Hirohito tuvo ocasión de escoger a su novia casi por propia voluntad, contraviniendo la tradición milenaria de matrimonios concertados. Los dos principales clanes de la aristocracia, los Satsuma y los Chosshu, entraron en liza para entregar una esposa al príncipe heredero. Ganaron los Satsuma, señores feudales del mar, aunque el clan de los terratenientes, los Chosshu, no se dio por vencido. Pensaron que quizá la distancia, durante el viaje a Europa, haría que Hirohito olvidara a Nagako.
No fue así, a pesar de que durante sus seis años de noviazgo, la etiqueta permitió a los novios verse tan sólo en seis ocasiones, y nunca a solas. Tampoco parece cierta la leyenda que apuntaba a la existencia de un túnel secreto entre las habitaciones del futuro emperador y su prometida.
Un asunto preocupaba en la corte imperial: Hirohito no parecía nada dispuesto a seguir la antigua tradición de las concubinas, es decir, a la formación de un harén. Cada mañana el consejero Mitsuaki Tanaka ponía sobre el escritorio de Hirohito tres fotografías de chicas muy guapas, pero el príncipe se hacía el sueco: nunca cayó en las trampas eróticas que le tendieron.
Poco antes de la boda de Hirohito y Nagako un violento terremoto sacudió el archipiélago. Las gigantescas llamas que salían de las rotas tuberías del gas, los tranvías de Tokio saltando hacia el cielo, los ríos y el mar desbordados, convirtieron la capital en un completo caos. Tan sólo un edificio quedó en pie en el centro de la capital, el Hotel Imperial, obra del arquitecto estadounidense Frank Lloyd Wright. Al terremoto le sucedió el pillaje. El príncipe regente debería haber subido a su caballo blanco para desafiar las llamas, pero permaneció en sus habitaciones de palacio a la espera de que sus consejeros le dictaran lo que debía hacer. No se movió un centímetro, y sólo reaccionó al tercer día de la catástrofe, cuando ofreció diez millones de yenes de su fortuna personal con destino a los damnificados.
Para cuando se fijó la fecha de la boda, el 26 de enero de 1924, los japoneses, estoicos y emprendedores, ya estaban reconstruyendo las zonas dañadas: 366.000 casas quedaron demolidas o incendiadas. Hubo un inconveniente más, de última hora, que casi impide la celebración del matrimonio: el atentado de un estudiante anarquista que abrió fuego contra Hirohito el día de la apertura de la Dieta Imperial (parlamento). Sin embargo, el ataque se saldó sin daños.
Hirohito y Nagako se casaron ante setecientos invitados, incluido el Dragón Negro Toyama, el cuarto poder del Japón. El chambelán oficiador del rito cantó diversas oraciones del shinto. Luego «se abrió la puerta de la capilla imperial e Hirohito entró en el sancta sanctorum de sus antepasados. Rindió un breve homenaje a los espíritus y se dirigió a la puerta exterior donde le esperaba Nagako. Juntos bebieron tres veces de una taza de vino de arroz bendecido. Los barcos de la flota en la bahía de Tokio dispararon ciento una salvas de saludo».