No debía haberle oído bien. No era posible.
—¿Qué?
Apolo se volvió a girar hacia la ventana.
—Tendrás que matarlo, Alexandria. Siendo el Apollyon puedes hacerlo.
La idea de matar a Seth me horrorizaba y me ponía enferma. No iba a poder hacerlo. Me pasé una mano por la cara. Tenía ganas de vomitar.
—No puedo hacerlo.
—¿No puedes? —Lea se me quedó mirando, con los ojos brillantes—. ¡Mató a mi hermana, Álex! Mató a todos aquellos miembros del Consejo.
—Lo sé, pero… no es culpa suya. Lucian le ha lavado el cerebro. —Y antes de acabar con el Consejo, había llegado a dudar. Yo lo había visto. Por un momento, el Seth que conocía no quiso hacerlo, pero después… estaba como poseído—. No fue culpa suya.
Sonó como si estuviese intentando convencerme a mí misma.
Lea apretó los labios.
—Pero eso no hace que estuviese bien.
—Lo sé, pero… —Pero no podía matar a Seth. Me senté en la silla como pude, mirando hacia los restos de Spiderman—. Tiene que haber otro modo.
—Sé que una parte de ti se preocupa por él —dijo Apolo en voz baja—. Fuiste creada para sentir así. Una parte de él está en ti y viceversa, pero es el único modo.
Le miré a los ojos durante un lago segundo, y Apolo apartó la mirada. Su cara se ensombreció. Un extraño mal sabor de boca me asaltó.
—¿Hay otro modo, Apolo?
—¿Acaso importa? —Lea golpeó la mesa con las manos, dándome un susto de muerte—. Tiene que morir, Álex.
Me estremecí.
—Lea —dijo Marcus amablemente.
—¡No! ¡Esta vez no me voy a callar! —Se puso de pie, reviviendo—. Sé que parece que no es justo, Álex. Pero Seth mató a esa gente, a mi hermana. Y eso sí que no fue justo.
Se me cerró la garganta. Lea tenía razón. No podía discutírselo, pero ella no había visto lo mismo que yo… y ella no conocía a Seth. Volví a pensar que quizá yo tampoco lo conocía.
—Y es una mierda —continuó Lea. Cerró los puños, temblando—. Yo llegué a pensar que Seth estaba bueno, pero eso fue hasta que incineró a mi hermana. Él te gusta. Genial. Pero ha matado a gente, Álex.
—Lo entiendo, Lea. —Eché un vistazo a mi alrededor y miré a Aiden—. Todo el mundo no para de decir que aún hay esperanza. Quizá podamos salvarlo, Artemisa dijo algo sobre que la energía puede ir en los dos sentidos. Igual podemos agarrarnos a eso.
Vi el miedo reflejado en sus ojos plateados y, entonces, recordé sus palabras y lo que me había hecho ver. A veces tienes que saber cuándo renunciar a la esperanza.
Respiró jadeante, intentando calmar su angustia y su enfado.
—Tú querías a tu madre, ¿verdad? La querías incluso después de convertirse en daimon.
—Lea. —Aiden la cortó bruscamente.
—Pero sabías que había que… que había que pararla —dijo rápidamente antes de que Aiden la hiciese callar—. La querías, pero hiciste lo correcto. ¿Acaso esto es distinto?
Me aparté de la mesa. Sus palabras me sentaron como un puñetazo en el estómago porque eran ciertas. ¿Acaso esto era distinto? Con mi madre había hecho lo correcto, ¿por qué me costaba tanto entender que ahora había que hacer aquello?
—Creo que por hoy ha sido suficiente —dijo Marcus.
Lea se quedó en el sitio unos segundos, pero luego salió disparada de la habitación. Parte de mí quería salir tras ella e intentar explicarme, pero mi sentido común me decía que no sería muy inteligente por mi parte.
—Está en un lugar oscuro —dijo Marcus—, está dolida. Quizá más tarde entienda que esto también es doloroso para ti.
—No tanto como para ella. —Me aparté el pelo—. Es que no puedo… la idea de acabar con él me pone enferma. Tiene que haber otro modo.
Apolo se deslizó hasta mí.
—Todo esto… puede esperar. Hoy es tu cumpleaños, tu Despertar.
—Ya, bueno, no sé qué pasa con esa parte. —Me miré las runas de las palmas. Brillaban levemente. Nada había cambiado en ellas—. Sigo sintiéndome igual. No ha pasado nada.
—¿Cuándo naciste? —preguntó Apolo.
—El cuatro de marzo.
Levantó una ceja.
—¿A qué hora, Alexandria? ¿A qué hora naciste?
Apreté los labios.
—No lo sé.
Apolo me miró sorprendido.
—¿No sabes a qué hora naciste?
—No. ¿La gente suele saber eso?
—Yo nací a las seis y cuarto —dijo Aiden intentando no sonreír—, Deacon a las doce y cincuenta y cinco del mediodía. Nuestros padres nos lo dijeron.
Entrecerré los ojos.
—Bueno, pues a mí nadie me lo dijo… o se me ha olvidado.
—¿Marcus? —preguntó Apolo.
Negó con la cabeza.
—No… me acuerdo.
—Bueno, pues obviamente aún no ha llegado la hora en que naciste —Apolo se apartó de la ventana—. Creo que ya hemos tenido suficiente conversación seria por hoy. Después de todo es tu cumpleaños. Es momento de celebrar, no de planear una pelea.
Me dio un escalofrío.
—No te pasará nada. —Apolo me puso una mano en el hombro y apretó. Seguramente iba a ser el mayor gesto de consuelo que podría recibir de Apolo, pero me parecía bien—. No puedes sentir la unión desde donde estamos, así que no puede conectar contigo. No te va a pasar nada.
No dejaba de mirar el reloj. ¿A qué hora había nacido? No tenía ni idea. Eran casi las ocho y media de la tarde, y no había pasado una mierda. ¿Quizá estaba haciendo algo mal?
—Déjalo. —Aiden me cogió la mano y me la apartó de la boca—. ¿Desde cuándo te muerdes las uñas?
Me encogí de hombros. Estábamos sentados en el sofá de la terraza cerrada. Al otro lado de la ventana teníamos todo un paisaje invernal. Ya había caído la noche y la luz de la luna se reflejaba en la nieve virgen que cubría todo el porche y los árboles.
—¿Crees que soy débil? —pregunté.
—¿Cómo? —Me llevó hacia él—. Dioses, si eres una de las personas más fuertes que conozco.
Miré hacia la puerta cerrada, pero luego pensé «bah, qué demonios». Me permití relajarme un poco y apoyé la cara sobre su pecho, sacándome la rosa de la camiseta.
—Pues no me siento tan fuerte.
Aiden me abrazó.
—¿Es por lo que han dicho hoy?
Acaricié con los dedos los bordes de la rosa.
—Lea tenía parte de razón, ¿sabes? Pude enfrentarme a mi madre, pero no puedo… hacerlo con Seth.
—Apolo tenía razón. —Apoyó la barbilla sobre mi cabeza—, él forma parte de ti. De alguna forma es distinto a lo que pasó con tu madre.
—Es distinto. Mi madre era un daimon y no había forma de traerla de vuelta. —Suspiré y cerré los ojos. Vi la cara que puso Seth cuando le estaba rogando, la indecisión en sus ojos—. Él aún está ahí, Aiden. Tiene que haber otro modo. Y creo que Apolo lo sabe, pero no nos lo quiere decir.
—Entonces tenemos que hablar con Apolo. Ha mencionado el oráculo, quizá ha cambiado algo. —Se movió un poco y sentí sus labios contra mi frente—. Pero si no hay otro modo…
—Entonces tendré que asumirlo. Ya lo sé. Solo quiero asegurarme antes de decidir que hay que… matarle.
Aiden puso una mano sobre la mía.
—Quizá tenemos que ir a ver al nuevo oráculo. ¿Quién sabe? Igual puede decirnos algo, sea o no una visión.
—Eso será si logramos que Apolo nos diga quién es.
—Lo haremos.
Le dirigí una sonrisa.
—Eres increíble.
Sonrió.
—¿Y eso por qué?
—Eres el más… ¡Au! —Aparté la mano—. Me ha picado algo.
Se incorporó un poco y me cogió la muñeca.
—Álex, estás sangrando.
Unas gotitas de sangre me cubrían la muñeca, pero no era eso lo que estaba mirando. Se estaba creando un glifo azul, formando algo como una nota musical.
El pulso se me aceleró y me levanté rápidamente, mirando a mi alrededor. Un reloj con forma de búho decía que eran las ocho y cuarenta y siete de la tarde.
—Está ocurriendo.
Aiden dijo algo, pero de nuevo un fuerte dolor me ardía bajo aquella marca. Empezó a salir sangre a gotitas. Me solté de Aiden y las piernas me temblaron al levantarme.
—Oh dioses…
—Álex… —Se puso de pie, con los ojos de par en par—. ¿Qué puedo hacer?
—No lo sé. No… —resoplé cuando el dolor comenzó a subirme por todo el brazo. Frente a mis ojos iba saliendo más sangre. Pequeñas gotitas, como si se tratase de una aguja de tatuar—. Oh dioses, las marcas, son como tatuajes. —Aquello no había pasado con las otras, las que Seth había hecho aparecer antes de tiempo.
—Dioses. —Aiden vino a por mí, pero me aparté. Tragó saliva y me miró a los ojos—. Álex, no va a pasarte nada.
El corazón me iba a mil, mucho más rápido. Sentí un miedo atroz en el estómago. Las marcas me saldrían por todo cuando acabase aquello, y estaba sucediendo muy, muy rápido. Un fuerte dolor se extendió por todo mi cuello, mojándome la piel. Cuando me llegó a la cara, chillé y caí al suelo. De rodillas, me doblé sobre mí misma, mientras me abanicaba con las manos.
—Oh… Oh dioses, voy a explotar. —Me costaba respirar.
Aiden se puso inmediatamente a mi lado, acercando sus manos a mí, pero sin llegar a tocarme.
—Tú… respira con fuerza, Álex. Respira conmigo.
Reí casi sin fuerzas.
—No… no estoy teniendo un bebé, Aiden. Esto es… —Una ráfaga de fuertes dolores me recorrió la espalda y volví a gritar. Puse las manos en el suelo, intentando respirar profundamente—. Vale… vale, estoy respirando.
—Bien. Lo estás haciendo muy bien —Aiden se acercó más—. Ya lo sabes, agapi mou. Lo estás haciendo muy bien.
Arqueé la espalda. No parecía que fuese tan bien. Preferiría enfrentarme a cien daimons sedientos de éter y una legión de Instructores antes que aquello. Las lágrimas me saltaron de los ojos mientras las marcas seguían apareciendo. Perdí toda la fuerza en las piernas, y Aiden me ayudó a tumbarme boca abajo.
La puerta se abrió y oí a Marcus.
—¿Pero qué…? ¡Oh dioses! ¿Está bien?
Me dolía mucho la cara por estar así, pero parecía que tenía la espalda en carne viva.
—Mierda…
—Está Despertando —dijo Aiden con voz tensa.
—Pero la sangre… —Oí que Marcus se acercaba—. ¿Por qué está sangrando?
Me puse de lado.
—Me está tatuando un enorme hijo de… —Otro grito silenció mis palabras y empecé a sentir un tipo de dolor diferente, moviéndose bajo mi piel. Era como un rayo recorriendo mis venas, friendo todas mis terminaciones nerviosas.
—Esto es… guau —dijo Deacon, y abrí los ojos. Había un montón de público en la puerta.
—¡Sácalos de aquí! —grité mientras me doblaba sobre mí misma—. Dioses, ¡esto es una mierda!
—Buah —escuché murmurar a Deacon—. Es como ver parir a un pollo o algo así.
—Oh dioses, voy a matarlo. —Podía sentir la sangre saliendo bajo mis vaqueros—. Voy a pegarle un puñetazo.
—Salid todos de aquí —gruñó Aiden—. Esto no es un maldito espectáculo.
—Y creo que sé quién es el padre —dijo Luke.
Aiden se puso de pie.
—Salid. De. Aquí.
Unos segundos después se cerró la puerta. Pensé que estábamos solos, hasta que escuché a Marcus.
—Es mi sobrina. Yo me quedo. —Oí que se acercaba—. ¿Se suponía… se suponía que iba a ser así?
—No lo sé. —La voz de Aiden sonó forzada, casi asustada—. ¿Álex?
—Estoy bien —respiré—, pero no… no habléis. Que nadie… —Se movió por todo mi tronco, abrasándome la piel. Me incorporé y agité las manos.
Maldita sea. No podía respirar. Solo sentía dolor. Iba a matar a Seth. No me dijo en ningún momento que Despertar iba a ser así, como si me estuviesen separando la piel de la carne.
Mi cuerpo se volvió a retorcer al sentir otra oleada de dolor atravesándome. No recordaba haberme caído al suelo o que Aiden me pusiese sobre su regazo, pero cuando abrí los ojos, estaba allí, encima mío.
Me comenzó a arder la piel, pero ya no sabía ni por dónde. Me estaban tatuando otra marca. No pude aguantar el grito, pero cuando salió de mis labios no fue más que un sollozo.
—No pasa nada. Estoy aquí. —Aiden me apartó el pelo de mi frente húmeda—. Casi ha acabado.
—¿En serio? —Jadeé y le miré. Le apreté la mano hasta sentir sus huesos contra los míos—. ¿Cómo cojones vas a saberlo? ¿Alguna vez has Despertado? ¿Hay algo…? —Mi propia voz ronca y cansada me interrumpió—. Oh, dioses, lo… lo siento. No quería hablarte mal. Es solo…
—Ya lo sé. Duele. —Aiden me miró de arriba a abajo—. No puede quedar mucho más.
Cerré los ojos con fuerza y me acurruqué sobre Aiden. Sus caricias, en parte, me calmaban el dolor. Me puse tensa cuando una potente luz brilló tras mis ojos. Un sonido sordo me tapó los oídos y de repente pude ver claramente el cordón azul en mi mente.
Era como si hubiesen activado un interruptor.
La información empezó a venirme de golpe. Miles de años de recuerdos de los Apollyons entraron en mí tal y como Seth me advirtió. Era como si me estuviese descargando algo de Internet. No podía verlo todo. La mayor parte no tenía sentido. Las palabras estaban en otro idioma, ese que Aiden hablaba de una forma preciosa. El secreto del nacimiento del Apollyon me llegó, igual que la naturaleza de los elementos y del quinto y último. Las imágenes iban y venían, batallas ganadas y perdidas hace siglos. Vi, sentí, akasha fluyendo por las venas de alguien por primera vez, quemando y destruyendo. Salvar, salvar muchas vidas. Y los dioses, les vi a través de los ojos de los Apollyons anteriores. Tenían una relación tensa y llena de desconfianza, pero allí estaba… y luego la vi. Sabía que era Solaris, lo sentí en mi interior.
La vi convertirse en un hermoso hombre, levantar las manos y susurrar unas palabras, palabras poderosas. De ella salía akasha, y en aquel instante supe que se había convertido en el Primero. No para matarlo, porque sus ojos reflejaban un amor infinito, sino para contenerlo, para pararlo. Me aferré a aquella información, pero había pasado a través de los años hasta el Primero… el Primero.
El cordón se estaba desenredando, moviéndose a toda velocidad entre el espacio y la distancia, buscando, siempre buscando. No podía pararlo, no sabía cómo. Un brillo color ámbar lo cubrió todo. Entre luces brillantes vi una cara. El arco natural de sus cejas doradas, la sonrisa traviesa en sus labios y sus pómulos me resultaban dolorosamente familiares. No sabía dónde estaba. No debería estar allí. Estábamos demasiado lejos. Pero al final del cordón vi a Seth y lloré.
En aquel instante supe que la distancia entre nosotros no suponía nada para nuestra unión. Podía ser que disminuyese la capacidad de sentirnos, pero no podía prevenir aquello. No con las cuatro marcas, no habiendo usado mi propia energía. Y también sabía que Seth había planeado todo aquello… por si huía.
Un haz de luz pasó por mi cordón y lo sentí —le sentí— pasar a través de mis escudos, llenándome, convirtiéndose en parte de mí. No tardó más de un segundo —un segundo—, y ya estaba rodeada de él. Yo era él. Yo ya no estaba, no había espacio para mí. Solo era él, siempre lo había sido.
Ya no podía respirar. Él estaba allí, bajo mi piel, su corazón latía junto al mío. Sus pensamientos y los míos se estaban mezclando y solo podía oírle a él.
Abrió los ojos. Una luz nueva brilló tras ellos.
Seth sonrió.
La luz chisporroteó y soltó un destello, y el mundo pareció acabarse.
Me estaba moviendo —no—. Me estaban moviendo. El dolor comenzó a disminuir lentamente, dejando tras de sí un picor que me cubría todo el cuerpo. Aquello también desapareció según mecían mi cuerpo hacia atrás y adelante. Sentía unas voces de fondo que eclipsaban las voces reconfortantes que me susurraban.
Tomé aire, respirando como si fuese la primera vez. Había muchas cosas en el aire que me rodeaba. Un fuerte olor a pino cubría todas las esquinas. Sentí sabor a especias y sal marina en la punta de la lengua.
—Agapi mou, abre los ojos y dime algo.
Abrí los ojos. Todo… todo parecía distinto, más claro y mejorado. Las luces temblaban, los colores estaban bañados de color ámbar. Me fijé en el hombre que me acunaba. Unos ojos plateados me miraban. Sus pupilas se dilataron y vi que se conmocionaba.
—No. —Aquella palabra sonó como si la hubiesen arrancado desde el fondo del alma de Aiden.
Se oyó un chasquido. Unos pasos se acercaron. Empecé a reconocer las formas, una más brillante que las otras.
Apolo miró sobre el hombro de Aiden y maldijo.
—Deja que se vaya, Aiden.
En vez de eso, me cogió con más fuerza, apretándome contra su pecho. «Hasta el final», pensé… estúpidamente valiente y leal hasta el final…
—Deja que se vaya. —Una puerta se cerró tras el dios brillante—. Ha conectado con el Primero.
El Primero, el único propósito de mi existencia. Mío. Mi otra mitad. Estaba allí, esperando. Ya estaba dentro de mí, viendo lo mismo que yo, susurrándome, prometiéndome que estaba viniendo. Seth. Mío.
Iban a morir todos.
Sonreí.