III

—Cariño, tengo un problema con el ordenador de casa que no puedo solucionar. ¿Puedes quedarte hasta que venga el informático? Me ha asegurado que iría hoy por la mañana —me pidió Manuel llamándome desde la oficina.

«¿Cariño? ¡Tu madre!».

—Claro. Aquí estaré hasta que lo arregle.

—Sólo tienes que indicarle dónde está el despacho, es de toda confianza, puedes dejarle solo mientras hace su trabajo.

—De acuerdo. No te preocupes.

—Gracias, mi vida. Te quiero.

«¿De verdad? Pues tienes una extraña forma de demostrarlo».

—Yo también.

«Para cínica, yo».

El informático era un joven cuya cara me sonaba, seguramente trabajaba para Carter and Robinson y debí haber coincidido con él en alguna ocasión. Le acompañé hasta el despacho de Manuel y le dejé allí tal como me había indicado mi marido que hiciera. De vez en cuando me acercaba para saber cómo le iba.

—¿Necesitas algo?

—No, gracias. He tenido que limpiarlo todo porque tenía varios virus muy agresivos. Sólo me queda volver a configurar las cuentas de correo. ¿Son tres, verdad?

—¿Tres? —Que yo supiera sólo tenía una cuenta personal y la del despacho.

—Sí, su marido me dio las claves de las tres. A ver… sí, aquí están: marmenteros@carterandrobinson.com… marmenteros@gmail.com… y… —Noté que se ponía ligeramente tenso— soloparamarina@gmail.com —dijo al final en un tono más bajo.

«¿Marina?». De repente sentí una gran debilidad al descubrir quién era la amante de mi marido, pero enseguida desapareció dejando espacio a la rabia. «¡La muy…! ¿soloparamarina…? ¡Será hortera!».

—¡Ah, sí! Es una dirección de e-mail que creamos el año pasado cuando mi hija Marina se fue a estudiar a Inglaterra. Como ya está aquí, hace tiempo que nosotros no usamos esa dirección y se la ha quedado ella. —Estaba descubriendo que, al igual que Manuel, yo también encontraba argumentos «tapadera» con facilidad.

—¡Uf! Por un momento pensé que estaba descubriendo algún secreto.

—Ja, ja, ja… No te preocupes. Mi marido y yo no tenemos secretos.

«No, qué va…».

—Bien, pues esto ya está. He conseguido recuperar toda la información de los ficheros y todos los correos que tenía antes. Creo que no se ha perdido nada.

—Estupendo. Se alegrará —dije mientras miraba con disimulo un cuadernillo en el que el informático tenía apuntadas las claves de los tres correos. Yo conocía las de la dirección personal y de la oficina, pero necesitaba saber la de «mi gran amiga». No me fue difícil, pude verla con facilidad y memorizarla rápidamente.

En cuanto se fue el informático me senté frente al ordenador y comencé una búsqueda frenética por todos los correos recibidos y enviados a soloparamarina@gmail.com. Empecé por los más antiguos, aunque no pude averiguar a través de ellos cuándo comenzaron su relación ya que, probablemente, Manuel habría borrado o archivado los primeros que se enviaron. Además, podría ocurrir que llevaran tantos años juntos que ni siquiera se utilizara el correo electrónico cuando empezaron. ¿Podría ser? ¿Podría haber estado con Marina mientras yo estaba embarazada de Raquel, o de Marina, o incluso de Manu? ¿Cuánto tiempo habían estado fingiendo, cuánto tiempo me habían estado engañando dos de las personas más importantes de mi vida? Me sentí una completa imbécil.

Los primeros correos que se conservaban eran los más cariñosos:

Te quiero tanto. No puedo esperar a esta noche para volver a verte. Te deseo, hoy estabas preciosa. Sólo quería besarte y recorrer tu cuerpo con mi boca. Me vuelves loca, te necesito mi amor. Algún día tú y yo seremos libres y estaremos juntos para siempre…

«Pero… ¿cómo se puede ser tan hipócrita?». Algo caliente me subía desde el estómago a la garganta y me presionaba el pecho impidiéndome respirar. Y esa sensación aumentó cuando encontré otro tipo de palabras: «Nadie folla como tú… quiero comértelo todo…».

No podía leer aquello, me producía verdaderas náuseas. Nunca había oído hablar así a mi marido, no salía de mi asombro. Más adelante vi otros mensajes más exigentes: «¿Cómo que no podemos vernos hoy? Invéntate lo que quieras pero esta noche nos vemos… No falles, no aguantaré otro plantón…».

Los mensajes eran de Marina que se enfadaba ante los que Manuel le enviaba tipo: «… Lo siento cariño, se me ha complicado el día… ¿no te importa que nos veamos el jueves?… Estoy deseando estar contigo, pero hoy me es imposible… Lucía se va a dar cuenta, no podemos vernos tan a menudo…».

La relación debía tener momentos de tensión porque en muchos e-mails Marina presionaba: «Pues que se dé cuenta, ya debería saberlo, ¿se puede saber a qué estás esperando? No podemos estar así toda la vida… para ti nunca es el momento, que si ahora Raquel está mala, que si ahora es Lucía la que esta mala…».

También encontré alguna referencia a mi decisión de dejar de trabajar:

—¡Estupendo! Ahora tendrás que pasarle un dineral cuando os separéis. ¿No te das cuenta? ¿Cómo se te ocurre permitirle que haga eso?

—¿Qué quieres que haga? He intentado que no lo dejara pero está muy decidida.

—¿De verdad lo has intentado? Pues ella cree que tú prefieres que no trabaje. ¿Puedes explicármelo?

En ese momento entendí el empeño que había tenido Marina para que no dejara de trabajar y, después, para que cobrara mientras estaba en la fundación.

Continué mirando con avidez mensajes de todo tipo, había algunos amorosos y otros coactivos, y el nivel de imposición iba aumentando a medida que pasaba el tiempo. Según iba leyéndolos notaba un vacío en el estómago cada vez mayor y el aire llegaba a mis pulmones con mucha dificultad, así que decidí ir a los últimos e-mails para terminar por el momento. Sólo faltaba que me diera un síncope por este par de memos. En estos correos estaban quedando para verse:

—El martes es tu cumpleaños. Tendremos que vernos, ¿no?

—Por supuesto. Había pensado que cenáramos juntos en La Roca, un hotel nuevo del que me han hablado, por lo visto es ideal para parejas como nosotros. La cocina está a cargo de un estrella Michelín y parece ser que es estupenda. Reservaré una mesa tranquila para nosotros dos y luego… bueno, es un hotel.

—Mmmm… suena bien… Dame el nombre y la dirección y nos vemos allí. Te daré una sorpresa que no podrás olvidar nunca.

«Pero… será… yo sí que os voy a dar una sorpresa. Ni sueñes que vas a pasar la noche del cumpleaños de mi marido con él mientras yo me quedo en casa muerta de asco. De eso nada, bonita». Anoté la dirección y apagué el ordenador. Por ese día había sido suficiente.

Llegó el día del cumpleaños de Manuel. Nos vimos muy rápido por la mañana, lo justo para felicitarle y darle un beso. Le iba a dar un regalo, pero me pidió que lo dejáramos para más tarde porque llevaba mucha prisa. Me daba igual, yo sólo quería llevar a cabo mi plan.

—Marina, soy Lucía. ¿Cómo estás, cariño? —Llamé a mi amiga el mismo martes para que no tuviera capacidad de reacción y le hablé con la misma falsedad que ella lo llevaba haciendo conmigo desde hacía mucho tiempo.

—Muy bien. ¿Tú cómo estás?

—Estupendamente. —Una vez terminados los preliminares quería ir al grano y acabar cuanto antes—. Te llamo porque quiero pedirte un favor.

—Lo que quieras.

«Lo sabía. Por eso te lo voy a pedir».

—Gracias, amiga. Ya sabes que hoy es el cumpleaños de Manuel, ¿no?

—Sí…

—Bueno, pues me gustaría hacer algo especial con él. Creo que somos muy afortunados con nuestra relación porque no es fácil quererse tanto después de tantos años juntos, pero la verdad es que hay mucho amor entre nosotros y creo que eso es algo que debemos celebrar. Además, últimamente le noto todavía más pendiente de mí, más enamorado, está muy cariñoso, muy bravo, ja, ja, ja, no sé si me entiendes…

—Creo que sí. —Noté algo molesto en su tono. Genial.

—Llevamos una época muy pasional. Está como… insaciable. Me busca a todas horas y… bueno, lo pasamos muy bien.

—No hace falta que entres en detalles.

«¿Por qué no? ¿Acaso te molesta?».

—En fin, mi interna me ha pedido esta noche libre, he intentado cambiársela por cualquier otra, la que fuera, pero no ha sido posible, tenía algo «importantísimo» que hacer. Ya sabes cómo son. Nunca están cuando las necesitas.

—Sí, no se puede contar con ellas.

—Por eso quiero pedirte que vengas a casa para quedarte con los niños. —Todavía no me atrevía a dejarlos solos en casa, sobre todo por Raquel y porque vivíamos en un chalet independiente, por lo que no teníamos un vecino nada más abrir la puerta de casa. Pero yo nunca le pedía algo así a Marina, si no tenía con quién dejar a los niños sencillamente no salía.

—¡Oh! Pues… claro… no hay problema. —La había pillado fuera de juego.

—Ven con David y quedaros a dormir. Por si nos retrasamos.

—Bueno, no creo que sea necesario, ¿no? ¿Tan tarde volveréis?

—No sé, ya te he dicho cómo está Manuel. No sé cómo ni dónde acabaremos. Quiere que vayamos a un hotel que han abierto nuevo que se llama La Roca y que tiene un restaurante en el que se come estupendamente, por lo visto tiene una estrella Michelín. Y como es un hotel quizás luego…

—¿Quizás luego qué? Ya sois mayorcitos, Lucía.

—Ja, ja, ja. Lo sé, pero estamos ahora como cuando éramos adolescentes, con las hormonas revolucionadas y sexo a todas horas.

—Vale, vale. No te preocupes, yo me quedo con los niños.

—Muchas gracias, eres un cielo. ¿A las nueve?

—De acuerdo.

No le hizo gracia, no le hizo ninguna gracia, pero ¿qué iba a decirme? ¿Que no podía porque había quedado con mi marido para celebrar su cumpleaños? ¿Que tenía preparada una sorpresa para él? Ja, ja, ja. Me encantaba dejarla descolocada.

Acto seguido llamé a Manuel para quedar con él por la noche y contarle que Marina vendría a quedarse con los niños.

—¿Marina? —Su tono era de auténtica sorpresa.

—Sí. ¿Por qué te extraña tanto? Es mi mejor amiga. Las amigas se hacen este tipo de favores, ¿no?

—Supongo que sí —contestó perplejo.

—Me han hablado de un hotel que acaban de abrir en el centro. Tiene un restaurante maravilloso. Se llama La Roca, ¿lo conoces?

Hubo un silencio. ¿Se habría dado cuenta de lo que yo había tramado?

—Tiene una estrella Michelín —comenté para tapar el silencio que el nombre del restaurante había causado.

—No, no lo he oído —dijo sin ninguna convicción.

Si se había dado cuenta no quería manifestarlo. Supongo que siempre cabe la duda, como me pasó a mí al principio.

—Bueno, ¿te apetece celebrar tu cumpleaños con una cena romántica con tu mujer?

—Sí, claro, por supuesto —contestó, intentando recomponerse.

—Manuel, tenemos mucha suerte con nuestra relación. Tantos años juntos y sigue siendo tan buena como el primer día. Eso es un tesoro que tenemos que cuidar. Mucho.

—Eehhh… Tienes razón.

—Te quiero, Manuel.

—Yo también te quiero, Lucía.

La voz le había temblado durante toda la conversación, excepto en la última frase. Su «te quiero» era firme y no dejaba lugar a dudas. Cada vez le entendía menos.

La verdad es que no sabía lo que quería conseguir con mi actuación. ¿Recuperar a mi marido? No, eso no. Para mí Manuel había dejado de ser mi esposo el día que me enteré de su infidelidad. Yo quería acabar con nuestra relación y separar nuestras vidas pero no sé por qué no quería que eso sucediera inmediatamente. Probablemente necesitaba tiempo para asimilar la situación y esa estaba siendo mi forma de obtenerlo. ¿Terminar su historia con Marina? No sé, a estas alturas realmente me importaba muy poco si seguía con ella o no, el dolor había sido tan grande y la decepción tan profunda que no sentía nada por Manuel y ya no me importaba si estaba con alguien o no, o si ese alguien era mi mejor amiga o una desconocida. ¿Provocar que él me abandonara a mí? Estaba claro que esa podría ser una consecuencia de mi comportamiento, pero creo que lo único que yo quería con mi conducta era divertirme un poco y reírme a costa de ellos por el daño que me habían hecho fastidiando todo lo que pudiera sus románticos planes, en definitiva, era más o menos una forma de despojarme del resentimiento que me habían causado.

Manuel estuvo relajado y tranquilo mientras cenábamos, volviendo a manejar sin ninguna dificultad esa doble vida que hacía tiempo que llevaba. Pero yo todavía tenía algo de lo que informarle, algo que haría aparcar el sexo entre nosotros, al menos durante una temporada. Puede que antes de saber de su traición no vibrara con él como cuando éramos jóvenes, pero cuando hacíamos el amor me sentía muy unida a él y ese acto nos acercaba mucho el uno al otro, era bueno y positivo para nosotros, pero ahora no podía soportarlo, me daba asco y no quería seguir fingiendo porque sentía que algún día podría vomitar sobre él.

—¿Qué has hecho hoy? —me preguntó Manuel.

Esa era una pregunta estupenda. Me ayudaba mucho a llevar la conversación hacia donde yo quería.

—Más o menos lo de siempre. Bueno, también he ido al ginecólogo —mentí para llevar a cabo mi plan.

—¡Vaya! ¿Y esa cita? ¿De qué se trata, de una revisión? —Manuel no solía acompañarme a ningún médico.

—Bueno… No exactamente. Me hicieron un cultivo y hoy he ido a por los resultados. Lo siento, Manuel, tengo hongos vaginales. Me han recomendado que evite las relaciones sexuales. ¡Qué horror! Con lo que me gusta el sexo contigo… Pero no me gustaría que tuvieras balanitis, prurito, ni ningún tipo de erupción. El médico dice que el contacto sexual puede producir cualquiera de esas cosas. —Me encantó ver a Manuel palidecer.

—¡Ufff! Pues si lo dice el médico habrá que hacerle caso. —Otro mal trago para ese día. A Manuel, como a la mayoría de los hombres, le horrorizaba la posibilidad de contraer alguna enfermedad y mucho más de ese tipo. Por eso para mí, de momento, ese tema había quedado zanjado, Manuel no se arriesgaría. Le había dejado sin sexo en casa y le estaba dejando también sin sexo fuera de casa.

Para mí era un alivio saber que me esperaba una temporada de tranquilidad, sin sexo.

Por supuesto, quería saber las reacciones que había provocado mi actuación el día del cumpleaños de Manuel. Furia, tal y como me esperaba, como pude comprobar en soloparamarina@gmail.com: «Estoy harta de cuidar de los tuyos, quiero tener mis propios hijos… Tienes que hablar con Lucía ya, el tiempo pasa y no seré fértil toda la vida…».

«¿Que estás harta de qué? No se te ocurra volver a tocar a ninguno de mis hijos». Me dolía mucho que hablara de ellos, sobre todo en ese tono, y deseé que nunca más los volviera a ver, pero el plan había funcionado. Además, pude comprobar que Marina seguía obsesionada con la idea de tener hijos, que no quería reconocer que la edad que tenía hacía que fuera casi imposible y que seguía sin resignarse a no ser madre. Eso me hizo sentirme superior a ella, yo tenía tres hijos que eran lo mejor de mi vida y me amaban incondicionalmente. ¿Pero ella qué tenía? Un marido al que engañaba y un amante que no se decidía a irse con ella. Pensé en David. ¿Lo sabría? David era un hombre resignado, podría saberlo y vivir con ello pero, por otra parte, no había nada que le atara a ella, no tenían hijos, su situación económica les permitía vivir independientes y es difícil digerir un día tras otro las infidelidades de tu mujer, una vez que las conoces. No debía de saberlo, no tenía ningún sentido que David aguantara esta situación si la conocía.

Mi relación con Jaime se fue afianzando poco a poco, no muy rápida ni muy intensamente porque él pensaba que yo tenía un matrimonio idílico y yo no le confesaba la verdad, aunque seguramente se iba dando cuenta de que estaba equivocado, ya que cada vez nos veíamos más y nos sentíamos más unidos. Además, yo no hablaba nada de Manuel y creo que eso le tenía algo desconcertado porque se había producido un cambio radical, al principio, cuando contactó conmigo, no paraba de hablarle de mi marido y de mis hijos, pero ahora sólo le hablaba de los niños, nunca de Manuel. Nos veíamos prácticamente todas las semanas, solíamos comer juntos porque era el momento en el que ninguno de los dos teníamos que renunciar a ninguno de nuestros planes diarios, pero ni siquiera nos habíamos besado. En realidad no nos habíamos besado con la boca, pero lo habíamos hecho muchas veces con la mirada. Como antes lo había hecho con Alberto. Alberto… no conseguía olvidarme de él. Estaba bien con Jaime, notaba que le atraía, me sentía querida por él y eso me hacía encontrarme bien, pero cuando mi cuerpo realmente se estremecía era cuando pensaba en Alberto. Él sí sabía besar con la mirada, mejor que nadie, y yo tenía siempre presente esos besos de color azul marino. Siempre: cuando preparaba la cena, cuando me duchaba, cuando conducía, cuando charlaba con Jaime, o con Manuel, o con Marta, o con quien fuera. Alberto siempre estaba en mis pensamientos. Y Paula era capaz de leerlos, no sé cómo pero ella sabía lo que sentía en cada momento, no podía engañarla ni con mis actos ni con mis palabras.

—Jaime ha sido un parche necesario, pero tú sabes con quién quieres estar y no es él precisamente —me decía.

—Estoy bien con él —le replicaba yo.

—Sí… ya… bueno…

—Además, Jaime me llama, quiere verme, y Alberto no tiene ningún interés por mí.

—¿Tú crees?

—Si lo tuviera me llamaría, ¿no?

—Tú tienes interés por él y no le llamas, ¿no?

—Bueno, pero… O, no sé, buscaría la forma de… vendría aquí o… —Paula solía desarmarme con sus repuestas.

—También puedes hacer eso tú, ¿no? Él ya lo hizo cuando fue a Valencia. Puede que piense que ahora te toca a ti, si tú quieres algo con él… Yo entiendo su postura, sólo quiere que estés segura de lo que haces y eso es porque te quiere para siempre, lo más fácil hubiera sido echarte un polvo en la suite especial.

Tenía razón.

—Ya lo sabes, Lucía. Quiero ver con estos ojos que eres feliz con el hombre al que quieres. Debes darte prisa, ja, ja, ja… —Reía como si fuera broma, pero sus palabras tenían un lado absolutamente morboso. Ojalá Paula viviera muchísimos años más, pero la realidad no era esa.

—Ja, ja, ja. Creo que tengo tiempo más que suficiente —le contesté pellizcando su mejilla—. Seguiremos esperando a que Alberto mueva ficha, ¿de acuerdo?

—Como quieras. Más tiempo perdido.

Afortunadamente, presentarle a Tony a Mónica había funcionado. Toda la fundación hablaba de la nueva conquista de Tony. Por todas partes se oían comentarios del tipo: «La chica se está enamorando hasta las trancas». «Pobre, alguien debería advertirle de cómo es nuestro donjuan». «¡Qué lástima! Lo va a pasar mal, se lo está tomando muy en serio…».

Efectivamente, Mónica iba considerando cada vez más seria su relación y seguramente eso sería lo que precipitaría su final, con toda probabilidad. Lo que menos le gustaba a Tony era una relación formal.

Yo seguía entrando en soloparamarina@gmail.com para estar al tanto de los movimientos de la parejita. Marina seguía escribiendo comentarios que demostraban que se había enfadado mucho el día del cumpleaños de Manuel y yo sabía de antemano que no podía ser de otra manera porque se había sentido una segundona.

—¡Otro plantón! ¿Pero quién te has creído que soy? Y encima yo pringando con tus hijos.

—Lo siento, churri. ¿Qué podía hacer? Era mi cumpleaños y Lucía lo organizó todo para que pasáramos la noche juntos. ¿Qué iba a decirle? ¿Que había quedado contigo?

«¿Churri? ¡Qué patético!».

—¿Y por qué no? Ya es hora de que se lo digas. Estoy harta, muy harta.

La relación estaba deteriorándose claramente. Marina se sentía ninguneada y eso era algo que, precisamente ella, no podía llevar nada bien.

—No es el momento, churri.

«¿Otra vez churri? Voy a vomitar».

—¿Por qué? ¿Qué pasa ahora?

—La madre de Lucía no está bien.

«¡Ah! ¿No? ¿Y qué le pasa a mi madre?».

—¿Qué le pasa a Elisa?

«Eso. ¿Qué le pasa?».

—Le están haciendo pruebas, parece ser que han encontrado algo que… bueno, tienen que investigar un poco más para confirmar de qué se trata.

«Pero… qué…».

—¿Un tumor?

—No saben nada todavía pero están muy preocupados. Entiéndelo, tú también eres hija y quieres a tu madre. Si le pasara algo a ella también estarías angustiada.

«No lo creo. A estas alturas tengo claro que Marina sólo se quiere a sí misma».

—Ya, pero tendrás que hablar con ella algún día.

—Claro que lo haré, pero quiero encontrar el momento adecuado.

—¿Y cómo es que Lucía no me ha contado lo de su madre?

—Lo están llevando con mucha discreción, en su familia apenas hablan de ello, dicen que hasta que no haya un diagnóstico definitivo deben actuar como si no pasara nada. Por favor, no le digas nada, estas cosas son muy personales y cada uno las lleva a su manera.

«¿Cómo se puede ser tan mentiroso? Llevo veinte años viviendo con un farsante y no me he dado cuenta. Soy una completa idiota».

—Te he echado de menos, churri. Todavía tenemos que celebrar mi cumpleaños. El viernes tengo que volver a Valencia pero acabaré de trabajar antes de comer. ¿Por qué no te las arreglas para ver a tu cliente valenciano?

—¿Ese que sólo mantengo para tener la excusa de ir a Valencia contigo?

—Ese.

—En cuanto seamos libres le mandaré a paseo. Es un cliente absurdo.

—Te paga por no hacer nada y es una coartada perfecta. ¿Por qué vas a dejarle? Puede que sepa lo que ocurre y le dé morbo ayudarnos.

—Todo es posible. Pero a mí no me hace ninguna gracia aguantarle. Sólo quiere hablar y hablar y que le escuchen. Me paga poco para lo que tengo que oírle.

—Anda, no te quejes. Te espero allí. Pasaremos el día y la noche juntos. Estoy deseando ver esa sorpresa que tienes. ¿Qué es?

«¿Un látigo y una porra para una noche de sexo sadomasoquista? Desde luego, ya nada podía sorprenderme».

—No pienso decírtelo. Y ya veremos si la llevo. Todavía estoy muy enfadada.

—Te compensaré. Ya lo verás. Te quiero, churri.

«¡Puaaaajjjjj!».

Pensaba fastidiarles por tercera vez. Aquello me parecía divertido y me encantaba saber que se peleaban. Estaban llegando al límite, conocía a mi amiga y a mi marido y me parecía raro que aguantaran esa situación, no entendía por qué Marina accedía a ocultarse ni por qué Manuel aguantaba las broncas de Marina. Allá ellos, a mí eso ya me traía sin cuidado.

Miré en internet y, cuando tuve la información que buscaba, me dirigí a la farmacia.

—Un bote de Evacuol, por favor.

Hice sopa para cenar porque me parecía la forma más fácil y efectiva de hacerle tomar el laxante sin que se diera cuenta. Quintupliqué la dosis en gotas que venía en el prospecto y las eché en su plato.

«Confío en no haberme pasado».

Según el prospecto, la acción comenzaba a las ocho-doce horas. «Perfecto, justo cuando se levante. Cambio de planes, cariño. Nada de irse a Valencia, me temo que tendrás que quedarte en casa descansando».

Ocho horas. A las seis de la mañana vi cómo Manuel se levantaba de la cama para ir al baño emitiendo unos extraños ruidos y sujetándose la tripa con la mano. Tardó un buen rato en volver, un rato en el que yo no pude dejar de reírme por dentro imaginando cómo se iba por la pata abajo. ¡Pobre! Ni por lo más remoto sería capaz de sospechar que su amante esposa era quien le había causado ese padecimiento. La buena de su esposa, la que había dedicado toda su vida a hacerle feliz, esa era la misma que le había hecho tomarse una sobredosis de Evacuol que le había producido un terrible dolor estomacal acompañado de desagradables retortijones. Era de coña, con perdón. Volvió a acostarse suspirando y gimiendo como si acabara de hacer un gran esfuerzo. Muy probablemente lo había hecho. Me hice la dormida porque estaba segura de que si decía una sola palabra no podría evitar morirme de risa y seguí descansando como si nada. Unos minutos más tarde volvió a levantarse apresuradamente de la misma forma que antes. «Ja, ja, ja. Si te va a venir fenomenal. Vas a ver qué limpito te quedas por dentro. Todos deberíamos depurarnos de vez en cuando. Dame las gracias, mi vida». Se metió en la cama resoplando y ya me sentí en la obligación de preguntar:

—¿Pasa algo, cariño?

—Tengo una fuerte descomposición —dijo casi jadeando.

—¡No me digas! ¿Te ha sentado algo mal?

—Pues algo ha tenido que sentarme mal porque esto es… —Volvió a levantarse precipitadamente y salió de nuevo corriendo hacia el baño.

«A ver si me he pasado… Ja, ja, ja, que se fastidie. Esto es una nimiedad comparado con lo que él ha hecho».

—¡Cómo lo siento! Es una faena que te vayas así de viaje —le dije cuando regresó.

—¡Ufff! Como esto siga así… no sé si voy a poder irme…

—¿En serio? ¿Tan mal te encuentras? Debes estar muriéndote para no cumplir con tu trabajo. —«Y no debe ser muy apetecible estar con tu amante en estas circunstancias. Se perdería todo el glamour y el sex-appeal que quieres derrochar con ella, ¿verdad?».

—Ya veremos cómo va…

Y siguió yendo de la misma manera, por lo que canceló el viaje a Valencia. «Querida Marina, seguro que estás muy enfadada. Lo siento mucho. ¿Te has parado a pensar si yo también estoy enfadada?».

—¿Que no vienes a Valencia? No puedes hacerme esto, no puedes. Yo ya tengo que ir, no tengo excusa, estoy en la oficina con el billete en la mano.

Soloparamarina@gmail.com había sido todo un descubrimiento. Siempre hablaban a través de esa dirección de correo electrónico, supongo que sería lo que les parecería más seguro, y a mí me mantenía completamente informada de su relación.

—Lo siento mucho, de verdad. Estoy en casa porque no puedo ni moverme. Me encuentro fatal.

—¿Pero qué es lo que te pasa?

—No lo sé, me encuentro mal, muy mal.

«¿No quieres decirle a tu churri lo que te pasa? ¿Demasiado escatológico?».

—Pues nada, me iré a aguantar las estupideces de mi cliente. Un plan perfecto. Muchas gracias.

Yo estaba contenta, me sentía bien, sé que no solucionaba el problema pero era mi forma de desahogarme, de descargar mi ira, así que pensé que era positivo, un sustituto del psicólogo que, con toda probabilidad, necesitaba. Mucho más barato y reconfortante. Pero tampoco quería estar toda la vida organizando este tipo de planes y ya había conseguido debilitar la relación, por lo que pensé que había llegado el momento de la última actuación. Había llegado el momento de que Marina conociera a Tony.

—Ja, ja, ja. No me lo creo. —Paula no paraba de reír mientras le contaba la historia del Evacuol.

—Pues es verdad.

—Ja, ja, ja. No puede ser. —Estaba llorando y le faltaba el aire.

—Pues es.

—Lucía, parece que tuvieras quince años y el chico que te gusta se hubiera ido con otra —consiguió decir entrecortadamente. Reía y reía y disfrutaba con lo que le estaba contando. Paula era de risa fácil, enseguida encontraba un motivo para reír, pero nunca la había visto así, se lo estaba pasando genial y sólo por eso había merecido la pena hacerlo.

—Quizás necesito hacer ahora este tipo de cosas por no haberlas hecho en su momento, cuando tenía quince años. Creo que me he saltado varias de los quince, de los veinte, de los treinta y de los cuarenta. Tengo mucho trabajo por delante.

—Ja, ja, ja. Miedo me das.

—¿Te preparo un té? —Estábamos en la pequeña cafetería de la fundación, que se había convertido en nuestro confesionario.

—¡Ni hablar!

—¿Perdona? —Paula nunca rechazaba un té, era su bebida favorita.

—Estás loca si crees que voy a tomar algo preparado por ti.

—Ja, ja, ja. Sólo es un té. Mira —dije, siguiéndole el juego, mientras le enseñaba la bolsita con las hierbas.

—Sí… ya… pero enséñame el bolso. Puedes llevar ahí cualquier cosa.

—Que no… mira… —Abrí el bolso y ella lo miró, finalizando nuestra pequeña representación.

—De acuerdo entonces.

Las dos tomamos té y seguimos hablando durante un largo rato. Nuestra relación era fantástica, nos encantaba estar juntas, siempre buscábamos un rato en el que pudiéramos ponernos al día de nuestras cosas y disfrutábamos contándonos lo que nos había sucedido, por poco importante que pareciera. Hablábamos de todo, nos hacía felices compartir lo que nos ocurría y lo que sentíamos. Sin ninguna duda ella me aportaba a mí mucho más que yo a ella, pero también a ella la llenaba nuestra relación y eso me parecía maravilloso. No sólo a mí, su madre, Pilar, también se había dado cuenta.

—Quiero agradecerte lo que haces con Paula —me dijo Pilar un rato después de haberme tomado el té con su hija. Se había acercado a mi despacho con la única finalidad de darme las gracias.

—¿Lo que hago? No hago nada.

—Tú sabes que sí. No sé de qué habláis pero ella disfruta de una manera especial cuando está contigo.

—Somos amigas. Hablamos de lo que hablan las amigas. —Eso era absolutamente cierto. En ese momento Paula era mi mejor amiga.

—Pues gracias por ser su amiga.

—Soy yo quien tiene que dar las gracias. No puedes ni imaginarte lo que ella me ayuda. Es una persona increíble, tan inteligente, tan sensible…

—Lo sé —dijo Pilar con los ojos empañados en lágrimas.

Tenía que pasar. Jaime me pidió que fuera con él a otro de sus compromisos. No me gustaba marcharme a las horas en las que los niños estaban en casa porque a pesar de que llevaba un tiempo saliendo más de lo habitual, sobre todo con Jaime, tenía muy claro que mis hijos no tenían que verse afectados por ello; además, pronto se destaparía todo y se produciría una situación de desequilibrio, por eso no debería haber nada más que hiciera tambalearse su vida. Pero Jaime me convenció diciéndome que quedaríamos lo suficientemente tarde como para salir cuando ya estuvieran durmiendo. Manuel estaba en Alemania y yo estaba… asqueada. Jaime siempre me trataba bien, con cariño, me decía cosas bonitas, me levantaba el ánimo y hacía que me olvidara de las traiciones, por eso le dije que sí. Tenía que recoger a unos clientes americanos cuyo avión aterrizaba a medianoche. Estos clientes querían conocer la noche madrileña y le habían pedido a Jaime que se la enseñara el mismo día de su llegada porque querían aprovechar al máximo su viaje. Pero cuando les vimos en el aeropuerto ya habían cambiado de opinión. Como es normal, venían agotados y con un jet lag que les había quitado las ganas de juerga, no habían conseguido dormir en el avión como esperaban y le pidieron a Jaime que les llevara directamente al hotel, por lo que nos encontramos solos, sin nada que hacer, pero con el cuerpo preparado para estar de farra. Jaime me sugirió que tomáramos algo nosotros dos y accedí. Me llevó a cenar a Luzi Bombón, uno de los restaurantes de moda de Madrid, y después cambiamos a otro local con mucho ambiente donde pedimos varios mojitos. Hablamos de los viejos tiempos y también del presente y reímos y reímos. Un piropo aquí, un piropo allá, miradas cariñosas, roces, música alta, palabras al oído que hacían que su boca rozara mi piel… te he echado mucho de menos… el primer beso fue largo, tierno, acompañado de caricias, después vinieron otros llenos de deseo, abrazos que fundían mi cuerpo con el suyo… una cosa llevó a la otra y… acabamos en su casa, no sé cómo llegamos hasta allí, hasta su cama, e hicimos el amor con avidez, Jaime estaba ansioso, hambriento de sexo y gozaba inmensamente. Nos quedamos dormidos y me desperté en mitad de la noche. Me recorrió una extraño sentimiento, pero tuve una agradable sensación, la de darme cuenta de que había disfrutado, la de ser consciente de que no era por mi edad o mis hormonas por lo que el sexo con Manuel no me producía ningún placer, era porque para tener placer tenía que estar con la persona adecuada. Con Jaime estuvo bien, y eso me hizo saber que podría volver a disfrutar de verdad. Con la persona adecuada volvería a vibrar como lo había hecho antes, hacía ya muchos años.