AGLAYA | LUZ | |
EUFROSINE | ALEGRÍA | |
TALÍA | FERTILIDAD |
Los nombres de las tres Gracias, y las concepciones de diversos artistas de las tres damas, estaban grabados, pintados y esculpidos con libertad en el interior y el exterior de la academia de la señorita Matheson. Nell apenas podía mirar a un sitio sin verlas haciendo cabriolas por un campo de campanillas, distribuyendo coronas de laurel a los héroes, elevando conjuntamente una antorcha hacia el cielo, o iluminando brillantemente a las alumnas receptivas.
Para Nell, la parte favorita del currículum era Talía, que disponía de una hora por la mañana y otra por la tarde cuando la señorita Matheson tiraba una vez de la vieja cuerda de la campana que colgaba del campanario, propagando un solo golpe doloroso a lo largo del campus, entonces Nell y las otras chicas de su sección se levantaban, saludaban a su profesora, caminaban en una fila única por el corredor hasta el patio, y luego echaban a correr en un caos hasta que alcanzaban el Salón de la Cultura Física, donde se quitaban los complicados, pesados y molestos uniformes y se ponían uniformes igualmente molestos, complicados pero más ligeros, sueltos y que permitían mayor libertad de movimientos.
El currículum de la Fertilidad lo impartía la señorita Ramanujan o una de sus asistentes. Normalmente hacían algo vigoroso por la mañana, como hockey sobre hierba, y algo grácil por la tarde, como bailes de salón, o extraños y risibles ejercicios sobre cómo caminar, estar de pie o sentarse como una dama.
Luz era el departamento de la señorita Matheson, aunque en general se lo dejaba a sus asistentas, entrando y saliendo ocasionalmente de varias clases en una vieja silla de ruedas de madera y mimbre. Durante el periodo de Aglaya, las chicas se reunían en grupos de media docena o así para contestar preguntas o resolver problemas propuestos por las profesoras: por ejemplo, contaban cuántas especies de plantas y animales podían encontrarse en medio metro cuadrado del bosque que había tras la escuela. Representaban una escena de una obra en griego. Usaban una simulación ractiva para modelar la economía doméstica de una banda Lakota antes y después de la introducción de los caballos. Diseñaban máquinas simples con un equipo de nanopresencia e intentaban compilarlas en el C.M. y hacer que funcionasen. Tejían brocados y fabricaban porcelana como solían hacerlo las damas japonesas. Y había todo un océano de historia por aprender: primero la bíblica, griega y romana, y luego la historia de toda la otra gente del mundo que esencialmente servía de escenario para la Historia de los Anglohablantes.
Esa última materia no era, curiosamente, parte del currículum de Luz; se dejaba firmemente en manos de la señorita Stricken, que era la dama de la Alegría.
Además de los dos periodos de una hora cada día, la señorita Stricken copaba la atención de toda la reunión de estudiantes una vez por la mañana, otra al mediodía y una última por la tarde. Durante esos momentos, su función básica era llamar al orden a las estudiantes; reprender públicamente a las ovejas que se habían extraviado significativamente desde la última asamblea; vomitar cualquier pensamiento al azar que ocupase su mente en ese momento; y finalmente, en tono reverencial, presentar al padre Cox, el vicario local, quien guiaba a las estudiantes en la oración. La señorita Stricken también tenía a todas las estudiantes para ella durante dos horas los domingos por la mañana y podía opcionalmente exigir su atención hasta ocho horas los sábados si llegaba a la conclusión de que querían guía suplementaria.
La primera vez que Nell se sentó en una de las aulas de la señorita Stricken, encontró que su mesa había sido perversamente situada tras otra chica, por lo que no podía ver nada excepto el pelo de esa chica. Se levantó, intentó mover la mesa y descubrió que estaba fija al suelo. Todas las mesas, de hecho, estaban situadas en una estructura perfectamente regular, mirando en la misma dirección; es decir, hacia la señorita Stricken o una de sus asistentes, la señorita Bowlware o la señora Disher.
La señorita Bowlware enseñaba Historia de los Anglohablantes, empezando por los romanos en Londinum y siguiendo con la conquista normanda, la Carta Magna, la Guerra de las Rosas, el Renacimiento y la Guerra Civil; pero no cogía el ritmo hasta llegar al periodo georgiano, punto en el que le salía espuma por la boca explicando las limitaciones del monarca sifilítico, que había inspirado a los americanos bienpensantes a separarse asqueados. Estudiaron las partes más terribles de Dickens, que la señorita Bowlware cuidadosamente explicaba que se denominaba literatura victoriana por estar escrita durante el reinado de Victoria I, pero en realidad trataba sobre la época pre-victoriana, y que los modos de los victorianos originales —los que habían construido el Viejo Imperio Británico— eran en realidad una reacción contra el tipo de mal comportamiento de sus padres y abuelos, tan convincentemente detallados por Dickens, su novelista más popular.
De hecho, las chicas se sentaban en las mesas y jugaban con unos ractivos que ejemplificaban las condiciones de vida durante esa época: generalmente no era agradable, incluso si empleaban la opción que desactivaba las enfermedades. En ese punto, la señorita Disher venía y decía:
—Si pensáis que eso da miedo, mirad cómo vivían los pobres a finales del siglo veinte. Y ciertamente, después de que los ractivos les dijesen cómo era la vida para un niño de Washington, D.C. durante los años noventa, la mayoría de las estudiantes tenían que admitir que puestos a elegir se quedarían con la fábrica de la Inglaterra pre-victoriana antes que eso.
Todo lo anterior servía de preparación para una discusión comparada de tres ejemplos: el Imperio Británico; la América anterior a Vietnam y la moderna y todavía en desarrollo historia de Nueva Atlantis. En general, la señora Disher se encargaba del material más moderno y todo lo referente a América.
La señorita Stricken se encargaba del resumen al final de cada periodo y al final de cada unidad. Venía a explicar qué conclusiones debían extraer y se aseguraba de que todas lo hiciesen. Tenía también la habilidad de arremeter como un depredador en la clase y golpear los nudillos de cualquier chica que hubiese estado murmurando, haciendo muecas a las profesoras, pasando notas, dibujando, tocándose la ropa, moviéndose, rascándose, tocándose la nariz, suspirando o no estando derecha.
Estaba claro que se sentaba en su diminuta oficina cerca de la puerta observándolas por monitores. En una ocasión, Nell estaba sentada en Alegría, diligentemente absorbiendo la clase sobre el programa de préstamo en arriendo, cuando oyó que la rugiente puerta de la oficina de la señorita Stricken se abría tras ella. Como todas las demás chicas, Nell suprimió el instinto asustado de mirar a su alrededor. Oyó los tacones de la señorita Stricken recorrer el pasillo, oyó el silbido de la regla y entonces sintió que sus nudillos estallaban.
—Arreglarse el pelo es una actividad privada, no pública, Nell —dijo la señorita Stricken—. Las otras chicas lo saben; ahora tú también.
A Nell le ardía la cara y rodeó la mano afectada con la otra mano a modo de venda. No entendió nada hasta que vio a una de las chicas girando su dedo índice en la cabeza: aparentemente Nell había estado jugando con su pelo, lo que hacía a menudo cuando leía el Manual o pensaba mucho sobre un tema.
La regla era una forma de disciplina tan tonta, comparada con una paliza de verdad, que al principio no podía tomarla en serio y en realidad le había parecido graciosa las primeras veces. Sin embargo, al pasar los meses, parecía que le causaba más dolor. O Nell se estaba volviendo blanda, o —lo que era más probable— estaba empezando a percibir las dimensiones reales del castigo. Al principio era una forastera a la que nada importaba. Pero al comenzar a destacar en las otras clases y a ganarse el respeto tanto de las profesoras como de las alumnas, se encontró con un orgullo que podía perder. Una parte de ella deseaba rebelarse, arrojarlo todo para que no lo pudiesen usar en su contra. Pero disfrutaba tanto de las otras clases que ni siquiera soportaba considerar aquella posibilidad.
Un día, la señorita Stricken decidió concentrar toda su atención en Nell. Eso no era raro: era normal elegir a una alumna en particular para un refuerzo intensivo. A veinte minutos del final de la hora, cuando la señorita ya había golpeado a Nell en la mano derecha por jugar con el pelo y en la izquierda por morderse las uñas, Nell vio, para su horror, que había estado rascándose la nariz y que la señorita Stricken estaba en la puerta mirándola como un halcón. Las dos manos de Nell cayeron sobre su regazo, bajo la mesa.
La señorita Stricken se acercó lenta y deliberadamente.
—Tu mano derecha, Nell —dijo—, como a esta altura —y le indicó con el extremo de la regla una altura que sería conveniente para el asalto; bastante alto con respecto a la mesa, para que todas en el aula pudiesen verlo.
Nell vaciló un momento, luego levantó la mano.
—Un poco más alto, Nell —dijo la señorita Stricken.
Nell movió la mano un poco más alto.
—Un par de centímetros más sería conveniente, creo —dijo la señorita Stricken, examinando la mano como si hubiese sido esculpida en mármol y excavada recientemente de un templo griego.
Nell no encontraba fuerzas para levantar la mano.
—Levántala dos centímetros más, Nell —dijo la señorita Stricken—, para que las otras chicas puedan mirar y aprender contigo.
Nell levantó la mano sólo un poco.
—Eso es menos de dos centímetros, creo —dijo la señorita Stricken.
Las otras chicas empezaron a reír disimuladamente; todos los rostros estaban vueltos hacia Nell y podía ver su alegría, y de alguna forma la señorita Stricken y la regla se hicieron irrelevantes comparadas con las otras chicas. Nell levantó la mano dos centímetros, vio cómo la regla se echaba hacia atrás y oyó el silbido. En el último momento, por un impulso, le dio la vuelta a la mano, agarró la regla, y la giró tal y como Dojo le había enseñado, doblándola contra los dedos de la señorita Stricken para obligarla a soltarla. Ahora Nell tenía la regla, y la señorita Stricken estaba desarmada.
Su oponente era una mujer abultada, más alta que la media, bastante pesada, el tipo de profesora cuya misma carnalidad se convierte en objeto de asombro morboso entre sus delgadas alumnas, y cuyas prácticas lavatorias personales —la tendencia a la caspa, el lápiz de labios muy usado, el pequeño rastro de saliva en la comisura de los labios— son más importantes en las mentes de las estudiantes que la Gran Pirámide y la Expedición de Lewis y Clark. Como todas las otras mujeres, la señorita Stricken se beneficiaba de la falta de genitales externos que hacía más difícil que Nell pudiese incapacitarla, pero aun así, Nell podía pensar en media docena de formas de convertirla en un montón sanguinolento sobre el piso y no malgastar más de un minuto en el proceso. Durante su estancia con el condestable Moore, al notar el interés de su benefactor por las armas y la guerra, había sentido un renovado interés por las artes marciales, había vuelto en el Manual a la historia de Dinosaurio y se había alegrado mucho pero no se había sorprendido demasiado al descubrir que Dojo todavía enseñaba sus lecciones, empezando justo donde él y Belle la Monita se habían quedado.
Pensando en su amigo Dinosaurio y su maestro, Dojo el Ratón, de pronto sintió una vergüenza más profunda que la que la señorita Stricken o sus burlonas compañeras podrían infligir. La señorita Stricken era una vieja estúpida, y sus compañeras eran unas payasas, pero Dojo era su amigo y su maestro, y siempre la había respetado y le había dedicado toda su atención, y él le había enseñado cuidadosamente los caminos de la humildad y la autodisciplina. Ahora ella había pervertido sus enseñanzas al usar sus habilidades para coger la regla de la señorita Stricken.
Le devolvió la regla, levantó la mano en el aire, y oyó, pero no sintió los impactos de la regla, unos diez en total.
—Te espero en mi oficina después de las oraciones de la tarde, Nell —dijo la señorita Stricken cuando hubo acabado.
—Sí, señorita Stricken —dijo Nell.
—¿Qué miráis? —soltó la señora Disher que hoy llevaba la clase—. ¡Volveos y prestad atención! —Y así acabó todo. Nell se sentó en su mesa durante el resto de la hora como si la hubiesen tallado de un trozo sólido de yeso.
Su entrevista con la señorita Stricken al final del día fue corta y seria, nada de violencia o histrionismo. Informó a Nell que su actuación en la parte Alegría del currículum era tan deficiente que la colocaba en peligro de fallar y ser expulsada de la escuela, y que su única esperanza era venir cada sábado durante ocho horas de estudio suplementario.
Lo que Nell más deseaba era poder negarse. El sábado era el único día de la semana que no tenía que ir a la escuela. Siempre pasaba el día leyendo el Manual, explorando los campos y los bosques alrededor de Dovetail, o visitando a Harv en los Territorios Cedidos.
Sintió que, por sus propios errores, había arruinado su vida en la academia de la señorita Matheson. Hasta hacía poco, la clase de la señorita Stricken no había sido más que una molestia rutinaria; algo que tenía que sufrir para disfrutar de las partes agradables del currículum. Podía recordar una época, sólo un par de meses atrás, en la que volvía a casa con la cabeza rebosante de todas las cosas que había aprendido en Luz, y cuando la parte Alegría era sólo una excrecencia indefinida en el borde. Pero en las últimas semanas, la señorita Stricken se había hecho, por alguna razón, más y más importante. Y de alguna forma, la señorita Stricken le había leído la mente a Nell y había comenzado en el momento justo su campaña de asalto. Había calculado perfectamente los sucesos de hoy. Había conseguido exponer los sentimientos más profundos de Nell, como un maestro carnicero los intestinos con un par de golpes de cuchillo. Ahora todo estaba arruinado. Ahora la academia de la señorita Matheson se había desvanecido para convertirse en la Casa del Dolor de la señorita Matheson, y no había forma de que Nell pudiese escapar de la casa sin rendirse, que era algo que sus amigos del Manual le habían enseñado a no hacer nunca.
El nombre de Nell fue a un tablón en la pared de un aula llamada ALUMNAS DE CURRICULUM SUPLEMENTARIO. En unos días, a su nombre se unieron otros dos: Fiona Hackworth y Elizabeth Finkle-McGraw. Cuando Nell desarmó a la terrible señorita Stricken se había convertido en leyenda oral, y sus dos amigas se habían inspirado tanto en ese acto de desafío que habían buscado la forma de meterse también en problemas. Ahora, las tres mejores estudiantes de la academia de la señorita Matheson estaban condenadas al Curriculum Suplementario.
Cada sábado, Nell, Fiona y Elizabeth llegaban a la escuela a las siete en punto, entraban en el aula y se sentaban en la primera fila en mesas adyacentes. Aquello era parte de los retorcidos planes de la señorita Stricken. Una torturadora menos sutil hubiese colocado a las chicas lo más alejadas posible para evitar que hablasen, pero la señorita Stricken las quería juntas para que sintiesen la tentación de hablar y pasarse notas.
En ningún momento había profesoras en el aula. Suponían que las vigilaban, pero nunca lo supieron en realidad. Cuando entraban, cada una tenía un montón de libros sobre la mesa: viejos libros encuadernados en cuero desgastado. Su tarea consistía en copiar los libros a mano y dejar las páginas escrupulosamente ordenadas sobre la mesa de la señorita Stricken antes de irse a casa. Normalmente, los libros eran transcripciones de debates del siglo diecinueve en la Cámara de los Lores.
Durante su séptimo sábado en Curriculum Suplementario, Elizabeth Finkle-McGraw de pronto tiró su pluma, cerró el libro y lo arrojó contra la pared.
Nell y Fiona no pudieron evitar reír. Pero Elizabeth no daba la impresión de estar de muy buen humor. El viejo libro apenas se había posado en el suelo cuando Elizabeth corrió hacia él y comenzó a darle patadas. Con cada golpe dejaba escapar de la garganta un grito furioso. El libro absorbió aquella violencia impasible, haciendo que Elizabeth se enfadase aún más; se echó de rodillas, abrió de un golpe las tapas y comenzó a arrancar las páginas a puñados.
Nell y Fiona se miraron, de pronto serias. Las patadas habían sido divertidas, pero arrancar las páginas tenía un aspecto que las preocupaba.
—¡Elizabeth! ¡Para! —dijo Nell, pero Elizabeth no dio señales de haberla oído. Nell corrió hacia Elizabeth y la abrazó por detrás. Fiona corrió un momento más tarde y cogió el libro.
—¡Maldita sea! —gritó Elizabeth—, ¡no me importa ninguno de esos malditos libros, tampoco me importa el Manual!
La puerta se abrió de golpe. La señorita Stricken entró, apartó a Nell de un golpe, agarró a Elizabeth por los hombros con ambos brazos y la sacó por la puerta.
Unos días más tarde, Elizabeth partió en unas largas vacaciones con sus padres, saltando de un enclave de Nueva Atlantis a otro en la nave aérea privada de la familia, atravesando el Pacífico y Norteamérica y finalmente llegando a Londres, donde se establecieron durante unos meses. En los primeros días, Nell recibió una carta de ella, y Fiona recibió dos. Después de eso no recibieron respuesta a sus cartas y con el tiempo dejaron de intentarlo. El nombre de Elizabeth fue eliminado de la placa de Curriculum Suplementario.
Nell y Fiona siguieron adelante a pesar de todo. Nell alcanzó la situación en que podía transcribir los viejos libros durante todo el día sin absorber ni una palabra. Durante su primera semana en Curriculum Suplementario había estado asustada; de hecho, se había sorprendido ante el nivel de su miedo y comenzó a comprender que la autoridad, incluso cuando no empleaba la violencia, era un fantasma tan preocupante como cualquier otra cosa que hubiese experimentado durante sus primeros años. Después del incidente con Elizabeth, se aburrió durante muchos meses, luego se volvió a poner furiosa hasta que comprendió, hablando con Oca y Púrpura, que su rabia se la comía por dentro. Así que con un esfuerzo consciente, volvió a la situación en que se aburría.
La razón para su furia era que copiar aquellos libros era una imperdonable pérdida de tiempo. No había límite a lo que podía haber aprendido leyendo el Manual durante esas ocho horas. Es más, el currículum normal de la academia de la señorita Matheson hubiese sido perfecto también. Le atormentaba la irracionalidad del lugar.
Un día, después de volver de un viaje al lavabo, se sorprendió al ver que Fiona apenas había copiado una página, aunque había estado allí durante horas.
Después de aquello, Nell vigiló a Fiona de vez en cuando. Notó que Fiona nunca dejaba de escribir, pero no prestaba atención a los viejos libros. Cuando acababa cada página, la doblaba y la metía en su redecilla. De vez en cuando, se paraba y miraba por la ventana durante unos minutos, y luego seguía; o colocaba ambas manos sobre la cara y se balanceaba de un lado a otro en silencio durante un rato antes de entregarse a un largo impulso de escritura que podía cubrir varias páginas en unos minutos.
La señorita Stricken entró una tarde en la habitación, cogió el montón de páginas de la mesa de Nell, las pasó y permitió que su barbilla descendiese unos milímetros. Aquel vestigio casi imperceptible de un saludo era su forma de decir que Nell podía irse. Nell comprendió que un modo que tenía la señorita Stricken para reafirmar su poder sobre las chicas era hacer que sus deseos sólo fuesen conocidos por los signos más sutiles posible, para que aquéllas se viesen obligadas a observarla ansiosamente todo el tiempo.
Nell se fue; pero antes de recorrer todo el pasillo, volvió a la puerta y miró al interior del aula por la ventana.
La señorita Stricken había cogido las páginas dobladas de la bolsa de Fiona y las miraba, moviéndose de un lado a otro en la parte frontal de la clase como el balanceo lento de un péndulo, un movimiento devastadoramente poderoso. Fiona estaba sentada sobre su silla, con la cabeza inclinada y los hombros en posición de defensa.
Después de leer los papeles durante una eternidad, la señorita Stricken los colocó sobre su mesa, e hizo una declaración breve, agitando la cabeza con incredulidad. Luego se volvió y salió de la habitación.
Cuando Nell llegó hasta ella, los hombros de Fiona todavía se agitaban en silencio. Nell puso sus brazos alrededor de Fiona, quien finalmente comenzó a respirar llorosa. Durante los siguientes minutos pasó gradualmente a ese estadio del llanto en que el cuerpo parece hincharse con sus propios fluidos.
Nell suprimió el impulso de impacientarse. Sabía bien, como todas las demás chicas, que el padre de Fiona había desaparecido varios años atrás. Se rumoreaba que se encontraba en una misión oficial y honorable; pero al pasar los años esa creencia fue suplantada por la sospecha de que había sucedido algo deshonroso. Hubiese sido demasiado fácil para Nell señalar que ella lo había pasado peor. Pero viendo la profundidad de la infelicidad de Fiona, ahora tenía que considerar la posibilidad de que Fiona estuviese en una situación peor.
Cuando la madre de Fiona vino a buscarla en un coche, y vio a su hija con la cara roja y descompuesta, una expresión de rabia oscura ocupó su rostro y se fue con Fiona sin ni siquiera mirar a Nell. Fiona apareció en la iglesia el día siguiente como si nada hubiese pasado y no le dijo nada a Nell sobre lo sucedido durante la siguiente semana de escuela. De hecho, Fiona apenas hablaba con nadie, porque ahora pasaba todo el tiempo fantaseando.
Cuando Nell y Fiona se presentaron a las siete de la mañana del sábado siguiente, se sorprendieron al encontrarse a la señorita Matheson esperándolas en la clase, sentada en su silla de ruedas de madera y mimbre, envuelta en una manta termogénica. No estaba el montón de libros, papel y plumas, y sus nombres habían desaparecido de la placa en la pared de la habitación.
—Hace un hermoso día de primavera —dijo la señorita Matheson—. Cojamos algunas dedaleras.
Atravesaron el campo de juego hasta el prado donde crecían las campanillas, las dos chicas caminando y la silla de ruedas de la señorita Matheson la llevaba sobre sus inteligentes ruedas.
—Carne enlatada —dijo la señorita Matheson, murmurando para sí misma.
—¿Cómo dice, señorita Matheson? —dijo Nell.
—Miraba las ruedas inteligentes y recordé un anuncio de mi juventud. Solía ser una juerguista, sabes. Solía correr en monopatín por las calles. Ahora sigo yendo sobre ruedas, pero de un tipo diferente. Me temo que me di demasiados golpes y me hice demasiados moretones durante mi primera carrera.
—Ser lista es algo maravilloso, y no deberíais pensar lo contrario, y nunca debéis dejar de ser como sois. Pero lo que aprendes al envejecer es que hay algunos miles de millones de personas en el mundo intentando ser inteligentes al mismo tiempo, y cualquier cosa que hagas con tu vida se perderá, tragada por el océano, a menos que lo hagas con gente como tú, que recuerde tu contribución y que la continúe. Hay muchas phyles menores y tres grandes. ¿Cuáles son las grandes?
—Nueva Atlantis —empezó a decir Nell.
—Nipón —dijo Fiona.
—Han —concluyeron juntas.
—Correcto —dijo la señorita Matheson—. Tradicionalmente incluimos Han en la lista por su gran tamaño y edad, aunque últimamente se ha visto debilitada por discordias internas. Y algunos incluirían Indostán, mientras que otros la verían como una desordenada colección de microtribus sinterizadas por una fórmula que no entendemos.
»Ahora bien, hubo una época en que creíamos que lo que una mente humana podía conseguir estaba determinado por factores genéticos. Tonterías, por supuesto, pero durante muchos años pareció convincente, las diferencias entre tribus tan evidentes. Ahora sabemos que todo es cultural. Que, después de todo, eso es una cultura: un grupo de personas que comparten en común ciertas características adquiridas.
»La tecnología de la información ha liberado a las culturas de la necesidad de poseer un trozo particular de tierra para poder propagarse; ahora podemos vivir en cualquier sitio. El Protocolo Económico Común especifica cómo hacerlo.
»Algunas culturas prosperan; otras no. Algunas valoran el discurso racional y el método científico; otras no. Algunas valoran la libertad de expresión, y otras no. Lo único que tienen en común es que si no se propagan serán absorbidas por las otras. Todo lo que han construido será derribado; todo lo que han conseguido se olvidará; todo lo que han aprendido y escrito se lo llevará el viento. En los viejos días era fácil recordarlo por la necesidad constante de defender las fronteras. Hoy en día, es fácil olvidarlo.
»Nueva Atlantis, como muchas tribus, se propaga principalmente por medio de la educación. Ésa es la razón de ser de la academia. Aquí desarrolláis el cuerpo por medio del ejercicio y la danza, y la mente desarrollando proyectos. Y luego vais a la clase de la señorita Stricken. ¿Cuál es el propósito de la clase de la señorita Stricken? ¿Lo tiene? Por favor, hablad. No os meteréis en problemas, no importa lo que digáis.
Nell habló, después de ponerse algo nerviosa.
—No estoy segura de que tenga sentido.
Fiona se limitó a mirarla mientras lo decía y a sonreír con tristeza.
La señorita Matheson sonrió.
—No estás muy alejada de la verdad. La fase del currículum de la señorita Stricken está muy cerca de no tener ninguna sustancia real. Entonces ¿por qué la mantenemos?
—No puedo ni imaginario —dijo Nell.
—Cuando era niña estudié kárate —dijo sorprendentemente la señorita Matheson—. Me fui después de un par de semanas. No podía aguantarlo. Pensaba que el maestro me enseñaría a defenderme cuando corriese con el monopatín. Pero lo primero que hizo fue hacerme barrer el suelo. Luego me dijo que si quería defenderme debería comprarme una pistola. Volví a la semana siguiente y me hizo barrer el suelo otra vez. Lo único que hacía era barrer. Ahora, ¿cuál era el propósito?
—Enseñarle humildad y autodisciplina —dijo Nell. Ella lo había aprendido de Dojo mucho antes.
—Exactamente. Que son cualidades morales. La sociedad se sostiene finalmente sobre cualidades morales. Toda la prosperidad y sofisticación tecnológica del mundo no es nada sin esa base: lo aprendimos a finales del siglo veinte, cuando pasó de moda enseñar esas cosas.
—Pero ¿cómo puede decir que es moral? —dijo Fiona—. La señorita Stricken no es moral. Es tan cruel.
—La señorita Stricken es alguien que yo no invitaría a cenar a mi casa. No la contrataría como institutriz de mis hijos. Sus métodos no son mis métodos. Pero las personas como ella son indispensables.
»Lo más difícil del mundo es hacer que los occidentales educados cooperen —siguió diciendo la señorita Matheson—. Ése es el trabajo de gente como la señorita Stricken. Debemos perdonarle sus imperfecciones. Ella es como un avatar; ¿sabéis lo que es un avatar? Es la manifestación física de un principio. El principio es que fuera de las cómodas y bien defendidas fronteras de nuestra phyle hay un mundo terrible que vendrá a hacernos daño si no tenemos cuidado. No es un trabajo fácil. Debemos sentir pena de la señorita Stricken.
Trajeron ramilletes de dedaleras, violetas y fucsias a la escuela y colocaron ramos en los jarrones de cada clase, dejando uno especialmente grande en la oficina de la señorita Stricken. Luego tomaron el té con la señorita Matheson y después se fueron a casa.
Nell no podía estar de acuerdo con lo que había dicho la señorita Matheson; pero descubrió que después de la conversación todo fue más fácil. Ahora entendía el neovictorianismo. La sociedad se había transmutado milagrosamente en un sistema ordenado, como los simples ordenadores que programaban en la escuela. Ahora que Nell conocía todas las reglas, podía hacerle hacer todo lo que quisiese.
Alegría volvió a su antigua posición de una incomodidad menor en los límites del día escolar. La señorita Stricken la golpeó con la regla un par de veces, pero ni de lejos tan a menudo, ni siquiera cuando estaba, realmente, rascándose y encorvándose.
Fiona Hackworth lo pasó peor, y en un par de meses estaba de vuelta en la lista del Curriculum Suplementario. Unos meses después de eso, dejó de venir a la escuela. Se anunció que ella y su madre se habían mudado a Atlantis/Seattle, y su dirección fue colocada en el tablón para aquéllas que quisiesen escribirle cartas.
Pero Nell oyó rumores sobre Fiona de las otras chicas, que a su vez los habían oído de sus padres. Un año más o menos después de que Fiona se fuese, corrió el rumor de que la madre de Fiona había conseguido el divorcio; lo que en su tribu sólo sucedía en caso de adulterio o malos tratos. Nell le escribió a Fiona una larga carta diciendo que sentía mucho si su padre la había maltratado, y le ofrecía su apoyo en ese caso. Unos días más tarde recibió una nota lacónica en la que Fiona defendía a su padre de todos los cargos. Nell le envió una carta de disculpa pero no volvió a tener noticias de Fiona Hackworth.
Dos años después, los servicios de noticias se llenaron con el increíble relato de la joven heredera Elizabeth Finkle-McGraw, que había desaparecido de la mansión de su familia en las afueras de Londres y se rumoreaba que se la había visto en Londres, Los Ángeles, Hong Kong, Miami y en muchos otros lugares en presencia de personas que se sospechaba eran miembros de alto nivel de CryptNet.