Descripción general de la vida con el condestable; sus ocupaciones y otras peculiaridades; una visión perturbadora; Nell aprende sobre su pasado; una conversación durante la cena

La casa del jardín tenía dos habitaciones, una para dormir y otra para jugar. La habitación de jugar tenía una puerta doble, hecha de muchas ventanas pequeñas, que se abrían al jardín del condestable Moore. A Nell le habían dicho que fuese cuidadosa con las pequeñas ventanas, porque estaban hechas de vidrio de verdad. El vidrio era irregular y estaba lleno de burbujas, como la superficie de un caldero lleno de agua justo antes de romper a hervir, y a Nell le gustaba mirar el mundo a través de él, porque, aunque sabía que no era tan fuerte como una ventana normal, la hacía sentirse segura, como si se escondiese tras algo.

El jardín intentaba continuamente absorber la pequeña casa; muchos sarmientos de hiedra, glicina y zarzas estaban profundamente comprometidos en el proyecto de trepar por las paredes, usando la cañería de cobre color concha de tortuga y la superficie basta de ladrillos y cemento como agarres. El tejado inclinado de la casa era fosforescente debido al musgo. De vez en cuando, el condestable Moore cargaba contra aquel ataque con un par de cizallas para cortar los sarmientos que enmarcaban de forma tan hermosa la vista a través de las puertas de vidrio de Nell, para que no la hicieran prisionera.

Durante el segundo año de la vida de Nell en la casa, le pidió al condestable tener un trozo de jardín para ella, y después de una primera fase de profundo shock y dudas, el condestable levantó finalmente un par de baldosas, para descubrir una pequeña zona, e hizo que uno de los artesanos de Dovetail fabricase algunas jardineras de cobre y que las colgase de las paredes de la casa del jardín. En el trozo de terreno, Nell plantó zanahorias, pensando en su amigo Pedro que había desaparecido tanto tiempo atrás, y geranios en las jardineras. El Manual le enseñó cómo debía hacerlo y le recordó que debía desenterrar una zanahoria cada par de días para examinarla y ver cómo crecía. Nell descubrió que si sostenía el Manual sobre la zanahoria y miraba en cierta página, se convertía en una ilustración mágica que se hacía grande y más grande hasta que podía ver las pequeñas fibras que crecían en las raíces, y los organismos unicelulares en esas fibras, y las mitocondrias dentro de ellas. El mismo truco funcionaba con cualquier cosa, y pasó muchos días examinando ojos de moscas, trozos de pan y células sanguíneas que se sacó del cuerpo pinchándose un dedo. También podía subir a las colinas los días de noche clara y usar el Manual para ver los anillos de Saturno y las lunas de Júpiter.

El condestable Moore siguió trabajando su turno diario en la portería. Cuando llegaba a casa todas las noches, él y Nell solían cenar juntos en su casa. Al principio sacaban la comida directamente del C.M. o el condestable freía algo simple, como salchichas y huevos. Durante ese periodo, la Princesa Nell y los otros personajes del Manual también comían muchas salchichas y huevos, hasta que Oca protestó y enseñó a la Princesa cómo preparar comida más sana. Entonces Nell adoptó el hábito de preparar comidas saludables, como ensaladas y vegetales, varias noches por semana después de volver a casa de la escuela. El condestable refunfuñaba, pero siempre se lo acababa todo y a veces lavaba los platos.

El condestable pasaba mucho tiempo leyendo libros. Nell podía estar en la casa cuando lo hacía, siempre que estuviese callada. Frecuentemente la echaba, y entonces llamaba a algún viejo amigo por el gran mediatrón en la pared de la biblioteca. Normalmente Nell iba a la casita del jardín en esas ocasiones, pero a veces, especialmente con la luna llena, vagaba por el jardín. Éste parecía mayor de lo que era realmente al estar dividido en muchos compartimentos pequeños. En las noches de luna llena, su sitio favorito era un grupo de altos bambúes verdes con algunas rocas bonitas colocadas por los alrededores. Se sentaba con la espalda contra una roca, leía el Manual, y en ocasiones oía los sonidos que emergían de la casa del condestable Moore cuando hablaba con el mediatrón: en su mayoría risas grandes y profundas, y explosiones de insultos bienintencionados. Durante mucho tiempo Nell dio por supuesto que no era el condestable quien producía aquellos sonidos, sino aquél con quien hablaba; porque en su presencia el condestable siempre era amable y reservado, aunque algo excéntrico. Pero una noche oyó fuertes gemidos que venían de la casa, y salió del grupo de bambúes para ver qué pasaba.

Desde su punto de vista, a través de las puertas de vidrio, no podía ver el mediatrón, que estaba en dirección opuesta. Su luz iluminaba toda la habitación, pintando aquel espacio normalmente cálido y confortable con parpadeantes colores chillones, y largas sombras irregulares. El condestable Moore había apartado todos los muebles y otras obstrucciones hacia las paredes y había enrollado la alfombra china para dejar descubierto el suelo, que Nell siempre había supuesto que estaba hecho de roble, como el suelo de su casa del jardín, pero el suelo mismo era, de hecho, un gran mediatrón, que resplandecía más apagado en comparación con el de la pared, y mostraba material de muy alta resolución: textos, documentos y gráficos detallados con proyecciones cinematográficas ocasionales. El condestable estaba en medio apoyado sobre las rodillas y las manos, berreando como un niño, con las lágrimas acumulándose en las concavidades de sus gafas y cayendo sobre el mediatrón, que las iluminaba extrañamente desde abajo.

Nell deseaba entrar y consolarle, pero estaba demasiado asustada. Se quedó allí y miró, congelada por la indecisión, y los destellos de luz que venían de los mediatrones le recordaban explosiones; o mejor, imágenes de explosiones. Se echó atrás y volvió a su casita.

Media hora más tarde, oyó el sonido ultraterreno de la gaita del condestable Moore que venía del grupo de bambúes. En el pasado la había cogido ocasionalmente y había producido algunos chillidos, pero ésa era la primera vez que Nell oía un recital formal. No era experta en gaitas, pero pensó que no sonaba mal. Tocaba una pieza lenta, una endecha, y era tan triste que casi rompió el corazón de Nell en pedazos; la imagen del condestable llorando desconsoladamente sobre manos y rodillas no era ni la mitad de triste que la música que ahora tocaba.

Con el tiempo pasó a una variación más rápida y alegre. Nell salió de la casa al jardín. El condestable sólo era una silueta cortada en cientos de tiras por las astas de bambú, pero cuando ella se movía de un lado a otro, algún truco ocular recomponía la imagen. Él estaba sentado bajo la luz de la luna. Se había cambiado de ropas: ahora vestía su falda escocesa, una camisa y boina que parecían pertenecer a un uniforme. Cuando vaciaba los pulmones y volvía a respirar, su pecho se elevaba y un conjunto de medallas e insignias brillaba bajo la luz de la luna.

El condestable había dejado las puertas abiertas. Nell entró en la casa, sin molestarse en guardar silencio porque sabía que no podría oírla con el sonido de la gaita.

La pared y el suelo eran grandes mediatrones, y los dos estaban cubiertos con una profusión de ventanas mediáticas, cientos y cientos de paneles separados, como una pared en una bulliciosa calle de ciudad sobre la que los carteles y avisos han sido colocados en tal abundancia que cubren por completo el substrato. Algunos de los paneles eran apenas mayores que la mano de Nell, y otros eran del tamaño de un póster de pared. La mayoría de los que estaban en el suelo eran ventanas a documentos escritos, filas de números, esquemas (muchos árboles de organización), o mapas maravillosos, dibujados con impresionante precisión y claridad, con los ríos, las montañas y las villas identificadas con caracteres chinos. Al mirar ese panorama, Nell se asustó un par de veces al tener la impresión de que algo pequeño se arrastraba por el suelo; pero no había ningún insecto en la habitación, era simplemente una ilusión creada por las pequeñas fluctuaciones en los mapas y filas y columnas de números. Aquellas cosas eran ractivas, al igual que las palabras en el Manual; pero al contrario que el Manual, no respondían a lo que Nell hacía sino, supuso, a sucesos en lugares lejanos.

Cuando finalmente levantó la vista del suelo para mirar al mediatrón de las paredes, vio que la mayoría de los paneles eran más grandes, la mayor parte de los cuales mostraba cine, y de éstos los más estaban congelados. Las imágenes eran claras y definidas. Algunas eran paisajes: un trozo de carretera rural, un puente sobre un río seco, una polvorienta villa con las casas ardiendo. Algunas eran imágenes de personas: bustos parlantes de chinos vistiendo uniformes con montañas u oscuras nubes de polvo o vehículos verdes como fondo.

En uno de los paneles, un hombre yacía en el suelo, y su sucio uniforme tenía casi el mismo color que la tierra. De pronto la imagen se movió; no estaba congelada como las otras. Alguien pasaba delante de la cámara: un chino con un pijama índigo, decorado con cintas escarlata alrededor de la cabeza y la cintura, aunque se habían puesto marrones por la suciedad. Cuando salió del cuadro, Nell se fijó en el otro hombre, el que yacía en el suelo, y vio por primera vez que no tenía cabeza.

El condestable Moore debió de oír a Nell gritando por encima del sonido de la gaita, porque en unos momentos estaba en la habitación, gritando órdenes a los mediatrones, que se pusieron negros y se convirtieron en simples paredes y suelo. La única imagen que permaneció en la habitación era la gran pintura de Guan Di, el dios de la guerra, que miraba como siempre.

El condestable Moore se sentía siempre incómodo cuando Nell demostraba algún tipo de emoción, pero parecía más cómodo con la histeria que con, digamos, una invitación para jugar a las casitas o un ataque de risa. Levantó a Nell, la llevó al otro lado de la habitación sosteniéndola a un brazo de distancia y la sentó en una silla de cuero.

Salió de la habitación un momento y volvió con un gran vaso de agua, y cuidadosamente se lo puso en las manos.

—Debes respirar profundamente y beberte el agua —le dijo, de manera casi inaudible; parecía que llevaba mucho tiempo diciéndolo.

Nell se sorprendió un poco al ver que no lloraba para siempre, aunque le vinieron algunas recaídas que tuvieron que ser tratadas de la misma forma. Seguía intentado decir:

—No puedo dejar de llorar —soltando las sílabas una a una.

La décima o undécima vez que lo intentó, el condestable Moore le dijo:

—No puedes dejar de llorar porque estás jodida psicológicamente —le dijo en un tono de voz profesionalmente aburrido que podía haber sonado cruel; pero que para Nell era, por alguna razón, más confortante.

—¿Qué quieres decir? —dijo ella finalmente, cuando pudo hablar sin que la traicionase la garganta.

—Quiero decir que eres una veterana, chica, igual que yo, y tienes cicatrices —él se abrió de pronto la camisa, lo botones salieron volando y rebotando por toda la habitación, para revelar su torso de varios colores— como yo. La diferencia es que yo sé que soy un veterano. Tú insistes en creer que sólo eres una niña pequeña, como esas malditas vickys con las que vas a la escuela.

De vez en cuando, quizás una vez al año, él rechazaba la invitación a cenar, se ponía aquel uniforme, se subía a un caballo y cabalgaba en dirección al Enclave de Nueva Atlantis. El caballo lo traía de vuelta en las primeras horas de la mañana, tan borracho que apenas podía sostenerse sobre la silla. A veces Nell le ayudaba a llegar a la cama, y después de quedarse inconsciente, ella examinaba sus medallas, insignias y cintas a la luz de las velas. Las cintas en particular empleaban un sistema de codificación de color bastante elaborado. Pero el Manual tenía algunas páginas al final llamadas la Enciclopedia, y consultándolas, Nell pudo establecer que el condestable Moore era, o al menos había sido, general de brigada en la Segunda Brigada de la Tercera División de la Primera Fuerza Expedicionaria de Defensa del Protocolo. Una cinta implicaba que había pasado algún tiempo como oficial de intercambio en una división nipona, pero su división real era aparentemente la Tercera. Según la Enciclopedia, la Tercera era a menudo conocida como los Perros de Desecho o, simplemente, los Mestizos, porque tendía a atraer a sus miembros de la Diáspora Blanca: uitlanders, nacionalistas del Ulster, blancos de Hong Kong, y todos los desclasados de las partes anglo-americanas del mundo.

Una de las insignias decía que era graduado en ingeniería nanotecnológica. Eso era consecuente con pertenecer a la Segunda Brigada, que estaba especializada en guerra nanotecnológica. La Enciclopedia decía que había sido formada treinta años antes para tratar con las crueles luchas en la Europa oriental en las que se usaban primitivas armas nanotecnológicas.

Un par de años más tarde, la división había sido enviada al sur de China. Se habían estado fraguando problemas en aquella zona desde que Zhang Han Hua se había embarcado en la Larga Marcha y había obligado a los mercaderes a someterse. Zhang había liberado personalmente varios campos lao gai, donde los obreros esclavos trabajaban duramente fabricando baratijas para exportar al oeste, rompiendo las pantallas de los ordenadores con la robusta cabeza en forma de dragón de su bastón, y convirtiendo a los vigilantes en un montón sanguinolento en el suelo. Las «investigaciones» de Zhang de varios prósperos negocios, la mayoría en el sur, habían dejado a millones de personas en el paro. Esas personas habían salido a la calle armando un infierno y se les habían unido unidades simpatizantes del Ejército de Liberación Popular. La rebelión fue eventualmente sofocada por unidades del E.L.P. del norte, pero los líderes habían desaparecido en el «paisaje de cemento» del delta del Pearl, así que Zhang se vio obligado a montar una guarnición permanente en el sur. Las tropas del norte mantuvieron el orden de forma cruda pero eficaz durante unos años, hasta que, una noche, una división completa, unos 15 000 hombres, fue destruida por una infección de nanositos.

Los líderes de la rebelión salieron de sus escondites, proclamaron la República Costera, y llamaron a tropas del Protocolo para que les protegiesen. El coronel Arthur Hornsby Moore, un veterano de las luchas en el este de Europa, fue puesto al mando. Había nacido en Hong Kong, se fue de niño cuando los chinos la recuperaron, pasó su juventud vagando por Asia con sus padres y eventualmente se estableció en las islas británicas. Se le eligió para el trabajo porque hablaba con fluidez el cantonés y bastante bien el mandarín. Mirando los viejos fragmentos de cine de la Enciclopedia, Nell pudo ver un condestable Moore más joven, el mismo hombre con más pelo y menos dudas.

La Guerra Civil China comenzó realmente tres años más tarde, cuando los norteños, que no poseían nanotecnología, comenzaron a presionar con nucleares. No mucho después, las naciones musulmanas se pusieron de acuerdo y conquistaron la mayor parte de la provincia de Xinjiang, matando a parte de la población Han y empujando al resto hacia el este en medio de la guerra civil. El coronel Moore sufrió una terrible infección de nanositos primitivos, fue apartado de la acción y se le dio de baja por enfermedad. Para entonces, se había establecido la línea de tregua entre el Reino Celeste y la República Costera.

Desde entonces, como Nell sabía por sus estudios en la academia, Lau Ge había sucedido a Zhang como líder del norte: el líder del Reino Celeste. Después de que pasase un intervalo decente, había purgado por completo los restos de la ideología comunista, denunciándola como una intriga del imperialismo occidental, y proclamándose a sí mismo Chambelán del Rey sin Trono. El Rey sin Trono era Confucio, y Lau Ge era ahora el más alto de todos los mandarines.

La Enciclopedia no decía mucho más sobre el coronel Arthur Hornsby Moore, excepto que había reaparecido como asesor unos años después durante un ataque nanotecnológico terrorista en Alemania, y que luego se retiró y se convirtió en asesor de seguridad. En esa última capacidad había ayudado a promulgar el concepto de defensa en profundidad, alrededor del que se construían todas las ciudades modernas, incluida Atlantis/Shanghái.

Un sábado Nell le preparó al condestable una cena especialmente deliciosa, y cuando acabaron con el postre, ella comenzó a hablarle sobre Harv y Tequila, y las historias de Harv sobre el incomparable Bud, su querido y difunto padre. De pronto habían pasado tres horas, y Nell todavía le estaba contando al condestable historias sobre los novios de mamá, y el condestable seguía escuchando, atusándose ocasionalmente la barba blanca pero manteniendo en lo demás un rostro serio y pensativo. Finalmente, llegó a la parte sobre Burt, y de cómo Nell había intentado asesinarlo con el destornillador, y de cómo los había perseguido escaleras abajo para encontrar aparentemente la muerte a manos del misterioso caballero chino de la cabeza redonda. Al condestable eso le pareció muy interesante e hizo muchas preguntas, primero sobre los detalles tácticos del asalto con el destornillador y luego sobre el estilo de baile usado por el caballero chino, y sobre qué vestía.

—Desde entonces estoy enfadada con el Manual —dijo Nell.

—¿Por qué? —dijo el condestable, con aspecto sorprendido, aunque apenas estaba más sorprendido que la propia Nell. Nell había dicho muchas cosas esa tarde, sin, por lo que recordaba, haber pensado jamás en ellas; o al menos no creía haber pensado en ellas antes.

—No puedo evitar pensar que me engañó. Me hizo creer que matar a Burt sería fácil, y que eso mejoraría mi vida; pero cuando intenté poner esas ideas en práctica… —no podía pensar en nada qué decir a continuación.

—… sucedió el resto de tu vida —dijo el condestable—. Niña, debes admitir que tu vida con Burt muerto es una mejora con respecto a tu vida con Burt vivo.

—Sí.

—Así que el Manual tenía razón en ese punto. Ahora, sobre el hecho de que matar gente es más complicado en la práctica que en la teoría, ciertamente estoy dispuesto a darte la razón. Pero creo que es poco probable que sea la única ocasión en que la vida real resulte ser más complicada que lo que se ve en el libro. Ésa es la Lección del Destornillador, y harías bien en recordarla. El resultado final es que debes estar dispuesta a aprender de otras fuentes aparte de tu libro mágico.

—¿Pero entones qué uso tiene el libro?

—Sospecho que es muy útil. Sólo te hace falta la habilidad de traducir sus lecciones al mundo real. Por ejemplo —dijo el condestable quitándose la servilleta de las piernas y doblándola sobre la mesa—, tomemos algo concreto, como por ejemplo darle una paliza a alguien. —Se puso de pie y salió al jardín. Nell le siguió—. Te he visto practicar tus ejercicios de artes marciales —dijo, cambiando a una autoritaria voz de campo para dirigirse a las tropas—. Artes marciales significa el arte de darle una paliza a la gente. Ahora, veamos cómo intentas hacérmelo a mí.

Se produjeron varias negociaciones con las que Nell intentaba establecer si el condestable hablaba en serio. Una vez conseguido, Nell se sentó sobre las baldosas y comenzó a quitarse los zapatos. El condestable la miraba con las cejas en alto.

—Oh, eso es formidable —dijo—. Es mejor que los malos se guarden de la pequeña Nell; a menos que lleve puestos sus malditos zapatos.

Nell hizo un par de ejercicios de calentamiento, ignorando más comentarios burlones del condestable. Lo saludó, y él la rechazó con una mano. Se colocó en la postura que Dojo le había enseñado. En respuesta, él echó los pies unos dos centímetros atrás, y sacó la barriga, en lo que aparentemente era la postura elegida por alguna misteriosa técnica de lucha escocesa.

Nada pasó durante mucho tiempo excepto un montón de danza. Es decir, Nell danzaba y el condestable se movía inconexo.

—¿Qué es esto? —dijo—. ¿Todo lo que sabes es defensa?

—En su mayoría, señor —dijo Nell—. No creo que fuese la intención del Manual enseñarme a asaltar a la gente.

—Oh, ¿y eso para qué sirve? —le respondió el condestable con sorna, y de pronto se adelantó y agarró a Nell por el pelo; no lo suficiente para hacerle daño. La agarró durante unos momentos y luego la soltó—. Así acaba la primera lección —dijo.

—¿Crees que debería cortarme el pelo?

El condestable parecía terriblemente decepcionado.

—Oh, no —dijo—, nunca te cortes para nada el pelo. ¿Si te agarrase por la muñeca —y lo hizo— te cortarías el brazo?

—No, señor.

—¿Te enseñó el Manual que la gente te agarraría por el pelo?

—No, señor.

—¿Te enseñó que los novios de mamá te pegarían y que tu madre no te protegería?

—No, señor, excepto en el sentido en que me contó historias sobre gente que hacía el mal.

—La gente haciendo el mal es una buena lección. Lo que viste aquí hace unas semanas —y Nell sabía que se refería al soldado sin cabeza en el mediatrón— es una aplicación de esa lección, pero es demasiado evidente para ser útil. Ahora bien, tu madre no protegiéndote de sus novios… eso tiene más sutileza, ¿no?

»Nell —siguió diciendo el condestable indicando con el tono de voz que la lección estaba acabando—, la diferencia entre una persona ignorante y una persona educada es que esta última conoce más datos. Pero eso no tiene nada que ver con la estupidez o la inteligencia. La diferencia entre las personas estúpidas y las inteligentes, y eso es cierto estén o no bien educadas, es que las personas inteligentes pueden tratar con las sutilezas. No les confunden las situaciones ambiguas y contradictorias… de hecho, las esperan y sospechan cuando las cosas parecen demasiado fáciles.

»En tu Manual tienes recursos que te harán muy educada, pero no te harán inteligente. Eso te lo da la vida. Tu vida hasta ahora te ha dado toda la experiencia que necesitas para ser inteligente, pero debes meditar sobre esas experiencias. Si no piensas sobre ellas, no estarás equilibrada psicológicamente. Si meditas sobre ellas no sólo serás educada sino inteligente, y entonces, dentro de unos años, probablemente me darás razones para desear ser unas décadas más joven.

El condestable se volvió y regresó a su casa, dejando a Nell sola en el jardín, meditando sobre el sentido de la última frase. Supuso que era el tipo de cosas que entendería más tarde, cuando fuese inteligente.