Fuente Victoria; descripción de sus entornos

Las tomas de aire de Fuente Victoria surgían de la parte alta del Real Invernadero Ecológico como un ramo de lirios de agua de cientos de metros de largo. Abajo, la analogía quedaba completada por un árbol invertido de cañerías como raíces que se extendía fractalmente por la base diamantina de Nueva Chusan, terminando en las cálidas aguas del Mar del Sur de China como innumerables capilares formando un cinturón alrededor del arrecife de coral inteligente, a varias docenas de metros por debajo de la superficie. Una cañería enorme que tragase agua de mar hubiese sido más o menos igual, de la misma forma que los lirios de agua hubiesen podido ser sustituidos por un enorme buche, con los pájaros y la basura estrellándose contra una sangrienta red antes de que pudiesen entorpecer su actividad.

Pero no hubiese sido ecológico. Los geotectólogos de Tectónica Imperial no reconocerían un ecosistema ni aunque viviesen en medio de uno. Pero sabían que los ecosistemas daban mucho trabajo cuando se jodían, así que protegieron el ambiente con la misma mentalidad implacable, concienzuda y verde que aplicaban al diseño de pasos elevados y alcantarillas. Por tanto, el agua entraba en Fuente Victoria por microtubos, de forma muy similar a como rezuma en una playa, y el aire entraba silencioso en el interior por los artísticamente inclinados cálices exponenciales de aquellos lirios de agua sobresalientes, cada cáliz un punto en un espacio paramétrico no muy alejado de una idea central. Eran lo bastante fuertes como para aguantar tifones pero lo suficientemente flexibles para doblarse bajo la brisa. Los pájaros, que entraban sin querer en el interior, sentían un gradiente en el aire, que los empujaba hacia abajo, hacia la oscuridad, por lo que simplemente elegían salir volando. Ni siquiera se asustaban lo suficiente para cagarse.

Los lirios crecían en un vaso de cristal del tamaño de un estadio, el Palacio de Diamante, que estaba abierto al público. Turistas, pensionistas en aerobicicletas, y filas de escolares uniformados marchaban por el interior un año sí y otro también, mirando a través de paredes de vidrio (en realidad diamante sólido, que era más barato) a las distintas fases de la línea de desensamblado molecular que era Fuente Victoria. Aire sucio y agua sucia entraban y se acumulaban en los tanques. Al lado de cada tanque había otro tanque que contenía agua o aire ligeramente más limpios. Se repetía varias docenas de veces. Los tanques al final estaban llenos de nitrógeno perfectamente limpio y agua perfectamente limpia.

A la sucesión de tanques se la llamaba cascada, un fragmento de capricho ingenieril que se perdía para los turistas que no encontraban nada digno de fotografiar allí. Toda la acción tenía lugar en las paredes que separaban los tanques, que no eran paredes en realidad sino una malla casi infinita de ruedas submicroscópicas, siempre en rotación y con muchas puntas. Cada punta atrapaba una molécula de agua o nitrógeno en el lado sucio y la soltaba después de girar en el lado limpio. No atrapaban nada que no fuese nitrógeno o agua, por lo que los otros elementos no pasaban. Había también ruedas para atrapar elementos útiles como carbono, azufre y fósforo, que eran depositados en cascadas paralelas más pequeñas hasta que eran perfectamente puros. Las moléculas inmaculadas acababan en depósitos. Algunas se combinaban con otras para formar elementos moleculares útiles. Al final, todas ellas eran vertidas a un conjunto de transportes moleculares conocidos como la Toma, del que Fuente Victoria, y la otra media docena de Fuentes de Atlantis/Shanghái, eran los manantiales.