El vuelo desde el aeropuerto de Barajas, en Madrid, hasta el aeropuerto de Glasgow transcurrió de forma tranquila y sin el menor percance. El trayecto duró 6 horas por lo que su vuelo, que salió sin retraso alguno a las 6 de la madrugada, llegó como había previsto la voz masculina, a las 12 del mediodía.
Nicolás no pudo evitar pensar en el tono que había adquirido la voz de Alfonso, que se dividía entre asombro, perplejidad y satisfacción, cuando lo llamó al teléfono móvil para comunicarle que repentinamente aceptaba su oferta de vacaciones, este último no paraba de preguntar insistentemente en qué le había hecho cambiar de opinión, a lo que Nicolás se limitaba a responder con el tono más tranquilo que podía, que era porque se sentía algo cansado por tanto trabajo y necesitaba un pequeño descanso sin importancia. Alfonso le concedió tres semanas con opción a una más, si acaso la necesitaba, según trascurriesen los acontecimientos en Escocia, la pediría sin dudarlo ni un solo instante.
Desayunó en el avión, una azafata rubia muy amable le había ofrecido un café con leche y algunos bollos que él aceptó encantado, la noche anterior no había podido comerse lo que había comprado debido al nerviosismo producido por la llamada, por lo que se encontraba bastante hambriento. Ofrecieron un par de películas de acción del momento a las cuales Nicolás ni prestó la menor atención, tenía la mente demasiado ocupada con sus propios pensamientos como para seguir el hilo de cualquier largometraje.
Sus pensamientos se concentraban en su totalidad en la inquietante voz telefónica que había escuchado la noche anterior, tenía algo que te atraía a ella, era una voz bastante firme pero a la vez era cálida. Puede que por eso tomó la extraña decisión de personarse así sin más en aquel país, no era propio de él tomar decisiones sin apenas haberlas meditado, pero allí estaba, sentado en ese avión. Por otra parte, quizá lo hubiese ayudado también el morbo, el morbo por no saber de qué trataba el asunto, el morbo de no saber por qué se le había solicitado allí a él en un país que seguramente estaría repleto de buenos investigadores.
Además, esa alusión al incidente de hacía un año y medio…
Bajó del avión y se dirigió al interior del aeropuerto dispuesto a recoger su equipaje, no sabía para cuanto tiempo había venido realmente y por lo tanto optó por no traer mucha ropa dentro de la maleta para poder facturar sin problemas, si por un casual le hiciese falta algo más, ya la compraría en alguna tienda de allí, ¿no había dicho la extraña voz que no se preocupara por los gastos?
No pensaba hacerlo.
Una vez recogida su maleta miró a su alrededor varias veces, nadie parecía fijarse en él y eso extrañó sobremanera a Nicolás, ¿acaso la voz no le dijo que venían a recogerlo o había sido imaginación suya? Echó un vistazo más general intentando encontrar a alguien que mostrara el menor interés hacia él, pero nadie reparaba de su presencia en aquel aeropuerto, allí era un dibujo más en aquel lienzo.
Al no ver respuesta alguna por parte de los allí presentes, decidió salir hacia fuera, echaría un nuevo vistazo y si ya no veía nada llamaría de nuevo al número que quedó pegado al billete de avión.
Salió y miró de nuevo a su alrededor, podía verse un gran bullicio de gente entrar y salir del edificio, pero no veía a nadie interesarse lo más mínimo por su persona.
Nicolás empezaba a inquietarse.
Hasta que lo vio.
De pie, a su derecha pero a una distancia considerable se encontraba un hombre de unos cincuenta y pico años, con el pelo algo canoso que miraba fijamente hacia la puerta de entrada principal del aeropuerto. Nicolás notó que en cuanto sus ojos se cruzaron, la expresión de la cara del hombre cambió ligeramente. Pasaron unos treinta segundos mirándose el uno al otro hasta que Nicolás decidió dar el primer paso y acercarse a la posición del extraño, ¿sería aquel hombre el enigmático señor Murray?
Antes de llegar a su lado, este dio un paso adelante y extendió la mano para saludar a Nicolás. Este a su vez hizo lo propio con la suya, un poco desconfiado ante aquel gesto repentino.
—Buenas tardes, supongo que no me equivoco al pensar que es usted el inspector Nicolás Valdés —dijo en un más que correcto castellano.
—Así es, y usted es…
—Mi nombre es David Hoff, soy ayudante personal del señor Murray, encantado de conocerle.
—Igualmente, ¿ayudante personal?
—Sí, para que usted me entienda soy… digamos que como una especie de mayordomo… sólo que en este caso yo no limpio la casa ni le preparo la comida, para eso el señor Murray tiene personal contratado —rio.
Nicolás sonrió levemente.
—Creo que es hora de que nos encaminemos hacia nuestro destino, el señor Murray está deseoso de recibirlo y le espera con mucho ansia.
—Y… ¿A dónde vamos si se puede saber? —quiso saber Nicolás.
—Al castillo de la familia Murray.
Nicolás se sorprendió gratamente al escuchar esas palabras.
Montó en la parte trasera de un coche negro de aspecto antiguo a la par que elegante, parecido a un Rolls Royce pero de una marca que desconocía por completo. Era la primera vez que veía desde dentro un coche con el volante en el lado contrario y eso lo fascinó, aunque en el fondo le ponía algo nervioso. No recordaba que en Escocia, al igual que en Inglaterra, también se conducía por el carril contrario al que se conducía habitualmente.
Dejaron atrás el aeropuerto a una velocidad a la que Nicolás podría haber definido como de bicicleta, todos y cada uno de los coches adelantaban la antigualla y eso comenzó a desesperar al inspector.
—Perdone señor Hoff, ¿no podríamos ir un poco más rápido?
—Este no es un coche concebido precisamente para correr inspector, es uno de los más de cien que tiene el señor Murray en colección, es una de sus pasiones, tan solo este coche en su moneda tiene un precio de… —se quedó pensativo—, quinientos mil euros, si no me equivoco.
Nicolás dio un salto en el asiento, él hubiese necesitado una vida entera trabajando para poder pagar ese coche, y aún así no estaba seguro de haber podido hacerlo.
—De todas maneras, no estamos lejos en absoluto del castillo de la familia Murray, relájese y disfrute del magnífico paisaje, estoy seguro de que no ha contemplado tanta belleza en toda su vida.
Tenía razón, el paisaje era simple y llanamente maravilloso. Pasaron por una carretera que atravesaba un bosque en el cual tan sólo se veía vegetación en varios tonos de verde, bastante frondosa y, de vez en cuando, algún curioso ciervo que los observaba pasar con la mirada fija en ellos. Nicolás agradeció enormemente ese momento, necesitaba relajar su mente y desde luego lo estaba consiguiendo en un tiempo récord, había dejado atrás el bullicio, el estrés, las manadas de coches de Madrid, los pitidos de los cláxones de los vehículos, las ambulancias, sirenas de policía. Todo aquello había dado paso a la tranquilidad, al sosiego, al bienestar… Iba en busca de lo desconocido a un país que no había visitado nunca, pero eso le daba igual mientras miraba por la ventana contemplándolo todo, cuando regresara a Madrid, le diría a Alfonso que tenía razón, necesitaba unas vacaciones.
Si regresaba.
Los bosques frondosos que acariciaban el camino dejaron de acompañarlo para dar paso a una extensa pradera de un verde impresionante a la vista. Poco a poco comenzaba a vislumbrarse el gigantesco castillo de la familia Murray.
Majestuoso e imponente, se alzaba a lo alto de una pequeña y baja colina presidiendo el verde valle. El nuevo “amigo” de Nicolás sonrió al mismo tiempo que veía la cara de asombro de su acompañante, todo el mundo que veía por primera vez aquel gigantesco edificio manifestaba emociones similares, era imposible quedar indiferente ante tanta belleza.
En lo primero que se fijó Nicolás fue en las centenarias paredes del edificio, la piedra, lógicamente debía de ser antiquísima, pero para el asombro del inspector parecía nueva, recién colocada, como si no tuviera más de diez años de antigüedad, debido, sin duda alguna por el excelente cuidado al que era sometido el castillo. Según pudo contar a primera vista, el edificio tenía tres plantas llenas de una infinidad de ventanas, sintió un leve mareo al intentar imaginar el número de habitaciones que podría contener el inmueble, tendría que ser al menos un centenar.
David detuvo el coche frente a una enorme valla negra que comenzó a abrirse de manera automática a los pocos segundos de estar allí parados. Siguieron avanzando por un camino bordeado de unos jardines tan bien cuidados que, Nicolás pensó que se debía de cobrar entrada tan solo para poder contemplarlos. Aparcaron el coche frente a unas extensas escaleras y ambos bajaron de él encaminándose a la entrada principal del impresionante edificio.
Nicolás esperó a que el asistente del señor Murray abriera el gran portón de madera con la no menos impresionante llave que, no sabía decir de qué manera, guardaba David en el bolsillo de su pantalón.
Accedieron dentro.
En el interior, el castillo no defraudó en absoluto a Nicolás, esperaba ver muebles antiguos y armaduras por doquier y sus deseos fueron complacidos como a un niño que sopla frente a una tarta llena de velas el día de su cumpleaños. Todo estaba decorado prácticamente como si todavía estuvieran en el siglo XV, muebles de madera rústica, cuadros con gente que parecía ser muy importante en poses de lo más inverosímil… si no hubiera sido por que estaba iluminado con grandes y majestuosas lámparas, Nicolás hubiera jurado que al cruzar la puerta había entrado en una especie de máquina del tiempo que lo había transportado seis siglos atrás.
—Sígame por aquí, inspector.
Nicolás obedeció como el perro fiel a su amo y siguió al asistente por un pasillo que hacía de distribuidor de las habitaciones en la planta baja, decorado con decenas de armaduras que con su alabarda parecían vigilantes a la espera de cualquier peligro para realizar su intervención. Pasaron unas cuantas puertas que permanecían cerradas a cal y canto hasta que el asistente se detuvo en una que tenía puerta doble.
—Por favor, entre y póngase cómodo —dijo David nada más abrir la puerta—, iré en busca del señor Murray. Espérenos aquí si es tan amable, en breve estaremos con usted.
Nicolás asintió y entró en la estancia.
Nada más entrar le llamó la atención un gigantesco cuadro de más de dos metros de alto que presidía la sala encima de la chimenea, en él aparecía un señor pelirrojo con la cara bastante pecosa vestido con las típicas medias y falda escocesas, a su lado, en su costado izquierdo aparecía un perro grande y peludo cuya raza Nicolás no supo identificar. El hombre tenía la mano encima de la cabeza del perro como si estuviera acariciándolo, en la mano derecha, el desconocido del cuadro tenía una espada enorme que apoyaba en el suelo cerca de sus pies, pensó que debía de ser o un antepasado o quizá el propio señor Murray.
Una vez pudo apartar la vista del enorme cuadro echó una ojeada al resto de la habitación, era extraordinariamente amplia y decorada similarmente al resto de la casa, con muebles antiguos y cuadros, aparentemente caros. Una gran estantería lleno de cientos de libros llamó la atención de Nicolás, este se acercó para poder ver de qué trataban los volúmenes.
Apenas entendió de qué iba alguno.
Mientras observaba intentando descifrar lo que ponía en uno de los tomos, las dos puertas por las que había entrado se abrieron sin previo aviso, Nicolás se giró sobre sí mismo, bruscamente.
En la estancia entró David Hoff acompañando a un hombre de unos 70 años de edad con el pelo canoso y porte elegante, en su mano izquierda llevaba un bastón con acabados en oro en la empuñadura que sin duda sólo llevaba para distinguir su clase de los demás, pues no parecía valerse de él para necesitar caminar ya que sus pasos eran firmes y decididos.
Era sin duda el anfitrión, Edward Murray.
Ambos se acercaron a la posición en la que se encontraba Nicolás.
—Es un placer conocerle al fin, inspector Valdés, sentía un gran deseo de tenerle en mi humilde morada junto a mí, como ya habrá podido dilucidar usted solito, soy Edward Murray —dijo con voz enérgica tendiéndole la mano opuesta a la que llevaba el bastón.
—Encantado, puede llamarme Nicolás —dijo este mientras tendía su mano al anciano.
—Pues entonces llámeme usted Edward, por favor.
—Así lo haré.
—¿Puedo ofrecerle algo de comer o beber?, no sé cómo le han tratado en el vuelo, intenté encontrarle la mejor compañía que pude, pero el poco tiempo del que dispuse no me dejó encontrarle nada mejor.
—No se preocupe, no me apetece nada, me han tratado muy bien, se lo agradezco, creo que deberíamos ir directos al grano. Quiero que me explique qué hago aquí, ahora mismo debería estar en mi despacho ocupado con mis asuntos de la comisaría.
Edward asintió, sabía que le debía una explicación.
—Tiene usted razón, pero por favor, sentémonos pues este tema no es muy fácil de abordar, es más complicado de lo que pueda parecer.
Los tres se dirigieron al centro de la sala en la cual había una mesita de madera con unos sillones aparentemente cómodos, tomaron asiento.
—Pues bien, si le estoy dando tanto rodeo y no le digo directamente la razón por la que se encuentra aquí en estos momentos, es porque no quiero tener que explicar el asunto dos veces.
—Me parece que no lo sigo del todo señor Murray… —dijo Nicolás intentando comprender a que se refería su anfitrión.
—Es muy sencillo, digamos que no estamos todos los que deberíamos estar en esta sala, falta…
De pronto el timbre sonó.
—Mire usted que oportuno, debe de ser el último asistente a esta reunión, por favor David, ¿puede hacer el favor de recibir a nuestro nuevo invitado y pedirle que nos acompañe a esta charla y así poder empezar?
—Por supuesto, en seguida estaré de vuelta —contestó un servicial David.
El asistente salió de la habitación en la que estaban sentados cerrando posteriormente la doble puerta.
Nicolás sentía una extraña sensación, un nerviosismo que no había sentido hasta ahora y no muy sabía bien por qué. Si bien había llegado algo alterado emocionalmente por el misterio que envolvía su viaje, la cálida voz de Edward la había apaciguado bastante, desde luego el hombre era poseedor de un carisma increíble y, según pensó Nicolás, con su suave tono de voz seguro que era capaz de conseguir frenar una guerra entre dos países con hostilidades solamente hablando con sus líderes y haciéndoles ver que estaban equivocados.
Por lo menos a él lo había calmado, y eso que tenía una guerra emocional en su interior bastante sangrienta.
Pero desde que había salido David por la puerta, en busca del nuevo asistente a aquella improvisada reunión, el desasosiego había regresado de golpe a él, multiplicado por mil y no sabía explicar por qué.
Pasó un eterno minuto hasta que David abrió majestuosamente el doble portón para dar presentación del nuevo asistente a la reunión, entonces y sólo entonces Nicolás comprendió que esa extraña sensación de malestar que sentía en su interior no era producto de la casualidad, era su intuición que le decía que algo grande estaba a punto de pasar.
No se equivocó.