Capítulo 21

Paolo había empleado toda la noche en el devaneo de sus sesos. Apenas pudo cerrar los ojos, salvo en un par de ocasiones, en las que no pudo gozar de lo que comúnmente sería llamado un sueño reparador. Tampoco le importaba en exceso, no acusaba esa falta de descanso pues, prefería no dejar de pensar ni un solo segundo en el caso que le ocupaba a dormir. Era algo que no se encontraba ni por asomo dentro de sus opciones en aquel momento. El asesino, hasta ahora, se había movido de una forma bastante astuta, tanto que al inspector le venía una y otra vez a la mente la figura de un zorro y, hasta ese momento, tenía a Paolo completamente a su merced.

El inspector no podía hacer nada si el asesino no daba pie a que lo hiciese.

Otro de los pensamientos que atacó su cabeza en repetidas ocasiones, fue la repentina salida de su despacho del padre Fimiani. Ese acto por parte del sacerdote lo había dejado absolutamente desconcertado, había probado a llamarlo varias veces a su número de teléfono móvil sin éxito alguno, el padre tenía el móvil apagado y eso disgustaba e inquietaba en cierta medida a Paolo.

¿Qué estaría haciendo?

Maldijo en varias ocasiones la eterna espera, estaba totalmente convencido de que el asesino actuaría de nuevo esa misma noche, mientras él estaba postrado en su cama, ese era el único patrón que había demostrado hasta ese momento, además, claro está, de que todas sus víctimas fuesen sacerdotes. Actuaba de noche, lejos de ojos indiscretos que pudiesen entorpecer su trabajo, aunque visto que a ese tipo no le temblaba el pulso para hacer lo que viniese en gana, pensó que era mejor que ningún otro inocente tuviera que vérselas con ese monstruo por contemplar más de la cuenta.

Había meditado, y mucho, las palabras del padre Fimiani acerca de intentar poner más vigilancia en la ciudad y, aunque le seguía pareciendo algo perfecto pero a día de hoy imposible, es decir, una mera utopía, optó por reforzar en medida de lo posible las patrullas de la ciudad. Colocó tres coches más para que recorriesen la noche romana, sin apenas descanso, haciendo una pequeña ruta por las iglesias más importantes de la ciudad, con la esperanza de que eso sirviera para disuadir al asesino en su empeño por tocarle las narices.

Aunque hubo algo que estuvo a punto de romperle todos los esquemas, como fue el hallazgo del cadáver que emulaba la muerte de Judas en el Jardín Botánico, eso, desde luego no era una iglesia y llegó incluso a pensar que el homicida había abandonado el patrón presentado inicialmente al asesinar a sus víctimas en basílicas o en sus inmediaciones más cercanas. Más tarde, indagando algo por conocidos buscadores de la red, descubrió que aquel lugar, en un principio, había sido un punto habitual de reunión de grupos cristianos en los cuales dedicaban su tiempo a escuchar la palabra de Dios sentados en medio de la naturaleza.

En pocas palabras, había sido algo así como una iglesia al aire libre.

El asesino había conseguido reunir en un solo punto todo lo necesario para seguir con su locura de la forma más espectacular posible, un “templo cristiano” antiguo, con árboles en los cuales poder colgar a su víctima.

Escalofriante, pero sencillamente genial.

Eso era quizá lo que más lo fastidiaba, que el homicida estaba resultando ser un genio, lo mirara por donde lo mirara.

Siguió dando vueltas en la cama con los ojos abiertos como si en una vida anterior hubiese sido un búho cuando a las cinco y veintitrés minutos sonó su teléfono móvil de repente, se trataba de una llamada de la central, sin contestar ya se imaginaba lo que era y para qué era requerido.

—¿Si? —contestó de mala gana.

—Ha vuelto a actuar.

Era evidente que las patrullas no habían servido para disuadir al homicida, pero al menos habían encontrado ya el nuevo espectáculo.

—Voy para allá, dame la dirección.

Paolo buscó un papel en su mesita de noche, así como un bolígrafo y anotó los datos que le estaban proporcionando por el teléfono.

Al colgar frotó su cara un par de veces para intentar asimilar lo que se le venía encima en apenas un rato. Acto seguido, negó de forma suave con la cabeza varias veces, asumiendo sin ningún tapujo su desesperación ante las actuaciones de ese maníaco. Se levantó de la cama y, casi sin asearse, se enfundó un traje de color oscuro y salió hacia la calle como si no hubiese mañana.

Paolo, montado en su coche y conduciendo por unas desiertas calles de Roma, apenas podía creer hacia dónde se dirigía en aquellos momentos, el asesino demostraba no tener escrúpulo alguno y un valor increíble habiendo cometido un asesinato ahí. Era uno de los lugares más transitados de Roma, a pesar de que fuese de noche y además de ser unas horas algo intempestivas, cerca del emplazamiento había varios locales nocturnos de bastante actualidad en los cuales toda una fauna variopinta se dejaba ver.

La iglesia de Santa María la Mayor, era una de las cuatro basílicas mayores y una de las cinco basílicas patriarcales asociadas con la Pentarquía. Fue construida encima de un templo pagano dedicado a la diosa Cibeles y era, junto a Santa Sabina, la única iglesia romana que aún conservaba la planta estrictamente basilical y la estructura paleocristiana primitiva.

Toda una institución dentro de las propias iglesias romanas.

La iglesia, además, fue durante un corto período de tiempo residencia papal oficial debido al mal estado en el que se encontraba el palacio de San Juan de Letrán, justo después de que se acabara formalmente con el papado de Aviñón, dando fin al cisma.

Cuando llegó a las inmediaciones varias patrullas lo esperaban.

—Buenos días, agentes… o noches, como prefieran, cuéntenme.

—Verá, inspector, nos encontrábamos realizando la patrulla como usted había dado orden y justo cuando pasábamos por aquí, vimos dos sombras que parecía que andaban juntas, pero que apenas podíamos distinguir debido a la oscuridad que puede observar que hay. De repente una de ellas cayó al suelo y la otra comenzó a alejarse poco a poco, de una manera lenta, como si con él no fuese la cosa. Nosotros dimos las luces, pero la figura que se alejaba no reaccionó de manera alguna, siguió andando al ritmo que ya llevaba, sin modificar en ningún momento la velocidad de su paso —hizo una pausa para mirar al otro Carabinieri que no hacía más que asentir con la cabeza—. Bajamos del coche y le dimos el alto a voces, pero siguió hacia adelante, como si nada, y cuando quisimos echar a correr hacia él para poder darle caza fundió su figura con las sombras, desapareciendo, sin más.

Paolo los miraba estupefacto.

—¿Han dicho que desapareció?, ¿cómo es posible eso?, no se trata de un fantasma.

—Sí, creo que no le ha sido demasiado difícil despistarnos pues se fue por ahí —dijo señalando con el dedo índice hacia el lugar por el que desapareció la figura—. Como puede observar, esa zona presenta una gran oscuridad y no es tan complicado.

Paolo necesitó respirar hondo en varias ocasiones para comprender que, en realidad, los agentes tenían razón. Era fácil fundirse con las sombras.

—¿Y qué me dicen sobre el cadáver?

—Cuando llegamos a su punto, por desgracia, el sacerdote estaba muerto. Le hemos comprobado el pulso mediante la muñeca y hemos constatado su muerte, aunque hemos intentando apenas tocarlo, ya sabe, por las pruebas y demás, pero no pudimos hacer nada. A partir de ahí llamamos a la central y ya vinieron los subinspectores y la unidad científica y a nosotros nos apartaron a un lado, como si ya no pintásemos nada en este lugar, como si estorbásemos.

—Gracias agentes por el trabajo realizado —dijo Paolo para intentar relajarlos.

Paolo abandonó el punto en el que estaban los agentes y se encaminó al grupo de gente que estaba en círculo mirando hacia el suelo. Esa noche no había llovido ni una gota, por lo tanto el asesino no se había molestado en crear su ya habitual toldo para proteger el delito de las inclemencias del tiempo. Paolo agradeció enormemente no tener que seguir trabajando bajo la lluvia, las gotas tan finas caídas durante los días anteriores, sobre todo en tensión, molestaban sobremanera cuando intentaba concentrarse de pleno en la investigación.

Cuando uno de los subinspectores observó que el inspector llegaba hasta su posición se alzó rápidamente para saludarlo y ponerlo al corriente de todo lo que de momento sabían acerca de la muerte.

—Por desgracia le doy la bienvenida al lugar del crimen una vez más, inspector. El hombre que yace muerto en el suelo es el sacerdote Giovanni Di Salvo, llevaba su documentación en el bolsillo de la sotana. Le han degollado, como supongo ya se esperaba, lo curioso es que no ha sido aquí, frente a la iglesia, no hay sangre en este punto cuando debería haber una cantidad bastante importante de la misma. En el lugar dónde lo hayan matado, lo han desangrado. Según la versión de los agentes con los que ya he visto que ha hablado, parecía que las dos sombras andaban juntas, una al lado de la otra, pero lo más seguro es que el padre haya sido arrastrado por el asesino hasta este punto, donde lo dejó caer sin contemplación.

—Es lo más lógico, aunque sea de noche, es una zona transitada y no ha querido arriesgarse, mejor traer los deberes hechos de casa.

—Supongo que sí, como dice, sería lo lógico. El caso es que una vez más no tenemos nada con lo que poder trabajar, la unidad científica está intentando, por activa y por pasiva, encontrar la más mínima prueba que pueda incriminar a una persona o al menos nos diga claramente cuál será su siguiente paso dentro de esta barbarie. Pero nada de nada, desde luego este loco sabe lo que se hace.

—No cometa el error de llamarlo loco, no sea tan ingenuo, hay un millón de maneras de salir imputado en un asesinato y nuestro “loco” no ha cometido un solo error todavía. Actúa de una forma nada usual, pero desde luego no como un loco, si estuviera loco ya lo hubiésemos encerrado en la cárcel.

—¿Lo admira, inspector? —preguntó algo sorprendido el subinspector.

—Para nada, no se equivoque, pero no debemos subestimarlo. No hace falta recordar que damos los pasos que él quiere que demos en el momento que él quiere que los demos, si esto fuese un partido de fútbol, de momento, nos estaría ganando por goleada.

El subinspector calló a eso, sabía que el inspector tenía razón en sus últimas afirmaciones.

—Bueno —prosiguió Paolo—, si no tienen nada más por el momento, me marcho ya a la central, en cuanto llegue la orden por parte del juez, quiero el cadáver sobre la mesa del doctor Meazza, ¿me han entendido?

El subinspector asintió.

Dicho esto último dio media vuelta y se encaminó un día más hacia la central.