—¿Es la encuadernación y lo demás tal y como quería? —preguntó Hackworth.
—Oh, sí —dijo lord Finkle-McGraw—. Si lo encontrase en la tienda de un anticuario, cubierto de polvo, no lo miraría dos veces.
—Porque si no está muy satisfecho de algún detalle —dijo Hackworth—, puedo recompilarlo —había venido deseando desesperadamente que Finkle-McGraw pusiese alguna objeción; aquélla podría ser su oportunidad de robar otra copia para Fiona. Pero hasta ahora el Lord Accionista se había mostrado desacostumbradamente complacido.
Seguía pasando las páginas del libro, esperando que sucediese algo.
—Es poco probable que haga algo interesante ahora —dijo Hackworth—. No se activará hasta que enlace.
—¿Enlace?
—Como discutimos, ve y oye todo a su alrededor —dijo Hackworth—. En este momento, busca una niña pequeña. Tan pronto como una lo coja y abra la portada por primera vez, grabará el rostro y la voz de la niña en la memoria…
—Enlazándose con ella. Sí, entiendo.
—Y a partir de ese momento verá todos los sucesos y personas en relación con esa niña, usándolos como datos para establecer una especie de mapa psicológico. Mantener ese mapa es uno de los procesos primarios del libro. Entonces, cuando la niña lea el libro, realizará una traducción dinámica de su base de datos a ese mapa particular.
—Se refiere a la base de datos de folclore.
Hackworth vaciló.
—Perdóneme, pero no exactamente, señor. El folclore consiste en ciertas ideas universales que han sido traducidas a una cultura local. Por ejemplo, muchas culturas tienen la imagen del Astuto, así que el Astuto puede considerarse universal, pero aparece de distintas formas, cada una apropiada al ambiente cultural. Los indios del sudoeste americano lo llamaban Coyote, los de la costa del Pacífico lo llamaban Cuervo. Los europeos lo llamaban Reynard de Fox. Los afroamericanos lo llamaban Br’er Rabbit. En la literatura del siglo veinte aparece primero como Bugs Bunny y luego como el Hacker.
Finkle-McGraw rio.
—Cuando yo era niño, esa palabra tenía doble significado. Podía significar un bromista que se metía en sitios, pero también podía significar un programador muy habilidoso.
—La ambigüedad es común en las culturas post-neolíticas —dijo Hackworth—. A medida que la tecnología se hacía más importante, el Astuto sufrió un cambio de carácter y se convirtió en el dios de los artesanos, de la tecnología si quiere, mientras conservaba sus características negativas. Así tenemos al sumerio Enki, a los griegos Prometeo y Hermes, al nórdico Loki, y demás.
»En cualquier caso —continuó Hackworth—. Astuto/Tecnólogo es uno de los universales. La base de datos está repleta de ellos. Es un catálogo del inconsciente colectivo. En los viejos días, los escritores de libros infantiles tenían que traducir los universales a símbolos concretos y familiares para su audiencia, como Beatrix Potter traduciendo el Astuto en Pedro el Conejo. Es una forma razonablemente eficaz de hacerlo, especialmente si la sociedad es homogénea y estática, porque los niños comparten experiencias similares.
»Lo que mi equipo y yo hemos hecho es abstraer ese proceso y desarrollar un sistema para traducir los universales al territorio psicológico individual del niño, incluso cuando ese territorio cambia con el tiempo. Por tanto, es importante no permitir que el libro caiga en manos de otra niña pequeña hasta que Elizabeth tenga la oportunidad de abrirlo.
—Entendido —dijo lord Alexander Chung-Sik Finkle-McGraw—. Lo envolveré ahora mismo con mis propias manos. Compilé un bonito papel de regalo esta mañana —abrió un cajón y sacó un rollo de un grueso y brillante papel mediatrónico que exhibía una escena animada de Navidad: Santa bajando por la chimenea, el reno balístico y los tres soberanos zoroastrianos desmontando de sus dromedarios frente a un establo. Hubo calma mientras Hackworth y Finkle-McGraw contemplaban la pequeña escena; uno de los peligros de vivir en un mundo lleno de mediatrones era que las conversaciones siempre quedaban interrumpidas de esa forma, lo que explicaba por qué los atlantes intentaban mantener al mínimo las aplicaciones mediatrónicas. Al entrar en casa de un tete, todo objeto tiene imágenes en movimiento, todos se sientan con la boca abierta, con los ojos fuera de las órbitas ante las figuras indecentes del papel higiénico mediatrónico o los elfos de grandes ojos que jugaban al pillapilla en el espejo del baño…
—Oh, sí —dijo Finkle-McGraw—. ¿Puedo escribir encima? Me gustaría dedicárselo a Elizabeth.
—El papel es un subtipo de papel de entrada y de salida, así que posee todas las características del tipo de papel sobre el que se puede escribir. En general esas funciones no se emplean, más allá, por supuesto, de marcar simplemente donde la punta de la pluma se mueve por encima.
—Puedes escribir encima —tradujo ásperamente Finkle-McGraw—, pero el libro no piensa sobre lo que se escribe.
—Bien, mi respuesta a esa pregunta debe ser ambigua —le dijo Hackworth—. El Manual Ilustrado es un sistema general y muy potente capaz de autorreconfiguraciones más extensas que la mayoría. Recuerde que la parte fundamental de su trabajo es responder al ambiente. Si la propietaria cogiese una pluma y escribiese en una página en blanco, esa entrada iría a la tolva junto con todo lo demás, hablando mal.
—¿Se lo puedo dedicar a Elizabeth o no? —le exigió Finkle-McGraw.
—Por supuesto, señor.
Finkle-McGraw sacó una pesada pluma de oro de un estuche de su mesa y escribió en el libro durante un rato.
—Hecho esto, señor, sólo queda que autorice un fondo permanente para los ractores.
—Ah, sí, gracias por recordármelo —dijo Finkle-McGraw sin demasiada sinceridad—. Uno pensaría que con todo el dinero invertido en el proyecto…
—Que hubiésemos resuelto el problema del generador de voz, sí señor —dijo Hackworth—. Como sabe, realizamos algunos adelantos, pero los resultados no estaban cerca del nivel exigido. A pesar de toda nuestra tecnología, los algoritmos de pseudo-inteligencia, las vastas matrices de excepciones, los monitores de portento y contenido, y todo lo demás, no estamos cerca de generar una voz humana que tenga un sonido tan bueno como el que un ractor vivo y real puede dar.
—No se puede decir que me sorprenda —dijo Finkle-McGraw—. Simplemente me gustaría que fuese un sistema autocontenido.
—A efectos prácticos lo es, señor. En un momento dado hay diez millones de ractores profesionales en los escenarios por todo el mundo, en todas las zonas horarias, listos para ocuparse de este tipo de trabajo instantáneamente. Planeamos autorizar el pago a una tarifa relativamente alta, lo que debería atraer sólo a los mejores talentos. No le defraudará el resultado.