El gran Napier pone al día a Hackworth

—¿Ha tenido oportunidad de hablar con su familia? —dijo el coronel Napier, hablando a través de una mesa mediatrónica en su oficina en Atlantis/Shanghái. Hackworth estaba sentado en un pub de Atlantis/Vancouver.

Napier tenía mejor aspecto, ahora que estaba en lo más profundo de la mediana edad; tenía un aspecto más imponente. Había estado mejorando su porte. Hackworth se había impresionado temporalmente cuando la imagen de Napier se materializó por primera vez en el mediatrón, luego recordó su propia imagen en el espejo. Una vez que se había limpiado y recortado la barba, que había decidido conservar, comprendió que tenía un nuevo porte. Aunque estaba muy confundido sobre cómo lo había conseguido.

—Pensé que sería mejor descubrir primero qué demonios había sucedido. Además… —dejó de hablar por un momento. Tenía problemas para recuperar el ritmo de conversación.

—¿Sí? —dijo Napier en una laboriosa muestra de paciencia.

—Hablé con Fiona esta mañana.

—¿Después de salir del túnel?

—No. Antes. Antes de… despertar, o lo que fuese.

Napier se sorprendió un poco y movió la mandíbula un par de veces, cogió el té, miró irrelevantemente por la ventana a lo que se viese desde la ventana de su oficina en Nueva Chusan. Hackworth, al otro lado del Pacífico, se contentó con mirar a las oscuras profundidades de su cerveza.

Una imagen de sueño apareció en la mente de Hackworth, como un resto de naufragio que sale a la superficie después de hundirse el barco, inexorablemente apartando toneladas de materia verde a su paso. Él vio un brillante proyectil azul disparado a las manos cubiertas por guantes color beige del Doctor X, llevando un grueso cordón, lo vio desarrollarse y convertirse en un bebé.

—¿Por qué no pensé en eso? —dijo.

Napier parecía intrigado por el comentario.

—Fiona y Gwendolyn están ahora en Atlantis/Seattle… a media ahora en metro a partir de su localización actual —dijo.

—¡Por supuesto! Viven… vivimos… ahora en Seattle. Lo sabía —recordaba a Fiona recorriendo la caldera de un volcán cubierto de nieve.

—Si tiene la impresión de haber estado en contacto con ella recientemente, lo que me temo que no sea cierto, tiene que haber sido por mediación del Manual. No pudimos romper la codificación de las señales que salían de la caverna de los Tamborileros, pero el análisis de tráfico sugiere que usted ha pasado mucho tiempo ractuando en los últimos diez años.

—¿¡Diez años!?

—Sí. Pero debe haberlo sospechado por las pruebas.

—Parecen diez años. Siento que me han sucedido diez años de cosas. Pero el hemisferio ingenieril tiene problemas para aceptarlo.

—No entendemos por qué el Doctor X decidió hacerle cumplir su sentencia entre los Tamborileros —dijo Napier—. Nos parece que el hemisferio ingenieril, como dice usted, es su característica más deseable desde su punto de vista; ya sabe que los celestes tienen muy pocos ingenieros.

—He estado trabajando en algo —dijo Hackworth. A su mente venían imágenes de un sistema nanotecnológico, algo admirablemente compacto y elegante. Parecía un buen trabajo, el tipo de cosa que no podría hacer a menos que concentrara en ello todo su esfuerzo y durante mucho tiempo. Como, por ejemplo, sería el caso de un prisionero.

—Exactamente, ¿qué tipo de trabajo? —preguntó Napier, pareciendo de pronto bastante tenso.

—No lo sé con claridad —dijo Hackworth finalmente, agitando la cabeza indefenso. Las detalladas imágenes de átomos y enlaces habían sido reemplazadas, en su mente, por una gran simiente marrón colgando en el espacio, algo similar a una pintura de Magritte. Una curva bifurcada a un lado, como un trasero, que convergía en una punta como un pezón en el otro lado.

—¿Qué demonios ha sucedido?

—Antes de dejar Shanghái, el Doctor X le conectó a un compilador de materia, ¿no?

—Sí.

—¿Le dijo lo que estaba poniendo en su sistema?

—Supuse que sería algún tipo de hemóculos.

—Tomamos muestras de sangre antes de que saliese de Shanghái.

—¿Lo hicieron?

—Tenemos formas —dijo Napier con seguridad—. Por supuesto, son introducidos por la sangre: los hemóculos circulan por la corriente sanguínea hasta que se encuentran en los capilares del cerebro, y en ese punto atraviesan la barrera sangre/cerebro y se unen al axón más cercano. Pueden vigilar la actividad del axón y activarlo. Esos ‘sitos se hablan con luz visible.

—Así que cuando estaba solo, mis ‘sitos hablaban entre ellos —dijo Hackworth—, pero cuando me encontré en la proximidad de otra gente que tenía las mismas cosas en sus cerebros…

—No importaba en qué cerebro se encontrara el ‘sito. Todos hablaban indiscriminadamente, formando una red. Meta algunos Tamborileros en una habitación oscura, y se convierten en una sociedad gestalt.

—Pero el interfaz entre esos nanositos y el cerebro mismo…

—Sí, admito que unos pocos millones de esas cosas conectados a neuronas al azar es poco interfaz para algo tan complicado como un cerebro humano —dijo Napier—. No decimos que compartiese un cerebro con esa gente.

—Entonces ¿qué compartí con ellos? —dijo Hackworth.

—Comida. Aire. Compañía. Fluidos corporales. Quizás emociones y estados emocionales generales. Probablemente más.

—¿Eso es todo lo que hice en diez años?

—Hizo muchas cosas —dijo Napier—, pero las hizo en una especie de estado inconsciente y somnoliento. Era un sonámbulo. Cuando nos dimos cuenta, después de hacerle una biopsia a una de sus compañeras troglodita, comprendimos que en cierta forma usted ya no actuaba con su propia voluntad, y diseñamos un cazador/asesino que buscaría y destruiría los nanositos en su cerebro. Lo introdujimos, en modo latente, en el sistema de aquella mujer Tamborilera, luego la reintrodujimos en su colonia. Cuando hizo el amor con ella… bien, puede deducir el resto por sí mismo.

—Me ha dado información, coronel Napier, y se lo agradezco, pero me ha confundido más. ¿Qué suponen que quería el Reino Celeste de mí?

—¿Le pidió algo el Doctor X?

—Buscar al Alquimista.

El coronel Napier pareció sorprendido. —¿Le pidió eso hace diez años?

—Sí. En esas mismas palabras.

—Eso es muy extraño —dijo Napier, después de un prolongado interludio atusándose el bigote—. Nosotros sólo hemos sabido de esa figura fantasmal durante los últimos cinco años y no conocemos absolutamente nada sobre él… aparte de que es un gran Artifex que conspira con el Doctor X.

—¿Hay alguna información más…?

—Nada que pueda revelar —dijo Napier con brusquedad, quizá por haber revelado ya demasiado—. Eso sí, háganos saber si lo encuentra. Eh, Hackworth, no hay forma de decirle esto con tacto. ¿Sabe que su mujer se ha divorciado de usted?

—Oh, sí —dijo Hackworth con tranquilidad—. Supongo que lo sabía. —No había sido consciente de ese hecho hasta ahora.

—Comprendía sorprendentemente bien su larga ausencia —dijo Napier—, pero en cierto momento quedó claro que usted, como todos los Tamborileros, se había vuelto sexualmente promiscuo hasta el extremo.

—¿Cómo lo supo ella?

—Se lo dijimos.

—¿Perdón?

—Le he dicho antes que encontramos cosas en su sangre. Esos hemóculos estaban diseñados específicamente para extenderse por el intercambio de fluidos corporales.

—¿Cómo lo supieron?

Napier pareció impaciente por primera vez.

—Por Dios, hombre, sabemos lo que hacemos. Esas partículas tenían dos funciones: extenderse por el intercambio de fluidos corporales e interaccionar unas con otras. Una vez que lo entendimos, la única elección ética que nos quedaba era decírselo a su mujer.

—Por supuesto. Tiene razón. De hecho, le doy las gracias —dijo Hackworth—. Y no me es difícil entender los sentimientos de Gwen sobre compartir fluidos corporales con miles de Tamborileros.

—No debe ser muy duro consigo mismo —dijo Napier—. Hemos enviado exploradores allá abajo.

—¿Sí?

—Sí. A los Tamborileros no les importa. Los exploradores contaron que los Tamborileros se comportaban de forma muy similar a la gente en los sueños. «Límites del ego muy poco definidos» fue la frase, según recuerdo. En cualquier caso, su comportamiento allá abajo no era necesariamente una transgresión moral como tal: su mente no era la de siempre.

—¿Dice que esas partículas interactúan con las otras?

—Cada una contiene algo de lógica de barras y memoria —dijo Napier—. Cuando una partícula encuentra otra, ya sea in vivo o in vitro, se unen y parece que intercambian datos durante un momento. La mayor parte de las veces se sueltan y se separan. A veces se quedan unidos durante un tiempo y se realizan procesos computacionales… lo sabemos porque la lógica de barras emite calor. Luego se desconectan. A veces las dos partículas siguen caminos separados, a veces una muere. Pero una de ellas siempre sigue en marcha.

Hackworth captó inmediatamente las implicaciones de la última frase.

—Los Tamborileros hacen el amor entre ellos o…

—Ésa fue también nuestra primera pregunta —dijo Napier—. La respuesta es no. Practican mucho el sexo con mucha, mucha otra gente. De hecho, tienen burdeles en Vancouver. Se dedican especialmente a las multitudes del Aeródromo y del metro. Hace unos años tuvieron un conflicto con los otros burdeles porque apenas cobraban por sus servicios. Subieron los precios sólo para ser diplomáticos. Pero no quieren el dinero… ¿qué podrían hacer con él?