Harv le trae un regalo a Nell; ella experimenta con el Manual

Cuando Harv regresó, caminaba apoyando todo su peso sobre una pierna. Cuando la luz lo iluminó en el ángulo adecuado, Nell pudo ver el rojo mezclado con la suciedad y el tóner. Respiraba deprisa y tragaba mucho y repetidamente, como si tuviese muy presente el vomitar. Pero no venía con las manos vacías. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho. Llevaba cosas en la chaqueta.

—Lo conseguí, Nell —dijo, viendo la cara de su hermana y sabiendo que estaba demasiado asustada para hablar primero—. No mucho, pero conseguí algo. Tengo cosas para el Circo de Pulgas.

Nell no estaba segura de qué era el Circo de Pulgas, pero había aprendido que era bueno tener algo que llevar allí, que Harv normalmente volvía del Circo de Pulgas con códigos de acceso para nuevos ractivos.

Harv le dio con el hombro al interruptor de la luz y se puso de rodillas en medio de la habitación antes de relajar los brazos, para evitar que las cosas pequeñas se cayesen y se perdiesen en alguna esquina. Nell se sentó frente a él y miró.

Él cogió una joya que oscilaba pesadamente al final de una cadena de oro. Era circular, rojo suave por un lado y blanco por otro. El lado blanco tenía una cubierta plana de cristal. Había números escritos alrededor, y un par de cosas de metal delgadas como dagas, una más larga que la otra, unidas al final en el centro. Hacía ruido como un ratón que intentara abrirse paso a mordiscos en medio de la noche.

Antes de poder preguntar, Harv sacó otras cosas. Tenía algunos cartuchos de la trampa de bichos. Mañana Harv llevaría los cartuchos al Circo de Pulgas y descubriría si había atrapado algo, y vería si valía algo de dinero.

Había otras cosas como botones. Pero Harv guardó las cosas mayores para el final, y las sacó con ceremonia.

—Tuve que luchar por esto, Nell —dijo—. Luché mucho porque temía que los otros lo rompiesen en pedazos. Te lo regalo.

Parecía una caja plana decorada. Nell vio inmediatamente que era delicada. No había visto muchas cosas delicadas en su vida, pero tenían un aspecto propio, oscuro y rico como el chocolate, con rastros de oro.

—Con ambas manos —le advirtió Harv—, es pesado.

Nell alargó las dos manos y lo cogió. Harv tenía razón, era más pesado de lo que parecía. Tuvo que ponerlo sobre los muslos para que no se cayese. No era para nada una caja. Era una cosa sólida. La parte de arriba estaba impresa con letras doradas. El lado izquierdo era redondeado y suave, parecía cálido y delicado pero también fuerte. Los otros bordes estaban ligeramente indentados y eran de color crema.

Harv no pudo aguantar la espera.

—Ábrelo —dijo.

—¿Cómo?

Harv se inclinó hacia ella, cogió la esquina superior derecha con los dedos y la abrió. Toda la tapa del objeto se movió en una bisagra en el lado izquierdo, dejando un remolino de hojas de color crema tras ella.

Bajo la tapa había un trozo de papel con una imagen y algunas letras más.

En la primera página del libro estaba la imagen de una niña pequeña sentada en un banco. Sobre el banco había algo como una escalera, excepto que era horizontal y se apoyaba a cada lado con postes. Enredaderas espesas se enroscaban a los postes y agarraban la escalera, donde estallaban en enormes flores. La chica estaba de espaldas a Nell; miraba más allá de una pendiente llena de hierba salpicada de pequeñas flores hacia un estanque azul. En el otro lado del estante se elevaban montañas como las que se suponía que había en medio de Nueva Chusan, donde los víctors más nobles tenían sus casas de verano. La chica tenía un libro abierto en el regazo.

La página opuesta tenía una pequeña imagen en la esquina superior izquierda, que consistía en más enredaderas y flores enrolladas alrededor de una gigantesca letra en forma de peine. Pero el resto de la página no era más que pequeñas letras negras sin adornos. Nell la pasó y encontró dos páginas más de letras, aunque un par de ellas eran grandes con imágenes alrededor. Volvió otra página y encontró otra imagen. En ésta, la niña había dejado el libro a un lado y hablaba con un gran pájaro negro que aparentemente tenía atrapado un pie en la enredadera sobre su cabeza. Pasó otra página.

Las páginas que ya había pasado estaban bajo su pulgar izquierdo. Intentaban liberarse, como si estuviesen vivas. Tuvo que apretar más y más para mantenerlas allí. Finalmente se doblaron por el medio y se escaparon de debajo de su pulgar, y volvieron, una a una, al principio de la historia.

—Érase una vez —dijo una voz de mujer—, una niña pequeña llamada Elizabeth a la que le gustaba sentarse en un emparrado en el jardín de su abuelo y leer un libro de cuentos… —La voz era suave, dirigida sólo a ella, con un fuerte acento victoriano.

Nell cerró el libro de un golpe y lo alejó de ella. Se deslizó por el suelo y se paró cerca del sofá.

Al día siguiente, el novio de mamá, Tad, vino a casa de mal humor. Dejó con un golpe el paquete de cerveza en la mesa de la cocina, cogió una lata y se dirigió al salón. Nell intentaba apartarse de su camino. Cogió a Dinosaurio, Oca, Pedro el Conejo y Púrpura, su varita mágica, una bolsa de papel que era realmente un coche en el que podían circular sus niños y un trozo de cartón que era una espada para matar piratas. Luego corrió hacia la habitación donde dormían ella y Harv, pero Tad ya había llegado con la cerveza y empezó a tirar lo que había en el sofá con la otra mano, intentando encontrar el mando del mediatrón. Tiró muchos de los juguetes de Nell y Harv al suelo y luego pisó el libro con su pie descalzo.

—¡Ah, maldita sea! —gritó Tad. Miró al libro incrédulo—. ¡¿Qué coño es esto?! —Hizo como para darle una patada, pero se lo pensó mejor al recordar que estaba descalzo. Lo cogió y lo sopesó, mirando directamente a Nell como si calculase su posición—. Estúpido coño, ¡¿cuántas veces he de decirte que mantengas ordenadas tus jodidas cosas?! —Luego se volvió ligeramente, poniendo el brazo alrededor del cuerpo, y le lanzó el libro directamente a la cabeza como un frisbee.

Ella se quedó quieta viéndolo acercársele porque no se le ocurrió apartarse, pero en el último momento la portada se movió. Las páginas se abrieron. Todas se doblaron como plumas cuando le golpeó la cara, y no le dolió en absoluto.

El libro cayó al suelo a sus pies, abierto por una ilustración.

La imagen era la de un gran hombre oscuro en una habitación desordenada, el hombre arrojaba furioso un libro a la cabeza de la niña.

—Érase una vez una pequeña niña llamada Coño —dijo el libro.

—Mi nombre es Nell —dijo Nell.

Una pequeña perturbación se propagó por la red de letras en la página opuesta.

—Tu nombre es mierda si no limpias esta puta basura —dijo Tad—. Pero hazlo más tarde, quiero algo de intimidad.

Las manos de Nell estaban llenas, por lo que empujó con el pie el libro por el pasillo hasta la habitación de los niños. Dejó todas las cosas sobre el colchón y fue corriendo a cerrar la puerta. Dejó la varita mágica y la espada cerca por si las necesitaba, metió a Dinosaurio, Oca, Pedro y Púrpura en la cama, en una fila perfecta, y los arropó hasta la barbilla.

—Ahora vas a la cama y vas a la cama y vas a la cama y vas a la cama, y quedaos callados que habéis sido muy malos y habéis molestado a Tad, y os veré por la mañana.

—Nell metió a los niños en la cama y decidió leerles algunas historias —dijo la voz del libro.

Nell miró el libro, que se había abierto por sí mismo de nuevo, esta vez en una ilustración que mostraba a una niña que se parecía mucho a Nell, excepto que llevaba un precioso vestido de flores y cintas en el pelo. Estaba sentada cerca de una cama en miniatura con cuatro niños metidos bajo una manta de flores: un dinosaurio, una oca, un conejo y un bebé con el pelo púrpura. La niña, que se parecía a Nell, tenía un libro en el regazo.

—Durante algún tiempo Nell había metido a los niños en la cama sin leerles —siguió diciendo el libro—, pero los niños ya no eran pequeños, y Nell decidió que para educarlos adecuadamente debían oír cuentos antes de dormir.

Nell cogió el libro y lo puso en su regazo.