Presentación

Es indudable que LA ERA DEL DIAMANTE puede llegar a ser el libro más emblemático y significativo de los aparecidos en la ciencia ficción durante el año 1995. El premio Hugo y el Locus (y el haber sido finalista del premio Nébula) avalan esta segunda novela de ciencia ficción de un autor todavía desconocido por estos lares, pero que, estoy seguro, va a dar mucho que hablar.

Neal Stephenson, que debe rondar los 37 años, publicó su primera novela de ciencia ficción en 1992. Se trata de SNOW CRASH que, según parece, va a ser pronto llevada al cine. Es una obra que se inscribía claramente en la corriente cyberpunk, esta vez en torno a la nueva tecnología de la realidad virtual en un futuro cercano complejo y bien imaginado en muchos de sus detalles.

Sólo tres años después, Stephenson ha alcanzado ya el mayor reconocimiento de la ciencia ficción mundial con LA ERA DEL DIAMANTE: MANUAL ILUSTRADO PARA JOVENCITAS (1995, NOVA Ciencia Ficción, número 101). La compleja historia de un Shanghái del futuro cercano, escindido en «phyles» o tribus (Nippon, Han y los neovictorianos de Atlantis), permite mostrar los prodigios de la nanotecnología en ese maravilloso manual interactivo para la formación de una joven.

En LA ERA DEL DIAMANTE hay infinidad de detalles que dan sentido a ese mundo imaginado por el autor y al uso que en él se hace de la nanotecnología y la informática. Pero, para muchos, no ha de ser la tecnología lo más destacado e interesante de esta novela, que no olvida imaginar una nueva estructura social, nuevos cultos orgiásticos, nuevas dominaciones y relaciones de poder y, en definitiva, todo aquello que confiere realidad a una sociedad por más imaginada que sea.

La trama es compleja, pero el inicio parece sencillo: en un sorprendente Shanghái del futuro, un acaudalado neovictoriano hace fabricar un manual informatizado para la educación de su nieta Elizabeth. El manual es completamente interactivo y se adapta automáticamente a las necesidades de su lector. Hackworth, el ingeniero que lo diseña, decide sacar una copia de ese prodigio de la nanotecnología para usarlo en la educación de su hija Fiona. Lo hará con la ayuda del Doctor X, un hacker chino que parece tener otras ideas para el posible uso de ese manual tan especial. De retorno a su enclave neovictoriano, Hackworth es atacado por una pandilla de «tetes» desarrapados y el manual original acabará educando a la pequeña Nell, una niña china pobre.

Y ahí empieza todo… Y no es poco lo que sigue.

El inolvidable Julio Cortázar, además de tipologías brillantes como esa división de las personas en cronopios, esperanzas y famas, solía también referirse a dos tipos de lectores casi antitéticos. El lector que Cortázar parecía desear se arriesgaba con el autor y aceptaba alguna que otra perplejidad e incertidumbre durante el proceso de lectura. Por contraposición, el otro tipo de lector, ése que Cortázar tuvo el grave error de denominar «lector hembra», es el lector acomodaticio, que desea leer textos más bien trillados y cómodos, textos que no exijan esfuerzo y que, posiblemente por ello, suponen el eje vertebral de tantos best-sellers.

(Por razones operativas voy a mantener la denominación de Cortázar pese a que la considero una verdadera aberración. No hay ninguna razón para imaginar que las mujeres lectoras tengan que ser más acomodaticias que los varones. Casi me atrevería a pensar lo contrario… En cualquier caso, con independencia del nombre que se le dé, ese tipo de lector acomodaticio y pasivo, existe, y a él se refería Cortázar y deseo referirme ahora yo en relación con la ciencia ficción y, en particular, con esta novela).

Siempre he pensado que ese «lector hembra» de Cortázar no se sentiría nunca a gusto con la ciencia ficción, y tal vez por eso algunas de las mejores obras del género no logren nunca la condición de best-seller. El «lector hembra» abunda demasiado.

En la ciencia ficción el lector se arriesga a pasear su imaginación por mundos distintos de aquéllos que conoce, mundos y sociedades nuevas de los que, a priori, posee pocas referencias. El autor las debe ir desgranando, poco a poco, situando el contexto al tiempo que avanza la narración. Cuanto más arriesga el autor, más complejo se hace el proceso de lectura y el lector debe ir agudizando el ingenio para, gracias a las pistas que va dejando el autor, situar e imaginar por sí mismo una sociedad nueva, distinta y de la que no siempre el lector tiene todas las referencias. Una labor no demasiado fácil pero, eso sí, siempre gratificante.

Un error muy habitual para evitar las incomodidades que pueda sentir ese «lector hembra» es acompañar la narración con exposiciones didácticas y casi profesorales que sitúen al lector en el mundo imaginado por el autor. Pero eso es un artificio de baja calidad que, en el fondo, priva al lector de la actividad creativa de su propia imaginación. Tal y como decía (y practicaba maravillosamente bien) Heinlein, sólo mencionar, como de pasada, que «la puerta se dilató», ha de bastar a un lector avisado para reconocer que se trata de un mundo distinto al habitual donde las puertas se abren o cierran pero, al menos hasta ahora, nunca se dilatan. Ésa, la solución de Heinlein, será siempre preferible a una torpe exposición didáctica tan habitual en autores de escasos vuelos que suelen recurrir a aquello tan manido de: «En el mundo XXX, la tecnología había avanzado tanto que las puertas se abrían dilatándose». Puede parecer lo mismo, pero resulta mucho más soso, aunque le pueda gustar más al «lector hembra» de Cortázar.

Viene todo eso a cuento porque si la buena ciencia ficción resulta poco adecuada para el «lector hembra» de Cortázar, hay que ser consciente que LA ERA DEL DIAMANTE es, en ese sentido también, muy buena ciencia ficción. De la mejor.

Con gran valentía, Stephenson no se detiene en contarnos todos los detalles de la sociedad que ha imaginado y nos obliga a confiar en él y seguir leyendo, en la seguridad de que todo irá encajando poco a poco. Parte del vocabulario que usa, sobre todo en el aspecto técnico, nos ha de ser, en principio, desconocido. Stephenson nos habla de un Shanghái del siglo XXI, en el que, como es lógico, nunca hemos estado. En realidad la sensación es la misma que pudiera tener un observador del siglo pasado ante una conversación actual en la que nosotros habláramos como lo hacemos normalmente, sin concesiones de ningún tipo. Muchas de las palabras que usamos no pueden ser comprendidas al primer instante por quien no pertenezca a nuestra cultura. Ello no significa que no puedan ser comprendidas por una mente inteligente y abierta, pero eso exige un poco de espera, de esa espera a la que se niegan tantos «lectores hembra»…

Es evidente que algunos términos inventados por Stephenson encajan antes en nuestro proceso de comprensión. Así podemos entender fácilmente que «ractor» puede ser un actor interactivo, o que un «sito» no sea más que un parásito nanotecnológico, un «nanosito». Algo que puede ser común en el mundo del siglo XXI que Stephenson ha imaginado, pero que no tiene ninguna equivalencia en nuestro mundo, aquél en el que los lectores hemos adquirido nuestras principales referencias. En otros casos, la interpretación no es tan inmediata pero, lo puedo asegurar, con el devenir de la narración todo encaja y el repetido acto de comprensión nos introduce mucho más efectivamente en el complejo mundo imaginado por Stephenson.

Ésa es una de las grandes aportaciones a la ciencia ficción de la llamada corriente cyberpunk o, al menos, de sus autores verdaderos, como William Gibson en NEUROMANTE (a poder ser, leído en inglés…) o nuestro Rodolfo Martínez en LA SONRISA DEL GATO (donde no hace falta leer el glosario incluido al final del libro ya que todo ese nuevo vocabulario llega a comprenderse en el mismo devenir de la narración). Un buen autor cyberpunk (y en definitiva cualquier buen autor de ciencia ficción) ha de ser capaz de hacer llegar al lector una realidad que, por estar cincuenta o cien años en el futuro, nos ha de ser, de entrada, de comprensión no inmediata. Igual que le ocurriría a ese hipotético personaje del siglo XIX ante una de nuestras conversaciones.

Afortunadamente, Neal Stephenson dispone del talento y la habilidad literarias para cubrir con creces esa exigencia respecto a la actitud creativa del lector «no hembra», ése que no renuncia a usar la propia creatividad en el proceso de lectura. LA ERA DEL DIAMANTE es una obra impresionante en este sentido; pero no demasiado adecuada para los «lectores hembra».

Personalmente no suelo ser devoto de las abundantísimas novelas cyberpunk que han aparecido en los últimos años sólo como fruto de una operación de marketing más o menos exitosa. Respeto la obra de Gibson, de Sterling, de Effinger y de pocos más. Y, en cualquier caso, esta misma colección sirve de demostración de lo que afirmo. No es el cyberpunk lo que más abunda en ella…

En cualquier caso, me parece adecuado citar la reflexión de Bruce Sterling en torno a Neal Stephenson, cuando dice que se trata de alguien que ya «es el primer escritor de ciencia ficción de la segunda generación, un cyberpunk nativo. Al revés que muchos de los cyberpunk originales de los años ochenta, [Stephenson] creció en el seno de la nueva tecnocultura y, con la experiencia de un hacker, sabe cómo funcionan realmente las cosas». Por si ello fuera poco, Stephenson vive en esa Seattle que es, nada más ni nada menos, la sede central de la hoy omnipresente Microsoft. Las consecuencias son evidentes. Sin embargo, pese a lo que diga Sterling (a quien es obligatorio respetar en todo lo que haga referencia al cyberpunk…) me gusta pensar que, como dice The Village Voice y hemos elegido para la portada de este libro: «Neal Stephenson es el Quentin Tarantino de la ciencia ficción post-cyberpunk».

Y posiblemente ésa sea la verdadera explicación de que LA ERA DEL DIAMANTE esté en nuestra colección. Si sólo fuera una novela cyberpunk más, tal vez no la habría seleccionado. Ni siquiera pese a sus premios. Ya he dicho que no soy devoto de «lo» cyberpunk.

Pero estoy convencido que LA ERA DEL DIAMANTE culmina y, en definitiva, trasciende la corriente cyberpunk. Es algo más y, nunca hay que olvidarlo, la obra de un escritor imaginativo y con una brillante creatividad. El Shanghái que imagina, esa sociedad escindida en «phyles» o tribus, ese predominio de los neovictorianos, es, en definitiva, un mundo complejo y nuevo que, por ejemplo, no rehúye ni siquiera referencias cultas de todo tipo.

En la reseña que sobre LA ERA DEL DIAMANTE hiciera Caleb Crain para en el New York Newsday (12 de febrero de 1995) se nos desvela alguna: «El nombre “Nell” es un guiño a Charles Dickens. Al final de The Old Curiosity Shop, la pequeña Nell expira melodramáticamente. La muerte de la pequeña Nell fue a la literatura victoriana lo que la muerte de E.T. es a nuestro mundo: algo más bien kitsch, fantástico y un éxito como provocador de lágrimas».

La referencia no es ociosa, Stephenson aborda un mundo futuro en el cual el neovictorianismo es la ideología dominante, aunque ello no impide que la revolución esté a punto de explotar. Y el Manual de la pequeña Nell no es ajeno a todo ello.

Realmente, pocas veces la ciencia ficción ha generado novelas tan complejas, completas y sugerentes como LA ERA DEL DIAMANTE. Con esta novela de Stephenson, como dice The Village Voice, ha nacido el post-cyberpunk. Sólo por eso, el cyberpunk adquiere todo su sentido y necesidad.

Los premios obtenidos por LA ERA DEL DIAMANTE eran en realidad inevitables. Hay pocas novelas como ésta en la ciencia ficción de todos los tiempos. Pasen y vean. Y disfruten.

MIQUEL BARCELÓ