Wilde se vio forzado a escribir De Profundis con un ritmo disciplinario muy forzado, pues el alcalde de la prisión le proporcionaba una hoja a la vez y examinaba con detenimiento el contenido de las páginas antes de entregarle el siguiente pedazo de papel. Al término de la condena, el alcalde le devolvió el manuscrito de manera íntegra, y el día mismo de su liberación, Wilde salió de Inglaterra para entregar el manuscrito a su amigo Robert Ross, quien por aquellos días radicaba en Dieppe. Éste último remitió el original del texto mecanografiado a Douglas, conservando para sí una copia en carbón que después depositaría sellada en el British Museum. Después de haber leído la carta, Douglas la destruyó, temeroso de que el texto se difundiera y llegase a comprometerlo en situaciones penosas. Tiempo después se enteró de la existencia del manuscrito conservado por Wilde y Ross, e intentó dar a conocer en Estados Unidos el texto con comentarios suyos, pero Ross se había adelantado y ya conservaba tanto la protección del copyright inglés como el americano. Durante muchos años, Wilde hubo de soportar una vida cargada de estigmas impuestos por el puritanismo de la sociedad victoriana. Sin embargo, actualmente se le reconoce como un artista brillante cuyas ideas y obras tienen una vigencia universal. La historia le haría justicia a sus palabras cuando instruyera con ellas a su Bosie: «En la economía del mundo, extrañamente sencilla, las personas sólo recogen lo que siembran; aquellos que no poseen la bastante imaginación para penetrar en la concha exterior de las cosas y sentir piedad, ¿qué piedad esperan recibir, como no sea la del desdén?». Esto último es lo único que no puede sentir un ser humano después de leer la obra de Oscar Wilde.
Carta a Lord Alfred Douglas