Por esta vez, en la sala de autopsias no se reveló nada que pudiese indicar una nueva pista sobre el próximo homicidio. El doctor Meazza había buscado por todas partes algo que ayudase en el caso, pero nada fuera de lo común apareció en el cadáver del sacerdote. Paolo se sentía más frustrado que nunca, ahora parecía que el asesino había dado un paso hacia atrás con su diversión a la hora de dejar pistas para que pudieran seguirle aunque fuese de lejos. Tan solo había indicado cómo moriría su próxima víctima, revelando el próximo apóstol al que emularía, pero nada más.
Para colmo, aún desconocían la identidad del sacerdote, habían sido incapaces hasta el momento de ponerle nombre y apellidos, pues este no portaba ninguna identificación consigo. Como última opción habían probado con sus huellas dactilares para ver si la base de datos arrojaba algún resultado, pero claro, para eso, el sacerdote debía de tener antecedentes, y eso no era algo muy común. Era evidente que no era porque no delinquieran, sino porque en muchas ocasiones el vaticano pedía favores especiales para que ese “pasado” se borrara para siempre.
Sin dejar rastro.
De todas maneras para confirmar si aparecía en la base de datos todavía tenía que esperar un poco, demasiado delincuente con el cual cotejar las huellas.
Sentado en su despacho, con el padre Fimiani frente a él, Paolo miraba fijamente la pantalla de su ordenador. No tenía nada puesto en ella salvo el escritorio, pero no apartaba la vista de la misma como si no pudiese salir de su propio ensimismamiento. Repasó mentalmente una vez más los acontecimientos para intentar averiguar si se le escapaba algo, pero no encontraba nada nuevo entre sus pensamientos.
Era como buscar una aguja en un pajar.
—¿Puedo preguntarle una cosa, inspector? —el padre Fimiani rompió el ya incómodo silencio.
—Dispare —
—Verá, supongo que ya ha llegado a la conclusión de que el asesino tan solo actúa por la noche, quizá amparado por una oscuridad que necesita por encima de todo y una falta de ojos.
—Así es, ¿y?
—¿No ha pensado en aumentar el número de efectivos en las calles? Quizá puedan evitar algo, solo el hecho de molestar al asesino en su trabajo ya sería un paso importante para poder prevenir futuros asesinatos.
—Claro que lo he pensado, padre, supongo que es el típico primer pensamiento que nos viene a todos a la cabeza, pero párese a pensar, ¿ha visto lo grande que es la ciudad? ¿Dónde ponemos esos efectivos? ¿Cuántos necesitaríamos? Sería algo de una magnitud bíblica, nunca mejor dicho… Además, creo que nuestro amigo ha demostrado que no es ningún bobo y acabaría encontrando la forma de volver a fastidiarnos. Piense que puede dejar el cadáver en cualquier esquina de Roma y creo que ningún cuerpo de policía del mundo está preparado para algo tan inmenso. Mientras no consigamos establecer un patrón que nos indique su manera de actuar, me parece que no podremos hacer nada al respecto.
El padre Fimiani sopesó las palabras de Paolo, no lo había visto de esa manera.
—Tiene razón, supongo que no he pensado bien los pros y los contras de eso que le he propuesto. He sido un idiota al creer que podría encontrar la solución tan fácil.
—No diga eso, padre, a usted le pasa lo que a mí, quiere atrapar a ese tipo por encima de todo. Yo, desde el punto de vista policial. Usted, desde el punto de vista eclesiástico pues les están atacando directamente, pero la razón real de ambos es que no queremos que mueran más personas, sean sacerdotes o bomberos.
El padre Fimiani asintió y ambos volvieron a quedar callados momentáneamente. Pasaron un par de minutos y alguien llamó a la puerta del despacho de Paolo, sacando a ambos de sus pensamientos.
—Inspector —era uno de los subinspectores—, ya tenemos el resultado de la búsqueda de la identidad del sacerdote, hemos obtenido un resultado positivo.
—¿Positivo? —Paolo no daba crédito. Para nada esperaba eso. Resultaba que el sacerdote sí tenía antecedentes—, vaya, es una sorpresa, cuéntenos.
—Se trata del padre Emiliano Passarotti, es un sacerdote de una pequeñísima iglesia a las afueras de roma, tenía 58 años recién cumplidos.
—Vaya, ¿y por qué razón estaba fichado? —A Paolo era quizá la parte que más le interesaba.
—Según el sistema, por un pequeño robo a mano armada que cometió hace unos cuantos años. Algo sin importancia pues seguidamente de esto, según me he informado comenzó su carrera sacerdotal y todo quedó en nada.
—Bueno, al menos ya tenemos un nombre —dijo enarcando una ceja—, no nos sirve de mucho más, pero ya sabemos cómo llamar al cadáver.
—Si no me necesita para nada más, me retiro a seguir con mis quehaceres, aquí le dejo el informe que he elaborado con estos últimos datos —dijo a modo de despedida el subinspector mientras dejaba encima de la mesa el dossier con todo lo averiguado acerca de la vida del sacerdote.
Seguidamente, salió del despacho.
Paolo cogió el informe y comenzó a echarle una ojeada.
—Vaya, admito que me he quedado un poco sorprendido cuando he visto que nuestro sacerdote tenía antecedentes, era algo que de ninguna manera me esperaba —dijo Paolo sin levantar la vista del informe.
—¿Y eso?
—No sé, es un sacerdote y no me cuadra la idea de que una persona que predica cosas tales como “no robarás”, lo acabe haciendo él mismo.
—Inspector Salvano, creo que usted tiene un concepto algo equivocado acerca de los sacerdotes, piense que no nacen predicando, que ante todo son personas que, en algún momento de su vida sienten la llamada de nuestro señor para difundir su palabra. Antes de ser sacerdote una persona puede haber llevado una vida de pecado y darse cuenta en un determinado momento que ese no es el camino y que necesita otro para sentirse totalmente realizado. Además, no sabemos las razones que le llevaron a cometer ese robo, quizá lo hizo por una necesidad imperiosa de comer, no lo justifico ni mucho menos, pero no debemos juzgar si no queremos ser juzgados, esa es una de las máximas de la iglesia.
Paolo quedó impresionado con el planteamiento que le acababa de hacer el padre Fimiani, tenía mucha razón en lo que decía, pero no pudo evitar acordarse de repente de los casos que se veían casi semanalmente, de sacerdotes ya ordenados desde hacía muchísimo tiempo y que habían visto esa senda de la luz de la que hablaba el padre Fimiani y cometían verdaderas atrocidades, y que, lo peor de todo, salían completamente impunes.
Pero no le apetecía discutir sobre ese tema, por el momento.
—Siento mucho haber prejuzgado al sacerdote, padre —dijo al fin Paolo optando por la paz en sus palabras—, quizá no lo había visto desde esa perspectiva que usted me comenta, he tenido algo así como unos prejuicios positivos.
El padre Fimiani relajó el rostro. Parecía que aquello le había molestado sobremanera.
—No se preocupe, inspector, su opinión es la de mucha gente, es algo natural supongo, nadie es bueno ni nadie es malo, todos somos personas que podemos actuar en determinados momentos de nuestra vida de mejor o de peor manera.
El inspector asintió. Él había tratado de obrar siempre con la mejor intención posible, pero reconocía que en alguna ocasión había dejado las leyes de lado.
Nadie era perfecto.
—Bueno, pues me parece que a parte de esto que tengo aquí —dijo moviendo el informe de manera airada con una mano—, no tenemos nada más. Supongo que una vez más nos tocará esperar aquí sentados hasta que nuestro amigo decida volver a matar, que supongo que será pronto.
—Pues vaya una faena —dijo el sacerdote mientras negaba con su cabeza.
—Supongo que alguna vez debe de acabársele la suerte, por muy inteligente que pueda parecer este tipo, en alguna ocasión debe de cometer un error, por pequeño que sea y yo estaré ahí preparado para echarle el guante encima, de eso no me cabe duda.
El padre Fimiani ni miró a Paolo mientras pronunciaba esas palabras, estaba totalmente embobado mirando hacia el frente, pensativo.
—Padre ¿me ha oído?
De repente, se levantó de su silla como si esta quemara y se dirigió rápido hacia la puerta.
—Padre, ¿a dónde va? —dijo Paolo sorprendido.
—He de realizar una consulta, si confirmo mis sospechas, todo dará un giro interesante. Nos vemos lo antes posible.
Salió por la puerta dejando a Paolo atónito.