Agradecimientos

Debo el mayor de los agradecimientos a mi amiga Ruth Blatt (1906-2001), cuyo humor y humildad he admirado casi tanto como su valor. «¿Quién soy? —solía preguntarme—. No soy nadie». Un día Ruth llamó a mi puerta. «¡Mira! —dijo con una mezcla de orgullo e incredulidad—. Escriben sobre mí». La profesora Charmian Brinson le había enviado un artículo sobre su vida. Más tarde leí el libro de la profesora Brinson The Strange Case of Dora Fabian and Mathilde Wurm, en el que aparece Ruth. Doy las gracias a la profesora Brinson por su generosidad en nuestras charlas y por compartir conmigo gran parte del material y las fuentes que reunió para realizar su doctorado. También agradezco a Richard Dove, un experto en Toller, que accediera a reunirse conmigo en Londres. Mi historia, por supuesto, parte de los hechos tal como se conocen; he establecido relaciones y he hecho suposiciones, y he creado una trama y unos personajes que no pueden justificarse únicamente mediante la referencia a los documentos históricos, de lo que asumo toda la responsabilidad.

Cuando Ilse Herzfeld, la secretaria de Toller en Nueva York, era ya anciana, un hombre llamado John Spalek la encontró en un apartamento con vistas al Hudson. Spalek estaba escribiendo una biografía de Ernst Toller. Ella le habló de aquella primavera de 1939 junto al genio de ojos oscuros en el hotel Mayflower. Cuando terminaron sus charlas, Ilse mencionó que toda su vida había recordado a Toller cada vez que, al girar un picaporte y empujar una puerta para abrirla, esta se atascaba. Doy las gracias a John Spalek por su generosidad en las conversaciones que mantuvimos sobre Toller y por ofrecerme los detalles de los que surgió el personaje de Clara Bergdorf. También quiero dar las gracias a los inquilinos del último piso del número 12 de Great Ormond Street, por dejarme entrar a verlo.

Personalmente estoy en deuda con el Australia Council y la Fundación Rockefeller, la Universidad de Tecnología de Sidney y la profesora Catherine Colé, cuyo apoyo ha sido inestimable. Por dejarme sitios para trabajar doy las gracias a la Varuna Writers House, a mis amigos Jane Johnson y Brian Murphy, Bernadette y Terry Tobin, Hilde Bune, Alex Bune y John Chalmers. Hilary McPhee, Diana Leach y Craig Allchin leyeron el manuscrito y me hicieron acertadas sugerencias, al igual que Meredith Rose, de Penguin Australia. El libro debe mucho a la esmerada atención de sus editores, Venetia Butterfield, de Penguin UK; Terry Karten, de HarperCollins USA, y especialmente Ben Ball, de Penguin Australia. Mi agente Sarah Chalfant ha sido una fuente maravillosa de energía durante años. Nuestros hijos Imogen, Polly y Maximilian han sido más pacientes y más inspiradores de lo que de momento saben. Pero mi mayor agradecimiento es para mi marido, Craig Allchin, cuya sabiduría y lucidez son imprescindibles para la vida y el trabajo.