Capítulo 14

La noche había sido un completo desastre, no había logrado conciliar apenas el sueño. Normalmente, en los casos que había resuelto con anterioridad, el asesino había dejado alguna pista que les pudiese acercar lo más mínimo a él, nadie era perfecto con sus crímenes y eso lo había comprobado a lo largo de los años. Un pelo, una huella, a algunos hasta se les caía la baba encima de sus víctimas, algo… pero nada, el asesino había dejado exactamente lo que quería que encontrasen, una pluma de gallo para no dejar lugar a dudas en su anterior crimen y unas raspas de pescado para indicar cómo sería el próximo. Nada más. No podía asegurar que hasta el momento ese hubiera sido su único crimen, aunque todo apuntaba que sí pues parecía que el homicida actuaba para que todos vieran sus actos. A pesar de solo haber encontrado un cadáver, tenía el presentimiento de que iba a ser uno de los casos más difíciles de resolver de toda su carrera.

Su mente no consiguió relajarse ni un solo segundo durante toda la noche, miles de pensamientos y posibilidades le asaltaban sin parar como si fuesen balas proyectadas a su cerebro, una incesante ráfaga que, con cada disparo, Paolo sentía que se alejaba más y más de lo que seguramente sería la realidad, su imaginación no esgrimía nada que pudiese ser en un principio real.

Quizá producto de esa horripilante noche, su humor, mientras se dirigía hacia la basílica de San Pablo Extramuros, era de auténticos perros. Él mismo se dio cuenta de aquello al comprobar que en tan solo dos días su buen humor habitual casi había desaparecido por completo.

La basílica de San Pablo, se encontraba a unos once kilómetros de la basílica de San Pedro, pero aún así no es parte de la república italiana, si no que es una propiedad extraterritorial de la Santa Sede. Se trata de la segunda basílica más grande de Roma después de la propia basílica de San Pedro. Según la tradición, la iglesia se encuentra justo encima de los restos de San Pablo de Tarso y que, durante unas excavaciones que tuvieron lugar durante el año 2006, se encontró un sarcófago con lo que podrían ser los restos del santo, pero que aún no se había decidido si se debía de abrir o no, por lo que no se había podido demostrar que estuviera enterrado realmente ahí.

Una vez llegó a la misma con cara de pocos amigos se dirigió a la nueva carpa que habían montado, la lluvia no había dejado de caer todavía y se encontraban en la misma posición que con el anterior cadáver.

Cuando pasó al interior de la misma, por desgracia, vio justo lo que esperaba ver.

En una cruz con forma de “x”, montada tan rudimentariamente como la anterior, la de la muerte de San Pedro, yacía el cuerpo sin vida del sacerdote Alfredo Melia, que a pesar de estar muerto, permanecía con los ojos abiertos de par en par.

—Estábamos esperándole, inspector, mire…

—Ahora no, subinspector —Paolo cortó de golpe al Carabinieri, que quedó boquiabierto ante la poco habitual falta de educación del inspector.

Paolo se acercó un poco más al cadáver, quería verlo de cerca.

La cruz llevaba el mismo “paraguas” que en el caso anterior, pero a diferencia del padre Scarzia, al padre Melia lo habían atado a la cruz, no lo habían clavado a los maderos. Era algo que Paolo también esperaba pues había leído que al apóstol Andrés también lo crucificaron de esa manera, para prolongar su sufrimiento debido al dolor del entumecimiento de las extremidades con la presión de la cuerda.

Aparte de eso, y de un gran charco de sangre en el suelo, Paolo no veía nada más digno de remarcar, una vez más debía de esperar para ver qué podía aportarle el forense en la sala de autopsias.

—Supongo que nadie ha visto nada, ni nadie sabe nada, ni nadie ha encontrado nada y todas esas memeces —dijo Paolo mientras se daba la vuelta dirigiéndose inmediatamente al subinspector.

—Efectivamente, inspector.

—No sé para que me molesto en preguntar… ¿quién ha dado el aviso esta vez?

—Una monja, señor, si quiere interrogarla está ahí fuera, junto al psicólogo.

—No, dejo ese trabajo para otros, ahora importa más encontrar alguna pista que nos lleve a ese cabrón, por pequeña que sea.

Paolo miró cómo el grupo de criminalística trabajaba una vez más sin descanso tomando muestras de absolutamente todo lo que había en el perímetro de seguridad del cadáver.

—¿Ha llegado ya la orden para el levantamiento del cadáver? —quiso saber este.

—Así es inspector, pero una vez más el Vaticano nos tiene atados de pies y manos, debemos de esperar a que decidan dejar que nos lo llevemos a nuestras dependencias.

—Eso tiene una fácil solución.

Paolo recordó la tarjeta que le había dado el padre Fimiani la tarde anterior, si querían que estos asesinatos se resolviesen lo más pronto posible, el Vaticano tendría que colaborar un poco más.

—Escúcheme bien, subinspector —dijo Paolo—, en cuanto llegue la orden definitiva para que se lleven al padre a nuestras dependencias para la autopsia, quiero que desmonten la cruz con mucho cuidado y que, con más cuidado todavía, separen los dos maderos y se fijen si hay algo oculto en la intersección de ambos. Y muy importante, necesito que nadie lo toque ni lo procese hasta que pase por mis manos, quiero ser el primero. ¿Entendido?

—Muy claro, señor.

Paolo abandonó la escena y se dispuso a llamar al padre Fimiani para pedirle que dejaran de obstaculizar la investigación y, al mismo tiempo, pedirle que se reuniera con él en la sala de autopsias.

Estaba convencido de que lo iba a necesitar una vez más.