La cámara de tortura del juez Fang; un bárbaro es interrogado; oscuros sucesos en el interior de China; una invitación ineludible del Doctor X

El juez Fang no torturaba frecuentemente a la gente. Eso se debía a varias razones. Bajo el nuevo sistema de justicia confuciano, ya no era necesario que todo criminal firmase una confesión antes de ser condenado; bastaba con que el magistrado lo considerase culpable por la fuerza de las pruebas. Sólo eso evitaba al juez el tener que torturar a mucha de la gente que pasaba ante él, aunque a menudo se sentía tentado de forzar la confesión de algún tete insolente occidental que se negaba a aceptar la responsabilidad de sus actos. Más aún, los modernos sistemas de vigilancia hacían posible reunir información sin tener que recurrir a testigos humanos (en ocasiones reticentes) como habían hecho los magistrados de antaño.

Pero el hombre de rizos pelirrojos era ciertamente un testigo bastante reticente, y desafortunadamente la información almacenada en su cerebro era única. Ningún cineaeróstato volador o bicho microscópico de vigilancia había grabado los datos que el juez Fang buscaba. Y, por tanto, el magistrado había decidido volver a los métodos seculares de sus venerables predecesores.

Chang ató al prisionero (que sólo se identificaba como señor PhyrePhox) a un pesado soporte en forma de X que se usaba normalmente para dar bastonazos. Aquél era un gesto puramente humanitario; evitaría que PhyrePhox corriese enloquecido por la habitación y se hiriese a sí mismo. Chang también desnudó al prisionero de cintura para abajo y puso un cubo bajo sus órganos de eliminación. Al hacerlo, dejó al descubierto la única herida real que el prisionero sufriría durante todo el proceso: un pequeño corte en la base de la columna, por el que el médico de la corte había metido un implante espinal la tarde anterior e introducido un conjunto de nanositos —parásitos nanotecnológicos— bajo la supervisión de la señorita Pao. En las doce horas siguientes, los ‘sitos habrían migrado por toda la columna vertebral del prisionero, vagando remolones por el fluido cerebroespinal, situándose en el primer nervio aferente con el que chocasen. Esos nervios, utilizados por el cuerpo para transmitir información como (para dar sólo un ejemplo) dolor insoportable al cerebro, tenían una textura y apariencia determinadas que los ‘sitos eran lo suficientemente inteligentes para reconocer. Quizá fuese superfluo decir que esos ‘sitos tenían otra característica importante, es decir, la habilidad de transmitir información falsa por esos nervios.

La pequeña herida, justo encima de las nalgas, siempre llamaba la atención del juez Fang cuando presidía uno de aquellos asuntos, lo que afortunadamente no sucedía más que un par de veces al año. PhyrePhox, al ser pelirrojo natural, tenía la piel muy pálida.

—¡Bueno! —exclamó de pronto el prisionero, agitando la cabeza en una confusión de flecos, intentado en lo mejor posible mirar arriba y abajo por encima de sus hombros llenos de pecas—. Tengo la sensación como de rozar algo, como una piel realmente suave o algo en el interior de mis piernas. ¡Es maravilloso! ¡Otra vez! ¡Vaya, un momento! ¡Ahora tengo la misma sensación, pero en la planta del pie derecho!

—La situación de los nanositos en los nervios es siempre un proceso aleatorio; nunca sabemos qué nanosito acabará dónde. Las sensaciones que experimenta ahora son una forma que tenemos de hacer, cómo diría, un inventario. Por supuesto, no sucede nada en su pierna o pie; todo sucede en la columna vertebral, y sentiría lo mismo incluso si le amputasen las piernas.

—Eso sí que es raro —exclamó PhyrePhox, abriendo los pálidos ojos verdes sorprendido—. Así que incluso podría, digamos, torturar a alguien que no tuviese ni brazos ni piernas —movió el ojo y la mejilla de un lado—. ¡Maldita sea! Siento como si alguien me hiciese cosquillas en la cara. ¡Eh, córtelo! —Apareció una sonrisa en su rostro—. ¡Oh, no! ¡Se lo contaré todo! ¡Pero no me haga más cosquillas! ¡Por favor!

Chang primero se sorprendió y luego se puso furioso ante el poco decoro del prisionero e hizo ademán de moverse hacia un soporte de bastones montado en una pared. El juez Fang detuvo a su asistente con una mano firme en el hombro; Chang se tragó la rabia y respiró hondo, y luego se inclinó disculpándose.

—Sabe, PhyrePhox —dijo el juez Fang—, aprecio realmente los momentos de ligereza e incluso maravilla infantil que inyecta en este proceso. A menudo cuando atamos a la gente al armazón de tortura, se ponen desagradablemente tensos y apenas es divertido estar aquí.

—Vamos, hombre, es una nueva experiencia. Sacaré muchos puntos de experiencias por esto, ¿eh?

—¿Puntos de experiencia?

—Es un chiste. De los ractivos de espada y brujería. Ve, cuantos más puntos de experiencia consigue tu personaje, más poder obtiene.

El juez Fang puso una mano recta y la lanzó hacia atrás sobre su cabeza, haciendo un ruido como el de un avión de combate volando bajo.

—La referencia se me escapa —explicó para beneficio de Chang y la señorita Pao, que no habían entendido el gesto.

—Siento que algo me hace cosquillas en el tímpano derecho —dijo el prisionero, agitando la cabeza de un lado a otro.

—¡Bien! Eso significa que un nanosito se ha sujetado a un nervio que va desde el tímpano al cerebro. Cuando eso sucede siempre lo consideramos un signo de buena suerte —dijo el juez Fang—, ya que los impulsos del dolor dirigidos por ese nervio producen una impresión particularmente profunda en el sujeto. Ahora, le pediré a la señorita Pao que suspenda el proceso durante unos minutos para poder tener toda su atención.

—Vale —dijo el prisionero.

—Repasemos lo que tenemos hasta ahora. Tiene treinta y siete años. Hace casi veinte años, fue cofundador de un nodo de CryptNet en Oakland, California. Era un nodo muy primario: número 178. Ahora, por supuesto, hay decenas de miles de nodos.

Un rastro de sonrisa apareció en el prisionero.

—Casi me coge ahí —dijo—. No hay forma de que le diga cuántos nodos hay. Por supuesto, ya no lo sabe nadie con seguridad.

—Como todos los otros miembros de CryptNet —siguió diciendo el juez Fang—, empezó en el primer nivel y siguió subiendo con el paso de los años hasta su nivel actual, ¿que es?

PhyrePhox formó una sonrisa afectada y movió deliberadamente la cabeza.

—Lo siento, juez Fang, pero ya hemos pasado por eso. No puedo negar que empecé en el nivel uno, es decir, eso es, vamos, obvio, pero cualquier cosa más allá de eso es especulación.

—Sólo es especulación si no nos lo dice —dijo el juez Fang, controlando un momentáneo ataque de disgusto—. Sospecho que es usted un miembro al menos de nivel veinticinco.

PhyrePhox adoptó un aire serio y movió la cabeza, agitando los pequeños y coloridos fragmentos de metal y vidrio tejidos en sus trenzas.

—Eso es una tontería. Debería saber que el nivel más alto es el diez. Cualquier cosa más allá es, vamos, un mito. Sólo los teóricos de las conspiraciones creen en niveles más allá del diez. CryptNet es simplemente un inocuo colectivo de procesamiento de tuplas, tío.

—Ésa es por supuesto la versión oficial, que sólo los completos idiotas creen —dijo el juez Fang—. En cualquier caso, volviendo a su afirmación anterior, hemos establecido que en los ocho años siguientes, el nodo 178 realizó prósperos negocios, como dice usted, procesando tuplas. Durante ese tiempo usted siguió ascendiendo en la jerarquía hasta el nivel diez. A partir de ahí afirma haber roto todas sus conexiones con CryptNet y establecerse por su cuenta, como mediágrafo. Desde entonces, se ha especializado en zonas de guerra. Sus fotos, cines y sonidos de campos de batalla chinos han ganado premios y cientos de miles de consumidores de noticias han accedido a ellas, aunque su trabajo es tan gráfico y desagradable que la aceptación total le ha eludido.

—Ésa es su opinión, tío.

Chang se adelantó, tensando visiblemente los muchos músculos que rodeaban su enorme y huesuda cabeza.

—¡Se dirigirá al magistrado como Su Señoría! —le amonestó.

—Cálmate, tío —dijo PhyrePhox—. ¿Quién tortura a quién?

El juez Fang intercambió una mirada con Chang. Chang, fuera de la vista del prisionero, se lamió un dedo y realizó una marca imaginaria en el aire: un punto para PhyrePhox.

—Muchos de los que no pertenecemos a CryptNet encontramos difícil entender cómo una organización puede sobrevivir con una tasa de pérdidas tan alta. Una y otra vez, los novicios de primer nivel de CryptNet ascienden por la jerarquía hasta el décimo y supuestamente último nivel, luego lo dejan todo y buscan otro trabajo o simplemente vuelven a sus phyles de origen.

PhyrePhox intentó encogerse despreocupadamente de hombros, pero estaba demasiado bien atado como para maniobrar con libertad.

El juez Fang siguió hablando.

—Ese modelo ha sido ampliamente observado y ha llevado a la idea de que CryptNet contiene muchos más niveles más allá del diez, y que todos los que dicen ser ex miembros de CryptNet están, en realidad, secretamente en contacto con la vieja red; en comunicación secreta con todos los otros nodos; secretamente subiendo más y más niveles dentro de CryptNet mientras se infiltran en las estructuras de poder de los otros phyles y organizaciones. Que CryptNet es una sociedad secreta poderosa que ha extendido sus tentáculos por todas las phyles y corporaciones del mundo.

—Eso es paranoico.

—Normalmente no nos preocupamos por esas cuestiones, que podrían ser simples ataques de paranoia como sugiere usted. Hay muchos que dirían que la República Costera de China, de la que soy un funcionario, está llena de miembros secretos de CryptNet. Yo mismo soy escéptico. Incluso si fuese cierto, sólo me afectaría si cometiesen crímenes en mi jurisdicción.

Y apenas representaría una diferencia, añadió el juez Fang para sí mismo, dado que la República Costera en las mejores circunstancias estaba completamente llena de corrupción e intrigas. La conspiración más oscura y poderosa del mundo sería masticada y escupida por los señores de la guerra corporativos de la República Costera.

El juez Fang se dio cuenta de que todos le miraban, esperando a que siguiese.

—Se ha quedado en blanco, Su Señoría —dijo PhyrePhox.

Últimamente, el juez Fang se había estado quedando en blanco muchas veces, normalmente mientras meditaba ese mismo tema. Los gobiernos corruptos e incompetentes no eran nada nuevo en China, y el Maestro mismo había dedicado muchas partes de su Analectas para aconsejar a sus seguidores sobre cómo debían comportarse mientras trabajaban al servicio de un señor corrupto. «¡Chu Poyu es realmente un hombre superior! Cuando un buen gobierno prevalece en su estado, se le encuentra en la administración. Cuando prevalece uno malo, se pone los principios por montera». Una de las grandes virtudes del confucianismo era su flexibilidad. El pensamiento político occidental tendía a ser más frágil; tan pronto como un estado se volvía corrupto, todo dejaba de tener sentido. El confucianismo siempre mantenía el equilibrio, como un corcho que puede flotar tan bien en una fuente como en una alcantarilla.

Aun así, el juez Fang había sufrido recientemente muchas dudas sobre si su vida tenía sentido en el contexto de la República Costera, una nación casi por completo carente de virtudes.

Si la República Costera hubiese creído en la existencia de virtudes, al menos podría haber aspirado a la hipocresía.

Se estaba saliendo del tema. El tema no era si la República Costera estaba bien gobernada. El tema era el tráfico de bebés.

—Hace tres meses —dijo el juez Fang—, llegó usted a Shanghái en una nave aérea y, después de una corta estancia, fue hacia el interior con un hovercraft por el Yangtsé. Su supuesta misión era recoger material mediagráfico a propósito de una nueva banda criminal —en este punto el juez Fang se refirió a sus notas— llamada Puños de la Recta Armonía.

—No es nada despreciable —dijo PhyrePhox, sonriendo alegre—. Son la semilla de una rebelión dinástica, tío.

—He visto el material que transmitió al mundo exterior sobre el tema —dijo el juez Fang—, y sacaré mis propias conclusiones. Las posibilidades de los Puños no son la cuestión.

PhyrePhox no estaba convencido del todo; levantó la cabeza y abrió la boca para explicarle al juez Fang lo equivocado que estaba, luego lo pensó mejor, agitó la cabeza con pesar, y asintió.

—Hace dos días —siguió el juez Fang—, volvió a Shanghái en un barco fluvial muy sobrecargado con varias docenas de pasajeros, la mayoría campesinos que huían del hambre y las luchas del interior —ahora leía de un informe del capitán de puerto de Shanghái que detallaba la inspección del barco en cuestión—. Quiero destacar que varios de los pasajeros eran mujeres que llevaban niñas con menos de tres meses de edad. Se registró la nave en busca de contrabando y se la admitió en el puerto. —El juez Fang no necesitaba señalar que eso no significaba prácticamente nada; esos inspectores eran famosos por su inobservancia, especialmente en presencia de distracciones tales como sobres llenos de dinero, cartones de cigarrillos, o pasajeras visiblemente jóvenes en actitud amorosa. Pero cuanto más corrupta era una sociedad, más dispuestos estaban sus oficiales a esgrimir patéticos documentos internos como aquél como si fueran las Sagradas Escrituras, y el juez Fang no era una excepción a aquella regla cuando servía a mayores propósitos—. Todos los pasajeros, incluidas las niñas, fueron procesados de la forma usual: se tomaron registros de la estructura retinal, huellas digitales, etc. Lamento decir que mis estimados colegas en la oficina del capitán del puerto no examinaron esos registros con la acostumbrada diligencia, porque si lo hubiesen hecho, hubiesen notado grandes discrepancias entre las características biológicas de las jóvenes y de sus supuestas hijas, lo que sugiere que no estaban relacionadas las unas con las otras. Pero quizás asuntos más urgentes les impidieron darse cuenta de esto —el juez dejó que la acusación no pronunciada colgase en el aire—: que las autoridades de Shanghái no estaban fuera de la influencia de CryptNet. —PhyrePhox intentó, visiblemente, parecer ingenuo.

»Un día más tarde, durante una investigación de rutina en las actividades del crimen organizado en los Territorios Cedidos, colocamos un dispositivo de vigilancia en un apartamento supuestamente vacío que se creía era usado para actividades ilegales, y nos sorprendió escuchar el sonido de muchos niños pequeños. Los condestables entraron en el lugar y encontraron veinticuatro niñas, pertenecientes al grupo racial Han, que eran cuidadas por ocho jóvenes campesinas que habían llegado recientemente del campo. Al interrogar a esas mujeres, dijeron haber sido reclutadas para ese trabajo por un caballero Han cuya identidad no ha sido establecida y que no ha sido encontrado. Las niñas fueron examinadas. Cinco de ellas estaban en su barco, señor PhyrePhox; los registros biológicos encajan perfectamente.

—Si había una operación de contrabando de niñas asociada con ese barco —dijo PhyrePhox—, yo no tengo nada que ver.

—Hemos interrogado al dueño del barco y al capitán —dijo el juez Fang—, y afirman que ese viaje estaba planeado y pagado por usted, de principio a fin.

—Tenía que volver de alguna forma a Shanghái, así que alquilé el barco. Las mujeres querían ir a Shanghái, así que me porté bien y las dejé venir.

—Señor PhyrePhox, antes de empezar a torturarle, deje que le diga lo que opino —dijo el juez Fang, acercándose al prisionero para poder mirarle a los ojos—. Hemos examinado a esos bebés. Parece que se les trataba bien; nada de malnutrición o signos de abusos. ¿Por qué, entonces, me tomo tanto interés en este caso?

»La respuesta en realidad no tiene nada que ver con mis obligaciones como magistrado del distrito. Ni siquiera está estrictamente relacionada con la filosofía confuciana. Es una cuestión racial, señor PhyrePhox. Que un europeo esté sacando de contrabando niños Han a los Territorios Cedidos, y de ahí, debo suponer, al mundo exterior, dispara profundas emociones primarias, podríamos decir, dentro de mí y muchos otros chinos.

»Durante la Rebelión de los Bóxers, se extendió el rumor de que los orfanatos de los misioneros europeos eran en realidad sitios donde los doctores blancos sacaban los ojos de las cabezas de los bebés Han para fabricar medicinas para consumo en Europa. Que muchos Han creyesen ese rumor explica la extrema violencia que sufrieron los europeos durante esa rebelión. Pero refleja también una desagradable predisposición para el odio y el temor racial que está latente en los corazones de todos los hombres de todas las tribus.

»Con su operación de contrabando de niños, ha tropezado con el mismo territorio peligroso. Quizás esas niñas estaban destinadas a hogares confortables llenos de amor en phyles no-Han. Ése sería el mejor resultado para usted, porque se le castigaría pero viviría. Pero por todo lo que sé, se las usa para trasplantes de órganos; en otras palabras, los rumores sin fundamento que incitaron a los campesinos a destruir los orfanatos durante la Rebelión de los Bóxers podrían ser literalmente ciertos en su caso. ¿Ayuda esto a aclarar el propósito de esta pequeña reunión?

Al principio de ese monólogo, PhyrePhox había conservado su expresión neutra, una media sonrisa exasperante en su vacuidad, que el juez Fang había decidido que no era realmente una sonrisa sino más bien una expresión de diversión distante. Tan pronto como el juez Fang había mencionado los ojos, el prisionero había dejado de mirarle, había perdido su sonrisa y adoptado un aire más y más pensativo, para, al final, asentir expresando su acuerdo.

Siguió asintiendo durante un minuto más, mirando fijamente al suelo. Luego se iluminó y miró al juez.

—Antes de darle mi respuesta —dijo—, tortúreme.

El juez Fang por un esfuerzo consciente conservó su cara de póquer. Así que PhyrePhox giró la cabeza hasta que la señorita Pao estuvo en su visión periférica.

—Adelante —dijo el prisionero animándola—, deme una descarga.

El juez Fang se encogió de hombros y asintió en dirección a la señorita Pao, que cogió su pincel y dibujó unos caracteres rápidos en un papel mediatrónico colocado sobre la mesa frente a ella. A medida que se acercaba al final se iba demorando, hasta que finalmente miró al juez y luego a PhyrePhox mientras realizaba el último trazo.

En ese momento PhyrePhox debía haber saltado con un grito desde lo más profundo de su cuerpo, luchado con sus ataduras, vaciándose simultáneamente por ambos lados, y luego haber entrado en shock (si su constitución era débil) o pedido clemencia (si era fuerte). En su lugar cerró los ojos, como si meditase profundamente sobre algo, tensó cada músculo de su cuerpo por unos momentos y luego se relajó gradualmente respirando profunda y deliberadamente. Abrió los ojos y miró al juez Fang.

—¿Qué le parece? —dijo el prisionero—. ¿Quiere otra demostración?

—Creo que he cogido la idea general —dijo el juez Fang—. Uno de los trucos de alto nivel CryptNet, supongo. Nanositos colocados en su cerebro, que median en el intercambio con el sistema nervioso periférico. Tendría sentido que tuviese un sistema telestésico avanzado instalado permanentemente. Y un sistema que puede hacer creer a los nervios que están en otro sitio, también puede hacerles creer que no experimentan ningún dolor.

—Lo que se instala puede retirarse —señaló la señorita Pao.

—Eso no será necesario —dijo el juez Fang, y asintió en dirección a Chang. Chang se adelantó hacia el prisionero llevando una espada corta—. Empezaremos con los dedos y seguiremos a partir de ahí.

—Olvida algo —dijo el prisionero—. Ya le he dicho que le daría mi respuesta.

—Estoy aquí —dijo el juez Fang—. Y no oigo ninguna respuesta. ¿Hay alguna razón para este retraso?

—Los niños no van a ningún sitio —dijo PhyrePhox—. Permanecen aquí. El propósito de la operación es salvar sus vidas.

—¿Exactamente qué amenaza sus vidas?

—Sus propios padres —dijo PhyrePhox—. Las cosas están mal en el interior, Su Señoría. No hay agua. La práctica del infanticidio es mayor que nunca.

—Su próxima meta en la vida —dijo el juez Fang—, será demostrar eso a mi entera satisfacción.

La puerta se abrió. Uno de los condestables del juez entró en la habitación y se inclinó para disculparse por la interrupción, luego se adelantó y le entregó un rollo al magistrado. El juez examinó el sello; llevaba la marca del Doctor X.

Lo llevó a la oficina y lo desenrolló sobre la mesa. Era genuino, escrito en papel de arroz con tinta de verdad, no una cosa mediatrónica.

Se le ocurrió al juez, incluso antes de haber leído siquiera aquel documento, que se lo podría llevar a un marchante de arte en Nanjing Road y venderlo por el sueldo de un año. El Doctor X, dando por supuesto que fuese realmente él quien había dibujado aquellos caracteres, era el calígrafo vivo más impresionante que el juez Fang había visto nunca. Su trazo delataba una rigurosa base confuciana, muchas más décadas de estudio de las que el juez Fang podía pretender, pero sobre esa base el doctor había desarrollado un estilo definido, muy expresivo sin ser desaliñado.

Era la mano de un anciano que entendía la importancia de la gravedad sobre todo lo demás, y que, habiendo establecido su dignidad, transmitía la mayor parte del mensaje por medio de matices. Más allá de eso, la estructura de la inscripción era exactamente la correcta, un equilibrio perfecto entre los caracteres mayores y los menores, colgado del papel así, como si invitase al análisis de una legión de futuros estudiantes graduados.

El juez Fang sabía que el Doctor X controlaba una legión de criminales que iba desde delincuentes menores hasta señores del crimen internacional; que la mitad de los oficiales de la República Costera en Shanghái estaban en su bolsillo; que dentro de los límites del Reino Celeste, era una figura de gran importancia, probablemente un Mandarín de botón azul de tercer o cuarto rango; que sus conexiones de negocios recorrían la mayoría de los continentes y phyles de todo el mundo y que había acumulado una tremenda fortuna. Todas esas cosas palidecían en comparación con la demostración de poder que el mensaje representaba. PUEDO COGER UN PINCEL CUANDO QUIERA, decía el Doctor X, Y CREAR EN UN MOMENTO UNA OBRA DE ARTE QUE PUEDE COLGARSE EN UNA PARED AL LADO DE LA MEJOR CALIGRAFÍA DE LA DINASTÍA MING.

Al enviar al juez aquel rollo, el Doctor X estaba reclamando para sí toda la herencia que el juez Fang reverenciaba. Era como recibir una carta del mismísimo Maestro. El doctor estaba, de hecho, estableciendo su rango. Y aunque el Doctor X pertenecía nominalmente a otra phyle, el Reino Celeste, y que, aquí en la República Costera, no era más que un criminal, el juez Fang no podía ignorar aquel mensaje, escrito de aquella forma, sin abjurar de todo lo que respetaba; aquellos principios que habían reconstruido su propia vida después de que su carrera como rufián en Manhattan llegase a un callejón sin salida. Era como una invitación enviada a través de los siglos por sus propios antepasados.

Pasó unos minutos más admirando la caligrafía. Luego enrolló el mensaje con gran cuidado, lo guardó bajo llave en un cajón, y volvió a la sala de interrogatorios.

—He recibido una invitación para cenar en el barco del Doctor X —dijo—. Lleven al prisionero de vuelta a la celda de confinamiento. Hemos acabado por hoy.