Hackworth compila el Manual ilustrado para jovencitas; detalles de la tecnología

Bespoke era una casa victoriana en una colina, de una manzana de largo y llena de alas, torres, atrios y barandas con brisa. Hackworth no llevaba allí el tiempo suficiente para merecer una torre o un balcón, pero tenía vista a un jardín donde crecían gardenias y boj. Sentado a su mesa, no podía ver el jardín, pero podía olerlo, especialmente cuando el viento venía del mar.

Runcible estaba sobre la mesa en la forma de un montón de papeles, la mayoría de ellos firmados JOHN PERCIVAL HACKWORTH. Abrió el documento de Cotton. Todavía corría el pequeño dibujo industrial. Era evidente que Cotton se había divertido. No despedían a nadie por preferir el fotorrealismo, pero el aspecto de la firma del propio Hackworth estaba tomado de una de las peticiones de patente del siglo diecinueve: negro sobre blanco, las sombras de grises creadas con diminutos trazos, tipos de letras pasados de moda un poco rotos por el borde. Los clientes se volvían locos, siempre querían ampliar los diagramas en los mediatrones de sus talleres de diseño. Cotton lo compartía. Había hecho su diagrama en el mismo estilo, y, por tanto, su batería nanotecnológica tenía el aspecto del juego de bielas de un acorazado eduardiano.

Hackworth puso el documento de Cotton sobre el montón de Runcible y lo alineó todo contra la mesa un par de veces, intentando supersticiosamente hacer que tuviese buen aspecto. Lo llevó hasta una esquina de la oficina, cerca de la ventana, donde los mozos habían colocado recientemente una nueva pieza de mobiliario: un armario de cerezo con adornos de bronce. Le llegaba hasta la cintura. En la parte alta había un mecanismo de cobre pulido: un lector automático de documentos con bandeja. Una pequeña puerta en la parte de atrás traicionaba una entrada de Toma, un centímetro, típica de los aparatos domésticos pero sorprendentemente débil en un pesado artefacto industrial, especialmente considerando que ese armario contenía uno de los ordenadores más potentes de la Tierra: cinco centímetros cúbicos de lógica de barra de Bespoke. Empleaba unos cien mil vatios de potencia, que venían por la parte superconductora de la Toma. La energía había que disiparla, o el ordenador se quemaría junto con la mayor parte del edificio. Deshacerse de la energía había sido un trabajo de ingeniería más importante que la lógica de barras. El último Protocolo de Toma tenía una solución: ahora un dispositivo podía tomar hielo de la Toma, un trozo microscópico cada vez, y soltar agua caliente.

Hackworth puso el montón de documentos en la bandeja de alimentación de la parte alta y le dijo a la máquina que compilase Runcible. Hubo un ruido mientras el lector cogía el borde de cada página y extraía su contenido. La línea de Toma flexible, que iba de la pared a la parte de atrás del armario, se agitaba y endurecía orgásmicamente mientras la labor del ordenador chupaba una tremenda cantidad de hielo hipersónico y devolvía agua caliente. Una sola hoja de papel apareció en la bandeja de salida.

La parte alta del documento decía: «RUNCIBLE VERSIÓN 1.0 - ESPECIFICACIONES COMPILADAS».

Sólo había una cosa más en el documento: una imagen del producto final, finamente dibujada en el estilo pseudo-grabado de la firma de Hackworth. Tenía exactamente el aspecto de un libro.

En el camino hacia abajo por la vasta escalera helicoidal y la más central de los atrios de Bespoke, Hackworth meditó sobre su próximo crimen. Ya era demasiado tarde para echarse atrás. Le ponía nervioso descubrir que había tomado su decisión meses antes, sin darse cuenta.

Aunque Bespoke era un taller de diseño más que de producción, tenía sus propios compiladores de materia, incluyendo un par bastante grandes: de cien metros cúbicos. Hackworth había reservado un modesto modelo de sobremesa, una décima de metro cúbico. Los usos de los compiladores quedaban registrados, por lo que primero se identificó a sí mismo y al proyecto. Luego la máquina aceptó el borde del documento. Hackworth le dijo al compilador de materia que empezase inmediatamente, y luego miró a través de una pared transparente de diamante sólido al ambiente eutáctico.

El universo era una masa desordenada, y los únicos trozos interesantes eran las anomalías organizadas. En una ocasión Hackworth había llevado a su familia a remar en el lago del parque. Las puntas de los remos amarillos provocaban vórtices compactos, y Fiona, que se había enseñado a sí misma la física de líquidos por medio de numerosos derrames experimentales de bebida y en la bañera, exigió una explicación para aquellos agujeros en el agua. Se inclinó por la borda, mientras Gwendolyn la agarraba por la parte baja del vestido, y sintió los vórtices con la mano, esperando entenderlos. El resto del lago, simplemente agua sin orden en particular, carecía de interés.

Ignoramos la oscuridad del espacio exterior y prestamos atención a las estrellas, especialmente si parecen ordenarse a sí mismas en constelaciones. «Normal como el aire» significaba algo sin valor, pero Hackworth sabía que cada bocanada de aire que Fiona respiraba, echada en su pequeña cama por las noches, un resplandor plateado en la oscuridad, era usada por su cuerpo para fabricar piel, pelo y hueso. El aire se convertía en Fiona, y merecía —no, exigía— amor. Ordenar la materia era la única tarea de la Vida, ya fuese un montón de moléculas auto-replicadoras en el océano primordial, o una fábrica inglesa que convertía hilos en ropas, o Fiona tendida en su cama convirtiendo el aire en Fiona.

Una hoja de papel tenía aproximadamente unos cien mil nanómetros de espesor; un tercio de un millón de átomos podían encajar en ese espacio. El papel inteligente consistía en una red de ordenadores infinitesimales entre dos mediatrones. Un mediatrón era una cosa que podía cambiar de color de un sitio a otro; dos de ellos representaban aproximadamente dos tercios del grosor del papel, dejando un espacio en medio lo suficientemente grande para contener estructuras de cientos de miles de átomos de ancho.

La luz y el aire podían penetrar con facilidad hasta ese punto, así que los mecanismos estaban contenidos en vacuolas sin aire de buckminsterfullerenos cubiertas de una capa de aluminio reflectante para que no implotasen en masa al exponerse la hoja a la luz del sol. Los interiores de las buckybolas constituían algo similar a un ambiente eutáctico. Allí residía la lógica de barras que hacía que el papel fuese inteligente. Cada uno de esos ordenadores esféricos estaba unido a sus cuatro vecinos, norte-este-sur-oeste, por un conjunto de barras que corrían por dentro de buckytubos vacíos y flexibles, así que la página como un todo constituía un ordenador en paralelo hecho de miles de millones de procesadores separados. Los procesadores individuales no eran especialmente inteligentes o rápidos y eran tan susceptibles a los elementos que normalmente sólo una pequeña fracción de ellos funcionaba, pero incluso con esas limitaciones, el papel inteligente todavía constituía, entre otras cosas, un potente ordenador gráfico.

Y aun así, reflexionó Hackworth, no era nada comparado con Runcible, cuyas páginas eran más gruesas y estaban empaquetadas con más maquinaria computacional. Cada hoja doblada en cuatro para formar una signatura de dieciséis páginas, treinta y dos signaturas unidas a un lomo que, además de mantener el libro intacto, funcionaba como un enorme mecanismo de conmutación y base de datos.

Estaba diseñado para ser robusto, pero aun así tenía que nacer en la matriz eutáctica, una cámara de vacío de diamante sólido que contenía un compilador de materia inteligente. El diamante estaba dopado con algo que sólo permitía que pasase la luz roja; las prácticas de ingeniería estándar rechazaban cualquier enlace molecular tan débil que pudiese romperse con los débiles fotones rojos, los fracasados del espectro visible. Así que el crecimiento del prototipo era visible a través de aquella ventana; una última medida de seguridad. Si el código estaba mal y el proyecto empezaba a crecer demasiado, amenazando con romper las paredes de la cámara, siempre podías detenerlo por el ridículo método de baja tecnología de desconectar la línea de Toma.

Hackworth no estaba preocupado, pero presenció igualmente las primeras fases del crecimiento, sólo porque siempre era interesante. Al principio era una cámara vacía, un hemisferio de diamante, brillando con luz roja. En el centro del suelo, podía verse la sección transversal abierta de una Toma de ocho centímetros de ancho, una tubería central de vacío rodeada por una colección de líneas más pequeñas, cada una era una cinta transportadora microscópica que traía los bloques primarios nanotecnológicos: átomos individuales, o cientos de ellos formando útiles módulos.

El compilador de materia era una máquina al final de una Toma y que, siguiendo un programa, sacaba moléculas del transportador una cada vez y las unía para formar estructuras más complejas.

Hackworth era el programador. Runcible era el programa. Estaba formado por cierto número de subprogramas, cada uno de ellos residiendo en un trozo distinto de papel hasta hacía unos minutos, cuando el ordenador inmensamente potente de la oficina de Hackworth lo había compilado en un solo programa escrito en un lenguaje que el compilador de materia podía entender.

Una niebla transparente empezó a depositarse en la parte final de la Toma, el molde de una fresa madura. La niebla se hizo más densa y comenzó a coger forma, una parte más alta que la otra. Se extendió por el suelo a partir de la Toma hasta que llenó el espacio asignado: el cuadrante de un círculo con un radio de una docena de centímetros. Hackworth siguió mirando hasta que estuvo seguro de poder ver crecer la parte alta del libro.

En la esquina de aquel laboratorio había una versión evolucionada de una copiadora que podía aceptar cualquier información grabada y convertirla en otra cosa. Podía incluso destruir cierta información y luego dar fe de que de hecho había sido destruida, lo que era útil en el ambiente relativamente paranoico de Bespoke. Hackworth le dio el documento que contenía el código compilado de Runcible y lo destruyó. Como podía probarse.

Cuando acabó, Hackworth alivió el vacío y levantó el rojo domo de diamante. El libro terminado estaba de pie sobre la masa que lo había formado, que se había convertido en un montón de desechos tan pronto como había tocado el aire. Hackworth cogió el libro con la mano derecha y la masa con la otra, y arrojó esta última a la papelera.

Dejó el libro cerrado con llave en el cajón, cogió su chistera, guantes y bastón, se subió al transporte y se dirigió a la Altavía. Hacia Shanghái.