Una nueva amiga; Nell ve un caballo de verdad; un paseo por Dovetail; Nell y Harv se separan

La persona a caballo no era Brad, era una mujer que Nell y Harv no conocían. Tenía el pelo rojo, rubio y liso, la piel pálida con miles de pecas, y cejas de color zanahoria y pestañas que eran casi invisibles excepto cuando la luz del sol le daba en la cara.

—Soy amiga de Brad —dijo—. Él está trabajando. ¿Os conoce?

Nell estuvo a punto de largar, pero Harv la retuvo poniéndole una mano en el brazo y le dio a la mujer una versión más reducida de lo que Nell le hubiese contado. Mencionó que Brad había sido «amigo» de su madre por un tiempo, que siempre les había tratado con amabilidad y que de hecho les había llevado al E.N.A. para ver los caballos. No muy avanzada la historia, la expresión neutra de la cara de la mujer cambió a una algo más reservada, y dejó de escuchar.

—Creo que Brad me habló una vez de vosotros —dijo finalmente cuando Harv se metió en un callejón sin salida—. Sé que os recuerda. ¿Qué os gustaría que pasase ahora?

Aquélla era una pregunta difícil. Nell y Harv se habían instalado en el hábito de concentrarse en lo que no les gustaría que sucediese. Las opciones les confundían, ya que a ellos les parecían dilemas. Harv dejó de agarrar el brazo de Nell y le agarró la mano. Ninguno de los dos dijo nada.

—Quizá —dijo finalmente el condestable Moore, después de que la mujer se hubiese vuelto hacia él buscando una idea—, sería conveniente que los dos os sentaseis durante un rato en un lugar seguro y tranquilo para pensar.

—Eso estaría bien, gracias —dijo Nell.

—Dovetail tiene muchos parques y jardines públicos…

—Olvídalo —dijo la mujer, cogiendo las indirectas cuando las oía—. Los llevaré al molino hasta que vuelva Brad. Luego —le dijo significativamente al condestable—, pensaremos en algo.

La mujer salió de la portería con paso firme, sin mirar a Nell y Harv. Era alta y llevaba un par de pantalones caqui, gastados en las rodillas pero apenas en el trasero, y marcados aquí y allá con viejas manchas sin identificar. Encima llevaba un viejo jersey de pescador, con las mangas recogidas y agarradas con imperdibles para formar gruesos toroides de lana orbitando en cada uno de sus brazos pecosos, el motivo replicado por unos brazaletes de plata en cada muñeca. Murmuró algo en dirección al caballo, una yegua appaloosa que ya había inclinado el cuello hacia abajo e intentaba comer la decepcionantemente corta hierba dentro de la verja, buscando una hierba o dos que no hubiesen sido marcadas por los asiduos corgis. Cuando se detuvo para acariciar el cuello de la yegua, Nell y Harv la alcanzaron y descubrieron que le estaba dando una narración simplificada de lo que había sucedido en la portería y de lo que iba a suceder a partir de ahora, todo dicho de forma ausente, por si la yegua quisiese saberlo. Por un momento Nell pensó que la yegua podría ser realmente una cabalina disfrazada con una falsa piel de caballo, pero luego expulsó un chorro de orina de las dimensiones de una barra de la verja, que brillaba como un sable de luz bajo el sol de la mañana y estaba envuelto en un velo de vapor, y Nell la olió y supo que el caballo era real. La mujer no montó en el caballo, que aparentemente había cabalgado a pelo, sino que cogió las riendas con tanta suavidad como si fuesen telas de araña y guio al animal. Nell y Harv la siguieron un par de pasos por detrás, y la mujer caminó por la zona verde durante un tiempo, aparentemente organizando las cosas en su mente, antes de ponerse finalmente el pelo tras la oreja de un lado y volverse hacia ellos.

—¿Os ha hablado el condestable Moore sobre las reglas?

—¿Qué reglas? —soltó Harv antes de que Nell pudiese embarcarse en un nivel de detalle que pudiese dar una impresión negativa de ellos. Nell se maravilló por enésima vez de los diversos trucos de su hermano, que hubiesen enorgullecido al mismo Pedro.

—Nosotros fabricamos cosas —dijo la mujer, como si eso diese una explicación perfecta y suficiente de la phyle llamada Dovetail—. Brad fabrica herraduras. Pero Brad es una excepción porque principalmente da servicios relacionados con los caballos. ¿No, Eggshell? —añadió la mujer para beneficio de la yegua—. Por eso tuvo que vivir en los Territorios Cedidos durante un tiempo, porque había una discusión sobre si los mozos de cuadra, mayordomos, y otros proveedores de servicios encajaban con los estatutos de Dovetail. Pero votamos y decidimos aceptarlos. Esto os aburre, ¿no? Mi nombre es Rita, y fabrico papel.

—¿Quieres decir, en el C.M.?

A Nell aquélla le parecía una pregunta muy evidente, pero Rita se sorprendió al oírla y acabó riendo.

—Os lo enseñaré más tarde. Pero adonde voy es a que, al contrario de donde habéis vivido, todo aquí en Dovetail fue hecho a mano. Tenemos algunos compiladores de materia. Pero si queremos una silla, por ejemplo, uno de los artesanos montará una de madera, como en los tiempos antiguos.

—¿Por qué no la compilan? —dijo Harv—. El C.M. puede hacer madera.

—Puede hacer falsa madera —dijo Rita—, pero a algunas personas no les gustan las cosas falsas.

—¿Por qué no os gustan las cosas falsas? —preguntó Nell.

Rita le sonrió.

—No sólo a nosotros. Es a ellos —dijo señalando hacia el cinturón de altos árboles que separaba Dovetail del territorio de Nueva Atlantis.

La comprensión se reflejó en el rostro de Harv.

—Los vicky os compran cosas —dijo.

Rita pareció un poco sorprendida, como si no hubiese oído antes la palabra vicky.

—De todas formas, ¿por dónde iba? Oh, sí, lo importante es que todo aquí es único, así que debéis ser cuidadosos con las cosas.

Nell tenía una vaga idea sobre qué significaba único pero Harv no, así que Rita lo explicó durante un rato mientras caminaban por Dovetail. Con el tiempo tanto Nell como Harv comprendieron lo que Rita intentaba decir realmente, de la forma más cautelosa imaginable: no querían que fueran por ahí rompiendo cosas. Esa aproximación a la modificación del comportamiento infantil chocaba tanto con todo lo que conocían, que a pesar de los esfuerzos de Rita por ser amable, la conversación estuvo plagada de confusión por parte de los niños y frustración por parte suya. De vez en cuando sus pecas se desvanecían al ponérsele roja la cara.

Donde Dovetail tenía calles, estaban pavimentadas con pequeños bloques de piedras situados juntos. Los vehículos eran caballos, cabalinas y velocípedos con grandes ruedas abultadas. Exceptuando una zona donde se acumulaba gran número de edificios alrededor de un parque central, las casas estaban muy espaciadas y tendían a ser muy pequeñas o muy grandes. Y todas parecían tener agradables jardines, y de vez en cuando Nell salía de la carretera para oler una flor. Al principio Rita la vigilaba nerviosa, diciéndole que no arrancase ninguna flor porque pertenecían a otras personas.

Al final de la carretera había una puerta de madera con una risible cerradura primitiva consistente en una barra móvil, brillante por el uso. Más allá de la puerta, la carretera se convertía en un mosaico de piedras con hierba creciendo entre ellas. Corría entre pastos, donde comían caballos y alguna vaca lechera ocasional y, finalmente, acababa en un gran edificio de piedra de tres pisos colgado de la orilla de un río que bajaba por la montaña desde el Enclave de Nueva Atlantis. Había una enorme rueda a un lado del edificio y giraba lentamente impulsada por el río. Había un hombre fuera, al lado de un bloque grande, que utilizaba un hacha de hoja excepcionalmente grande para cortar delgados trozos de madera roja de un tronco. Ésos se apilaban en un cesto de mimbre del que tiraba un hombre con una cuerda desde el techo, y que reemplazaba algunas de las viejas tablillas por esas nuevas rojas.

Harv se paralizó de asombro ante esa exhibición y dejó de andar. Nell había visto el mismo proceso de trabajo en las páginas del Manual. Ella siguió a Rita a un edificio largo y bajo donde vivían los caballos.

La mayor parte de la gente no vivía realmente en el molino sino en un par de edificios exteriores, de dos pisos cada uno, con talleres en la parte baja y habitaciones arriba. Nell se sorprendió un poco al descubrir que Rita no vivía realmente con Brad. Su apartamento y taller tenían cada uno el doble de superficie que el antiguo piso de Nell y estaban llenos de cosas bonitas hechas de pesada madera, metal, algodón, lino y porcelana que, como Nell empezaba a entender, habían sido fabricadas por manos humanas, probablemente allí en Dovetail.

El taller de Rita tenía unas enormes ollas en las que preparaba un estofado fibroso y denso. Ella extendía el estofado sobre una pantalla para eliminar el agua y la aplastaba con una enorme prensa manual para fabricar papel, grueso y de bordes irregulares y sutilmente coloreado por las miles de pequeñas fibras que corrían por él. Cuando tenía listo un montón de papel, lo llevaba al taller de al lado, del que salía un intenso olor a grasa, donde un hombre barbudo de delantal manchado lo pasaba por otra enorme máquina manual. Cuando salía de esa máquina, tenía letras en la parte alta, con el nombre y la dirección de una dama de Nueva Atlantis.

Como Nell había sido decorosa hasta ese momento y no había intentado meter los dedos en la máquina y no había enloquecido a nadie con preguntas, Rita le dio permiso para visitar los otros talleres, con la condición de que pidiese permiso en cada uno. Nell pasó la mayor parte del día haciendo amigos entre los varios dueños: un soplador de vidrio, un joyero, un carpintero, un tejedor, un juguetero que le dio una pequeña muñeca de madera con un vestido de percal.

Harv pasó el tiempo molestando a los hombres que colocaban las tejas en el techo, luego vagó por los campos durante la mayor parte del día, dando de vez en cuando patadas a las piedras, y generalmente investigando los límites y condiciones generales de la comunidad centrada en el Molino. Nell lo visitaba de vez en cuando. Al principio parecía tenso y escéptico, luego se relajó y disfrutó, y finalmente, bien entrada la tarde, se puso de mal humor y se colocó en un montículo sobre la corriente, arrojando guijarros, comiéndose un pulgar y pensando.

Brad llegó pronto a casa, montando montaña abajo un semental, directamente desde el Enclave de Nueva Atlantis, atravesando el cinturón verde y cruzando la rejilla de seguridad con escasas consecuencias porque las autoridades le conocían. Harv se aproximó a él con aspecto formal, aclarándose la garganta mientras se preparaba para ofrecer una explicación y hacer una petición. Pero los ojos de Brad apenas miraron a Harv, se centraron en Nell y la miraron durante un momento, para apartarse luego con timidez. El veredicto fue que podían quedarse esa noche, pero que lo demás dependía de detalles legales más allá de su control.

—¿Has hecho algo que la Policía de Shanghái pudiese considerar interesante? —le preguntó Brad a Harv con gravedad. Harv dijo que no, un no siempre con las subcondiciones, salvedades y detalles técnicos habituales.

Nell quería contárselo todo a Brad. Pero había estado viendo cómo, en el Manual, siempre que alguien le hacía a Pedro el Conejo una pregunta directa de cualquier tipo, él siempre mentía.

—Al ver nuestros campos verdes y enormes casas, podríais pensar que aquí somos atlantes —dijo Brad—, pero nos encontramos bajo la jurisdicción de Shanghái como el resto de los Territorios Cedidos. Es verdad que la Policía de Shanghái no suele venir, porque somos gente pacífica y porque hemos llegado a ciertos acuerdos con ellos. Pero si supiesen que damos cobijo a un fugitivo miembro de una banda…

—No digas más —le soltó Harv.

Estaba claro que ya lo había pensado todo sentado a la orilla del río y sólo esperaba a que los adultos le confirmasen su lógica. Antes de que Nell entendiese lo que sucedía, él se acercó a ella y le dio un abrazo y un beso en los labios. Luego le dio la espalda y comenzó a correr por el campo verde en dirección al océano. Nell corrió tras él, pero no pudo alcanzarlo, y finalmente se cayó en un grupo de campanillas y vio a Harv disolverse tras una cortina de lágrimas. Cuando ya no pudo verle, se hizo un ovillo sollozando y, con el tiempo, Rita vino y la cogió entre sus brazos fuertes y la llevó lentamente a través del campo de vuelta al Molino, donde la rueda seguía girando.