Miranda encontró a Carl Hollywood sentado en la quinta fila del centro del Parnasse, sosteniendo una hoja de pliego inteligente en el que había dibujado el diagrama de bloques de su próxima producción en vivo. Aparentemente lo tenía con referencias cruzadas a una copia del guión, porque al acercase por el pasillo, Miranda pudo oír una voz que leía mecánicamente las líneas, y al aproximarse pudo ver las pequeñas equis y oes que representaban a los actores moviéndose sobre el diagrama del escenario que Carl había dibujado.
El diagrama también incluía algunas flechas alrededor de la periferia, todas dirigidas hacia dentro. Miranda supuso que las flechas debían de ser pequeñas luces montadas en la parte delantera de los balcones, y que Carl Hollywood estaba programando.
Miranda movió el cuello de un lado a otro tratando de desentumecerlo, y miró al techo. Los ángeles, musas o lo que fuesen, formaban allá arriba acompañados de algunos querubines. Miranda pensó en Nell. Siempre pensaba en Nell.
El guión llegó al final de una escena, y Carl hizo una pausa.
—¿Tienes alguna pregunta? —preguntó él un poco ausente.
—Te he visto trabajar desde mi caja.
—Chica mala. Deberías estar ganando dinero para nosotros.
—¿Dónde has aprendido a hacer eso?
—¿Qué…, dirigir obras?
—No. Los detalles técnicos: programar las luces y demás.
Carl se volvió para mirarla. —Puede que esto choque con tus nociones sobre cómo aprende la gente —dijo—, pero tuve que aprenderlo todo por mí mismo. Casi nadie hace ya teatro en vivo, así que tuvimos que desarrollar nuestra propia tecnología. He inventado todo el software que estaba usando.
—¿Inventaste las pequeñas luces?
—No, no soy tan bueno con el nanomaterial. Un amigo mío en Londres las inventó. Intercambiamos material todo el tiempo… mi mediaware por su matterware.
—Bien, quiero invitarte a cenar —dijo Miranda—, y quiero que me expliques cómo funciona todo esto.
—Ésa es mucha responsabilidad —dijo Carl con calma—, pero acepto la invitación.
—Bien, ¿quieres la base completa de todo el asunto, empezando con la máquina de Turing, o qué? —dijo Carl amablemente siguiéndole el juego. Miranda decidió no indignarse. Se encontraban en un apartado de vinilo rojo en un restaurante cerca del Bund que presuntamente simulaba un restaurante americano la víspera del asesinato de Kennedy. Chinos bien, tipos clásicos de la República Costera con sus cortes de pelo caros y trajes elegantes, se alineaban en las banquetas rotatorias a lo largo del mostrador, sorbiendo refrescos y lanzando sonrisas a las mujeres que entraban.
—Supongo que sí —dijo Miranda.
Carl Hollywood se echó a reír y agitó la cabeza.
—Estaba siendo gracioso. Tienes que decirme qué quieres saber exactamente. ¿Por qué te interesas de pronto por estas cosas? ¿No eres feliz simplemente ganándote la vida con ello?
Miranda se quedó muy quieta durante un momento, hipnotizada por los colores de la vieja máquina de discos.
—Tiene relación con la Princesa Nell, ¿no? —dijo Carl.
—¿Es tan evidente?
—Sí. Ahora, ¿qué quieres saber?
—Quiero saber quién es —dijo Miranda. Aquélla era la forma más suave en que podía expresarlo. No suponía que ayudase el llevar a Carl hasta lo más profundo de sus emociones.
—Quieres rastrear a un cliente —dijo Carl.
Sonaba terrible cuando se traducía a ese tipo de lenguaje.
Carl sorbió con fuerza su batido durante un rato, mirando sobre los hombros de Miranda al tráfico del Bund.
—La Princesa Nell es una niña pequeña, ¿no?
—Sí. Estimo que tiene entre cinco y siete años.
Carl giró los ojos para fijarlos en ella.
—¿Puedes ser tan precisa?
—Sí —dijo, en un tono que le indicaba que no tenía que hacer más preguntas.
—Así que probablemente no es ella quien paga las facturas. Tienes que rastrear a quien paga y desde ahí, de alguna forma, buscar a Nell. —Carl rompió el contacto visual de nuevo, agitó la cabeza, e intentó sin éxito silbar con los labios congelados—. Incluso el primer paso es imposible.
Miranda estaba sorprendida.
—Eso es muy definitivo. Esperaba oír «difícil» o «caro». Pero…
—No. Es imposible. O quizá —Carl lo pensó un momento— quizás «astronómicamente improbable» sería una forma mejor de decirlo —luego su expresión pareció ligeramente alarmada al ver el cambio en la cara de Miranda—. No puedes seguir una conexión hacia atrás. No funciona así.
—¿Cómo funciona entonces?
—Mira por la ventana. No hacia el Bund… mira hacia Yan’an Road.
Miranda giró la cabeza para mirar por la gran ventana, que estaba parcialmente pintada con un colorido anuncio de Coca-Cola y descripciones de los platos especiales. Yan’an Road, como todas las avenidas importantes de Shanghái, estaba llena, desde los escaparates de un lado hasta los escaparates del otro, de gente en bicicleta y autopatines. En muchos lugares, el tráfico era tan denso que podía irse más rápido caminando. Algunos vehículos estaban inmóviles, promontorios pulidos en medio de una corriente marrón.
Era tan normal que Miranda realmente no vio nada.
—¿Qué debo buscar?
—¿Ves como nadie tiene las manos vacías? Todos llevan algo.
Carl tenía razón. Como mínimo, todos tenían una pequeña bolsa de plástico con algo en ella. Mucha gente, como los ciclistas, llevaba cargas mayores.
—Ahora mantén esa imagen en la cabeza durante un momento, y piensa en cómo establecer una red de telecomunicaciones global.
Miranda rio.
—No tengo la base para pensar en algo así.
—Sí que la tienes. Hasta ahora, has estado pensando desde el punto de vista del sistema telefónico como en los viejos pasivos. En ese sistema, cada transacción tiene dos participantes; dos personas que mantienen una conversación. Y están conectados por un cable que pasa a través de una centralita. Así que, ¿cuáles son las características más importantes de ese sistema?
—No lo sé… te lo pregunto —dijo Miranda.
—Número uno, sólo dos personas, o entidades, pueden interactuar. Número dos, utiliza una conexión especializada, que se establece y luego se rompe, expresamente para esa conversación. Número tres, es inherentemente centralizada: no puede funcionar a menos que tengas una centralita.
—Vale, creo que te sigo hasta ahora.
—Nuestro sistema actual, del que tú y yo vivimos, desciende del sistema telefónico sólo en que esencialmente lo usamos para los mismos propósitos, y otros muchos más. Pero el punto clave a recordar es que es totalmente diferente al viejo sistema telefónico. El viejo sistema telefónico, y sus primos tecnológicos, como la televisión por cable, falló. Se hundió y quemó hace mucho tiempo, y tuvimos que empezar virtualmente de la nada.
—¿Por qué? Funcionaba, ¿no?
—En primer lugar, teníamos que permitir las interacciones entre más de una entidad. ¿Qué quiero decir con entidad? Bien, piensa en los ractivos. Piensa en Primera clase a Ginebra. Estás en un tren; y también otro par de docenas de personas. Algunas de esas personas están siendo ractuadas, por lo que en ese caso las entidades resultan ser seres humanos. Pero otras, como el camarero y los porteadores, son simples robots de software. Más aún, el tren está lleno de elementos: joyas, dinero, pistolas, botellas de vino. Cada uno de ellos es un programa aparte… una entidad separada. En la jerga los llamamos objetos. El tren mismo es un objeto, y también lo es el paisaje por el que viaja.
»El paisaje es un buen ejemplo. Resulta ser un mapa digital de Francia. ¿De dónde ha salido el mapa? ¿Los autores de Primera clase a Ginebra enviaron a su propio equipo de ingenieros para levantar un nuevo mapa de Francia? No, por supuesto que no. Emplearon datos existentes: un mapa digital del mundo que está disponible para los autores de ractivos que lo necesitan, por un precio por supuesto. Ese mapa digital es un objeto separado. Reside en la memoria de un ordenador en algún sitio. ¿Dónde exactamente? No lo sé. Tampoco lo sabe el ractivo. No importa. Los datos podrían estar en California, podrían estar en París. Puede que estén bajando la calle… o podrían estar distribuidos por todos esos lugares y muchos más. No importa. Porque nuestro sistema ya no funciona como el viejo sistema: cables especializados que pasan por una centralita. Funciona como eso —Carl señaló de nuevo al tráfico de la calle.
—¿Así que cada persona en la calle es como un objeto?
—Posiblemente. Pero una analogía mejor es que los objetos son gente como nosotros, sentados en varios edificios frente a las calles. Supón que queremos enviar un mensaje a alguien en Pudong. Escribimos el mensaje en un trozo de papel, y salimos a la puerta y se lo damos a la primera persona que pasa y le decimos, «llévaselo al señor Gu en Pudong». Y él se desliza por la calle durante un rato y encuentra a alguien en bicicleta que parece que se dirige a Pudong, y le dice, «lleva esto al señor Gu». Un minuto más tarde, esa persona se queda atrapada en el tráfico y se lo pasa a un peatón que puede moverse algo mejor, y así continuamente, hasta que finalmente llega al señor Gu. Cuando el señor Gu quiere responder, envía el mensaje de la misma forma.
—Por lo que no hay forma de recorrer el camino hacia atrás.
—Exacto. Y la situación real es mucho más complicada. La red mediatrónica fue diseñada desde abajo para dar seguridad, para que la gente pudiese usarla para transferir dinero. Ésa es una de las razones por las que colapsó el sistema de las naciones-estado: tan pronto como la red mediatrónica estaba funcionando, las transacciones monetarias ya no podían ser monitorizadas por los gobiernos, y el sistema de impuestos se jodió. Por lo que si Hacienda, por ejemplo, no podía seguir esos mensajes, entonces no hay forma de que tú puedas encontrar a la Princesa Nell.
—Vale, supongo que eso responde a mi pregunta —dijo Miranda.
—Bien —dijo Carl alegre. Era evidente que él estaba encantado de haber podido ayudar a Miranda, así que ella no le dijo cómo le habían hecho sentir realmente sus palabras. Miranda lo consideró como un reto de actriz. ¿Podía engañar a Carl Hollywood, que conocía todos los trucos de actor mejor que nadie, haciéndole creer que se sentía bien?
Aparentemente sí. Carl la escoltó a su piso, en un edificio de cien plantas al otro lado del río, en Pudong, y ella pudo aguantar lo suficiente para despedirse, quitarse la ropa y correr al baño. Luego se metió en el agua caliente y se disolvió en triste llanto de lágrimas de autocompasión.
Finalmente, recuperó el control. Tenía que conservar la perspectiva. Todavía podía interactuar con Nell y todavía lo hacía, cada día. Y si prestaba atención, más tarde o más temprano, encontraría una forma de atravesar la cortina. Aparte de eso, empezaba a entender que Nell, fuera quien fuese, había sido señalada de alguna forma, y que con el tiempo se convertiría en una persona muy importante. En unos años, Miranda esperaba leer sobre ella en el periódico. Sintiéndose mejor, salió del baño y se metió en la cama; después de una buena noche de sueño estaría lista para seguir cuidando de Nell.