Sí que me gritó, mucho. Y me lo merecía. Últimamente, Aiden había tragado con mucho por mi culpa. Sabía por qué, mis motivos, pero no estaba de acuerdo conmigo. Yo sabía lo que estaba pensando en ese momento y seguía teniendo sentido. No quería morir, pero tampoco que nadie más muriese si con entregarme todo paraba.
Hacia la mitad de la segunda parte del viaje, cuando las ruedas iban comiendo más y más kilómetros, me cogió la mano. No me había perdonado, pero no quería enfadarse más conmigo. Estábamos progresando. Cuando llegamos a Atenas, aún no tenía muy claro si que Artemisa disparase a Hades en la cabeza había sido un buen movimiento o no.
Unos altos pinos y montañas de nieve nos dieron la bienvenida al llegar a la cabaña, situada al borde del bosque nacional. Sin Marcus y el elemento aire no habríamos podido pasar ni de broma por aquella carretera perdida. Le costó más de una hora limpiar el camino.
La cabaña era estupenda, hecha de troncos y rodeada por un porche. Si no hubiese estado tan cansada, habría apreciado más aún su belleza.
—¿Sabíais que Atenas es uno de los sitios con más fenómenos paranormales de todo Ohio? —dijo Solos al abrir la puerta.
—Ella no cree en fantasmas. —Aiden se cargó nuestras bolsas al hombro. Tenía las mejillas rojas por el frío, pero yo apenas lo notaba. Solo quería una cama para dormir durante el resto del día.
—¿En serio? —Solos sonrió—. Pues entonces tendremos que llevarte al antiguo Manicomio de Atenas y ver si cambias de opinión.
—Suena divertido —murmuré. Deacon y Luke acompañaban a Lea al interior—. ¿Cómo voy a estar a salvo aquí? ¿Qué va a evitar que un dios nos bombardee?
Solos frunció el ceño.
—Aquí estamos a salvo.
—Mira arriba. —Aiden se cambió las bolsas de lado y señaló encima de la puerta principal. Tallada en la madera estaba la misma runa en forma de ese que tenía en el cuello—. Apolo nos dijo que ningún dios que tenga malas intenciones contra alguien de esta casa puede pasar.
—La runa de la invencibilidad. —Me froté la nuca como ausente según cruzaba la puerta—. No sabía que podías ponerle runas a una casa. Es bastante útil.
Por dentro era igual de bonita. Unos ventanales dejaban pasar los últimos rayos de sol y habían pulido los suelos de madera hasta hacerlos brillar. Me recordaba un poco a la casa de Gatlinburg y me dio un escalofrío.
—¿Estás bien? —susurró Aiden detrás de mí.
—Sí, solo estoy muy cansada.
Solos nos enseñó las habitaciones. Lea estaba abajo, con Marcus y Luke. Deacon eligió la enorme habitación que había sobre el salón, y el resto teníamos las habitaciones arriba. Todos formaban pequeños grupos y Marcus miraba por una de las ventanas, sumido en sus pensamientos.
Aiden llevó mis cosas hasta una bonita habitación de aspecto rústico y las puso sobre la cama. Se dio la vuelta y nuestras miradas se cruzaron. Desde el día que me fui con Seth no habíamos vuelto a estar solos. El viaje en coche no contaba, estábamos huyendo para salvar nuestras vidas después de presenciar una tragedia. No estábamos pensando precisamente en tocarnos ni besarnos.
Pero ahora todo volvió con fuerza.
Cruzó el espacio que nos separaba y cogió mi cara entre sus manos. Sus dedos eran elegantes, pero tenía algunos callos después de años de entrenamientos. Sus manos me encantaban. Inclinó la cabeza hacia el mismo lado que yo, sus labios a apenas unos centímetros de los míos.
—Después —me prometió, y puso sus labios sobre los míos.
Fue un beso amable, dulce y demasiado rápido. Los labios me hormigueaban un rato después de que saliese de mi habitación. ¿Después? ¿Cómo iba a haber un después en una casa llena de gente? En cuanto logré averiguar cómo usar la ducha sin ahogarme, me di una ducha caliente para que el agua aliviase mis doloridos músculos. Luego me cambié y le lancé a la cama una mirada de deseo mientras salía de la habitación. Tenía que hacer algo antes de descansar.
Lea estaba sentada en la cama con las piernas cruzadas mirando la pantalla del móvil. Cuando llamé a la puerta, que estaba abierta, levantó la mirada.
—Hey —dije.
Me miró durante varios segundos y se aclaró la garganta.
—Le he mandado un mensaje a Olivia, que está en Vail, diciéndole que estamos bien.
—¿Sabe qué va a hacer? —Me senté en la cama a su lado, pasándome las manos por el pelo mojado. Me acordé del mensaje que tenía de Caleb para ella. Con suerte, podría decírselo pronto.
—No. Su madre. —Se quedó sin voz y tragó saliva—, su madre está muy asustada. Creo que se van a ir a Nueva York.
Pensé en mi padre y se me encogió el corazón. ¿Volvería a verle? Entonces me sentí mal por pensarlo. Lea había perdido a toda su familia.
—¿Ahí estarán a salvo?
Su pelo cobrizo y largo, que había envidiado durante años, le tapó la cara al mirar hacia abajo.
—Eso piensa. Me dirá algo en cuanto su madre sepa algo más.
Asentí y puse las manos en mi regazo.
—Lea, siento mucho lo que ha pasado.
Tomó aire y pareció que todo su cuerpo se sacudía.
—Ya lo hemos vivido antes.
—Lo sé.
Lea levantó la cabeza. Sus ojos color amatista brillaban por las lágrimas.
—Sé que no es tu culpa. Ni lo que hizo tu madre, ni… ni lo que hizo Seth. Todas las muertes que he visto o me han rodeado han tenido que ver contigo. No son tu culpa, pero han ocurrido.
Aparté la mirada y sentí el peso de los últimos diez meses sobre mis hombros. Diez meses de muertes, comenzando con la de mi madre en Miami, y sabía que aún no había acabado todo. Con los dioses metidos en todo aquello y Seth buscándonos, aquello no había acabado.
Pero aún así, lo que yo sentía no era nada comparado con lo que Lea estaba pasando.
—Y no puedo… no puedo mirarte sin ver todas sus caras —susurró Lea—. Lo siento. No te culpo, pero… pero ahora mismo no puedo mirarte.
Asentí, tensa, y me puse de pie.
—Lo siento —repetí. Era lo único que podía decir.
—Lo sé.
Salir de su habitación no hizo desaparecer la culpa y meterme en la cama no hizo que nada de lo que había pasado desapareciese. La culpa que sentía no era igual que cuando murió Caleb. Esto era como si tuviera un hijo que había hecho algo horrible y todo el mundo me mirase, preguntándose en qué momento se había echado todo a perder. Sentía culpa por asociación.
Me puse de lado, de cara a la ventana. Fuera seguía nevando. La naturaleza estaba en su mejor momento cuando era tan hermosa como mortal.
Ver la nieve caer me vació la mente de todo lo que estaba pasando, dejando en su lugar una especie de neblina hasta que el cansancio reclamó su lugar y me llevó consigo.
Un beso ligero me despertó un rato después y me obligó a abrir los ojos. Aiden me sonrió mientras recorría mi pómulo con su pulgar.
—¿Qué haces? —pregunté somnolienta—. ¿Y si alguien te ve aquí?
—Solos se ha llevado a Deacon y a Luke a la tienda, ahora que la nieve ha parado un poco. Lea está descansando y Marcus está vigilando. —Se acurrucó junto a mí, encontró mi mano y entrelazó sus dedos con los míos—. Además, creo que tampoco pasará nada si el secreto sale a la luz.
Eché la cabeza hacia atrás, buscando sus ojos con la mirada.
—¿A qué te refieres?
—Estamos en una casa llena de mestizos, a excepción de Marcus y mi hermano. A Deacon seguro que no le importa y Marcus…
—Mi tío es fiel a las normas —susurré.
Aiden rozó la punta de mi nariz con los labios.
—Marcus lo sabe, Álex. No está ciego.
—¿Y le parece bien?
—No diría exactamente bien. —Sonrió—. De hecho, me dio un puñetazo cuando lo supo.
Le miré.
—¿Qué dices?
Rio.
—Sí, me dio un puñetazo en toda la cara cuando volvió de Nashville. Dos, de hecho.
—Oh dios… —Apreté la boca para no reír. No era gracioso, pero sí.
—El primero, porque estabas con Seth y Lucian. El segundo, cuando supo lo nuestro.
—¿Y cómo lo supo? Tuvimos mucho cuidado. —Y era cierto.
—Creo que llevaba sospechando algún tiempo —dijo pensando—, pero lo supo cuando te fuiste. Creo que aquellos días fui bastante transparente.
Quise borrar las líneas de preocupación que aparecieron en su frente. En el camino hasta allí estuvimos hablando sobre el tiempo que había pasado en casa de Lucian y le aseguré mil veces que no me habían hecho daño, pero eso aún seguía preocupándole. Igual que cuando morí, era algo que Aiden seguiría llevando dentro.
—¿Y qué te dijo? —le pregunté al final.
—No creo que quieras saberlo. Es una de las pocas veces en que he escuchado a Marcus soltar improperios.
Sonreí y volví a poner la cara sobre la almohada. Los dioses sabían que yo ya estaba acostumbrada a ver a Marcus enfadado.
—No pareces muy preocupado porque él lo sepa.
—La verdad es que no. Ahora mismo hay cosas más… apremiantes por las que preocuparse.
Tenía toda la razón.
—Parte de mí desea que mañana no llegue nunca.
Me besó en la frente.
—No pasará nada, Álex.
—Lo sé. —Cerré los ojos y me acomodé—. Es solo que no sé qué esperar, ¿sabes? ¿Me convertiré automáticamente en algo superguay? ¿O iré por ahí disparando akasha a la gente sin querer? —¿O conectaría con Seth? Pero aquello no quería ni decirlo.
—Pase lo que pase, seguirás siendo Álex… seguirás siendo agapi mou, mi vida. Tu solo… no vuelvas a asustarme como hoy, ¿vale? Estamos juntos en esto.
—¿Hasta el final?
—Hasta el final —susurró.
Unas malditas lágrimas asomaron en mis ojos. Era muy de niña, pero aquellas palabras eran perfectas, era lo que necesitaba escuchar.
—Volvamos a hacer planes. Me gustó. —Levanté las cejas cuando volvió a reír—. ¿Qué pasa?
—Es que eres, no eres alguien que suela planear las cosas.
Sonreí, porque tenía parte de razón.
—Pero esos planes sí que me gustan.
—Vale. —Me acarició la palma de la mano con su pulgar—. He estado pensando en el futuro, nuestro futuro.
Me encantaba cómo sonaba aquello, nuestro futuro. Cuando Aiden lo decía, parecía hasta posible.
—¿Y a qué conclusión has llegado?
—Es más bien algo que he decidido. —Soltó su mano y me echó el pelo hacia atrás—. No quiero seguir en nuestro mundo.
Le agarré la mano, bajándola hasta donde me latía el corazón a mil, y me separé un poco de su abrazo.
—¿Cómo? ¿A qué te refieres?
Sus espesas pestañas le ocultaban los ojos.
—Si nos quedamos en este mundo, el mundo de los Hematoi, no podremos estar juntos. A algunos nos les importará, pero… es un riesgo demasiado grande, incluso aunque nos asignaran la misma zona.
Me quedé sin aliento mirándole.
—Pero si te vas no podrás volver a ser Centinela, y lo necesitas.
Levantó la mirada, mirándome a los ojos.
—Y lo necesito. Ser Centinela es importante para mí, pero no es mi mundo, mi vida ni mi corazón. Y tú sí. Y te quiero en mi vida, de verdad. Y esta es la única forma.
De repente me entraron ganas de llorar. Otra vez. Ni siquiera era capaz de formar una palabra coherente y sabía que él podía sentir cómo el corazón me golpeaba el pecho, contra su mano, pero me daba igual. Aiden se inclinó hacia delante, rozando sus labios con los míos.
—Te quiero, Álex. Renunciaría a todo por ti y sé que tú también lo has estado pensando, pero eso ahora depende de ti.
¿Sería capaz de renunciar a aquella… necesidad casi natural de convertirme en Centinela? ¿Podría ignorar el deseo producido tras tantos años de inculcarme el deber y la necesidad de, de alguna forma, vengar lo que le pasó a mi madre? Dejar aquel mundo requería volver a asimilar todo lo que conllevaba el mundo mortal, algo que no se me había dado nada bien durante tres años. En aquel momento volvieron a aflorar antiguos miedos, empezar a venir a mi mente años de no haber encajado nunca, de haber sido siempre la rara. Con la mayor parte de los mortales nos sentíamos al mismo tiempo tan incómodos como atraídos por ellos. Era difícil estar a su lado, siempre fingiendo.
Pero había estado pensando en un futuro donde no hubiese un Covenant ni tuviese que ser Centinela. Lo que pasaba era que nunca había pensado que pudiese convertirse en algo real, pero cuando miraba a Aiden a los ojos y veía amor, amor por mí, sabía que podía hacerlo. Podíamos hacerlo. Aiden lo merecía. Nuestro amor lo merecía. Vivir como una mortal me había ahogado antes, pero ahora podía darnos la libertad que deseaba. Y juntos, cualquier cosa parecía posible.
Levanté la cabeza y vi su mirada plateada. Siempre era capaz de saber lo que Aiden sentía por el color de sus ojos; en aquel momento estaba renunciando a todo y aún así me dejaba elección.
—Sí. Podría hacerlo —susurré—. Lo haré.
Un temblor sacudió el cuerpo de Aiden.
—Temía de que dijeses que no.
Con los ojos borrosos, le puse una mano en la mejilla. Una barba de un día me rascó la palma de la mano.
—Nunca podría decirte que no, Aiden. No querría hacerlo. Pero… ¿qué pasa con Deacon y Marcus? ¿Qué hacemos con ellos?
—Creo que podrían saberlo. Podemos confiar en ellos.
Había demasiados «y si» en su plan. ¿Cómo íbamos a poder escapar del Covenant y de una sociedad que seguramente sería bastante reacia a dejarnos ir a cualquiera de los dos? Necesitábamos un plan, uno bueno, si es que podíamos llegar a hacerlo funcionar, pero en aquel momento, la simple idea me llenaba de calor y esperanza. Y la esperanza era algo frágil, pero me hacía seguir adelante.
Aiden agachó la cabeza y puso sus labios sobre los míos. Hizo un sonido con la garganta mientras me daba un profundo beso. Su forma de tocarme dio paso a algo más. Hizo rodar su cuerpo y se acomodó a mí como una manta. El corazón se me iba a salir del pecho. Estaba sintiendo mil cosas a la vez, pero no era suficiente, nunca era suficiente. Había un deseo devastador y crudo que nunca desaparecería. Perdí la noción de las manos de Aiden y de cuántas veces nos besamos mientras nuestros cuerpos se movían juntos y, en aquellos momentos, por fin logramos un modo de parar el tiempo.