Capítulo 1

Una vez más escuchó las mismas palabras de siempre, las habituales, las había escuchado ya una decena de veces pero aun así, no conseguía acostumbrarse a ellas.

—Sabes igual que yo que no puede ser, Nicolás, lo sabes pero no lo quieres reconocer y no puedo entender el porqué de tu encabezonamiento —dijo Carolina con los ojos llenos de lágrimas y la voz completamente rota. Mientras, su mirada se perdía de camino a sus propios pies—, esto no puede salir bien en la vida, por mucho empeño que pongamos… Bueno… Mejor dicho por mucho empeño que le pongas… Las relaciones a distancia no funcionan, no han funcionado nunca y nunca funcionarán. Olvídalo de una vez, por favor.

—Eso es algo que sólo depende de nosotros, de ningún factor más. Es una auténtica tontería lo que me estás diciendo, no te crees ni tú misma tus palabras. La distancia no es ningún impedimento para lo nuestro, esto es más que un simple sentimiento, no debemos dejar algo tan bonito como nuestra relación sólo por este motivo. Te juro que por más que intento encontrarlo, esto que me cuentas no tiene sentido alguno para mí.

—No, Nicolás, es un motivo más que suficiente, al menos lo es para mí. Yo quiero seguir, o mejor dicho, empezar con mi trabajo de una vez. Todavía no he tenido tiempo de ejercer para lo que he estudiado y soy toda una novata en esto, ya lo has comprobado en más de una ocasión, no tengo ni idea del trabajo de campo, tan solo sé de fechas y de datos estúpidos escritos en libros. Y tú —dijo por fin levantando la vista del suelo y mirándolo con unos ojos que hubieran enternecido al mismísimo Hitler—, sabes perfectamente que con tu trabajo y tu puesto no puedes dedicarte plenamente a una relación, cuando no estás con un caso que te hace pasar 23 horas en la comisaría, estás con dos más que te absorben el resto del tiempo mientras yo —hizo una pequeña pausa para tragar saliva—, te espero sola, sin poder hacer nada con mi vida. No puedo evitar sentir que puedo hacer algo más que esperar y esperar, valgo para mucho más que eso. Sé perfectamente que suena muy egoísta por mi parte, soy muy consciente y realmente lo siento, pero no veo otra opción que no sea esta.

—Si hace falta dejo…

—No, por favor —dijo Carolina mirando al suelo de nuevo y cortando en seco a Nicolás—, cállate, no quiero que comiences otra vez con la historia de que dejarás tu trabajo porque yo no quiero que lo hagas, no podría hacerte eso, es algo que no me perdonaría jamás, no sé por qué me lo vuelves a repetir. Nicolás, esta es tu vida, tu trabajo forma parte de ella y no puedes ni debes cambiarla por mí. Tampoco yo puedo ni debo cambiar mi vida por ti, todavía somos muy jóvenes y tenemos que buscar cada uno nuestro camino en este mundo. Quizá en él haya otra gente, quizá no, no lo sé, pero estoy segura de que es lo mejor para los dos, lo he pensado muchas veces y decididamente sé que lo es.

—No, es lo mejor para ti, lo has decidido tú sola, no metas lo que yo siento en tus decisiones. Creo que no tienes ni puta idea del daño que me estás haciendo, espero que nunca olvides eso… —dijo el inspector con un evidente tono de reproche.

—Algún día lo entenderás.

—Sinceramente, lo dudo mucho.

Carolina no aguantaba más la tensión que se había acumulado durante la situación, dio media vuelta y comenzó a andar secándose los cientos de lágrimas que sus ojos vertían al mismo tiempo que, sin poder controlarlo, derramaba un millón más.

No miró atrás, solo siguió caminando, desapareciendo por completo del campo de visión del inspector.

El joven quedó parado donde estaba, quieto, sin poder mover ni un solo músculo de su cuerpo.

Carolina se había marchado.

Todo había acabado.

Nicolás despertó con el cuerpo empapado en sudor, sobresaltado, una noche más. El recuerdo de Carolina y del dolor de su adiós todavía estaba muy presente en lo más profundo de su subconsciente, un subconsciente cuya única función parecía ser la de traicionarlo una y otra vez, dándole unos fuertes y despiadados latigazos muy difíciles de soportar. Ya había pasado un año desde la dolorosa despedida de Carolina, pero sabía que ese sentimiento era un lastre muy pesado y del cual, por más que quisiera, no podía librarse.

Nunca pudo pensar que una ruptura pudiera afectarle emocionalmente tanto, por lo general, siempre había sido una persona muy entera para todo a lo que se enfrentaba en la vida y se sorprendió a sí mismo en esa situación por la que estaba pasando. Además, ya hacía mucho tiempo desde que había ocurrido todo aquello y no podía ni quería seguir así, tenía claro que debía de encontrar una solución.

Pero sí, le estaba afectando y de qué manera.

Por su cabeza había pasado en más de una ocasión el ir a ver a un psicólogo para poder tratar el asunto, al menos para hablar con alguien del tema e intentar buscar algún tipo de ayuda externa, pero repudiaba la idea y la desechaba según le venía a la mente. Él siempre había respetado a las personas que por un motivo u otro lo necesitaran en algún momento de su vida, pero no se consideraba de ese tipo de gente y por mucho dolor que sintiera, no pensaba llegar a tal extremo.

Aunque también era cierto que, aunque le quedaba un largo camino para superarlo del todo, ahora mismo se encontraba mucho mejor que al principio de ocurrir todo, cuando ni quería salir a la calle a tomar un poco el aire y escapar de la soledad de su cada vez más estrecho y asfixiante piso.

Todavía algo adormilado, levantó el brazo y palpó varias veces para encontrar la lamparilla de la mesita que tenía al lado de la cama, cerró repentinamente los ojos cuando se sintió golpeado por la luz que emitía esta, miró el reloj en cuanto pudo abrirlos. Las seis y cuarto de la mañana.

Aún no entraba ni un solo ápice de luz por su ventana, una luz que no hubiese tenido realmente mucho que iluminar, pues desde la marcha de la joven, se había desecho prácticamente de toda la decoración de la habitación, dejando solamente una cama barata comprada en Ikea, así como una pequeña mesita de noche de color negro que servía para sostener a una austera lamparilla de color carmesí, algo antigua.

Sabía que si intentaba dormir de nuevo le costaría horrores, sobre todo después de semejante pesadilla y total, para qué intentarlo si a las siete en punto tenía previsto ponerse en pie para ir a la comisaría a comenzar una nueva y aburrida jornada de trabajo. Un trabajo que antes le apasionaba y por el cual ahora solamente sentía absoluta indiferencia.

Con un tremendo esfuerzo y aún algo adormilado se levantó de la cama, colocó las zapatillas de estar por casa en sus pies y se encaminó directo al cuarto de baño. Una vez dentro, se plantó frente al lavabo y lavó su cara mirándose directamente al espejo con una desgana ya por desgracia habitual, ya había tomado una ducha la noche anterior justo antes de acostarse a dormir, pero al tener tiempo de sobra, decidió hacer un poco de ejercicio matutino y volver a ducharse después.

Eso le mantendría ocupado, al menos por un rato.

Realizó cuatro series de abdominales superiores y cuatro inferiores, seguidamente ejercitó un poco los bíceps y tríceps con las mancuernas. A pesar de encontrarse en uno de los peores momentos de su vida, si acaso no era el peor de todos, le gustaba que su aspecto externo no dejara ver ese punto de flaqueza que sentía en su interior, sabía que la imagen decía mucho de una persona y en su puesto de trabajo debía mostrarse como una persona entera y fuerte, indestructible por así decirlo, algo desde luego muy alejado de la cruda realidad.

Después de una reconfortante ducha en la cual por unos instantes se sintió realmente aliviado, agarró la máquina de cortar cabello y la pasó suavemente por su barba de una semana y media, para dejársela con su típico aspecto semidescuidado que tanto gustaba, y así lo manifestaban una y otra vez, sus compañeras de trabajo. Una vez hubo terminado en el cuarto de baño, encaminó sus pasos hacia el armario donde guardaba la ropa con una extrema pulcritud, si algo no soportaba el inspector Nicolás Valdés era la ropa mal cuidada.

Emitió una leve sonrisa cuando observó la cantidad de trajes, camisas y accesorios que disponía en el interior del mueble. Reconocía que para él, su atuendo era algo demasiado personal y no le importaba lo más mínimo el gastar buena parte de su sueldo en tener dónde elegir y al mismo tiempo sentir que lo que rodeaba su cuerpo era de la mejor calidad posible. Sus cinco trajes de Armani (perfectamente dispuestos entre sus más de 30 trajes), su colección de camisas italianas hechas a medida e importadas para una conocida tienda de la capital española y sus corbatas de aspecto serio a la par que elegantes así lo confirmaban.

Aunque esa mañana no estaba de ánimo como para vestir sus mejores galas, así que se enfundó un traje de color oscuro, eligió una corbata acorde con el estilo del traje que acababa de colocarse y decidió bajar a comprar una barra de pan para el día en la acogedora tienda que tenía frente a su casa, además del periódico de la mañana en el kiosco que había solamente unos pasos más allá.

Una vez realizadas esas tareas y de vuelta en casa, miró nuevamente su reloj, algo desganado, las siete y cinco minutos de la mañana.

Sentado en la cocina desayunó un café y una tostada que le supo a gloria y, aunque no era la hora habitual en la que él se marchaba hacia la comisaría, bajó a la calle y observó su Peugeot 407 lavado apenas hace unos días. No pudo evitar pensar, como en tantas ocasiones, que tenía que cambiar de coche pues ese le traía una infinidad de recuerdos. Colocó la llave en el contacto y lo arrancó para encaminarse hacia su habitual día a día.

Después de aguantar resoplando como era costumbre el típico tráfico de Madrid a esas horas de la mañana llegó a su destino, aparcó el coche en su lugar correspondiente y entró.

En la comisaría, los compañeros que durante ese momento estaban terminando el turno de noche para dar paso a los del día, lo saludaron efusivamente, como era costumbre. En ese edificio todo el mundo respetaba sobremanera al inspector jefe Nicolás Valdés. Aunque realmente no conocían todos los detalles (ni seguramente los conocerían en la vida), todos los allí presentes, hasta los más novatos, sabían el importante y complicado caso que había resuelto hacía ya más de un año y medio.

Para ninguno de sus compañeros era un secreto lo buen policía que era.

Nada más terminar aquel difícil caso y también en gran parte debido al incidente que hubo con el anterior comisario, se le ofreció el máximo puesto sin que sus superiores lo dudaran un solo instante, pues si alguien estaba capacitado para llevar esa comisaría hacia un destino glorioso era él. Para sorpresa de casi todos, o no tanto para alguno de los compañeros que más lo conocían personalmente, rechazó el importante cargo alegando que a él le encantaba su actual puesto y que si le brindaban la oportunidad, le gustaría mantenerlo al menos un tiempo más, hasta que ya no le quedaran fuerzas en su cuerpo para patearse las calles de Madrid en busca de asesinos y demás malhechores, por lo tanto se designó a otro buen policía como comisario.

Después del pertinaz saludo a sus compañeros, Nicolás entró en su despacho y tomó asiento en su organizada y pulcra mesa. Emitió un largo suspiro mientras aparecía por enésima vez Carolina en su cabeza, en las veces que se sentaron frente a ese mismo PC (más bien en el que tenía hace un año, pues habían renovado todos los puestos informáticos por algunos de ultimísima generación) intentando disimular la evidente atracción que sentían el uno por el otro, trató una vez más borrar esos recuerdos de su cabeza y recuperar la frialdad que lo caracterizaba y que debía tener mientras estaba en esa silla desempeñando su trabajo.

Cuando la joven desapareció de su vida ambos prometieron seguir en contacto. Ella le escribiría alguna carta o lo llamaría de vez en cuando para interesarse por su vida y así mantener una relación cordial, de amistad, lo más normal posible, pero ni una sola carta o llamada llegó a Nicolás. En el fondo pensaba que así era mejor, sin ningún tipo de contacto quizá le costara menos dejar de pensar en ella.

Nada más lejos de la realidad.

Miró los informes de los diez últimos casos, todos eran delitos sentimentales o ajustes de cuentas entre narcotraficantes, algo por desgracia cada vez más habitual en Madrid, el que tenía arriba del todo hablaba de cómo había muerto un joven al que habían seccionado el cuello posiblemente por querer pasar de camello de barrio a algo más, por desgracia, nada fuera de lo común al fin y al cabo.

En el fondo echaba de menos investigaciones tan complicadas y de semejante magnitud como en la que se vio envuelto hacía ya un año y medio, pensó en cómo había acontecido todo y sintió un escalofrío por la espalda, jamás imaginó verse metido en algo de tanta importancia y mucho menos llegar hasta el mismísimo final de ese asunto. Todo aquello sirvió, aparte de demostrar a los demás su valía y sus fantásticas dotes como policía, para darse cuenta él mismo de que si se lo proponía no tenía límites, de que podía siempre llegar más allá de lo que en principio creía, en definitiva, creció y de una manera bastante importante su autoestima.

La primera hora transcurrió como ya era habitual, bastante aburrida y de una forma muy lenta, con informes por aquí e informes por allá, pero nada más emocionante que asegurarse de que los procedimientos empleados por la policía en la resolución de los casos habían sido los correctos y adecuados, que se había seguido todo al pie de la letra y después firmándolos atestiguando que todo estaba como debía de estar.

Bostezó.

De repente, fijó su vista hacia un punto en el que todavía no lo había hecho y vio encima de su escritorio algo de lo que no se había percatado antes, debajo de otra pila de informes de casos. No supo identificar qué era en un primer vistazo, se inclinó hacia delante y lo cogió extrañado, su cara de asombro se recrudeció cuando vio de lo que realmente se trataba.

Era un billete de avión con su nombre.

Con toda la curiosidad del mundo comenzó a inspeccionar el billete para intentar aclarar qué hacía en su mesa, se trataba de un billete de avión con destino a Escocia para embarcar al día siguiente, Nicolás no pudo evitar poner una cara de perplejidad absoluta en cuanto lo observó detenidamente.

Al darle la vuelta al billete pudo comprobar cómo llevaba un post-it pegado al mismo, en él había unos dígitos escritos de lo que parecía ser un número de teléfono, desde luego por la longitud del mismo no era de España. Nicolás lo observó detenidamente, sin encontrar una explicación viable de por qué se encontraba ese billete en su despacho personal y sobre todo, qué era ese número y quién lo había dejado.

Al instante decidió salir de su despacho con la intención de ir en busca de alguna respuesta que le pudiese aclarar lo más mínimo.

—Martínez —dijo dirigiéndose al policía más cercano a la puerta de su despacho—, ¿ha visto a alguien entrar esta mañana en mi despacho?

—Lo siento, inspector, no he visto a nadie, de todas maneras debo de confesarle que no he estado muy atento pues estoy muy concentrado en una denuncia que nos ha llegado por malos tratos y le puedo asegurar que tengo mis cinco sentidos puestos en ella, siento no poder ayudarle.

—Muchas gracias, Martínez —respondió Nicolás cada vez más extrañado.

Se dirigió a un par de compañeros más con la misma pregunta y obteniendo más o menos una respuesta similar a la que le había proporcionado Martínez, nadie había visto nada fuera de lo común, entonces… ¿Cómo había llegado ese billete de avión allí?

Como no sabía muy bien qué hacer ni cómo actuar respecto a ese asunto, decidió que quizá le mejor opción era de ponerlo en conocimiento del comisario, se acercó hasta su puerta y golpeó un par de veces con los nudillos.

—Pase —respondió la voz del interior.

—¿Te pillo en buen momento? —preguntó Nicolás asomando la cabeza.

—Sí claro, ¿de qué se trata, Nicolás?

El comisario, Alfonso Gutiérrez, era sin ninguna duda todo lo contrario que Nicolás, físicamente hablando. Apenas cuidaba su aspecto pues, a pesar del importante cargo que ostentaba dentro de aquella comisaría, su pelo presentaba un aspecto dejado de la mano de Dios, Nicolás calculaba que iría a la peluquería unas 5 veces al año solamente. Ahora al menos se enfundaba un traje para venir al trabajo, ya que cuando era inspector siempre andaba con jeans rotos y camisetas sin planchar, pero parecía ser que no tenía otro y ya empezaba a verse el uso del mismo.

Pero el aspecto de su superior no era algo que incomodase al inspector, pues pensaba que cada uno debía de ser como le viniese en gana y el comisario era uno de los pocos policías que lo acompañaban día a día en su trabajo con los que Nicolás se había abierto un poco más que con el resto, tenían prácticamente la misma edad y habían salido por ahí unas cuantas veces a tomar algo y charlar de sus cosas, Alfonso estaba al tanto de la historia entre Nicolás y Carolina ya que el inspector, en una noche con demasiado alcohol de por medio, confesó cuál era la causa de su angustia frente al comisario que también iba algo bebido. Desde entonces Alfonso sentía por Nicolás una compasión de la que nadie era conocedor.

—Mira lo que he encontrado en mi despacho bajo un montón de papeles —alargó la mano con el billete entre los dedos para mostrárselo—, es para mañana mismo, está a mi nombre y además tiene este número escrito detrás, parece ser un número de teléfono. ¿Sabes quién ha podido dejarlo allí?

El comisario puso una cara de extrañeza parecida a la de Nicolás al observar el billete.

—Si quieres que te sea sincero sé lo mismo que tú en estos momentos, no tengo ni la menor idea de quién ha podido dejarlo —dijo mientras fruncía el ceño a la vez que lo observaba minuciosamente dándole una y otra vez la vuelta al billete—. ¿Has preguntado fuera por si alguien ha visto algo?

—Sí, nadie sabe nada, es muy extraño porque estoy seguro de que ayer cuando me fui de aquí no estaba en mi mesa.

—Creo que estoy tan sorprendido como tú en estos momentos, pero bueno, podemos mirarlo de otro modo, quizá este billete sea una señal.

Nicolás levantó la ceja ante las palabras pronunciadas por el comisario.

—¿Una señal?

—Sí, mira, Nicolás, estoy queriendo hablar contigo desde hace ya unos días pero no he encontrado la ocasión idónea, lo he estado pensando y creo que deberías tomarte unas pequeñas vacaciones. Has estado trabajando muy duro en los últimos meses, más que nadie en esta comisaría, vienes siempre el primero, te vas el último y no te tomas ni un solo descanso, ni siquiera los días festivos, trabajas como diez de mis mejores hombres, pero pienso que eso es algo que no puede ser bueno para ti, no sé si me explico…

—Sabes que desde que pasó lo de Carolina no tengo otra cosa que no sea mi trabajo —contestó el inspector con bastante desgana.

—Ese precisamente es el asunto, mira, está claro que no te conozco de toda la vida, pero creo que te conozco mucho mejor que cualquiera que trabaje en esta comisaría y he de decir que parece que has mejorado mucho en ese aspecto, se te ve más… Vivo… Por decirlo de alguna manera… —hizo una pequeña pausa para tomar aire—, creo que si consiguieras relajarte aunque solamente fuese por unos días, da igual el destino que eligieses, te repondrías del todo y lo afrontarías todo con otra perspectiva, creo que sería algo bastante positivo para ti.

Nicolás quedó parado durante unos instantes considerando la respuesta que iba a dar al comisario antes de hablar.

—Siento contradecirte, Alfonso, pero no me voy a tomar unas vacaciones, lo siento de veras créeme, pero no necesito pasar más tiempo solo. Necesito mantener la cabeza bien ocupada y aquí, en la comisaría, tengo las distracciones que necesito. No, no quiero unas vacaciones, te puedo asegurar que no las necesito, es justo lo contrario.

—Está bien, Nicolás, es tu decisión y debo respetarla, sólo que no la comparto en absoluto, pero bueno, tú sabrás qué es lo mejor para ti en estos momentos —dijo moviendo la cabeza en señal de desaprobación y poniendo casi los ojos en blanco ante la tozudez mostrada por el inspector—, volviendo al tema del billete… siento no poder ayudarte por el momento en quién lo ha dejado en tu despacho, pero si encuentras la manera en la que te pueda ayudar, no dudes en decírmelo, de todas maneras, hazme el favor de reconsiderar lo que te he propuesto, sigo pensando que ese billete es una señal, no sé quién ha podido dejarlo ahí pero quién lo haya hecho sabe perfectamente que tu cabeza lo necesita ahora más que nunca.

—Gracias, así lo haré.

Dichas estas palabras y convencido de que ni siquiera llegaría a plantearse lo de las vacaciones propuestas por el comisario salió del despacho de su amigo, cerrando posteriormente la puerta con cuidado.

Los dos volvieron a sus quehaceres intentando restarle importancia a lo del billete.