Capítulo 33

Nada… nada asombroso ocurrió en mi cumpleaños.

Durante toda la mañana, todo el mundo me miraba como si esperaran que me creciera una segunda cabeza o que saliese volando hasta el techo. Y la verdad es que no sentía nada distinto. No me habían salido más marcas de Apollyon. Las que ya tenía no me cosquilleaban. Intenté hacer levitar una silla de la cocina, no pasó nada y después me sentí estúpida. Por la tarde, todo aquello del Despertar resultó ser un tanto decepcionante.

—Hey. —Aiden asomó la cabeza en la habitación—. ¿Estás ocupada, cumpleañera?

Levanté la vista de la revista que Luke me había traído de la tienda.

—No. Solo estoy escondiéndome.

Aiden cerró la puerta tras de sí y sonrió.

—¿Por qué te escondes?

Me encogí de hombros, cerré la revista y la tiré al suelo.

—Siento que soy un Apollyon fallido o algo así.

—¿Por qué? —Se sentó a mi lado, con los ojos gris clarito.

—Todo el mundo no hace más que mirarme, esperando que ocurra algo. Antes, Marcus se me quedó mirando tanto rato que empezó a bizquear. Y mientras Solos estaba preparando la comida, me preguntó si podría calentar la sopa con el elemento fuego.

Aiden parecía estar aguantándose la risa.

Le pegué en el brazo.

—No es gracioso.

—Ya lo sé. —Respiró hondo, pero sus ojos seguían bailando alegres—. Bueno, algo gracioso sí que es.

Le miré.

—Puedo ganarte, ¿lo sabes?

Se inclinó hacia delante, curvando los labios en una sonrisa maliciosa.

—No puedes ganar lo que ya es tuyo.

Una extraña sensación se apoderó de mí al escucharlo, pero aún así le pegué en el hombro.

—Deja de intentar ganarme con tus palabras.

—Tengo algo que quiero enseñarte. —Se metió la mano en el bolsillo y sacó una cajita—. Y luego tienes que bajar y dejar de esconderte.

No podía apartar la vista de la cajita. Era totalmente blanca, pero estaba atada con un lazo rojo.

Empecé a pensar en joyerías.

—¿Qué es?

Aiden me la puso en la mano.

—Es tu cumpleaños, Álex. ¿Qué crees que es?

Levanté la mirada y nuestras miradas se cruzaron.

—No tenías que comprarme nada.

—Ya lo sé, pero quería hacerlo.

Quité la tapa, levantando el suave lazo de satén con el dedo meñique. En cuanto abrí la caja, casi me ahogo.

—Oh, vaya. Esto… es precioso.

Acostado sobre más satén, un cristal rojo oscuro, diseñado como si fuese una rosa, con sus pétalos tallados como si se dirigiesen al sol. Colgaba de una delicada cadena de plata que completaba su belleza. Lo saqué de la caja. La luz centelleaba y bailaba sobre la superficie.

—Aiden, es… ¿Dónde has encontrado algo así?

—Lo he hecho yo. —Sus mejillas enrojecieron—. ¿Te gusta?

—¿Que lo has hecho tú? —Abrí los ojos de par en par. Me costaba respirar. Me parecía increíble que pudiese diseñar algo así de extraordinario—. ¡Me encanta! ¿Cuándo lo has hecho?

—Hace tiempo —dijo poniéndose más rojo aún—. De hecho, fue después de que me dieses la púa. No tenía claro que pudiese… llegar a dártelo nunca. Me refiero a que empecé a hacerlo un día y según iba tomando forma pensaba en ti. Iba a dejarlo en tu habitación sin más, pero luego ocurrió todo eso… —Paró, como avergonzado—. Mejor me callo ya.

Me lo quedé mirando sin palabras.

—¿Seguro que te gusta?

Me puse de rodillas y le puse los brazos alrededor del cuello. Sujeté la rosa con la mano y le besé en la mejilla.

—Me encanta, Aiden. Es perfecto. Precioso.

Se rio, soltándose de mi fuerte abrazo que casi le ahogaba.

—Ven, déjame que te lo ponga.

Me giré obediente y me sujeté el pelo. Aiden cerró la cadena alrededor de mi cuello, y la rosa de cristal se posó sobre mi pecho. Me encantaba sentir su peso. Recorrí con mis dedos sus bordes delicados. Entonces me giré de un salto y le hice un placaje a Aiden.

Riendo, me agarró antes de que nos cayésemos los dos de la cama.

—Creo que sí que te gusta.

Le empujé y le di un beso.

—Me encanta. Te quiero.

Aiden me apartó el pelo, clavándome su mirada hasta el interior.

—Sé lo que estás pensando.

—Las grandes mentes piensan igual.

—Luego —gruñó.

Empecé a protestar, pero me puso de pie.

—Buuuh.

Me sonrió.

—Tienes que bajar.

—¿Tengo que hacerlo?

—Sí, así que no me discutas.

—Vale. Pero solo porque eres maravilloso y este colgante es precioso. —Hice una pausa y le di un golpecito con la cadera—. Y porque eres sexy.

Después, Aiden me sacó de la habitación. Antes de llegar a las escaleras me metí el colgante bajo la camiseta. Puede que todos supiesen o sospechasen algo, pero no era plan de soltarlo a los cuatro vientos, a pesar de que me habría encantado pasarles el colgante por las narices para que lo admirasen.

Seguí a Aiden hasta la cocina. Empecé a andar más despacio cuando vi a todos alrededor de la mesa.

—¿Qué está…?

Deacon y Luke se echaron hacia un lado.

—¡Feliz cumpleaños! —gritaron al unísono.

Miré hacia la mesa. Allí había una tarta de cumpleaños, decorada con dieciocho velas encendidas y… ¿Spiderman? Pues sí, era Spiderman. Con sus medias azules y rojas y todo.

—Era esto o Mi Pequeño Pony —dijo Luke sonriendo—. Supusimos que Spiderman te gustaría más.

—Además mola un montón, está escalando edificios y tal —añadió Deacon—. Quizá algún día, cuando te decidas a Despertar, serás igual de guay.

—Y yo he encendido las velas —dijo Solos encogiéndose de hombros—, y lo he hecho sin ayuda.

—Y yo les di el dinero —Marcus se cruzó de brazos—, por lo tanto he sido yo la clave de todo esto.

—Y tenemos refresco de uva. —Luke señaló hacia las botellas—. Es tu favorito.

—Esto… esto es alucinante. —Vi a Lea sentada detrás de Solos. Tenía el pelo apartado de la cara, pero aún tenía los ojos hinchados. Me vio mirándola y sonrió un poquito—. Es genial. Sois increíbles. En serio.

Deacon sonrió.

—Tienes que soplar las velas y pedir un deseo.

¿Qué podía pedir? Sonreí. Era fácil. Me incliné sobre la mesa, soplé las velas y deseé que todos saliésemos vivos de aquello, incuso Seth.

—¡Me pido la telaraña! —dijo Deacon con un grito y un cuchillo enorme en la mano.

—Argh. —Me aparté hacia Aiden.

—Es su cumpleaños —dijo Luke quitándole el cuchillo de la mano—. Le toca coger primero el trozo que quiera.

Reí.

—No pasa nada. Que se quede con la telaraña. Yo me pido la cabeza.

Nos pusimos a repartir la tarta y el refresco. Estaba abrumada por tanta atención. No me esperaba nada por mi cumpleaños excepto miradas extrañadas, pero aquello era increíble. Era fácil olvidarse de todo y de lo que simbolizaba aquel día. Allí, rodeada de mis amigos, las cosas parecían… normales.

Normales para ser un grupo de mestizos y puros celebrando un cumpleaños.

Vale. No era para nada normal, pero era el tipo de anormalidad que a mí me gustaba.

Agrupados alrededor de la mesa, reímos mientras compartíamos tarta y refresco. Lea se animó un poco y cogió un poco de glaseado. Los chicos seguían martirizándome y bromeando por no haber Despertado y Aiden intentaba que dejasen de hablar de ello. Era bonito ver cómo intentaba no defenderme demasiado ni ser sobreprotector. No es que necesitase que lo fuera, pero me pareció que era parte de su naturaleza. Era igual con Deacon… cuando no llevaba en la mano un cuchillo enorme.

Hacia el final de la celebración de mi cumpleaños, se oyó un característico ¡Pop! Que venía de la sala. Nos giramos. Rogué porque la runa funcionase en la casa, porque sin duda había un dios.

Apolo entró a la cocina. Lo primero que noté era que tenía los ojos azules, no de aquel blanco espeluznante.

—¿Qué tal está mi cumpleañera?

Por alguna razón, me puse roja del todo.

—Guay, abuelo.

Sonrió y se sentó junto a mí, quitándole a Deacon el cuchillo de la mano con cuidado.

—No parezco tan viejo como para ser lo que soy.

Eso era verdad. Parecía que tuviese veintitantos años, y eso lo hacía aún más raro.

—Y qué, ¿cuándo me ibas a contar que me engendraste?

—Yo no te engendré a ti. Engendré a un semidios hace siglos que, en algún momento, engendró a tu madre.

—Tíos, ¿podéis dejar de decir engendrar? —pidió Luke.

Apolo se encogió de hombros y cortó un trozo de tarta. Le devolvió el cuchillo a Deacon, que estaba como ausente.

—No creí que fuese necesario contártelo. No es que vaya a estar cuidando pequeñas Álex.

Me atraganté con el refresco y casi lo escupo todo. Alguien soltó una risita, seguramente Luke.

—Sí, eso no va a ocurrir.

—Mi hermana tendría que habérselo callado. —Dio un mordisco a la tarta, hizo una mueca y apartó el plato—. Lo importante no son nuestros lazos familiares.

Arrugué la frente.

—¿Sabéis qué? —Solos les puso a Deacon y a Luke la mano en el hombro—. Apuesto a que puedo ganaros a los dos al air hockey y hacer que me acabéis llamando mamá.

Luke resopló.

—Ni de coña.

Solos se llevó a los dos fuera de la sala, pero Lea seguía sentada en la silla con los brazos cruzados. Con la mirada amenazaba a quien se atreviese a pedirle que se marchara. Aquella era la Lea que conocía.

—¿Recuerdas cuando fuiste a ver a Marcus después de que la Abuela Piperi muriese? —Apolo cogió la botella de refresco.

—Sí. —Le pasé un vaso, preguntándome dónde quería llegar con aquello—. Fue un día difícil de olvidar.

—Ahá. —Olió el contenido de la botella, se encogió de hombros y se echó un poco—. Bien, entonces te habrás dado cuenta de que hay otro oráculo.

Miré a Marcus. Arqueó una ceja y se apoyó en la encimera.

—¿Qué tiene que ver el oráculo con todo esto?

Me acordé de Kari.

—¿Pero ella no había muerto también? —Como todos me miraron extrañados, tuve que explicarlo—. La conocí en el Inframundo. Dijo que sabía lo que iba a pasar.

Apolo asintió.

—Tuvo unas cuantas visiones antes de su… marcha. Mira, lo que pasa con los oráculos es que… las visiones que ellos tienen son suyas. Lo que ellos ven, otros no pueden verlo, y yo solo veo lo que el oráculo me cuenta. —Levantó el vaso de plástico, dio un traguito de prueba e hizo una mueca. Supongo que el refresco de uva no era su preferido—. Es parte de cómo funciona todo, no sé por qué necesitamos un oráculo en vez de ser yo el que sepa el futuro —continuó mientras me miraba—. ¿Te dijo algo mientas estabais allí?

Negué con la cabeza.

—Solo que sabía que iba a conocerme y… y que sabía cómo iba a acabar todo. Pero saber cómo acaba no me dice lo que debo hacer.

Apolo hizo una mueca.

—Seguro que el oráculo lo sabe. Pero Hades no me va a dejar bajar y hablar con ella, no después de lo que ha pasado con mi hermana. Las profecías cambian continuamente, no hay nada grabado en piedra.

—Eso dijo Artemisa. —Aiden se sentó junto a Lea—. ¿La profecía ha cambiado?

—No exactamente.

Se me estaba agotando la paciencia.

—Vale, ¿qué está pasando, Apolo? Artemisa dijo que aún había esperanza y mencionó algo de la profecía. ¿Podrías, no sé, ir al grano?

—El nuevo oráculo no ha tenido ninguna visión, así que la última sigue ligada a la oráculo que está muerto. Así que solo tenemos lo que ya sabemos. —Sus labios se torcieron en una media sonrisa—. Algunos pensamos que podrás parar a Seth. La profecía…

—Ya sé lo que dice la profecía, uno para salvar y otro para destruir. Lo entiendo, pero lo que no comprendo es por qué os arriesgáis a que Seth se ponga en plan Godzilla con vosotros. Si me elimináis, acabáis con el problema. —Ignoré la mirada de Aiden y me puse de pie—. Aunque hay algo más. Sabes algo más.

—Sabes que la profecía dice que solo puede existir uno de vosotros. No hay vuelta de hoja. —Apolo apoyó la espalda, poniendo los brazos por encima del respaldo—. ¿En serio crees que todo esto ha sido idea de Lucian? ¿Que sabía lo tuyo sin que nadie se lo dijese? ¿Que ha ganado tantos apoyos solo por su cara bonita?

Empecé a dar vueltas.

—Yo no me esperaría tanto de él.

—Pues bien, porque le han ayudado. Estoy seguro —dijo Apolo—. Lo que significa que evitar que Seth se convierta en el Asesino de Dioses no arregla el problema de fondo. El dios que está detrás de todo esto encontrará otra forma de obligar al Olimpo a entrar en guerra y, si eso ocurre, afectará al mundo de los mortales. ¿Visteis lo que hizo Poseidón? Pues eso no es nada comparado con lo que puede ocurrir.

—Estupendo. —Al ritmo que daba vueltas iba a acabar desgastando el suelo—. ¿Y tienes alguna idea de quién es ese dios?

—A muchos de los nuestros les gusta causar caos por simple diversión.

—Hermes —dijo Marcus. Todos le miramos. Levantó las cejas, expectante—. Hermes es famoso por hacer trastadas y crear caos. —Nadie dijo nada. Marcus sacudió la cabeza—. ¿Es que no prestáis atención en vuestras clases de Mitos y Leyendas?

—Hacer que Lucian se revele contra el Consejo y contra los dioses no es una trastada —dijo Aiden—. ¿Y por qué iba a querer Hermes hacer algo así? ¿No se pone él mismo en peligro con Seth?

—No si Hermes controla a Lucian —callé. Un mal presentimiento empezó a recorrerme la espalda—. Lucian controla a Seth… por completo. Estaría a salvo.

—Hermes siempre ha sido el bufón personal de Zeus y su pelele. —Apolo se puso de pie andando alrededor de la mesa. Se quedó junto a la ventana—. Últimamente, Hermes ha estado… desaparecido. No me había dado cuenta porque he pasado mucho tiempo aquí. Todos estamos yendo y viniendo, nunca pasamos demasiado tiempo lejos del Olimpo.

Marcus se puso tenso.

—¿Crees que es posible que Hermes haya estado entre nosotros?

Nos miró por encima del hombro. Algunos mechones de pelo le caían sobre la cara, tapándole la mitad.

—Como ya he dicho otras veces, si el otro dios se asegura de que no nos crucemos nunca, es posible. Tened en cuenta que puede que no sea Hermes. Podría ser cualquiera de nosotros. Sea quien sea, hay que pararlo.

Le miré y me pregunté cómo creía Apolo que cualquiera de nosotros podría parar a un dios. Solo Seth podía, y no estaba en nuestro equipo.

—¿Entonces, cómo puede pararlo ella? —preguntó Lea con voz ronca—. ¿Cómo puede parar a Seth? ¿No es esa la razón de todo esto?

Apolo le dedicó una sonrisa.

—Eso es. Cuando Alexandria Despierte tendrá que matarlo.