había preocupado por escribir la dirección en el GPS que portaba el coche del hotel que David les había reservado. Se trataba del hotel Sacher Wien que, según David, era el hotel disponible y con unas condiciones mínimas más cercano a su punto de destino final.

Tras un paseo con el vehículo por las transitadas calles de Viena, llegaron al hotel.

El hotel Sacher Wien era de cinco estrellas, desde luego Edward no mentía cuando dijo que no escatimaría en gastos para la investigación. Su ubicación se encontraba en el mismo corazón de Viena, frente a la ópera estatal. Dentro del hotel se podían ver todo tipo de lujos, así como antigüedades valiosas, muebles elegantes y una importantísima colección de cuadros de un valor elevadísimo.

Al entrar a la recepción, Nicolás no pudo más que quedarse boquiabierto, era mucho más lujo del que estaba acostumbrado, aunque pensó que no estaba nada mal todo aquello y que quizá pudiese acostumbrarse a una vida así. Enseguida desechó esa idea de la cabeza, su sueldo de policía no podía estirarse más y, a no ser que le tocase un gran premio a la lotería que no jugaba, iba a ser muy complicado.

Ambos se dirigieron directamente al mostrador de recepción. Una mujer rubia y con unos ojos azules como el cielo, de unos 40 años, les esperaba con una sonrisa de oreja a oreja.

—Hola… ¿habla español? —probó suerte Nicolás.

—Oh, sí, para mí el español no es problema, ¿en qué puedo ayudarles?

—Teníamos una reserva a nombre de Nicolás Valdés y Carolina Blanco, estos son nuestros pasaportes —dijo mientras los colocaba encima del mostrador.

La recepcionista les echó un ojo sin borrar la ensayada sonrisa de su rostro.

—Muy bien señor Valdés, sea tan amable de esperar un momento que compruebe su reserva y enseguida les doy su habitación.

Tanto Nicolás como Carolina estaban realmente preocupados en aquel momento, por vergüenza, no le habían dicho nada a David a la hora de hacer las reservas, pero esperaban que este hubiese tenido en cuenta que ya no eran una pareja y sería realmente incómodo su alojamiento.

—Ok, aquí lo tengo, su habitación es la 345, en la tercera planta, aquí me dice como observación que tienen las camas separadas, no sé si es un error o lo han pedido ustedes mismos, ¿les gustaría que las juntásemos?

—Oh no, no se preocupe. —A Nicolás le faltó muy poco para saltar por encima del mostrador y apagar el ordenador para impedir que la recepcionista cambiase nada—, está bien así, es perfecto, es que verá, no somos pareja, estamos aquí por un viaje de negocios, por eso hicimos esa petición.

—Comprendo, les ruego disculpen mi intromisión, no era mi intención, esta es la llave de su habitación —dijo mientras le daba una tarjeta de color blanco con una banda negra a Nicolás—, su régimen de alojamiento es de pensión completa, por lo tanto les paso este folleto donde se les explican los restaurantes que disponemos y sus tipos de comida.

—Gracias, es muy amable.

—No hay de qué, dejen sus maletas aquí mismo, el servicio de habitaciones las subirá enseguida. Disfruten de su estancia en Viena, si necesitan cualquier cosa, estamos a su completo servicio para que todo sea más agradable, no duden en pedirnos lo que les haga falta.

Nicolás se despidió de la amable recepcionista con un asentimiento de cabeza y una amplia sonrisa. Seguidamente, ambos tomaron el ascensor para subir a su habitación y así poder verla y, una vez en ella, decidir cómo hacer las cosas a partir de ese momento.

La estancia era inmensa, de un color blanco inmaculado y de un lujo casi extremo, Carolina pensó que nunca en su vida había estado en un sitio parecido. Los baños (pues disponía de dos) revestidos con el más impresionante de los mármoles, parecían más un Spa que un simple cuarto de aseo. Una pena que no hubiesen venido a disfrutar y relajarse, porque la habitación no instaba a otra cosa.

Cerca de la amplísima ventana que daba acceso a un no menos impresionante balcón, había una mesa redonda con un par de sillas, decidieron sentarse unos instantes mientras les subían las maletas para hablar allí.

—Según David, estamos muy cerca de nuestro destino, creo que deberíamos ir andando, no sé qué nos espera allí, por lo tanto deberíamos hasta evitar llamar la atención con un simple coche, seremos turistas corrientes paseando. No sabemos con quién nos la jugamos, ni siquiera si nuestros pasos son vigilados por alguien.

—Estoy de acuerdo —dijo Carolina—, cuanto más desapercibidos pasemos en esta ciudad, mejor. No me apetece para nada poner mi vida en peligro.

De repente, la puerta de la habitación sonó. Fue Nicolás el que se levantó a abrir, no sin antes hacer uso de la mirilla. Un joven botones esperaba fuera con el equipaje.

El joven, que no tendría más de una veintena de años, entró con porte elegante a la habitación y dejó las maletas de ambos justo donde Nicolás le indicó, abandonó la estancia justo con la misma elegancia con la que había accedido.

A Nicolás le hubiese encantado, como en las películas americanas que tanto le gustaba ver, dar al joven una propina en mano, pero ya les explicó David la noche anterior que eso era algo de lo que ya se encargaba el hotel en la facturación final de su estancia. Las propinas estaban más que incluidas en la factura final que pagaría Edward.

—Bueno, ¿nos vamos ya? —dijo justo después de dejar cada maleta encima de una cama.

—Sí, acabemos con esto cuanto antes.

Abandonaron el hotel, habiendo pedido previamente un mapa de la ciudad en recepción a la amable trabajadora que les había atendido antes.

Por suerte, donde se dirigían, aparecía señalado como punto de interés, por lo que no les sería difícil encontrarlo.

Comprobaron cómo efectivamente, no estaba nada lejos del hotel.

Tras un breve paseo por las preciosas calles de Viena, en las que casi ni se fijaron debido al nerviosismo que empezaba a atizar a sus estómagos, llegaron a su destino.

Ambos no ocultaron su asombro al ver semejante edificio frente a ellos.

—¿Y este es nuestro sitio? —dijo Carolina aún intentando hacerse la idea.

—Me parece que sí —dijo Nicolás tragando saliva.

Cuando vieron toda la guardia que había en los alrededores no hicieron más que preguntarse una y otra vez cómo lo iban a hacer y lo más importante… ¿Qué es lo que tenían que hacer en ese lugar?

Si ya tenían dudas antes de llegar, una vez lo tuvieron en frente pensaron que aquello casi era una misión imposible.

El palacio imperial de Hofburg, parecía una fortaleza infranqueable.