Del Manual, las actividades de la Princesa Nell como duquesa de Turing; el Castillo de las Compuertas; otros castillos; el Mercado de los Códigos; Nell se prepara para su viaje final

La Princesa Nell permaneció en el Castillo Turing durante varios meses. En su búsqueda de las doce llaves, había entrado en muchos castillos, engañado a muchos centinelas, abierto muchas cerraduras, y robado sus tesoros; pero el Castillo Turing era un lugar completamente diferente, un lugar que seguía reglas y programas diseñados por un hombre y que podían ser reescritos por otro que fuese adepto al lenguaje de los unos y los ceros. No tenía por qué contentarse con entrar, coger las chucherías y huir. El Castillo Turing era suyo. Sus tierras se convirtieron en el reino de la Princesa Nell.

Primero dio un entierro decente al duque de Turing. Luego estudió sus libros hasta que los dominó. Se familiarizó con los estados en que los soldados y el duque mecánicos, podían programarse. Entró un nuevo programa principal en el duque y luego volvió a dejar girar el enorme Eje que movía al castillo.

Sus primeros esfuerzos no tuvieron éxito, porque su programa contenía muchos errores. El propio duque original lo había sufrido; los llamaba bugs, en referencia a un enorme escarabajo que se había quedado atrapado en una de las cadenas durante uno de los primeros experimentos y que había bloqueado violentamente la primera máquina de Turing[8]. Pero con mucha paciencia, la Princesa Nell arregló todos los bugs y convirtió al duque mecánico en un devoto sirviente. A su vez, el duque tenía la habilidad de transmitir un único programa a todos los soldados, por lo que una orden dada por Nell se esparcía con rapidez por todo el ejército.

Por primera vez en su vida, la Princesa Nell tenía un ejército y sirvientes. Pero no era un ejército que sirviese para conquistar, porque los resortes en las espaldas de los soldados perdían fuerza con rapidez, y carecían de la adaptabilidad de los soldados humanos. Aun así, era una fuerza efectiva tras las paredes del castillo y la aseguraban contra cualquier posible agresor. Siguiendo procedimientos de mantenimiento que habían sido establecidos por el duque original, la Princesa Nell hizo que los soldados engrasasen las ruedas, reparasen los ejes estropeados y los cojinetes gastados, y que construyesen nuevos soldados a partir de las piezas almacenadas.

Le reconfortó su éxito. Pero el Castillo Turing era sólo uno de los siete estados ducales en aquel reino, y sabía que le quedaba mucho trabajo por hacer.

El territorio alrededor del castillo estaba lleno de bosques, pero cumbres cubiertas de hierba se elevaban a varios kilómetros de distancia, y sobre los muros del castillo con el telescopio del duque original, Nell podía ver allí caballos salvajes paciendo. Púrpura le había revelado los secretos para amaestrar caballos salvajes, y Oca le había enseñado a ganarse su afecto, por lo que Nell montó una expedición a aquellos prados y volvió una semana más tarde con dos hermosos mustangs, Café y Crema. Los equipó con una fina silla de los establos del duque marcada con la T, porque ese símbolo era ahora suyo y podía llamarse con justicia duquesa de Turing. También trajo una silla normal y sin marcar para poder pasar por persona común si lo necesitaba; aunque la Princesa Nell se había hecho tan hermosa con los años y había desarrollado una figura tan elegante que pocas personas podían ahora confundirla con una persona normal, incluso si se vistiese con harapos y caminase descalza.

Tendida sobre el camastro en el dormitorio de madame Ping, leyendo aquellas palabras en una página que brillaba suavemente en medio de la noche, Nell se sorprendió ante ese comentario. Las princesas no eran genéticamente diferentes de las personas normales.

Al otro lado de una pared razonablemente delgada podía oír el agua corriendo en media docena de lavabos donde las jóvenes realizaban sus abluciones crepusculares. Nell era la única guionista que vivía en el dormitorio de madame Ping; las otras eran intérpretes y regresaban ahora de un largo y vigoroso turno, poniéndose linimento en los hombros, irritados de blandir palos contra los traseros de los clientes, o respirando grandes cargas nasales de bichos programados para buscar sus traseros inflamados y ayudar a reparar durante la noche los capilares dañados. Y por supuesto, muchas otras actividades más tradicionales, como ducharse, quitarse el maquillaje, hidratarse y demás. Las chicas realizaban esos movimientos con rapidez, con la eficacia tan poco autoconsciente que todos los chinos parecían compartir, discutiendo los sucesos del día en el seco dialecto shanghainés. Nell llevaba viviendo un mes con las chicas y empezaba a entender algunas palabras. De cualquier forma, todas hablaban inglés.

Se quedó hasta tarde leyendo el Manual en la oscuridad. El dormitorio era un buen sitio para ello; las chicas de madame Ping eran profesionales y después de unos minutos de murmullos, risas, y mandarse a callar escandalizadas unas a otras, siempre se dormían.

Nell presentía que se acercaba al final del Manual.

Eso hubiese sido evidente incluso si no se estuviese acercando a Coyote, el duodécimo y último Rey Feérico. En las últimas semanas, desde que Nell había entrado en los dominios del Rey Coyote, el carácter del Manual había cambiado. Antes, sus Amigos Nocturnos y otros personajes habían actuado con mentes propias, incluso si Nell se limitaba a estar pasiva. Leer el Manual siempre había implicado ractuar con los otros personajes en el libro mientras pensaba en la forma de salir de varias situaciones interesantes.

Recientemente, ese elemento había estado ausente. El Castillo Turing había sido un buen ejemplo de los dominios del Rey Coyote: un lugar con pocos seres humanos, aunque repleto de lugares y situaciones fascinantes.

Recorrió en solitario los dominios del Rey Coyote, visitando un castillo tras otro, y encontrando un enigma diferente en cada uno. El segundo castillo (después de Castillo Turing) estaba edificado en la pendiente de una montaña y poseía un elaborado sistema de irrigación en el que el agua de una fuente era dirigida a través de un sistema de compuertas. Había miles de aquellas compuertas, y estaban conectadas unas con otras en grupos pequeños, por lo que la apertura o cierre de una afectaba, de alguna forma, a las otras en el grupo. Aquel castillo cultivaba su propia comida y sufría una hambruna terrible porque posiblemente la disposición de compuertas se había estropeado. Un caballero misterioso y oscuro había ido a visitar el lugar y aparentemente había salido a escondidas de su dormitorio en medio de la noche para alterar las conexiones entre algunas compuertas de forma que el agua ya no fluía a los campos. Luego había desaparecido, dejando una nota diciendo que arreglaría el problema a cambio de un gran rescate en oro y joyas.

La Princesa Nell invirtió algo de tiempo en estudiar el problema y finalmente notó que el sistema de compuertas era realmente una versión muy sofisticada de una de las máquinas del duque de Turing. Una vez que comprendió que el comportamiento de las compuertas era ordenado y predecible, no pasó mucho tiempo antes de ser capaz de programar su comportamiento y localizar los bugs que el caballero negro había introducido en el sistema. Pronto, el agua volvió a fluir por el sistema de irrigación, y la escasez se alivió.

Las gentes que vivían en el castillo se sentían agradecidas, lo que ya había esperado. Pero luego le colocaron una corona sobre la cabeza y la convirtieron en su jefa, y eso no lo había esperado.

Sin embargo, pensándolo, la cosa tenía sentido. Morirían a menos que su sistema funcionase adecuadamente. La Princesa Nell era la única persona que sabía cómo funcionaba; tenía el destino de aquellas gentes en sus manos. La única elección que tenían era someterse a su mando.

Y así fue, mientras la Princesa Nell iba de castillo en castillo, inadvertidamente se encontró a la cabeza de una rebelión en toda regla contra el Rey Coyote. Cada castillo dependía de algún tipo de dispositivo programado que era ligeramente más complicado que el anterior. Después del Castillo de las Compuertas, llegó a un castillo con un magnífico órgano, movido por la presión del aire y controlado por una desconcertante red de barras, que podía tocar música almacenada en una cinta de papel con agujeros. Un misterioso caballero negro había programado el órgano para tocar una tonada triste y deprimente, hundiendo al lugar en una profunda depresión, de forma que nadie trabajaba y ni siquiera salía de la cama. Con algunas pruebas, la Princesa Nell estableció que el comportamiento del órgano podía simularse con una disposición extremadamente sofisticada de compuertas, lo que significaba, a su vez, que podía reducirse igualmente a un increíblemente largo y complejo programa para una máquina de Turing.

Cuando hizo que el órgano funcionase adecuadamente y que los residentes se alegrasen, fue a un castillo que funcionaba según reglas escritas en un gran libro, en un lenguaje peculiar. Algunas páginas del libro habían sido arrancadas por el misterioso caballero negro, y la Princesa Nell tuvo que reconstruirlas, aprendiendo el lenguaje, que era extremadamente conciso y usaba muchos paréntesis. Ya que estaba, demostró lo que era una conclusión inevitable, es decir, que el sistema para procesar aquel lenguaje era esencialmente una versión más compleja del órgano mecánico, por tanto, una máquina de Turing en esencia.

Luego vino un castillo dividido en muchas habitaciones pequeñas, con un sistema para pasar mensajes entre habitaciones por medio de tubos neumáticos. En cada habitación había un grupo de personas que respondía a los mensajes siguiendo ciertas reglas establecidas en libros, lo que normalmente implicaba enviar más mensajes a otras habitaciones. Después de familiarizarse con algunos de los libros de reglas y establecer que el castillo era otra máquina de Turing, la Princesa Nell arregló un problema en el sistema de envío de mensajes que había sido creado por el fastidioso caballero negro, recogió otra corona de estado ducal, y fue al castillo número seis.

Aquel lugar era completamente diferente. Era mucho mayor. Era mucho más rico. Y al contrario que los otros castillos en los dominios del Rey Coyote, funcionaba. Al aproximarse al castillo, aprendió a mantener el caballo en el borde del camino, porque los mensajeros pasaban continuamente a su lado a todo galope en ambas direcciones.

Era un vasto mercado abierto con miles de puestos, llenos de carros y recaderos llevando productos en todas direcciones. Pero allí no se veían vegetales, peces, especias o forraje; el único producto era información escrita en libros. Los libros se llevaban de un lugar a otro en carretillas y transportados aquí y allá sobre grandes cintas transportadoras de triste aspecto hechas de cáñamo y arpillera. Los cargadores de libros chocaban unos con otros, comparaban notas sobre qué libros llevaban y adónde iban, e intercambiaban unos libros por otros. Pilas de libros se vendían en grandes subastas estridentes; y se pagaban no con oro sino con otros libros. Bordeando el mercado había puestos donde los libros se cambiaban por oro, y más allá, unos pocos callejones donde el oro podía cambiarse por comida.

En medio de ese tumulto, la Princesa Nell vio a un caballero negro en un negro caballo, pasando las páginas de uno de aquellos libros. Sin más dilación, corrió con el caballo y sacó la espada. Lo derrotó en singular combate, allí mismo en medio del mercado, y los libreros se limitaron a echarse atrás e ignorarlos mientras la Princesa Nell y el caballero negro se atacaban mutuamente. Cuando el caballero negro cayó muerto y la Princesa Nell guardó la espada, la conmoción volvió a cerrarse sobre ella, como las aguas turbulentas de un río que se cierran sobre una piedra caída.

Nell recogió el libro que el caballero negro había estado leyendo y descubrió que sólo contenía un galimatías. Estaba escrito en algún tipo de cifra.

Pasó algún tiempo haciendo reconocimientos, buscando el centro del lugar, y no encontró ningún centro. Un puesto era igual al anterior. No había torre, salón del trono, ningún sistema claro de autoridad.

Examinando los puestos del mercado con mayor detalle, vio que cada uno incluía un hombre que no hacía nada sino sentarse tras una mesa y descifrar libros, escribiendo el resultado en largas hojas de papel que daba a otra gente, que leía el contenido, consultaba libros de reglas, y dictaba una respuesta al hombre con la pluma, que la cifraba y la escribía en libros que eran colocados en el mercado para su entrega. Los hombres con las plumas, notó, siempre llevaban llaves enjoyadas colgando de cadenas alrededor del cuello; la llave era aparentemente la insignia del gremio de cifradores.

Aquel castillo resultó muy difícil de entender, y Nell pasó unas semanas trabajando en él. Parte del problema era que se trataba del primer castillo visitado por la Princesa Nell que realmente funcionaba como se suponía; el caballero negro no había podido estropearlo, probablemente porque todo allí se hacía con cifras y todo estaba descentralizado. Nell descubrió que un sistema que funcionaba correctamente era más difícil de entender que uno que estaba roto.

Al final, la Princesa Nell se colocó de aprendiz para un maestro cifrador y aprendió todo lo que se sabía sobre códigos y las claves para descifrarlos. Hecho eso, le dieron su propia llave, como insignia de su oficio, y encontró trabajo en uno de los puestos cifrando y descifrando libros. Resultó que la llave era algo más que un adorno; enrollado dentro de la varilla había un trozo de pergamino con un número muy largo que podía usarse para descifrar un mensaje, si el emisor quería que tú lo descifraras.

De vez en cuando iba a los puestos de alrededor del mercado, cambiaba libros por algo de oro y luego compraba comida y bebida.

En uno de esos viajes, vio a otro miembro del gremio de los cifradores, que también se tomaba un descanso, y notó que la llave que colgaba de su cuello le resultaba familiar: ¡era una de las once llaves que Nell y sus Amigos Nocturnos les habían quitado a los Reyes y Reinas Feéricos! Ocultó su emoción y siguió al cifrador de vuelta a su puesto, anotando dónde trabajaba. Durante los siguientes días, yendo de puesto en puesto y examinando a cada cifrador, pudo localizar el resto de las once llaves.

Pudo echarle un vistazo al libro de reglas que su jefe usaba para responder a los mensajes codificados. Estaba escrito en el mismo lenguaje especial empleado en los dos castillos anteriores.

En otras palabras, una vez que la Princesa Nell había descifrado los mensajes, su puesto funcionaba como otra máquina de Turing.

Hubiese sido muy fácil concluir que el castillo era, como los otros, una máquina de Turing. Pero el Manual le había enseñado a ser cuidadosa con las suposiciones. Sólo porque su puesto funcionaba según las reglas de Turing no implicaba que los otros lo hiciesen. E incluso si todos los puestos en el castillo eran, de hecho, máquinas de Turing, todavía no podría sacar ninguna conclusión firme. Había visto a los jinetes sacar libros del castillo y traerlos, lo que significaba que había cifradores trabajando en otros lugares del reino. No podía verificar que todos ellos eran máquinas de Turing.

No le llevó mucho tiempo a Nell conseguir prosperidad. Después de unos meses (que el Manual resumió en unas frases) su jefe le anunció que recibía más trabajo del que podía llevar a cabo. Decidieron dividir la operación. Construyeron un nuevo puesto alrededor del mercado y él le dio a Nell algunos de sus libros de reglas.

También consiguieron una nueva llave para ella. Eso lo hicieron enviando un mensaje codificado especial al castillo del mismísimo Rey Coyote, que se encontraba a tres días a caballo al norte. Siete días más tarde, la llave de Nell llegó en una caja escarlata con el sello del mismísimo Rey Coyote.

De vez en cuando, alguien venía a su puesto y se ofrecía a comprarle la llave. Siempre rechazaba la oferta, pero encontraba interesante que las llaves pudiesen venderse y comprarse de esa forma.

Todo lo que Nell necesitaba era dinero, que acumuló rápidamente gracias al negocio del mercado. No pasó mucho tiempo antes de tener las once llaves en su poder, y después de liquidar su negocio y convertirlo en joyas, que cosió a sus ropas, salió a caballo del sexto castillo y se dirigió al norte, hacia el séptimo: el Castillo del Rey Coyote, y el final definitivo de su búsqueda de toda la vida.