La vida de Nell en Dovetail; desarrollos del Manual; un viaje al Enclave de Nueva Atlantis; le presentan a la señorita Matheson; nuevo alojamiento con un «viejo» conocido

Nell vivió en el Molino durante varios días. Le dieron una camita bajo los aleros en el último piso, en un cómodo lugar al que sólo ella podía llegar por su tamaño. Comía con Rita o Brad u otra de las personas amables que conocía allí. Durante el día vagaba por los prados, hundía los pies en el río o exploraba los bosques, en ocasiones llegando hasta la red de seguridad. Siempre se llevaba el Manual consigo. Últimamente, se había llenado con las aventuras de la Princesa Nell y sus amigos en la ciudad del Rey Urraca. Se iba haciendo cada vez más y más ractivo y menos como una historia, y al final de cada capítulo estaba agotada por el ingenio que había empleado en hacer que ella y sus amigos superasen otro día sin caer en las garras de los piratas o del mismo Rey Urraca.

Con el tiempo, ella y Pedro inventaron un plan muy ingenioso para entrar en el castillo, crear confusión, y coger los libros mágicos que eran la fuente de poder del Rey Urraca. El plan falló la primera vez, pero al día siguiente, Nell volvió atrás y lo intentó de nuevo, en esta ocasión con algunos cambios. Volvió a fallar, pero no antes de que la Princesa Nell y sus amigos hubiesen penetrado un poco más en el castillo. La sexta o séptima vez, el plan funcionó perfectamente: mientras el Rey Urraca estaba atrapado en una batalla de acertijos con Pedro el Conejo (que Pedro ganó), Púrpura usó un hechizo mágico para derribar la puerta de la biblioteca secreta, que estaba repleta de libros aún más mágicos que el Manual ilustrado para jovencitas. Escondida dentro de uno de esos libros había una llave enjoyada. La Princesa Nell cogió la llave, y Púrpura se llevó varios libros mágicos del Rey Urraca ya que estaba allí.

Realizaron una peligrosa huida a través del río al siguiente país, donde no podía seguirles el Rey Urraca, y acamparon en un hermoso prado durante varios días, descansando. Durante el día, cuando los otros sólo eran animales de peluche, la Princesa Nell miraba algunos de los libros mágicos que Púrpura había robado. Cuando lo hacía, las imágenes y las ilustraciones se acercaban a ella hasta que llenaban la página, y entonces el Manual se convertía en el libro mágico hasta que ella decidía dejarlo.

El libro favorito de Nell era un Atlas mágico, que podía emplear para explorar cualquier país, real o imaginario. Durante la noche, Púrpura pasaba casi todo su tiempo leyendo un tomo enorme, gastado, manchado, quemado y crujiente titulado Pantechnicon. El libro tenía un pestillo con candado. Cuando Púrpura no lo usaba lo bloqueaba. Nell le pidió verlo un par de veces, pero Púrpura le dijo que era demasiado joven para saber algunas de las cosas escritas en el libro.

Durante ese tiempo, Oca, como siempre, se ocupó del campamento, recogiendo y preparando las comidas, lavando la ropa en las rocas del río, y remendando las ropas que se rompían durante las aventuras. Pedro se puso inquieto. Era rápido con las palabras, pero no había aprendido el truco de leer, por lo que los libros de la biblioteca del Rey Urraca sólo le servían para recubrir la madriguera. Adoptó el hábito de explorar los bosques circundantes, en especial el que se encontraba al norte. Al principio se iba unas pocas horas, pero en una ocasión estuvo fuera toda la noche y no volvió hasta la tarde siguiente. Luego empezó a hacer viajes durante varios días.

Pedro desapareció un día en los bosques del norte, tambaleándose bajo una pesada mochila, y no volvió.

Nell estaba un día en el prado, recogiendo flores, cuando una mujer elegante —una vicky— vino cabalgando hasta ella a caballo. Cuando se acercó, Nell se sorprendió al ver que el caballo era Eggshell y la dama Rita, llevando un traje largo como las damas vickys, con un sombrero de montar en la cabeza y con la silla puesta.

—Estás bonita —dijo Nell.

—Gracias, Nell —dijo Rita—. ¿Te gustaría tener también este aspecto durante un rato? Tengo una sorpresa para ti.

Una de las damas que vivía en el Molino era una sombrerera y le había hecho un vestido a Nell, cosiéndolo todo a mano. Rita había traído el vestido con ella, y ayudó a Nell a cambiarse, allí mismo en medio del prado. Luego arregló el pelo de Nell e incluso le puso una flor silvestre. Finalmente ayudó a Nell a subirse a Eggshell con ella y comenzó a ir en dirección al Molino.

—Hoy tendrás que dejar el libro —le dijo Rita.

—¿Por qué?

—Vamos a atravesar la red al Enclave de Nueva Atlantis —dijo Rita—. El condestable Moore me dijo que bajo ningún concepto debía permitirte llevar el libro por la red. Dijo que sólo complicaría las cosas. Sé que estás a punto de preguntarme por qué, Nell, pero no tengo la respuesta.

Nell corrió arriba, tropezando con la larga falda un par de veces, y dejó el Manual en su pequeño rincón. Luego volvió a subirse en Eggshell con Rita. Cabalgaron sobre un pequeño puente de piedra sobre la rueda hacia el bosque, hasta que Nell pudo oír el ligero zumbido de los aeróstatos de seguridad. Eggshell redujo la marcha y atravesó suavemente el campo de brillantes gotas flotantes. Nell incluso tocó uno, luego retiró rápidamente la mano, aunque no le había hecho nada más que empujar. El reflejo de su cara resbaló hacia atrás sobre aquella vaina al alejarse.

Cabalgaron durante un tiempo por el territorio de Nueva Atlantis sin ver nada más que árboles, flores silvestres, arroyos y una ardilla o un ciervo ocasional.

—¿Por qué los vickys tienen un enclave tan grande? —preguntó Nell.

—Nunca los llames vickys —dijo Rita.

—¿Por qué?

—Es una palabra que la gente a la que no le gustan los victorianos emplea de forma ruda y poco amistosa —dijo Rita.

—¿Como un término peyorativo? —dijo Nell.

Rita rio, más nerviosa que divertida.

—Exactamente.

—¿Por qué los atlantes tienen un enclave tan grande?

—Bien, cada phyle tiene modos diferentes, y algunos modos son más adecuados para hacer dinero que otros, por lo que algunas tienen muchos territorios y otras no.

—¿Qué quieres decir con una forma diferente?

—Para ganar dinero debes trabajar duro; vivir tu vida de cierta forma. Los atlantes viven todos de esa forma, es parte de su cultura. Los nipones también. Así que los nipones y los atlantes tienen más dinero que todas las demás phyles juntas.

—¿Por qué no eres una atlante?

—Porque no quiero vivir de esa forma. A todas las personas en Dovetail les encanta hacer cosas bonitas. Para nosotros, las cosas que hacen los atlantes, vestirse con estas ropas, pasar años y años en la escuela, son irrelevantes. Esos intereses no nos ayudarían a hacer cosas bonitas, ¿entiendes? Prefiero vestir vaqueros azules y fabricar papel.

—Pero el C.M. puede fabricar papel —dijo Nell.

—No el tipo de papel que prefieren los atlantes.

—Pero tú ganas dinero por tu papel sólo porque los atlantes ganan dinero trabajando mucho —dijo Nell.

La cara de Rita se puso roja y no dijo nada durante un rato. Luego, con voz controlada, dijo:

—Nell, deberías preguntarle a tu libro el significado de la palabra «discreción».

Llegaron a un sendero moteado por grandes montones de desechos de caballo, y comenzaron a seguirlo colina arriba. Pronto el camino quedó bordeado por paredes de piedra, que Rita dijo habían sido fabricadas por uno de sus amigos de Dovetail. El bosque dio paso al pasto, luego a césped como un glaciar de jade con una casa en lo más alto rodeada de setos geométricos y murallas de flores. El sendero se transformó en una carretera de piedra que tenía más carriles cuanto más se adentraban en la ciudad. La montaña seguía elevándose sobre ellas durante cierta distancia y, en la cima verde, medio escondida por la capa de nubes, Nell pudo ver Fuente Victoria.

Desde los Territorios Cedidos, el Enclave de Nueva Atlantis había tenido un aspecto limpio y hermoso, y ciertamente lo era. Pero Nell se sorprendió al comprobar lo frío que era el tiempo comparado con los T.C. Rita le había explicado que los atlantes venían de países del norte y querían un clima frío, así que pusieron su ciudad lo más alto posible para que fuese más fría.

Rita giró en un bulevar por el que discurría un enorme parque con flores. Estaba bordeado con casas de piedra roja con torreones y gárgolas y vidrio biselado por todas partes. Hombres con chisteras y mujeres con largos vestidos paseaban, empujaban cochecitos de niños, cabalgaban en caballos o cabalinas. Brillantes robots verde oscuro, como refrigeradores colocados de lado, caminaban por las calles a paso de bebé, poniéndose sobre las pilas de excrementos y chupándolos. De vez en cuando se veía un mensajero en bicicleta o unas personas importantes en un enorme coche negro.

Rita detuvo a Eggshell frente a una casa y pagó a un chico para que sostuviese las riendas. De la alforja sacó un fajo de papel nuevo, todo envuelto en un papel especial que también había fabricado ella misma. Subió los escalones y llamó a la puerta. La casa tenía una torre redonda al frente, con una serie de ventanas dobladas con fragmentos de vidrio coloreado por encima, y a través de las ventanas y las cortinas Nell podía ver, en los distintos pisos, candelabros de cristal y platos bonitos y estanterías de madera marrón oscura con miles y miles de libros.

Una asistenta dejó pasar a Rita. Por la ventana, Nell podía ver a Rita poner su tarjeta de visita en una bandeja de plata sostenida por la sirvienta; una salvilla la llamaban. La sirvienta se la llevó, luego volvió a salir unos minutos más tarde y dirigió a Rita hacia la parte interior de la casa.

Rita tardó media hora en salir. Nell deseó tener el Manual para entretenerse. Habló con el chico durante un rato; su nombre era Sam, vivía en los Territorios Cedidos, y se ponía un traje y cogía el autobús todas las mañanas para estar en la calle y aguantar los caballos de la gente y realizar otros pequeños encargos.

Nell se preguntó si Tequila trabajaba en alguna de aquellas casas, y si se encontrarían por accidente. Siempre se le encogía el pecho cuando pensaba en su madre.

Rita salió de la casa.

—Lo siento —dijo—. Salí todo lo rápido que pude, pero tuve que quedarme y ser sociable. Ya sabes, el protocolo.

—Explica protocolo —dijo Nell.

Así le hablaba siempre al Manual.

—Al lugar al que vamos tendrás que vigilar tus formas. No digas «explica esto» o «explica aquello».

—¿Sería una imposición excesiva en su tiempo proveerme con una explicación concisa del término «protocolo»? —dijo Nell.

Rita volvió a soltar aquella risa nerviosa y miró a Nell con una expresión que parecía de alarma mal disimulada. Al bajar por la calle, Rita habló un poco sobre protocolo, pero Nell realmente no escuchaba, intentaba entender el por qué, de pronto, era capaz de asustar a adultos como Rita.

Recorrieron la parte más urbanizada de la ciudad, donde los edificios, jardines y estatuas eran todos magníficos, y ninguna calle era igual: algunas eran en forma de arco, otras eran patios, circulares u ovales, o plazas rodeadas de césped, e incluso las calles largas serpenteaban de ese modo, y cosas así. De ahí pasaron a un área menos urbanizada con muchos parques y campos de juego y finalmente se detuvieron delante de un edificio elegante con torres adornadas rodeado por una verja de hierro y un seto. Sobre la puerta decía ACADEMIA DE LAS TRES GRACIAS DE LA SEÑORITA MATHESON.

La señorita Matheson las recibió en una pequeña habitación cómoda. Tenía entre ochocientos o novecientos años, estimó Nell, y bebía té en elegantes tazas del tamaño de dedales con imágenes. Nell intentó sentarse recta y prestar atención, emulando a ciertas chicas bien educadas sobre las que había leído en el Manual, pero sus ojos vagaban continuamente al contenido de los estantes, a las imágenes pintadas en el servicio de té y a la pintura sobre la pared por encima de la cabeza de la señorita Matheson, que representaba a tres damas saltando de alegría por un bosquecillo con una vestimenta muy diáfana.

—Nuestro cupo está lleno, las clases ya han empezado, y no cumples ninguno de los requisitos. Pero tienes recomendaciones muy poderosas —dijo la señorita Matheson después de examinar largamente a su pequeña visitante.

—Perdóneme, señora, pero no entiendo —dijo Nell.

La señorita sonrió, llenando de arrugas su cara.

—No es importante. Baste decir que te hemos hecho sitio. Nuestra institución tiene la costumbre de aceptar un pequeño número de estudiantes que no son ciudadanas de Nueva Atlantis. La propagación de los memes atlantes es parte central de nuestra misión, como escuela y como sociedad. Al contrario que otras phyles, que se propagan por conversión o a través de explotación indiscriminada de capacidades biológicas naturales compartidas, para bien o para mal, por todas las personas, nosotros nos dirigimos a las facultades racionales. Todos los niños nacen con facultades racionales, que sólo requieren desarrollo. Nuestra academia ha recibido recientemente varias señoritas de origen no atlante, y esperamos que en su momento presten el juramento.

—Perdóneme, señora, pero ¿cuál de ellas es Aglaya? —dijo Nell, mirando la pintura por encima del hombro de la señorita Matheson.

—¿Disculpa? —dijo la señorita Matheson, e inició el proceso de girar la cabeza para mirar, lo que a su edad era un desafío de ingeniería civil de increíble complejidad y duración.

—Como el nombre de la escuela es Las Tres Gracias, he aventurado la suposición de que la pintura a su espalda representa el mismo tema —dijo Nell—, ya que tienen más aspecto de Gracias que de Furias o Parcas. Me preguntaba si tendría la amabilidad de informarme cuál de las damas representa a Aglaya, o la luz.

—¿Y las otras dos son…? —dijo la señorita Matheson, hablando por un lado de la boca ya que para entonces casi se había vuelto por completo.

—Eufrosine, o la alegría, y Talía, o la fertilidad —dijo Nell.

—¿Aventuraría una opinión? —dijo la señorita Matheson.

—La de la derecha lleva flores, por lo que quizá sea Talía.

—Diría que es una suposición razonable.

—La de en medio parece tan feliz que debe de ser Eufrosine, y la de la izquierda está iluminada por rayos de sol, por lo que quizá sea Aglaya.

—Bien, como puedes ver, ninguna de ellas lleva el nombre, así que debemos conformarnos con conjeturas —dijo la señorita Matheson—. Pero no veo ningún fallo en tu razonamiento. Y no, no creo que sean las Parcas o las Furias.

—Es un internado, lo que significa que las alumnas viven allí. Pero tú no vivirás allí porque no es apropiado —dijo Rita mientras volvía a casa cabalgando a Eggshell a través del bosque.

—¿Por qué no sería apropiado?

—Porque huiste de casa, lo que plantea problemas legales.

—¿Fue ilegal que escapase de casa?

—En algunas tribus, los niños se consideran como bienes económicos de los padres. Así que si una phyle da cobijo a un refugiado de otra phyle, eso tiene un posible impacto económico cubierto bajo el P.E.C.

Rita miró a Nell, observándola con frialdad.

—Tienes el apoyo de algún tipo de Nueva Atlantis. No sé quién. No sé por qué. Pero parece que esa persona no puede arriesgarse a ser blanco de una acción legal de P.E.C. Por tanto, se han tomado decisiones para que permanezcas en Dovetail por ahora.

»Ahora bien, sabemos que algunos de los novios de tu madre te maltrataron, por lo que en Dovetail el sentimiento es adoptarte. Pero no podemos mantenerte en la comunidad del Molino, porque si tenemos una reyerta con el Protocolo, eso podría afectar a la relación con los clientes de Nueva Atlantis. Así que hemos decidido que te quedes con la única persona en Dovetail que no tiene clientes aquí.

—¿Quién es ése?

—Ya le conoces —dijo Rita.

La casa del condestable Moore estaba pobremente iluminada y tan llena de cosas viejas que incluso Nell tenía que andar de lado en algunos sitios. Largas tiras de papel de arroz amarillento, salpicadas de grandes caracteres chinos y firmadas con marcas rojas, colgaban de las molduras que recorrían el salón casi medio metro por debajo del techo. Nell siguió a Rita por una esquina a una habitación incluso más pequeña, oscura y abarrotada, cuyo adorno principal era una gran pintura de un tipo furioso con bigotes de Fu Manchú, perilla y patillas que salían de sus oídos y le caían por debajo de las axilas, vistiendo una elaborada armadura y una cota de malla decoradas con rostros de león. Nell se alejó de aquella feroz pintura sin poder evitarlo, tropezó con una gaita tirada en el suelo, y aterrizó en un enorme cubo de cobre de algún tipo, que hizo un ruido tremendo. La sangre fluyó tranquila de un corte limpio en su pulgar, y vio que el cubo se empleaba como depósito para una colección de viejas espadas de distinto tipo.

—¿Estás bien? —dijo Rita. Estaba iluminada de espaldas por la luz azul que venía de un par de puertas de cristal. Nell se metió el pulgar en la boca y se levantó.

Las puertas de vidrio daban al jardín del condestable Moore, una confusión de geranios, cola de zorra, glicina y cagadas de perro. Al otro lado del pequeño estanque de color caqui había una pequeña casa de jardín. Como aquélla, estaba construida con bloques de piedra marrón rojizo y el techo eran planchas irregulares de pizarra gris. El propio condestable Moore podía apreciarse tras una pantalla de rododendros algo grandes, concentrado en su labor con una pala, acosado continuamente por los corgis mordedores de tobillos.

No llevaba camisa, pero sí vestía una falda: a cuadros rojos. Nell apenas notó esa incongruencia porque los corgis oyeron que Rita giraba el pomo de las puertas de cristal y se dirigieron hacia ella ladrando, y eso llamó la atención del condestable, quien se les acercó mirando a través del cristal oscuro, y una vez que salió de detrás de los rododendros, Nell pudo ver que había algo raro en la piel de su cuerpo. En general estaba bien proporcionado, musculoso y algo redondo en el medio, y evidentemente tenía buena salud. Pero su piel era de dos colores, lo que le daba cierto aspecto marmóreo. Era como si los gusanos hubiesen devorado su torso, abriendo una red de pasillos internos que luego se habían llenado con algo que no encajaba.

Antes de poder ver mejor, él cogió una camisa del respaldo de una silla y se la puso. Luego sometió a los corgis a unos minutos o dos de órdenes, empleando una zona de baldosas como lugar para la parada, y criticó duramente su comportamiento en un tono lo suficientemente alto como para penetrar las puertas de vidrio. Los corgis fingieron escuchar atentamente. Al final de la representación, el condestable Moore atravesó las puertas de vidrio.

—Estaré con vosotras dentro de un momento —dijo, y desapareció en una habitación durante un cuarto de hora.

Cuando regresó vestía un traje de franela y un jersey de tosco tejido sobre una elegante camisa blanca. Ese último artículo parecía demasiado fino para impedir que los otros dos fuesen intolerablemente picantes, pero el condestable Moore había alcanzado la edad en que los hombres pueden someter sus cuerpos a las peores irritaciones —whisky, cigarrillos, ropas de lana, gaitas— sin sentir nada, o, al menos, sin demostrarlo.

—Sentimos haber entrado —dijo Rita—, pero nadie contestó al timbre.

—No importa —dijo el condestable Moore de forma no enteramente convincente—. Hay una razón por la que no vivo allá —señaló hacia arriba en la dirección vaga del Enclave de Nueva Atlantis—. Sólo intento encontrar el origen de las raíces. Me temo que podría ser kudzú. —El condestable cerró los ojos al decir estas palabras, y Nell, no sabiendo qué era kudzú, supuso que si kudzú era algo que podía atacarse con una espada, quemarse, ahogarse, aplastarse o volarse no tenía ni una oportunidad en el jardín del condestable Moore; una vez, eso sí, que él se pusiese a ello.

—¿Puedo ofreceros un té? ¿O —eso en dirección a Nell— algo de chocolate caliente?

—Suena muy bien, pero no puedo quedarme —dijo Rita.

—Entonces deje que la acompañe a la puerta —dijo el condestable Moore, poniéndose de pie. Rita pareció sorprendida por esa brusquedad, pero en un momento se había ido, cabalgando a Eggshell de vuelta al Molino.

Una dama agradable —murmuró el condestable Moore desde la cocina—. Fue muy amable por su parte hacer lo que ha hecho por ti. Una dama realmente decente. Quizá no del tipo que se relaciona bien con los niños. Especialmente con niños peculiares.

—¿Voy a vivir ahora aquí? —dijo Nell.

—En la casa del jardín —dijo él, entrando en la habitación con una bandeja humeante y señalando con la cabeza fuera de la ventana hacia el jardín—. Ha estado libre durante un tiempo. Poco espacio para un adulto, perfecta para una niña. La decoración de esta casa —dijo mirando a su alrededor—, no es realmente adecuada para una jovencita.

—¿Quién es ese hombre terrible? —dijo Nell señalando a la gran pintura.

—Guan Di. Emperador Guan. Antes un soldado llamado Guan Yu. Nunca fue realmente emperador, pero luego se convirtió en el dios de la guerra chino, y le dieron el título para ser respetuosos. Muy respetuosos los chinos; ésa es su mejor y peor cualidad.

—¿Cómo puede un hombre convertirse en dios? —preguntó Nell.

—Viviendo en una sociedad extremadamente pragmática —dijo el condestable Moore después de pensarlo un poco, y no dio más explicaciones—. Por cierto, ¿tienes el libro?

—Sí, señor.

—¿No lo llevaste a Atlantis?

—No, señor, según sus instrucciones.

—Eso está bien. La habilidad de seguir ordenes es útil, especialmente si vives con un tipo acostumbrado a darlas. —Viendo que Nell tenía una expresión terriblemente seria en la cara, el condestable resopló y pareció exasperado—. ¡No te preocupes! No importa realmente. Tienes amigos en sitios altos. Es sólo que intentamos ser discretos. —El condestable Moore le dio a Nell una taza de cacao. Ella necesitaba una mano para el plato y otra para la taza, así que se sacó la mano de la boca.

—¿Qué te has hecho en la mano?

—Me he cortado, señor.

—Déjame verla. —El condestable cogió la mano y apartó el pulgar de la palma—. Un buen cortecito. Parece reciente.

—Me lo hice con sus espadas.

—Ah, sí. Las espadas son así —dijo ausente el condestable, luego inclinó las cejas y se volvió hacia Nell—. No lloraste —dijo—, ni tampoco te quejaste.

—¿Les quitó todas esas espadas a los ladrones? —dijo Nell.

—No… eso hubiese sido relativamente fácil —dijo el condestable Moore. La miró durante un rato, meditando—. Nell, tú y yo nos llevaremos bien —dijo—. Déjame traer el botiquín de primeros auxilios.