En el Manual, la llegada del siniestro barón; las prácticas disciplinarias de Burt; la conspiración contra el barón; aplicaciones prácticas de las ideas aprendidas en el Manual; huida

Fuera del Castillo Tenebroso, la malvada madrastra de Nell seguía viviendo como quería y recibiendo visitantes. Cada pocas semanas una nave llegaba por el horizonte y anclaba en la pequeña bahía en la que el padre de Nell había guardado su bote de pesca. Alguien importante era llevado a la costa por sus sirvientes y vivía en la casa de la madrastra de Nell durante unos días, semanas o meses. Al final, ella siempre acababa peleando con su visitante, peleas que Nell y Harv podían oír incluso a través de las gruesas paredes del Castillo Tenebroso, y cuando el visitante se cansaba, volvía a su barco y se iba, dejando a la malvada Reina con el corazón roto y llorando en la orilla. La Princesa Nell, que al principio había odiado a su madrastra, llegó a sentir pena por ella en cierta forma y a comprender que la Reina estaba prisionera en una prisión que ella misma había construido, mucho más oscura y fría que el Castillo Tenebroso.

Un día apareció en la bahía un bergantín de rojas velas, y un hombre de cabeza roja y barba también roja vino a la orilla. Como los otros visitantes, se mudó a la casa de la Reina y vivió con ella durante un tiempo. Al contrario que los otros, sentía curiosidad por el Castillo Tenebroso y cabalgaba hasta su entrada cada día o dos, agitaba la puerta y caminaba a su alrededor, mirando a las altas paredes y torres.

En la tercera semana de la visita del hombre, Nell y Harv se sorprendieron al oír cómo se abrían las doce cerraduras de la puerta, una a una. Entró el hombre de cabeza roja. Cuando vio a Nell y a Harv se quedó tan sorprendido como ellos.

—¿Quiénes sois vosotros? —exigió saber con una voz grave y ronca.

La Princesa Nell estaba a punto de contestar, pero Harv la detuvo.

—Usted es el visitante —dijo—. Identifíquese.

En ese punto la cara del hombre se volvió casi tan roja como su pelo, y dio unos pasos al frente y golpeó a Harv en la cara con su puño de hierro.

—Soy el barón Jack —dijo—, y puedes considerar eso como mi tarjeta de visita. —Luego, sólo por maldad, dio una patada a la Princesa Nell; pero su pie metido en la pesada armadura de metal fue demasiado lento y la Princesa Nell, recordando las lecciones que Dinosaurio le había enseñado, lo esquivó con facilidad—. Debéis de ser los dos mocosos de los que me habló la Reina —dijo—. Se supone que ya deberíais estar muertos; comidos por los trolls. Bien, ¡esta noche lo estaréis, y mañana el castillo será mío!

Agarró a Harv y empezó a atar sus brazos con una soga fuerte. La Princesa Nell, olvidando las lecciones, intentó detenerlo, y de un golpe él la agarró por el pelo y la ató también. Pronto los dos yacían indefensos en el suelo.

—¡Veremos cómo lucháis con los trolls esta noche! —dijo el barón Jack y le dio a cada uno un golpe y una patada, sólo por maldad, salió por la puerta y cerró las doce cerraduras de nuevo.

La Princesa Nell y Harv tuvieron que esperar mucho hasta que el sol se puso y los Amigos Nocturnos revivieron y los desataron. La Princesa Nell les explicó que la malvada Reina tenía un nuevo amante que tenía intención de apoderarse del Castillo Tenebroso.

—Debemos luchar contra él —dijo Púrpura. La Princesa Nell y los otros amigos se quedaron sorprendidos al oír esas palabras, porque normalmente Púrpura era paciente y sabia y aconsejaba no pelear.

—Hay muchos tonos de gris en el mundo —explicó—, y casi siempre los caminos ocultos son los mejores; pero algunas cosas son maldad en estado puro y hay que luchar hasta la muerte.

—Si sólo fuese un hombre lo aplastaría con una pata —dijo Dinosaurio—, pero no durante el día; e incluso de noche, la Reina es una hechicera, y sus amigos tienen muchos poderes. Necesitaremos un plan.

Esa noche hubo mucho que pagar. Kevin, el chico que Nell había derrotado al quemado, había aprendido todo lo que sabía sobre ser un matón del mismísimo Burt, porque Burt había vivido con la madre de Kevin por un tiempo e incluso quizás había sido el padre de Kevin, así que Kevin fue a Burt y le dijo que Harv y Nell juntos le habían dado una paliza. Esa noche, Harv y Nell recibieron la peor paliza de su vida. Duró tanto que finalmente mamá intentó meterse en medio y calmar a Burt. Pero Burt golpeó a mamá en la cara y la tiró al suelo. Finalmente, Harv y Nell acabaron juntos en su habitación. Burt estaba en el salón bebiendo cerveza y metido en un ractivo de Burly Scudd. Mamá había huido del apartamento y no tenían ni idea de dónde estaba.

Uno de los ojos de Harv estaba hinchado, y una mano no le respondía. Nell tenía una sed terrible, cuando fue al baño, volvió roja. Tenía quemaduras en los brazos del cigarro de Burt, y el dolor era cada vez peor.

Podían sentir los movimientos de Burt a través de la pared, y podían oír el ractivo de Burly Scudd. Harv supo cuándo Burt se había dormido porque un ractivo con un solo usuario eventualmente se ponía en pausa si el usuario dejaba de responder. Cuando estuvieron seguros de que Burt dormía, fueron a la cocina y sacaron medicinas del C.M.

Harv sacó una venda para la muñeca y un paquete frío para el ojo, y le pidió al C.M. algo para poner en las heridas y quemaduras para que no se infectasen. El C.M. mostró todo un menú de mediaglifos para distintos tipos de remedios. Algunos eran de pago, pero algunos eran gratis. Uno de los gratuitos era una crema que venía en un tubo, como la pasta de dientes. Se lo llevaron a la habitación e hicieron turnos para extenderlo sobre las heridas y quemaduras de cada uno.

Nell se lo extendió en silencio hasta que Harv se quedó dormido. Entonces sacó el Manual ilustrado para jovencitas.

Cuando el barón Jack volvió al castillo al día siguiente, se enfadó al encontrar las cuerdas en un montón sobre el suelo, y ningún hueso roto y mordisqueado por los trolls. Corrió al castillo con la espada en alto, gritando que él mismo iba a matar a Harv y a la Princesa Nell; pero al entrar en el comedor, se detuvo maravillado al ver un gran festín que había sido colocado sobre la mesa para él: rodajas de pan marrón, mantequilla fresca, pollo asado, lechón, uvas, manzanas, queso, bollos y vino. Cerca de la mesa se encontraban Harv y la Princesa Nell, vestidos con uniformes de sirvientes.

—Bienvenido a su castillo, barón Jack —dijo la Princesa Nell—. Como puede ver, nosotros, sus nuevos sirvientes, hemos preparado una pequeña comida que esperamos sea de su agrado. —En realidad, Oca había preparado toda la comida, pero como ahora era de día, ella se había convertido en un pequeño juguete como el resto de los Amigos Nocturnos.

La furia del barón Jack se calmó al recorrer sus ojos avaros la comida.

—Probaré un poco —dijo—, pero si la comida no es perfecta, o si no me gusta cómo me la servís, ¡clavaré vuestras cabezas en una pica a la entrada del castillo, así de fácil! —y chasqueó los dedos frente a la cara de Harv.

Harv parecía enfadado y a punto estuvo de soltarle algo horrible, pero la Princesa Nell recordó las palabras de Púrpura, que había dicho que los caminos ocultos eran los mejores, y dijo con voz dulce:

—Por un servicio imperfecto no mereceremos nada mejor.

El barón Jack comenzó a sentarse, y era tal la excelencia de la cocina de Oca que una vez que comenzó apenas pudo detenerse. Envió a Harv y Nell de vuelta a la cocina una y otra vez para traerle más comida, y aunque constantemente encontraba problemas con ella y se levantaba de la silla para pegarles, aparentemente decidió que valían más vivos que muertos.

—Algún día también les quemará la piel con cigarrillos —murmuró Nell.

Las letras cambiaron en la página del Manual.

—El pipí de la Princesa Nell se puso rojo —dijo Nell—, porque el barón era un hombre muy malo. Y su verdadero nombre no era barón Jack. Su verdadero nombre era Burt.

Al decir Nell aquellas palabras, la historia cambió en el Manual.

—Y Harv no podía usar su brazo por problemas en la muñeca, así que tenía que llevarlo todo con una mano, y eso porque Burt era un hombre muy malo y le había hecho mucho daño —dijo Nell.

Después de un largo silencio, el Manual comenzó a hablar de nuevo, pero la hermosa voz de la mujer Vicky que contaba la historia de pronto sonaba cargada y ronca, y se detenía en medio de las frases.

El barón Burt comió todo el día, hasta que finalmente el sol se ocultó.

—¡Cierra las puertas —dijo una voz aguda—, o los trolls nos perseguirán!

Las palabras venían de un hombre pequeño con traje y chistera que se había metido por entre la puerta y ahora contemplaba nervioso la puesta de sol.

—¿¡Quién es ese cero a la izquierda que interrumpe mi cena!? —gritó el barón Burt.

—Es nuestro vecino —dijo la Princesa Nell—. Viene a visitarnos todas las tardes. Por favor, permita que se siente al lado del fuego.

El barón miró receloso, pero en ese momento Harv puso un delicioso pastel de queso y fresas frente a él, y se olvidó por completo del hombre pequeño, hasta unos minutos después, cuando la voz aguda sonó de nuevo:

Hubo una vez un barón llamado Burt

que era tan fuerte que no se le podía herir

y que podía luchar con un oso; pero creo que

después de dos o tres bebidas

como un niño dormía en la camita.

—¿Quién se atreve a burlarse del barón? —rugió el barón Burt, y bajó la vista para ver al nuevo visitante apoyándose despreocupado en el bastón con un vaso en alto como si brindase a su salud.

Su Majestad, no se moleste

y por favor váyase ya

a la cama; porque ha sido un largo día

y está en mala forma

y pronto sus pantalones mojará.

—¡Traedme un barril de cerveza! —gritó el barón Burt—. Y otro para este advenedizo, y veremos quién aguanta mejor la bebida.

Harv trajo dos barriles de cerveza al salón. El barón se llevó uno a los labios y lo vació de un trago. El hombrecillo en el suelo hizo lo mismo.

Se trajeron luego dos pellejos de vino, y una vez más el barón Burt y el hombrecillo los bebieron con facilidad.

Finalmente, se trajeron dos botellas de fuerte licor, y el barón y el hombrecillo se turnaron bebiendo un poco cada vez hasta que las dos botellas estuvieron vacías. El barón estaba desconcertado por la habilidad del hombrecillo para la bebida; pero allí estaba, derecho y sobrio, mientras que el barón Burt estaba cada vez más borracho.

Finalmente, el hombrecillo sacó una pequeña botella de un bolsillo y dijo:

Para los jóvenes la cerveza está bien

mientras que los mayores prefieren el vino

el licor es algo

digno de un Rey

pero es un juego de niños

comparado con el aguardiente.

El hombrecillo abrió la botella y bebió un trago, luego se la pasó al barón Burt. El barón bebió un sorbo y se quedó dormido instantáneamente sobre la silla.

—Misión cumplida —dijo el hombrecillo, quitándose la chistera con un suspiro, mostrando un juego de largas orejas peludas; porque no era otro que Pedro disfrazado. La Princesa Nell fue corriendo a la cocina para contárselo a Dinosaurio, quien estaba sentado al lado del fuego con una larga estaca que metía en el carbón y daba vueltas para sacarle punta.

—¡Duerme! —murmuró la Princesa Nell.

Miranda, sentada en el escenario del Parnasse, sintió un gran alivio al ver la línea que apareció a continuación en el apuntador. Respiró profundamente antes de decirla, cerró los ojos, se calmó e intentó situarse en el Castillo Tenebroso. Miró a la Princesa Nell a los ojos y acompañó la línea con todo el talento y la técnica que poseía.

—Bien —dijo Dinosaurio—. ¡Entonces ha llegado la hora para que tú y Harv huyáis del Castillo Tenebroso! Debéis ir con cuidado. Yo iré más tarde y me uniré a vosotros.

Por favor, sal de ahí. Por favor, corre. Sal de esa cámara de los horrores donde has estado viviendo, Nell, y vete a un orfanato o a una estación de policía o a algún sitio, y te encontraré. No importa dónde estés, te encontraré.

Miranda ya lo tenía todo planeado: compilaría un colchón extra, pondría a Nell en el suelo de su dormitorio y a Harv en el salón de su piso. Si sólo pudiese descubrir dónde estaban.

La Princesa Nell no había respondido. Pensaba en recordar qué era lo que no debía hacer en aquella situación. Sal. Sal.

—¿Por qué pones el palo en el fuego?

—Es mi deber asegurarme que el malvado barón no vuelva a molestaros de nuevo —dijo Miranda, leyendo lo que decía el apuntador.

—¿Pero qué vas a hacer con el palo?

Por favor, no lo hagas. No hay tiempo de preguntar por qué.

—¡Debes apresurarte! —leyó Miranda, intentando una vez más decir la línea lo mejor que podía. Pero la Princesa Nell había estado jugando con el Manual durante un par de años y tenía el hábito de hacer preguntas interminables.

—¿Por qué afilas el palo?

—Así fue como Odiseo y yo nos encargamos del Cíclope —dijo Dinosaurio. Mierda. Todo va mal.

—¿Qué es un Cíclope? —dijo Nell.

Una nueva ilustración creció en la página de al lado, enfrentada a la ilustración de Dinosaurio al lado del fuego. Era la imagen de un gigante de un solo ojo que guiaba unas ovejas.

Dinosaurio le contó la historia de cómo Odiseo había matado al Cíclope con un palo afilado, justo como él iba a hacer con el barón Burt. Nell insistió en oír lo que sucedió después. Una historia llevó a otra. Miranda intentó contar las historias todo lo rápido que podía, intentó dar a su voz un tono de impaciencia o aburrimiento, lo que no era fácil porque realmente estaba al borde del ataque de nervios. Tenía que sacar a Nell de aquel apartamento antes de que Burt se despertase de la borrachera.

El horizonte oriental comenzaba a iluminarse…

Mierda. ¡Sal de ahí, Nell!

Dinosaurio estaba a la mitad de contarle a la Princesa Nell sobre la bruja que convertía a los hombres en cerdo cuando de pronto, puf, se convirtió en un animal de peluche. El sol había salido.

Nell se sorprendió un poco por ese suceso, cerró el Manual durante un rato, y se quedó sentada en la oscuridad oyendo la respiración de Harv y los ronquidos de Burt en la otra habitación. Había esperado el momento en que Dinosaurio matase al barón Burt, de la misma forma que Odiseo había matado al Cíclope. Pero ahora eso no iba a suceder. El barón Burt se despertaría, comprendería que le habían engañado, y les haría aún más daño. Se quedarían atrapados para siempre en el Castillo Tenebroso.

Nell estaba cansada de estar en el Castillo Tenebroso. Sabía que era hora de salir.

Abrió el Manual.

—La Princesa Nell sabía lo que tenía que hacer —dijo Nell. Luego cerró el Manual y lo dejó sobre la almohada.

Incluso si no hubiese aprendido a leer muy bien, no hubiese tenido problemas para encontrar lo que buscaba usando sólo los mediaglifos del C.M. Era una cosa que había visto usar a la gente en los viejos pasivos, una cosa que había visto cuando el viejo amigo de mamá, Brad, la había llevado a visitar los caballos en Dovetail. Se llamaba destornillador, y el C.M. los fabricaba de distintas formas: largos, cortos, gruesos, delgados.

Ella hizo uno que era muy largo y muy delgado. Cuando acabó, el C.M. dio su silbido, y ella creyó oír a Burt moviéndose en el sofá.

Nell miró en el salón. Todavía estaba tendido allí, con los ojos cerrados, pero movía los brazos de un lado a otro. Movió la cabeza de un lado a otro una vez, y pudo ver un resplandor entre sus ojos medio abiertos.

Estaba a punto de despertar y herirlos más.

Nell sostuvo el destornillador frente a ella como una lanza y corrió hacia él.

En el último momento vaciló. La herramienta resbaló y corrió por la frente de Burt dejando un rastro de marcas rojas. Nell estaba tan horrorizada que lo dejó caer y se echó atrás. Burt agitaba violentamente la cabeza de un lado a otro.

Abrió los ojos y miró directamente a Nell. Luego se pasó la mano por la frente y la bajó completamente llena de sangre. Se sentó en el sofá, todavía sin comprender. El destornillador rodó y cayó al suelo. Él lo recogió y encontró que la punta estaba ensangrentada, luego fijó los ojos en Nell, que se había encogido en una esquina de la habitación.

Nell sabía que se había equivocado. Dinosaurio le había dicho que huyese y en lugar de eso lo había acribillado a preguntas.

—¡Harv! —dijo. Pero su voz salió seca y aguda, como la de un ratón—. ¡Debemos volar!

—Por supuesto que vas a volar —dijo Burt, moviendo los pies en el suelo—. Vais a salir volando por la puta ventana.

Harv salió. Llevaba los nunchacos bajo el brazo herido y el Manual en la mano buena. El libro estaba abierto por una ilustración de la Princesa Nell y Harv huyendo del Castillo Tenebroso con el barón Burt persiguiéndolos.

—Nell, tu libro me ha hablado —dijo—. Me dijo que debíamos huir. —Luego vio a Burt levantándose del sofá con el destornillador ensangrentado en la mano.

Harv no se molestó en usar los nunchacos. Atravesó la habitación de un saltó y tiró el Manual, liberando su mano buena para abrir la puerta de un golpe. Nell, que se había quedado congelada por un tiempo en la esquina, salió disparada hacia la puerta como una flecha liberada del arco, cogiendo el Manual al pasar a su lado. Corrieron al pasillo con Burt sólo a unos pasos detrás.

El descansillo con los ascensores estaba a cierta distancia de ellos. En un impulso, Nell se detuvo y se hizo un ovillo en el camino de Burt. Harv se volvió hacia ella, aterrorizado.

—¡Nell! —gritó.

Las piernas de Burt golpearon a Nell en un lado. Cayó hacia delante y aterrizó de un golpe sobre el suelo, deslizándose cierta distancia. Eso lo llevó hasta los pies de Harv, que se volvió para enfrentarse a él y usar los nunchacos. Harv golpeó un par de veces la cabeza de Burt, pero sentía pánico y no lo hizo muy bien. Burt buscó con una mano y se las arregló para atrapar la cadena que unía las mitades del arma. Para entonces Nell ya se había puesto de pie y había corrido a la espalda de Burt; se inclinó hacia delante y hundió los dientes en la base carnosa del pulgar de Burt. Algo rápido y confuso sucedió, Nell rodaba por el suelo, Harv la ayudaba a ponerse en pie, ella se echó hacia atrás para recoger el Manual, que había dejado caer de nuevo. Llegaron hasta las escaleras de emergencia y comenzaron a recorrer rozando el túnel de orina, grafito y basura, saltando por encima de extraños cuerpos durmientes. Burt entró en la escalera persiguiéndoles, un par de escalones a su espalda. Intentó atajar saltando por encima de la barandilla como había visto y hecho en los ractivos, pero su cuerpo borracho no lo hizo tan bien como un héroe de los medios, y cayó un escalón, maldiciendo y gritando, furioso por el dolor y la rabia. Nell y Harv siguieron corriendo.

La caída de Burt les dio ventaja suficiente para llegar al primer piso. Corrieron directamente por el vestíbulo hacia la calle. Eran las primeras horas de la mañana, y casi no había nadie allí, lo que era ligeramente extraño; normalmente habría cebos y vigías de los vendedores de drogas.

Pero aquella noche sólo había una persona en todo el bloque: un enorme chino con barba corta y pelo recortado, vistiendo un pijama índigo tradicional y una gorra de cuero negro, de pie en medio de la calle con las manos metidas en las mangas. Dio una buena mirada a Nell y Harv cuando pasaron corriendo a su lado. Nell no prestó mucha atención. Se limitaba a correr todo lo que podía.

—¡Nell! —decía Harv—. ¡Nell! ¡Mira!

Tenía miedo de mirar. Siguió corriendo.

—¡Nell, para y mira! —gritó Harv. Sonaba rebosante.

Finalmente Nell dobló la esquina de un edificio, paró, se volvió y miró atrás con cuidado.

Miraba a la calle vacía más allá del edificio donde había vivido toda su vida. Al final de la calle había una enorme pantalla de publicidad mediatrónica que en ese momento pasaba un enorme anuncio de Coca-Cola, en el antiguo y tradicional color rojo usado por la compañía.

Destacados sobre ella había dos hombres: Burt y el enorme chino de cabeza redonda.

Bailaban juntos.

No, el chino bailaba. Burt se balanceaba como un borracho.

No, el chino no bailaba, estaba haciendo algunos de los ejercicios que Dojo había enseñado a Nell. Se movía con lentitud y belleza excepto en algunos momentos, cuando cada músculo de su cuerpo se unía en un movimiento explosivo. Normalmente aquellas explosiones se dirigían contra Burt.

Burt cayó, luego luchó por ponerse de rodillas.

El chino se comprimió en una semilla negra, se elevó en el aire, giró y se abrió como una flor en primavera. Uno de sus pies golpeó a Burt en la barbilla y pareció acelerar por toda la cabeza de Burt. El cuerpo de Burt cayó al pavimento como unos galones de agua arrojados fuera del cubo. El chino se quedó muy quieto, calmó su respiración, se ajustó el gorro y el cinto de su túnica. Luego le dio la espalda a Nell y Harv, y caminó por el medio de la calle.

Nell abrió el Manual. Mostraba una imagen de Dinosaurio, visto en silueta a través de una ventana del Castillo Tenebroso, sobre el cadáver del barón Burt con un palo humeante entre las garras.

Nell dijo:

—El niño y la niña huían hacia Tierra Más Allá.