La señora Hull tuvo que quitarse la harina del delantal para atender a la llamada de la puerta. Hackworth trabajando en el estudio, dio por supuesto que sería simplemente una entrega hasta que ella apareció en su puerta, aclarándose ligeramente la garganta y sosteniendo una bandeja con una pequeña tarjeta en ella: teniente Chang. Su organización se llamaba en el orden tradicional chino de general a específico, China República Costera Shanghái Nueva Chusan Territorios Cedidos Oficina del Magistrado del Distrito.
—¿Qué quiere?
—Devolverle su sombrero.
—Que entre —dijo Hackworth, sorprendido.
La señora Hull se fue significativamente despacio. Hackworth miró a un espejo y se vio estirando el cuello para colocarse bien el nudo de la corbata. Tenía el albornoz abierto, así que se lo cerró y se colocó bien la cinta. Luego salió al recibidor.
La señora Hull guio al teniente Chang hasta el recibidor. Era un hombre grande y torpe con un corte de pelo de cepillo. El sombrero de Hackworth, con aspecto bastante maltratado, podía verse claramente en una gran bolsa que llevaba en las manos.
—Teniente Chang —anunció la señora Hull, y Chang saludó a Hackworth, sonriendo algo más de lo que parecía necesario. Hackworth se inclinó a su vez.
—Teniente Chang.
—Prometo no robarle mucho tiempo —dijo Chang en un inglés claro pero sin refinar—. Durante una investigación, cuyos detalles no son relevantes en este momento, obtuvimos esto de unos sospechosos. Está marcado como propiedad suya. Aunque ya no vale mucho para vestir… acéptelo, por favor.
—Bien hecho, teniente —dijo Hackworth, cogiendo la bolsa y sosteniéndola contra la luz—. No esperaba verlo de nuevo ni siquiera en esta condición tan desastrosa.
—Bien, me temo que esos chicos no respetan un buen sombrero —dijo el teniente Chang.
Hackworth hizo una pausa, sin saber qué se suponía que debía decir en ese punto. Chang se limitó a permanecer de pie, con aire de sentirse más cómodo en el recibidor de Hackworth que el propio Hackworth. El primer intercambio había sido simple, pero ahora el telón este/oeste había caído como una cuchilla oxidada.
¿Formaba aquello parte de algún procedimiento oficial? ¿Estaba pidiendo una recompensa? ¿O simplemente el señor Chang era un tipo amable?
En la duda, es mejor que la visita sea corta.
—Bien —dijo Hackworth—. No sé ni me importa por qué lo han arrestado, pero le felicito por haberlo hecho.
El teniente Chang no cogió la indirecta y decidió irse. Al contrario, ahora parecía un poco perplejo, cuando antes todo había sido tan simple.
—No puedo evitar sentir curiosidad —dijo Chang—, ¿qué le ha dado a entender que hemos arrestado a alguien?
Hackworth sintió que una lanza le atravesaba el corazón.
—Es usted un teniente de policía que trae lo que parece una bolsa de pruebas —dijo—. La implicación está clara.
El teniente Chang miró la bolsa laboriosamente perplejo.
—¿Pruebas? Es sólo una bolsa de compras, para proteger su sombrero de la lluvia. Y no estoy aquí oficialmente.
Otra lanza, en ángulo recto a la primera.
—Aun así —siguió Chang—, si se ha producido alguna actividad criminal que no conozco, quizá debiera recategorizar mi visita.
Lanza número tres; ahora el corazón palpitante de Hackworth se encontraba en el origen de un sangriento sistema de coordenadas definido por el teniente Chang, convenientemente sujeto y expuesto para posterior examen. El inglés de Chang mejoraba por momentos, y Hackworth empezaba a pensar que era uno de esos shanghaineses que había pasado la mayor parte de su vida en Vancouver, Nueva York o Londres.
—Había supuesto que el sombrero del caballero simplemente se había perdido o quizá había sido llevado por algún soplo de viento. ¡Ahora dice usted que había criminales implicados en este asunto! —Chang tenía aspecto de que nunca, hasta ese día, había sospechado la existencia de criminales en los Territorios Cedidos. El impacto fue superado por la sorpresa mientras avanzó, nunca con demasiada sutileza, a la siguiente fase de la trampa.
—No fue nada importante —dijo Hackworth, intentando desviar el tren de pensamientos de Chang, temiendo que él y su familia estaban atados a los raíles. Chang lo ignoró, como si estuviese tan animado por el funcionamiento de su mente que no pudiese distraerse.
—Señor Hackworth, me ha dado usted una idea. He intentado resolver un caso difícil… un robo que tuvo lugar hace un par de días. La víctima fue un caballero de Atlantis sin identificar.
—¿No tienen bichos de marcaje para ese tipo de cosas?
—Oh —dijo el teniente Chang sonando triste—, los bichos de marcaje no son muy fiables. Los atacantes tomaron ciertas precauciones para evitar los bichos. Por supuesto, varios se pegaron a la víctima. Pero antes de poder encontrarla, llegó al Enclave de Nueva Atlantis, donde su insuperable sistema inmunológico destruyó esos bichos. Así que su identidad ha sido un misterio —Chang buscó en el bolsillo y sacó una hoja doblada de papel—. Señor Hackworth, dígame si reconoce a alguna de las figuras en esta imagen.
—Ahora estoy bastante ocupado… —le dijo Hackworth, pero Chang desdobló el papel frente a él y le dio una orden en shanghainés. Inicialmente la página quedó cubierta por caracteres chinos estáticos. Luego se abrió un gran panel en el medio y empezó a reproducir una grabación.
Verse a sí mismo mientras le robaban era una de las cosas más sorprendentes que Hackworth había presenciado nunca. No podía evitar mirar. La imagen corría a cámara lenta, y apareció el libro. Las lágrimas llenaron los ojos de Hackworth, e hizo un esfuerzo por no parpadear para evitar que corriesen. No es que importase realmente, ya que el teniente Chang estaba muy cerca de él y sin duda podía verlo todo.
Chang agitaba la cabeza sorprendido.
—Así que era usted, señor Hackworth. No había hecho la conexión. Tantas cosas bonitas y una paliza tan viciosa. ¡Ha sido usted víctima de un crimen muy serio!
Hackworth no podía hablar y tampoco tenía nada que decir.
—Ahora que lo pienso —siguió diciendo Chang—, ¡usted no se molestó en informar de este crimen tan serio al magistrado! Durante mucho tiempo hemos estado viendo esta grabación preguntándonos por qué la víctima, un caballero respetable, no se presentó para ayudarnos en la investigación. Tantos esfuerzos malgastados —parecía enfadado. Luego se alegró—. Pero todo es agua pasada, supongo. Tenemos a uno o dos de la banda en custodia, por un crimen no relacionado con éste, y ahora los podemos acusar también de un asalto. Por supuesto, necesitaremos su declaración.
—Por supuesto.
—¿Los artículos que le robaron?
—Usted lo ha visto.
—Sí, una cadena de reloj con varios elementos, una pluma y…
—Eso es todo.
Chang aparentó estar un poco sorprendido, pero más que eso parecía profundamente satisfecho, lleno de un nuevo espíritu de generosidad.
—¿No vale la pena mencionar el libro?
—Realmente no.
—Parecía algún tipo de antigüedad. Bastante valioso, ¿no?
—Una falsificación. Esas cosas son populares aquí. Una forma de montar una biblioteca de aspecto impresionante sin arruinarse.
—Eso lo explica —dijo el señor Chang, quedando más y más satisfecho a cada minuto. Si Hackworth le daba alguna satisfacción más en la cuestión del libro, sin duda se echaría en un sofá y se quedaría dormido—. Aun así, debería mencionar el libro en mi informe oficial… que será compartido con las autoridades de Nueva Atlantis, ya que la víctima de ese crimen pertenecía a esa phyle.
—No —dijo Hackworth, volviéndose para mirar a Chang a los ojos por primera vez—. No lo mencione.
—Ah, no puedo imaginar sus motivos para decir eso —le dijo Chang—, pero tengo poco que decir en la cuestión. Los supervisores nos vigilan estrechamente.
—Quizá podría explicar mis deseos a su superior.
El teniente Chang recibió la propuesta como si fuese una conjetura imposible.
—Señor Hackworth, es usted un hombre inteligente, ya lo he supuesto por su posición exigente y responsable, pero siento vergüenza al decirle que su excelente plan puede no funcionar. Mi supervisor es un jefe cruel al que no le importan los sentimientos humanos. Para serle franco, y se lo digo en toda confianza, no carece por completo de puntos débiles éticos.
—Ah —dijo Hackworth—, ya le sigo…
—Oh, no, señor Hackworth, soy yo el que le sigue a usted.
—… apelar a la simpatía no funcionaría, y tendremos que convencerlo usando otra estrategia, quizá relacionada con sus puntos ciegos éticos.
—Ésa es una aproximación que no se me había ocurrido.
—Quizá debiera meditar usted o incluso investigar un poco, qué nivel y tipo de convencimiento podría ser necesario —dijo Hackworth, caminando de pronto hacia la salida. El teniente Chang le siguió.
Hackworth abrió la puerta principal y permitió que Chang recogiese su sombrero y paraguas.
—Luego vuelva a ponerse en contacto conmigo y explíquemelo con toda la claridad y simpleza que pueda. Buenas noches, teniente Chang.
Mientras conducía su bicicleta hacia la puerta en su camino de vuelta a los Territorios Cedidos, Chang estaba exultante por el éxito de la investigación de esa noche. Por supuesto, ni él ni el juez Fang estaban interesados en sacar sobornos de ese Hackworth; pero la disposición de Hackworth a pagar probaba que el libro contenía, de hecho, propiedad intelectual robada.
Pero luego dominó sus emociones, recordando las palabras del filósofo Tsang a Yang Fu cuando nombraron a este último juez jefe criminal: «Los gobernantes han fallado en sus deberes, y la gente, por tanto, ha quedado desorganizada durante mucho tiempo. Cuando hayas descubierto la verdad de una acusación, entristécete y ten pena de ellos, y no te alegres de tu habilidad».
No es que las habilidades de Chang se hubiesen puesto a prueba esa noche; nada era más fácil que convencer a un atlante de que la policía china era corrupta.