MUMMERY, UN REVOLUCIONARIO INGLÉS
Es doblemente emocionante presentar la primera edición española de ese libro, imprescindible para entender la evolución del alpinismo y a una de las figuras más relevantes de su historia. En primer lugar, porque siempre he considerado a su autor como el padre espiritual de todos los que, muchos años después, nos hemos acercado a la montaña con mirada curiosa y espíritu innovador. Y segundo, porque, con más de cien años de retraso, se hace justicia en nuestro país a la figura y la obra de Mummery. Gracias a esta edición de Desnivel que ahora tienes entre las manos, por fin podemos acercarnos a su pensamiento directamente. Es una emoción demasiado grande para ser descrita con palabras…
Albert Frederick Mummery (1855-1895) es el hombre que puso los cimientos de una nueva forma de ver la montaña y de un nuevo sentimiento montañero. Considerado el padre del alpinismo moderno, este inglés fue el mejor alpinista de la época, a pesar de sus limitaciones, pues era algo desgarbado y bastante miope. Pero tras esa aparente timidez, que escondía detrás de las gafas, latía un impulso y una vitalidad sin límites. Fue él quien puso de relieve algo hoy evidente, pero que entonces provocó una auténtica revolución: para Mummery la conquista de una cumbre no agota las posibilidades de descubrimiento de una montaña. En sus palabras, «el verdadero alpinista es el que intenta nuevas ascensiones». Cada itinerario a una cumbre muestra en realidad una nueva montaña, y lo que cuenta son las dificultades que hay que vencer, los problemas que hay que resolver y el estilo con el que se abordan. Coherente con esta postura, Mummery escaló en seis ocasiones, por seis rutas diferentes, el Cervino, considerada hasta poco antes el prototipo de la montaña inaccesible.
A Mummery y a algunos de sus contemporáneos, como Geoffrey Winthrop Young. también se debe una contribución importante al desarrollo del alpinismo, al prescindir de la ayuda de los guías (aunque al principio escalase algunas de sus vías más conocidas con el guía Alexander Burgener), tendencia que se iría generalizando con el transcurso del tiempo. Llegar a esa conclusión también supondría un magnífico legado para el desarrollo del alpinismo. Escribiría: «He aprendido la gran verdad, a saber, que quienes realmente desean gustar las alegrías y los placeres de la montaña deben saber desenvolverse en las nieves de la altura confiando sólo en sus dotes y en sus conocimientos propios».
Es también el comienzo de la etapa de especialización. Una montaña era, hasta ese momento, simplemente una cumbre que alcanzar; sin embargo, desde entonces, comenzaron a distinguirse por sus vías de ascensión, por sus itinerarios, ya fuesen en roca, nieve o mixtos. Las nuevas escaladas acrobáticas en los Alpes van a ser posibles no sólo gracias al cambio de mentalidad y la audacia de los alpinistas, sino también porque la técnica ha evolucionado. En estos años y en los siguientes el equipo que porta el alpinista va progresando: las botas claveteadas darán paso a los crampones, que con el tiempo irán creciendo en sofisticación y nuevas puntas. El innovador Óscar Eckenstein (que en 1902 fue uno de los primeros en intentar la escalada del K2) crearía los crampones de diez puntas. Con el tiempo mejoran las cuerdas y la vestimenta. Las primitivas hachas para tallar peldaños se van retinando y acortando los mangos para llegar a los piolets más eficaces y manejables. Se crean nuevas herramientas, como las clavijas y los mosquetones y el pitón de hielo. Willo Welzenbach, uno de los escaladores alemanes más notables de la época, desaparecido en una de las primeras grandes tragedias en el Nanga, inventará la escala del VI grado y se generalizará la graduación de las dificultades.
Mummery realizó durante más de veinte años incontables ascensiones y abrió infinidad de nuevas vías. Cien años después de la invención del alpinismo, había logrado cambiar radicalmente el concepto que se tenía de éste. Con una frase, que refleja su fino sentido del humor, resumió su filosofía de la escalada y, quién sabe, si su misma forma de enfrentarse a la vida: «Cuando todo indica que por un lugar no se puede pasar, es necesario pasar. Se trata precisamente de eso». Fiel a esta máxima, crearía, sobre la textura granítica de las afiladas agujas de Chamonix, un alpinismo más atlético y atrevido, iniciando la conquista de nuevos espacios verticales donde ningún hombre se había aventurado antes.
La escalada de la norte del Grépon, en especial de la fisura que desde entonces lleva su nombre, se convertiría en una metáfora de esta nueva forma de escalar y, junto con otras ascensiones de Mummery, marcaría el inicio de la escalada de dificultad. Su influencia sería muy grande, debido también a sus escritos. En realidad, todos los alpinistas que en nuestra época buscan en la montaña nuevas dificultades son, de alguna forma, herederos del genial alpinista inglés. Si antaño lo que se perseguía era alcanzar la cumbre evitando cuidadosamente las dificultades, a partir de Mummery éstas se convertirían en el principal factor de atracción. Más tarde, con el conocimiento y repetición de estas rutas, fue normal que esas mismas dificultades se rebajasen en un proceso que el mismo Mummery supo anticipar en una frase cargada de ironía que se haría célebre: «Un pico inaccesible… La escalada más difícil de los Alpes… Un paseo para señoras…». Y, en efecto, la escalada del Grépon la acometería dos años más tarde con dos señoras, y la arista Zmutt la haría acompañado del joven duque de los Abruzos.
Si se hubiera quedado aquí tendría razón Georges Sonnier al afirmar que para él «la montaña representaría ante todo la alegría de una actividad intensa… en adelante se entregaría cada vez más al gusto por la dificultad pura… Nada hay más difícil que ser a la vez perfecto gimnasta y poeta o filósofo». Pero Mummery no se limitó a realizar grandes vías en los Alpes, no era un simple gimnasta. No conforme con este salto decisivo, su espíritu inquieto y exigente le impulsó a busca aventuras en otras cordilleras lejanas, lo que le convertiría en un pionero también en este apartado. En 1888 viajó al Cáucaso, y siete años más tarde, en 1895, se encaminó al Himalaya. Su objetivo era nuevamente audaz y revolucionario: escalar el Nanga Parbat, una de las más imponentes montañas de la Tierra que sobrepasa los ocho mil metros de altitud.
En el Himalaya, tras una primera fase, que había proporcionado un conocimiento somero de los principales macizos y de ciertas regiones, se daba paso a la llegada de nuevos exploradores y alpinistas cuyos fines ya no eran políticos o militares, sino científicos y, sobre todo, claramente deportivos. El objetivo era la conquista de las más importantes cimas del Himalaya, y muy en concreto, de las más altas, aquéllas que sobrepasan los ocho mil metros. Una aventura en la que los más grandes alpinistas de todas las nacionalidades se empeñarían a fondo y que exigiría no sólo setenta años, sino los más grandes sacrificios. Los hombres habían descubierto, como un siglo antes habían hecho en los Alpes, un nuevo terreno de juego. Comenzaba la época de las grandes aventuras del Himalaya y Mummery fue el primero en acudir a esta cita.
Era la primera vez que alguien se atrevía a atacar una montaña de tales magnitudes. En el caso de Nanga Parbat éstas son verdaderamente descomunales, pues no sólo su cima supera los ocho mil metros, sino que el desnivel desde el campo base, situado a unos cuatro mil metros, es de los mayores del mundo. Sólo una mente privilegiada como la de Mummery podía imaginar, planificar y atreverse a realizar una ascensión como ésa.
Desgraciadamente, el Nanga Parbat sería su última montaña. Allí desapareció, probablemente sepultado por un alud, cuando sólo tenía cuarenta años, tras explorar las vertientes de Rupal, Diamir y Rakhiot, y alcanzar una altitud próxima a los siete mil metros por el espolón en la cara oeste que desde entonces lleva su nombre. Su ejemplo de audacia, ligereza y sencillez —sólo dos o tres alpinistas, estudiando las diferentes vertientes de una altísima montaña para después acometer la escalada, aunando exploración y alpinismo en su sentido más puro— todavía no ha sido repetido. Uno de los colegas que le acompañó escribiría: «Me pregunto si el Nanga será escalado alguna vez. Actualmente parece lejos del alcance humano».
En Gran Bretaña la pérdida de Mummery causó una honda impresión, similar a la que provocaría, veintinueve años más tarde, la desaparición de Irvine y Mallory en el Everest. El primer intento de ascensión de una montaña de más de ocho mil metros se había saldado con una tragedia, que sería el preludio de otras muchas, y que harían famoso al Nanga Parbat con los apelativos de montaña «cruel» y «asesina». Pero además privaba al mundo del alpinismo de una de sus mentes más clarividentes e innovadoras. Como bien ha resumido Reinhold Messner: «Mummery no ha sido únicamente el escalador británico más valiente y que más éxitos ha cosechado, sino que además sus principios de alpinismo conservan íntegra su validez en nuestros días y sirven de base al alpinismo moderno». Justamente por ello su nombre ha quedado ligado para siempre, de forma muy representativa, a dos montañas muy diferentes, dos formas de entender el alpinismo, que, a pesar de parecer incompatibles, el inglés supo unir. Una pequeña aguja de los Alpes, el Grépon, con su famosa fisura, y la enorme mole del temible Nanga Parbat con el espolón central de la vertiente de Diamir, que desde entonces lleva su nombre y que, más de cien años más tarde, aún no ha sido escalado.
Su amigo Norman Collie le dedicó unas emocionantes palabras que son quizá el mejor de los epitafios: «Su memoria perdurará, no será olvidado. La montaña, implacable, le ha reclamado y él ha quedado allá, entre los glaciares cargados de nieve de los montes inmensos. Está protegido por la curva de las comisas moldeadas por el viento, las delicadas ondulaciones de la nieve en las fisuras de roca y los picos nevados que él amaba tanto velan sobre él y montan guardia por encima de los lugares donde está sepultado».
SEBASTIÁN ÁLVARO