Nell y Harv libres en los Territorios Cedidos; encuentro con una red de seguridad poco hospitalaria; una revelación sobre el Manual

Los Territorios Cedidos eran demasiado valiosos para dejar excesivo espacio a la naturaleza, pero los geotectólogos de Tectónica Imperial S.A. habían oído que los árboles eran útiles para limpiar y enfriar el aire, por lo que habían construido un cinturón verde alrededor de los límites entre sectores. Durante las primeras horas que vivieron libres en las calles, Nell avistó uno de esos cinturones, aunque en aquel momento parecía negro. Se alejó de Harv y corrió hacia él por una calle que se había convertido en un túnel luminiscente de anuncios mediatrónicos. Harv la persiguió, apenas igualando su velocidad porque había recibido más golpes que ella. Casi eran los únicos en la calle, ciertamente eran los únicos que se movían con un propósito, y, por tanto, mientras corrían, los mensajes en los anuncios los seguían como lobos hambrientos, asegurándose de que entendiesen que si usaban ciertos ractivos o tomaban ciertas drogas, podían confiar en mantener relaciones sexuales con ciertas personas jóvenes de una perfección poco realista. Algunos anuncios eran más elementales y vendían directamente sexo. Los mediatrones en aquella calle eran excepcionalmente grandes porque estaban diseñados para verse desde las tierras, acantilados, terrazas y patios de Nueva Atlantis, a kilómetros de distancia.

La exposición continua a ese tipo de anuncios producía cansancio mediatrónico en la audiencia. En lugar de desconectarlos y dejar en paz a la gente de vez en cuando, los propietarios se habían embarcado en una especie de carrera de armamento, intentando descubrir la imagen mágica que haría que la gente ignorase los otros anuncios y se fijase exclusivamente en los suyos. El paso evidente de hacer los mediatrones más grandes que los otros se había llevado al extremo. Algún tiempo atrás el tema del contenido se había fijado: tetas, ruedas y explosiones parecía lo único que llamaba la atención de los grupos de receptores profundamente distraídos aunque, de vez en cuando, jugaban la carta de la yuxtaposición y ponían algo incongruente, como una escena natural y un hombre con un jersey negro de cuello alto leyendo poesía. Cuando todos los mediatrones tenían treinta metros de alto y estaban repletos de tetas, la única estrategia competitiva que no se había llevado al límite eran los trucos técnicos: dolorosas luces brillantes, saltos, y fantasmas tridimensionales simulados que fingían asaltar a los espectadores que parecían no prestar la suficiente atención.

Fue al final de esa galería de estímulos de kilómetro y medio de largo donde Nell se escapó inesperadamente, teniendo para Harv el aspecto, desde su punto de vista cada vez más lejano, de una hormiga corriendo sobre una pantalla de televisión con la intensidad y la saturación al máximo, cambiando violentamente de dirección de vez en cuando al recibir las amenazas de un demonio virtual que la atacaba desde el falso paralaje de un buffer z, reluciendo como un cometa con un firmamento falso de vídeo negro como fondo. Nell sabía que eran falsos y en su mayoría no reconocía los productos que vendían, pero su vida le había enseñado a esquivar. No podía evitar esquivar.

No habían encontrado la forma de hacer que los anuncios apareciesen frente a la cara, así que mantuvo una dirección más o menos consistente en medio de la calle hasta que saltó una barrera absorbedora de energía al final y desapareció en el bosque. Harv la siguió segundos después, aunque sus brazos no le permitían saltar, así que acabó cayendo ignominiosamente desde lo alto, como un autopatinador que no hubiese visto la barrera y que se pegaba de frente con ella.

—Nell —gritaba mientras caía sobre el colorido montón de material de empaquetamiento reciclado—. ¡No puedes quedarte aquí! ¡No puedes estar en los árboles, Nell!

Nell ya se había abierto paso al interior del bosque, o al menos todo lo profundo que se podía llegar en los estrechos cinturones verdes que separaban entre sí los Territorios Cedidos. Se cayó un par de veces y se golpeó la cabeza con un árbol hasta que, con adaptabilidad infantil, comprendió que aquellas superficies no eran planas como el suelo, la calle o la acera. Los tobillos tendrían que demostrar algo de versatilidad. Era como uno de aquellos sitios sobre los que había leído en el Manual Ilustrado, una zona mágica donde la dimensión fractal del terreno se había desmadrado, había producido copias más pequeñas de sí misma, las había repetido hasta el nivel microscópico, había echado tierra encima, y había plantado algunos de esos terribles pinos que crecen tan rápido como el bambú. Nell pronto encontró uno enorme que había sido derribado durante un tifón reciente, con las raíces fuera y, por tanto, dejaba una depresión que invitaba a esconderse. Nell saltó dentro.

Durante unos minutos encontró extrañamente hilarante que Harv no pudiese encontrarla. El piso sólo tenía dos lugares para ocultarse, dos armarios, por lo que sus investigaciones tradicionales en el campo del escondite les habían dado poco entretenimiento y les dejaba preguntándose de dónde salía la fama de ese juego estúpido. Pero ahora, en aquel bosque oscuro, Nell empezaba a entenderlo.

—¿Te rindes? —dijo al final, y Harv la encontró. Permaneció en el borde del hueco y le exigió que saliese. Ella se negó. Finalmente él se metió dentro, aunque para unos ojos más críticos que los de Nell podría haber dado la impresión de que se caía. Nell saltó a su regazo antes de que pudiese ponerse en pie.

—Tenemos que irnos —dijo Harv.

—Quiero quedarme aquí. Es agradable —dijo Nell.

—No eres la única que lo piensa —dijo Harv—. Por eso hay vainas aquí.

—¿Vainas?

—Aeróstatos. Para la seguridad.

Nell se alegró al oírlo y no podía entender por qué su hermano hablaba de la seguridad con tanto temor en la voz.

Un turbojet soprano pareció colocarse sobre ellos, oyéndose más o menos a medida que atravesaba la flora. El hiriente susurro se rebajó en un par de notas al detenerse justo sobre sus cabezas. No podían ver más que destellos de luz de colores de los lejanos mediatrones que se reflejaban en el objeto. Una voz, perfectamente reproducida y un pelín demasiado alta, surgió de él:

—Se da la bienvenida a los visitantes que deseen pasear por el parque. Esperamos que hayan disfrutado de su estancia. Por favor, pregunten si necesitan indicaciones y esta unidad les ayudará.

—Es agradable —dijo Nell.

—No durante mucho tiempo —dijo Harv—. Vámonos de aquí antes de que se enfade.

—Me gusta este sitio.

Surgió una explosiva luz azul en el aeróstato. Los dos gritaron mientras sus iris se abrían. Él les gritaba también a ellos:

—¡Permítanme iluminarles la salida más próxima!

—Huimos de casa —le explicó Nell. Pero Harv estaba saliendo del agujero, arrastrando a Nell tras él con la mano buena.

Las turbinas de la cosa gimieron cuando realizó un falso asalto. De esa forma les llevó enérgicamente hacia la calle más cercana. Cuando finalmente habían saltado una barrera y volvían a tener los pies sobre una zona firme, el aparato apagó la luz y se fue sin ni siquiera despedirse.

—Está bien, Nell, siempre lo hacen así.

—¿Por qué?

—Para que este sitio no se llene de transeúntes.

—¿Qué es eso?

—Lo que nosotros somos ahora —le explicó Harv.

—¡Podemos quedarnos con tus amigos! —dijo Nell. Harv nunca le había presentado a sus amigos, ella los conocía como los niños de otras épocas conocían a Gilgamesh, Roland o Supermán. Su impresión era que las calles de los Territorios Cedidos estaban llenas de los amigos de Harv y que eran más o menos todopoderosos.

Harv hizo una mueca durante un rato y luego dijo:

—Debemos hablar sobre el libro mágico.

—¿El Manual ilustrado para jovencitas?

—Sí, como se llame.

—¿Por qué deberíamos discutirlo?

—¿Huh? —dijo Harv con esa voz estúpida que usaba cuando Nell hablaba con elegancia.

—¿Por qué hay que hablar sobre él? —dijo Nell pacientemente.

—Hay algo que no te he dicho nunca sobre ese libro, pero debo decírtelo ahora —dijo Harv—. Vamos, movámonos o algún hombre malo vendrá a molestarnos.

Se dirigieron hacia la calle principal de Ciudad de la Bahía Tranquila, que era el Territorio Cedido al que la vaina los había expulsado. La calle principal se doblaba siguiendo la costa, separando la playa de un gran número de establecimientos de bebidas que tenían en la fachada mediatrones chillones y obscenos.

—No quiero ir en esa dirección —dijo Nell, recordando el último ataque del proxeneta electromagnético. Pero Harv la agarró de la muñeca y se echó calle abajo tirando de ella.

—Es más seguro que estar en los callejones. Ahora deja que te hable del libro. Mis amigos y yo lo cogimos junto con otras cosas de un vicky que asaltamos. Doc nos dijo que lo hiciésemos.

—¿Doc?

—El chino que dirige el Circo de Pulgas. Nos dijo que debíamos asaltarlo, y asegurarnos de que los monitores lo detectasen.

—¿Qué significa eso?

—No importa. También dijo que quería que cogiésemos algo del vicky… un paquete como de este tamaño. —Harv formó ángulos rectos con los pulgares y los índices y definió los vértices de un rectángulo como del tamaño de un libro—. Nos dio a entender que tenía mucho valor. Bien, no encontramos un paquete así. Sin embargo, llevaba un viejo libro de mierda. Es decir, parecía viejo y elegante, pero nadie supuso que podría ser lo que Doc buscaba, ya que él tiene muchos libros. Así que yo lo cogí para ti.

»Bien, una o dos semanas más tarde, Doc quiso saber dónde estaba el paquete, y le contamos esa historia. Cuando oyó hablar del libro, dio un salto y nos dijo que eso y el paquete eran uno y lo mismo. Para entonces, tú ya estabas jugando con el libro toda la noche y todo el día, Nell, y no podía soportar la idea de quitártelo, así que mentí. Le dije que había tirado el libro a la calle cuando vi que era basura, y que si no seguía allí, entonces es que alguien debía de haberlo cogido. Doc se enfadó, pero se lo tragó.

»Por eso no he traído a mis amigos al piso. Si alguien descubre que tú tienes el libro, Doc me mataría.

—¿Qué debemos hacer?

Harv tenía aspecto de no querer hablar sobre eso.

—Para empezar, cojamos algunas cosas gratis.

Siguieron una ruta indirecta y sigilosa hacia la costa, permaneciendo lo más lejos posible de los grupos de borrachos que se movían por entre la constelación incandescente de burdeles como trozos fríos y oscuros de roca que se abrían paso por entre una brillante nebulosa de jóvenes estrellas. Llegaron hasta un C.M. público en una esquina y eligieron cosas del menú gratuito: cajas de agua y nutrisopa, sobres de sushi hechos de nanosurimi y arroz, barras de chocolate y paquetes del tamaño de la mano de Harv llenos de promesas implausibles en letras mayúsculas («¡REFLEJA EL 99% DE LA LUZ INFRARROJA!») que al desdoblarse formaban enormes mantas metalizadas. Nell había visto muchas formas irregulares tendidas por la playa como enormes larvas plateadas. Debían de ser colegas transeúntes envueltos en aquello mismo. Tan pronto como recogieron sus provisiones, corrieron a la playa y eligieron un sitio. Nell quería estar cerca de la orilla, pero Harv hizo algunas observaciones inteligentes sobre lo poco aconsejable que sería dormir por debajo del nivel de la marea alta. Caminaron por la orilla durante kilómetro y medio más o menos antes de encontrar un trozo de playa relativamente abandonado y se envolvieron en las mantas. Harv insistió en que uno de ellos debía estar despierto todo el rato para actuar de centinela. Nell había aprendido todo sobre ese tipo de cosas en el Manual, así que se ofreció voluntaria para el primer turno. Harv se quedó dormido muy pronto, y Nell abrió el libro. En momentos como aquél, el papel brillaba ligeramente y las letras eran claras y negras, como las ramas de un árbol sobre el fondo de la luna llena.