¿QUÉ PASABA MIENTRAS TANTO EN ESPAÑA?

El jefe del Estado español, Francisco Franco Bahamonde, se apresuró a enviar un efusivo telegrama de felicitación al emperador Hirohito y a su Gobierno por el éxito conseguido en Pearl Harbor. Arriba, el órgano de Falange, entonó loas a la aviación japonesa lo mismo que a la alemana. «La caída de Gran Bretaña es inminente», escribió en un editorial. Aquel día, en España los diarios recogieron también la noticia de la «visita del general Moscardó a los heroicos voluntarios de la División Azul».

El ministro de Exteriores, Serrano Súñer, aplaudió la iniciativa nipona pero le preocupó la invasión de Filipinas: residían muchos españoles allí y casi todos eran franquistas, incluido Andrés Soriano, dueño, entre otras industrias, de la fábrica de cervezas San Miguel, ayudante de MacArthur y agente secreto (?) del Caudillo. Serrano Súñer regresaba de Berlín, donde se había entrevistado con Hitler.

Franco recibía la medalla de oro de la ciudad de El Ferrol, donde nació, al cumplir los cuarenta y nueve años de edad. En un teatro de Madrid se estrenaba El trueno gordo, con Pepe Isbert. En los cines se proyectaban Blancanieves y los siete enanitos, Forja de hombres y La fiera de mi niña. En un anuncio del diario Ya se decía lo siguiente: «Vuestros hijos engordarán riendo estrepitosamente hoy y mañana en Fontalba con los variados programas comiquísimos y con regalos valiosos».

Se recordaba a los jóvenes el Día de la Madre: «Camarada del Frente de Juventudes, piensa que los días pasan rápidos y no esperes al último momento para el regalo que has de hacer a tu madre, el día 8 de diciembre». En el ABC se anunciaba: «El racionamiento aumentará este mes, y el año próximo la distribución será normal». Argentina, como regalo de Eva Perón, anunciaba el envío del «trigo necesario». La Vanguardia de Barcelona daba cuenta aquel 7 de diciembre de 1941 de la «detención por parte de la Guardia Civil de un especulador con doscientos cuarenta y dos kilos de maíz y doscientos once de judías en la localidad de Moncada».

En Roma, Benito Mussolini se dirigía a las masas desde el balcón del Palacio Venecia para celebrar el «victorioso asalto» en el Pacífico, «demostración de la moral de los soldados del Sol Naciente. Italia —añadió— está a partir de ahora estrechamente unida al heroico Japón».