«¿Es usted la Lucía que yo conozco?». Me había llegado una solicitud de amistad a través de Facebook con un mensaje que me hacía esa pregunta. Cuando vi de quién venía, me sobresalté. Se trataba de Jaime Rivas.
Jaime, mi querido Jaime. Fuimos novios durante casi cinco años, nos conocimos cuando yo estaba en segundo de derecho y salimos hasta un poco después de empezar a trabajar en Carter. Siempre con Marina, por supuesto, y con el novio de turno que ella tuviera, ya que sus relaciones no eran tan duraderas como las mías; ella salió con casi todos los amigos de Jaime y con muchos más que no eran sus amigos. Un poco antes de que yo empezara a trabajar en Carter, Jaime presentó el proyecto con el que terminaría su carrera de Ingeniería Aeronáutica y consiguió una beca para trabajar en uno de los principales fabricantes de aviones y equipos aeroespaciales del mundo, Boeing, por lo que se fue a Chicago, que era donde se encontraba la sede central, y vivió a caballo entre Chicago y Seattle, ya que en esta última ciudad estaban las principales fábricas de la empresa. Me dio pena que se fuera porque sabía que le echaría de menos, pero nuestra relación estaba en un momento en el que yo veía que no tenía mucho futuro. Jaime me gustaba, me encantaba, y creo que yo también a él, pero a mí me parecía que nuestra relación había llegado a un punto en el que a él le faltaba la pasión que a mí me hubiera gustado que tuviera, y yo me preguntaba si se debía a su carácter, porque me parecía que todo le era indiferente, o a que no estaba enamorado de mí. Era encantador, muy simpático, divertido, guapo, buen estudiante, el yerno que todas las madres querrían para sus hijas, pero tenía un toque chulito que no veía nadie nada más que yo, creo que tenía un ligero aire de superioridad y que sentía que él valía mucho, que podría estar con la chica que quisiera y que no tenía necesidad de atarse todavía a nadie. Estoy segura de que yo fui importante para él, que me quiso mucho y que si me hubiera casado con él nos habría ido muy bien porque nuestros caracteres encajaban perfectamente, pero en aquel momento creo que él pensaba que debía estar con una joven más guapa, mejor posicionada y con un futuro más prometedor que una sencilla chica toledana que había venido a Madrid a estudiar Derecho gracias a un gran esfuerzo por parte de sus padres. Yo era abogada, sí, pero él era «un gran ingeniero aeronáutico» con una beca para trabajar en Boeing, Chicago. Nunca comenté esa sensación con nadie, y menos con él; bueno, con nadie excepto con mi gran confidente, Marina, que siempre me dijo que era una falsa impresión que no sabía de dónde me había sacado y que lo que me pasaba era que necesitaba sangre nueva, que no se podía estar tanto tiempo con el mismo chico. Pero creo que eso tuvo mucho que ver en que nuestra relación se fuera enfriando cuando se fue, yo soy de las que piensa que, si hay amor, no hay distancias, y que si entre nosotros la distancia fue la causa de nuestra ruptura, había sido porque no había suficiente amor que sustentara nuestra relación, porque ya no éramos unos niños y, si hubiéramos querido, hubiéramos podido permanecer unidos hasta que volviera.
Poco después conocí a Manuel, un hombre más mayor, que se enamoró completamente de mí y me trataba como a una reina. Creo que nos conocimos en el momento adecuado porque él acababa de dejar una larga relación y yo había salido de otra que prácticamente se había terminado por sí sola, por lo que los dos estábamos solteros y sin compromiso. Manuel era muy atento conmigo, siempre estaba pendiente de mí y me conquistó rápidamente. Además, a mí me parecía muy atractivo; no era guapo pero tenía algo que me llamaba la atención, me parecía un hombre muy interesante, quizás por su edad, y con muy buena pinta, era alto y corpulento, y parecía muy seguro de sí mismo. En muy poco tiempo me olvidé completamente de Jaime, por lo que supongo que tampoco yo debía estar muy enamorada de él, o había llegado a contagiarme su indiferencia hasta el punto de que me diera igual que hubiéramos terminado. De hecho, mis amigas comentaban lo extraño que les resultaba el poco sufrimiento que me había ocasionado mi ruptura con Jaime, con lo bien que nos llevábamos y la bonita pareja que parecía que hacíamos.
No sé a cuántas Lucías Hernández Alcázar conoce usted —ese era el nombre que aparecía en mi Facebook—, pero yo sólo conozco a un Jaime Rivas Tejedor, así que no tengo ninguna duda de que el que conozco es usted. ¿Qué te parece si nos tuteamos? Te veo demasiado formal.
Respondí a la solicitud de amistad que me había enviado en el tono más desenfadado que pude, ya que pensé que si se había atrevido a contactar conmigo después de tantos años yo debía contestarle de muy buen rollo. Además, ninguno de los dos había sufrido con la ruptura y eso hacía que pudiéramos volver a hablarnos sin reproches.
«¡Vaya! Al final iba a resultar divertido tener Facebook», pensé mientras le daba a la tecla de enviar. La verdad es que me hacía mucha ilusión que Jaime me mandara un mensaje después de tanto tiempo.
Casi inmediatamente contestó:
Sólo conozco a una Lucía Hernández Alcázar y me alegra mucho haberla vuelto a encontrar. ¿Cómo te va la vida?
Sentí una agradable sensación al estar en contacto con Jaime, llena de recuerdos maravillosos de una de las mejores épocas de mi vida. Me apetecía mucho saber de él y creía que, por como éramos los dos, podríamos tener una relación amistosa. ¿O él estaba en una situación distinta a la mía y quería otra cosa? Lo primero que tenía que hacerle saber era que mi vida se centraba en mi familia.
—Me va bastante bien. Tengo tres hijos ideales de los que todavía no me he atrevido a subir fotos, pero algún día las subiré porque son de morirse (viva la objetividad). Te toca.
—Yo tengo un atontescente y una niña de trece años. Y también son guapísimos. Y yo sí soy absolutamente objetivo. Te dejo mi móvil: 689542588. Cuando puedas hablamos un rato.
Me hizo gracia la palabra que utilizó para referirse a esa etapa tan difícil que pasan los hijos en el momento más rebelde de su vida. Me parecía que la definía perfectamente. Y me agradaba el tono divertido de nuestra conversación, pero todavía sabía muy poco de la vida que estaba llevando en aquel momento.
«Vale, tiene hijos. Pero ¿está bien casado como yo, mal casado o separado? Muy hábil por su parte dejarme su teléfono, pero yo no pienso usarlo».
Oye, a mí a objetiva no me gana nadie. Te dejo yo también mi número de teléfono: 699215463. Hablamos cuando quieras.
«¡Ufff! ¡Menos mal! Ahora la pelota está en su tejado».
Tengo que entrar ahora en una reunión. ¿Te parece bien si te llamo cuando salga? Tengo muchas ganas de hablar contigo.
Antes de que pudiera contestar me llegó otro mensaje suyo.
Y si eres objetiva con tus hijos será porque han salido a ti.
«¡Vaya! ¡Qué subidón!».
Puedes llamarme cuando quieras. Y muchas gracias por el piropo. Te debo uno, pero te lo diré en otro momento porque si lo hago ahora parece que te lo devuelvo y este me lo quiero quedar. Ciao, ciao, ciao.
Él estaba siendo amable y cariñoso conmigo y yo quería corresponderle.
Ciao, Lucía. Te llamo en cuanto salga.
¡Qué divertido! Esta conversación había alegrado mi día. Me había encantado hablar con él, sus mensajes habían hecho que saliera la alegre Lucía que llevaba dentro y a la que, a veces, mi vida rutinaria hacía esconderse. Pero ¿qué pensaría Manuel si lo supiera? Seguro que le molestaba. Manuel era bastante celoso, siempre había dicho que yo era muy guapa y que gustaba a todos los hombres, lo cual era muy halagador pero absolutamente irreal. Manuel decía que yo me creía que podía tener amigos entre el sexo masculino pero, según él, los hombres no eran amigos de las mujeres y ellos sólo querían estar con ellas por una cosa. Yo no estaba de acuerdo en absoluto, pero eso era lo que él siempre había pensado. Sí, estaba claro que le molestaría.
—¿Cómo estás, Lucía? Te he notado muy feliz en nuestra conversación anterior —me preguntó Jaime cuando me llamó por teléfono. La reunión debió ser muy corta, porque me pareció que había pasado muy poco tiempo desde que nos habíamos despedido a través de Facebook.
—Muy bien, Jaime. ¿Y tú?
—Contento de hablar contigo. Cuéntame qué es de tu vida.
Le hablé de mis tres hijos y de Manuel, al que él había conocido una vez que nos encontramos por la calle hacía ya muchos años, antes de que nos casáramos.
—Pues sí, acabé casándome con él —dije contestando a su pregunta de si al final nos habíamos casado—. ¿Y tú? Cuéntame.
Entonces me habló de sus dos hijos. Él también estaba casado con alguien que yo no conocía. Después hicimos un repaso de nuestros amigos comunes, hablamos de con quién habíamos continuado la relación y, por supuesto, de Marina.
—No tenía ninguna duda de que Marina y tú seguiríais siendo amigas —aseguró—. Nunca he visto a dos personas más unidas, aunque tan diferentes.
—Supongo que esa diferencia es lo que hace que sigamos juntas.
—Lucía, ¿qué te parece si quedamos a comer? Me apetece mucho volver a verte.
—Claro. Cuando quieras —lo dije con un tono que dejaba patente que no tenía ningún problema, aunque en realidad no estaba segura de que quisiera hacerlo. Me apetecía hablar con él y no me importaba que nos mantuviéramos en contacto enviándonos algún mensaje o e-mail de vez en cuando, pero ¿comer? Volver a vernos después de tanto tiempo… Casi prefería que se quedara con el recuerdo de la última vez que me vio, que me recordara atractiva y no fuera consciente de lo que el paso del tiempo había hecho conmigo. Pero tampoco quería preocuparme porque también podía suceder que luego se diluyera la propuesta y no nos viéramos, esas son cosas que se dicen y que después no se hacen.
—¿Mañana? Por mí cuanto antes.
—¿Mañana? —pregunté de forma que pareciera que tenía mil cosas que hacer, aunque nada estaba más lejos de la realidad.
«Vaya, puede que la propuesta no se fuera a diluir tan fácilmente».
—Perdona, Lucía. Tienes razón, es demasiado precipitado y seguro que tienes cosas que hacer.
—Sí… es que justamente…
—Bueno, no hay prisa. Después de tanto tiempo… Pero, por favor, hazme un hueco en tu agenda. Te llamo la semana que viene, ¿te parece bien?
¿Y por qué no? ¿A mí qué me importaba? Yo no quería nada con él, así que me daba igual que me viera envejecida. Además, yo no estaba mal para mi edad después de haber tenido tres hijos. También él estaría distinto. Por supuesto, cuando me envió la solicitud de amistad me puse a investigar en su muro y analicé cuidadosamente sus fotos, por lo que podía imaginar cómo iba a encontrarle. Había cambiado, su cara no tenía la frescura de la juventud que yo pasé con él, pero me parecía que se conservaba bastante bien. Jaime había sido guapo y continuaba siéndolo.
—Muy bien.
—Adiós, Lucía. Me alegro mucho de volver a hablar contigo.
—Yo también, Jaime. Adiós.
¿Y Manuel? ¿Se lo digo? A Manuel no le caía bien ninguno de los novios que yo había tenido. El día que nos encontramos con Jaime dijo que era un chulo porque a él le había saludado brevemente, mientras que conmigo había estado un buen rato hablando. ¡Pues claro! Era a mí a quien conocía y era conmigo con quien le apetecía hablar. ¿Qué tenía que contarle a Manuel? ¿Por qué los hombres siempre tienen que ser el centro de todo? Otro día nos encontramos con Pablo, otro chico con el que tuve una corta relación, y tampoco fue de su agrado. «¡Menudo pijo! Todos tus novios siempre son pijos», comentó. ¿Y él? ¿Creía que él no era pijo? Pues llevaba la misma vida y le gustaban las mismas cosas que a los que él llamaba pijos. Pero tenía su lado bonito el hecho de que Manuel criticara todas mis relaciones porque se debía a que tenía miedo de perderme, me parecía ridículo pero el hecho de que él pensara que todos los hombres estaban detrás de mí le hacía sentirse muy inseguro conmigo. Manuel era una persona que parecía muy segura de sí misma en todos los aspectos excepto en este y eso hacía que me sintiera muy valorada. Pensé que quizás no se produjera nunca la siguiente llamada de Jaime, por lo que no había ninguna necesidad, de momento, de hablar de él.
Pero la llamada sí se produjo. El mismo lunes, el primer día de la semana siguiente, Jaime llamó a mi móvil y estuvimos un buen rato charlando. Esta vez hablamos de nuestra vida profesional, él trabajaba muchas horas y tenía muy poco tiempo libre y yo le conté que había dejado de trabajar hacía unos meses. Me propuso que comiéramos el viernes, ya que era el día de la semana en el que él se encontraba más libre, y acepté. No podía decirle que no, ¿qué excusa podía poner? Si ese día no pudiera, seguro que plantearía otro y, además, me hacía muchísima ilusión verle de nuevo, estaba segura de que pasaríamos un rato muy agradable.
Tenía que contárselo a Manuel, si no lo hacía parecería que había algo que ocultar y eso no era verdad. Pero ¿cómo planteárselo? Llegué a la conclusión de que no debía darle muchas vueltas porque, dijera lo que dijera, le molestaría.
—¿Recuerdas a Jaime Rivas? Te lo presenté hace tiempo a la salida de un cine —pregunté sin darle mucha importancia, aunque yo era muy consciente de que él recordaba perfectamente el nombre de todos los hombres con los que había tenido una relación y Jaime era el más importante, después de él mismo.
—¿Jaime Rivas? —dijo haciéndose el pensativo—. ¿Tu novio? —hablaba con su típico tono de falsa indiferencia. Llevábamos muchos años juntos, nos conocíamos perfectamente y sabíamos lo que el otro pensaba en cada momento.
—Sí, ese. Me ha enviado una solicitud de amistad de Facebook. —Manuel me había animado también a que me hiciera mi página en Facebook, decía que yo había hecho muchas amigas en mi vida que había ido dejando de ver porque las circunstancias van cambiando y que esta era una magnífica forma de recuperarlas. Seguro que no pensó que también podían aparecer antiguos «amigos», porque si lo hubiera hecho no me lo habría recomendado.
—¿Y? —preguntó como si no le pareciera importante.
—He quedado este viernes para comer con él.
Su cara cambió. Eso ya no le gustaba. No podía seguir haciéndose el indiferente porque no le era indiferente. Le molestaba y no podía disimularlo.
—¿Te importa? —le pregunté.
—No, no, claro que no. —Intentaba hacer ver que no le importaba, pero no le salía nada bien—. Me parece bien que ahora cada uno vea a antiguas relaciones. —Típico comentario de Manuel para intentar ponerme tan celosa como estaba él, aunque no lo conseguía en absoluto.
—Lo imaginaba —dije, como si lo que él había contestado fuera realmente verdad.
«¿Y qué me pongo?». El vestido azul, me sienta muy bien y estoy cómoda con él… aunque… quizás es demasiado arreglado y eso dé importancia a la cita… mejor algo más informal, sobre todo ahora que no estoy trabajando… el pantalón gris… demasiado ejecutivo… ahora soy ama de casa… ¿y qué? Cada uno viste como quiere y yo quiero vestir formal… la falda negra… demasiado corta, parecerá que quiero provocarle… Repasé todo mi vestuario y nada me parecía adecuado, todo era demasiado o demasiado poco: demasiado ancho, demasiado estrecho, demasiado corto, demasiado largo, demasiado arreglado, demasiado poco arreglado… Acabé con el típico vaquero negro con una bonita camisa blanca y unos botines con mucho tacón. Estaba correcta y estilosa. Y algo nerviosa ante la expectativa de volver a ver a Jaime y pasar un rato con él.
—Estás exactamente igual que la última vez que te vi —mintió en cuanto le saludé.
—Tú también —mentí igualmente.
Jaime también debió pasarse un buen rato delante de su armario hasta decidir cómo se vestiría. Iba vestido, como yo, de manera informal, como si llevara puesto lo primero que había encontrado, pero estaba impecable y muy atractivo.
Empezamos a hablar sin parar hasta que nos pusimos completamente al día de la vida de cada uno, bueno, de las cosas más importantes en la vida de cada uno, y poco a poco fuimos profundizando en algunos temas. Él me preguntó si mi matrimonio iba bien y yo le respondí que en eso había tenido mucha suerte, tal y como estaba actualmente la duración media de las parejas. Yo no me atreví con esa pregunta y la verdad es que no la vi necesaria porque Jaime era una buena persona y tenía muy buen carácter, así que supuse que muy rara tenía que ser su mujer para llevarse mal con él.
—¿Cómo son tus hijos? ¿Son buenos niños? —pregunté.
—Sí, claro que sí. El mayor tiene alguna tontería de atontescente pero es un buen chaval.
Sonreí al volver a escuchar esa palabra.
—Bueno, eso no cuenta. ¿Y la niña? ¿Es simpática?
—Sí… Bueno, no.
—¿No?
—A ver… Para mí una persona simpática es la que es agradable con todo el mundo y Jimena es muy simpática si le caes bien, pero si no le caes bien… puede ser la persona más borde de la tierra. En eso es igual que su madre. Y no me refiero a alguien que les haya hecho una faena, sino a alguien con el que simplemente conecten menos. No conectamos igual con todo el mundo, pero no hay que cebarse con nadie simplemente porque no piense como tú o tenga otras prioridades en la vida distintas a las tuyas, ¿no te parece? Sin embargo ellas sí lo hacen —lo decía en tono jocoso y yo no sabía si estaba bromeando.
—¿Lo dices en serio? —pregunté para confirmar si era verdad o no lo que me estaba contando.
—Completamente —contestó sin parar de reírse.
—¿Tu mujer es antipática?
—Como te enfile…
—No me creo lo que me dices.
—Créetelo, es verdad —continuó riendo.
—¿Sí? ¿Y cómo te enamoraste de ella? —pregunté de nuevo realmente confundida.
—Bueno, yo le caía bien…
Al final reímos los dos, pero a mí me pareció muy extraño aquel comentario. Me daba pena que fuera verdad pero no podía ser mentira, ¿por qué iba a hablar así de su familia si era mentira?
La comida fue muy divertida, lo pasamos realmente bien y cuando terminamos, Jaime me llevó a casa.
—Por favor, Lucía, me gustaría que siguiéramos viéndonos —me dijo al despedirse.
—Claro. Cuando quieras —contesté sin darle importancia.
Pero él me miró intensamente durante un rato, con una mirada dulce y cariñosa con la que me pareció que quería transmitirme algo. Luego me dio dos besos y apretó mi brazo.
—Estás guapísima. Me ha encantado verte —terminó.
—A mí también.
—Volveré a llamarte, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
Veinte minutos después recibí un e-mail suyo.
Querida Lucía: no he podido evitar volver a meterme en Facebook para tenerte de nuevo presente. Estás preciosa en la foto. Me ha encantado verte y he disfrutado mucho estando contigo. Espero que a partir de ahora estemos siempre en contacto. Muchas gracias por dedicarme tu tiempo. Un beso enorme.
¡Ojalá fuera verdad! ¡Ojalá a partir de ahora estuviéramos siempre en contacto! Había sido muy agradable volver a verle y me gustaba saber que seguía acordándose de mí.
—¿Y fuiste a comer con él? Ten cuidado, Lucía —me advirtió Marina.
Estábamos en la cocina terminando de preparar la cena, mientras David y Manuel tomaban un vino en el salón. Algunos viernes preferíamos cenar en casa en lugar de salir fuera.
—Ya le conoces, Marina. Es un buen tío.
—Sí, pero veo mucho calor entre vosotros dos.
—¡No digas tonterías!
—Esos comentarios…
—Sólo quiere ser agradable la primera vez que nos vemos después de veinte años.
—Ya. ¿Sabes cómo le va con su mujer?
—Estoy segura de que le va bien.
—¿Te lo dijo?
—No, pero no es necesario.
—¿Por qué no?
—Porque no. ¿Tú crees que alguien se puede llevar mal con Jaime?
—Eso no quiere decir que sea feliz… ¿Cómo es ella?
—Normal.
—¿La has visto?
—En su Facebook tiene alguna foto. ¿Ves? Una señal de que le va bien.
—Una señal de que tiene fotos con su mujer.
—Marina… No seas malpensada.
—Enséñamela ahora mismo —ordenó mientras me cogía del brazo y me llevaba hacia el ordenador.
—¡Qué prisa tienes! Mejor después de cenar…
—¡Ni hablar! Cuanto antes.
—Eres incorregible. —Encendí el ordenador, me metí en su página y busqué alguna foto—. Estos deben ser sus hijos… —comenté, señalando a unos niños.
—La mujer, ¿dónde está?
—No seas impaciente… Mira, aquí hay varias fotos con ella.
—Pero… ¡si es horrible! —gritó poniendo cara de asco.
—Marina…
—¿Quéééé?
—Intenta ser objetiva.
—Soy objetiva. Por eso digo que es horrible. ¿No me dirás que esta mujer está bien?
—A mí me parece normal. Ni bien ni mal.
—¡Pero mírala bien! ¡Qué cuerpo tan horrible! ¡Qué ropa más espantosa lleva puesta! ¿Y la cara? No se puede ser más fea. Y debe tener más de sesenta años, ¿no crees?
—No…
—¡Marinita, cielo! ¿Dónde estás? —chilló buscando a alguien que confirmara su opinión—. ¡Marinitaaaaa!
—¿Qué pasa, madrina? —preguntó mi hija entrando en la habitación en la que estábamos mi amiga y yo. Solía llamarla madrina porque así parecía que su relación con ella era más especial que la de sus hermanos y, como los tres adoraban a Marina, le gustaba presumir de ello.
—Ven aquí, preciosa. Quiero que mires estas fotos y me digas qué te parece esta señora. —Marina señaló a la mujer de Jaime—. ¿Te parece guapa? ¿Atractiva? ¿Femenina?
Mi hija me miró tratando de recabar información para emitir su veredicto.
—Ya sabes cómo es Marina, cariño —le dije en respuesta a su mirada—. Es demasiado exigente y tiene una lengua viperina —continué cogiendo burlonamente la mandíbula de mi amiga.
—No mamá, no —opinó por fin mi hija—. Puede que mi madrina sea exigente y tenga una lengua viperina… Pero esta señora es hooo… rriii… bleee —finalizó poniendo una cara horrorosa que hizo que las tres nos desternilláramos de risa y luego se marchó.
—¿Y encima borde? —dijo Marina, a la que previamente había contado la conversación que tuve con Jaime sobre su mujer y su hija—. Blanco y en botella, querida. Jaime no es feliz con esta señora, cualquiera se daría cuenta. Si no lo ves es porque no quieres.