Ante lo incrédulo de sus ojos se encontraba lo que nunca esperaba volver a ver frente a él, algo en lo que si hubiese apostado que no iba a pasar, hubiese perdido todo lo invertido.
Era Carolina.
Estaba tan inmensamente guapa como él alcanzaba a recordar, nada en su rostro había cambiado ni lo más mínimo, excepto la luz que veía en su rostro cuando sus miradas se encontraban, esa luz desde luego ya no se encendía en la tez de Carolina. Seguía vistiendo como ella solía, con sus típicos jeans ajustados y camisetas ceñidas, en la mano derecha portaba la misma maleta con la que él la vio marchar.
Al ver esa imagen casi se quedó sin aliento.
Sus miradas apenas se llegaron a cruzar pues Carolina enseguida apartó los ojos de Nicolás nada más verlo, pero su expresión no delataba sorpresa alguna, por lo que Nicolás pudo deducir que al contrario que él, ella ya sabía que se reencontrarían allí, en esa estancia, y a pesar de todo eso ella había accedido a ir.
¿Por qué?
Aunque hubiese querido, Nicolás, nunca podría haber sospechado que se produciría tal situación, pensó en una nueva ocasión (y aquel era un pensamiento que hacía demasiado que no venía a su cabeza), que la vida era totalmente impredecible, que todavía le aguardaban algunas sorpresas agradables.
Y eso le causó una gran satisfacción.
Nicolás salió por un momento de su ensimismamiento y se dio cuenta de que se había quedado totalmente pasmado, como un bobo y decidió levantarse para al menos, saludar verbalmente a Carolina, pero cuando se alzó, comprobó cómo había perdido totalmente el habla, por más que lo intentaba, las palabras no conseguían salir de su garganta.
Pasaron unos segundos que le parecieron eternos y en los cuales no consiguió otra cosa que sentirse avergonzado por lo ridículo de su posición, al percatarse de esta situación tan incómoda Edward decidió intervenir para acabar con ella de golpe.
—Señorita Blanco —dijo mirando fijamente a una impasible Carolina—, no sabe cuánto me alegra que haya aceptado mi invitación, tenía serias dudas de si ustedes dos —se volvió hacia Nicolás que seguía de pie sin moverse— vendrían a mi castillo, pues sé que no les he dado mucha información respecto al asunto de mi requerimiento.
—¿Qué no ha dado mucha información? Digamos las cosas claras, señor Murray, por lo menos a mi no me ha dado ninguna.
Nicolás sufrió un acuchillamiento más al escuchar después de tanto tiempo la voz de la joven, que a su parecer sonaba mucho más dura que antaño.
—Discúlpeme de verdad, me estoy comportando como un pésimo anfitrión y eso es algo inaceptable por mi parte, por favor, agréguese a nosotros y permítame que lo arregle explicándoles a ambos el motivo por el cual se encuentran aquí, les aseguro que acabarán entendiéndolo todo y no se sentirán engañados, como puedo leer en sus rostros en estos momentos.
El semblante de Carolina se destensó para asombro de Nicolás, pero no de Edward, que una vez más había conseguido hacerse con el control más absoluto de la situación con su tono de voz y sus exquisitas palabras y modales. Nicolás sintió una profunda envidia sobre el hombre, pues él anhelaba tener ese don que le permitiera autocontrolarlo todo.
Carolina obedeció dócilmente, dejó la maleta en la puerta y se acercó hacia donde estaba sentado Edward y de pie Nicolás, que acabó sentándose con una ligera mirada del dueño del castillo. Carolina tomó asiento todavía sin mirar a Nicolás en un sillón y se dispuso a escuchar la historia que iba a contarles aquel hombre.
—Bien, como pueden observar les he llamado a ambos, a pesar de ser conocedor de cómo acabó su idilio hace un año, y créanme, no pretendo martirizarlos pero necesito con urgencia su ayuda, si no, no les hubiese reclamado aquí.
Ambos abrieron los ojos como si de platos se tratase, desde luego Edward sabía más de lo que un principio ellos hubiesen podido imaginar.
—¿Cómo sabe usted…? —preguntó Nicolás que al fin pudo articular palabra.
—Digamos que tengo ojos y oídos en todos los sitios, es importante tenerlos, me gusta estar al corriente de todo, es una ventaja de llevar el apellido Murray en estos momentos, que no tengo problema alguno de solvencia para averiguar casi todo lo que necesite.
—Entonces si tiene tanta gente y tanta solvencia, ¿para qué diablos me necesita? —Carolina habló en singular por lo que Nicolás añadió un nuevo cuchillazo en su larga lista.
—Les necesito —respondió Edward al darse cuenta del detalle haciendo énfasis en el “les”—, porque hay cosas que el dinero no puede comprar, como la inteligencia, la tenacidad y la capacidad de resolver enigmas imposibles, y ahí entran ustedes dos, estoy seguro de que jamás encontraría algo parecido a ambos.
Aquello cada vez se estaba tornando más y más raro.
—¿Y qué es lo que le hace pensar que nosotros sí somos las personas que necesita? —Nicolás sí que prefirió hablar en plural.
—Es muy sencillo, hace un año y medio demostraron que están capacitados de sobra para este encargo que les tengo reservado.
Nicolás pegó un pequeño salto en su asiento, casi había olvidado el motivo principal que le había impulsado a tomar ese avión, ese hombre al que parecía divertirle su asombro sabía algo que en principio era imposible que supiera. Dirigió su mirada a Carolina para ver si su sorpresa era parecida a la suya pero contempló una vez más como su cara fría e impasible miraba fijamente a Edward, sin prestar la menor atención a la presencia de Nicolás en la sala.
—Creo que me debe una pequeña explicación sobre ese pequeño asunto —dijo Nicolás intentando recuperar la serenidad que de pronto había perdido.
—No sea impaciente, se lo ruego. Todo a su debido tiempo, mi joven amigo, ahora importa mucho más el motivo por el que se encuentran aquí.
—Soy toda oídos —dijo Carolina.
—Como les dije a ambos por teléfono, necesito que investiguen acerca de un asesinato.
—Sí, eso ya lo sé —respondió Nicolás cada vez más molesto por el cúmulo de preguntas sin respuesta que guardaba en su interior—, ahora me gustaría que me explicase, si es tan amable, qué tipo de asesinato no puede investigar alguien de este bello país para que tenga que haber dejado de lado mis obligaciones como inspector jefe para venir.
—Es un asesinato que no pueden investigar por dos razones, mi querido inspector, la primera es que no quiero involucrar a nadie que no me inspire confianza…
—¿Y yo se la inspiro?, si ni siquiera me conoce —contestó molesto el joven.
—Más de lo que usted cree —añadió sonriendo—, como le decía, la primera razón es esa, y la segunda y más importante es que es un asesinato que ni acaba de ocurrir en estos instantes, ni cuando ocurrió fue dentro de este país. Digamos que simplemente quedó sin resolver.
—Estupendo, otro jeroglífico más… Le juro que no le entiendo cuando me habla. Por favor, ¿puede usted hablar claro ya de una vez? —la voz de Nicolás denotaba una tensión evidente.
—¿Y de qué asesinato se trata? —quiso saber Carolina, algo más tranquila.
El anfitrión hizo una pausa de algunos segundos y se preparó para decir el motivo de la visita de ambos, por fin habló.
—Se trata del asesinato de su padre, señorita Blanco.