Capítulo 31

Hacerlo a las malas no pareció nada divertido cuando Solos intentó sacar a Deacon de la tienda y vio que las puertas no se podían abrir. En el otro lado, Aiden y Marcus intentaban desesperadamente abrir las puertas, llegando incluso a tirar un banco al cristal blindado, sin resultados.

Las cosas fueron de mal a horriblemente peor en segundos. Hades no estaba solo, no había olvidado el gruñido animal de antes. Detrás de Hades, el aire vibró en dos lugares, desde donde salieron dos enormes perros de tres cabezas.

Uno era negro y el otro marrón, pero los dos eran horribles. Estaban cubiertos de pelo enmarañado y tenían unos hocicos largos y sin pelo. Cada cabeza tenía una enorme boca que podía tragarse un bebé entero, y sus garras parecían despiadadas y afiladas. Seis pares de ojos brillaban como rubíes rojos. Al final de sus colas de rata tenían una especie de mangual, un arma del estilo del lucero del alba, duro y lleno de pinchos.

Flaqueaban a Hades, gruñendo y lanzando mordiscos al aire.

Estábamos bien fastidiados.

—Os presento a Muerte —Hades señaló al perro negro—, y Desesperación, Cerbero es el orgulloso padre de estos dos chicos.

—Bonitos nombres —dije con un gallo y extendí las dos afiladas hojas de la daga.

—¿Quieres jugar, amor?

—La verdad es que no. —No estaba segura de a cuál de ellos debía vigilar.

—No es nada personal —dijo Hades—, pero no podemos permitir que el Primero se convierta en lo que tememos. Él ya ha elegido, ahora nos toca elegir a nosotros.

Tal y como yo lo veía, intentar matarme era algo personal. Vi a Hades levantar la barbilla alrededor de un centímetro y di un salto hacia un lado justo en el momento en el que Desesperación se lanzó contra mí. Salí disparada hacia la estantería de los dulces y esperé a que Solos pudiese proteger a Deacon. Agarré una estantería y la tiré al suelo. Desesperación saltó sobre un montón de chocolatinas, clavando las garras a través de los papeles y el chocolate. Miré por encima del hombro.

Desesperación perdió el equilibrio y resbaló hasta uno de los frigoríficos de pie, atravesando el cristal. Las botellas de refresco salieron volando por el aire, soltando el gas al caer contra el suelo. Aprovechándome de la situación, di un giro y clavé el extremo curvado en la cabeza más cercana. La hoja atravesó limpiamente los músculos y la carne, y tras un aullido, Desesperación se convirtió en un perro de dos cabezas… hasta que del hueco empezó a crecer otra maldita cabeza. Recuperado por completo, Desesperación mostró los colmillos y dio con las patas en el suelo.

Me aparté.

—Perrito bueno. Perrito bueno.

Desesperación se puso en posición de atacar, con sus bocas lanzando mordiscos al aire.

—¡Perrito malo! —Salí disparada corriendo, tirando al suelo cajas de cerveza y todo lo que podía agarrar. Por encima de las estanterías pude ver a Deacon con la espalda contra las puertas. Aiden y Marcus estaban al otro lado, con caras de terror. Solos estaba peleando con Muerte, esquivando cabezas a derecha e izquierda.

Y Hades, bueno, simplemente estaba allí en medio en su enorme gloria divina.

—¡Ve a por el corazón! —gritó Solos por encima de todo el caos—. ¡El corazón del pecho, Álex!

—¡Como si no supiese donde está el maldito corazón! —Lo que pasaba es que no quería acercarme tanto a aquella cosa. Aceleré al ver el comedor. Tuve una idea, no era buena, pero mejor que correr dando vueltas por la tienda con un pitbull mutante persiguiéndome.

Di un salto sobre las sillas y caí sobre la mesa. Me di la vuelta y agarré una silla de metal, sujetándola con las patas hacia arriba. Desesperación dio un salto, apartando las sillas, y aterrizó sobre la silla, chillando y revolviéndose al clavarse las patas de metal en su vientre. El impacto reventó la mesa y los dos caímos al suelo. Por poco no me clavó las garras en la cara. Sus tres cabezas colgaban a pocos centímetros de mi nariz, y su aliento cálido y pútrido me dio arcadas.

Giré las caderas, tiré a Desesperación hacia un lado y me puse de pie. Desesperación cayó de espaldas, moviendo las patas en el aire. Aguanté las ganas de vomitar y salté sobre la silla. Mi peso hizo que los pedazos de metal se clavasen y atravesasen las costillas protectoras. Un segundo después, el perro no era más que una pila de polvo azul brillante.

Levanté la cabeza y me di la vuelta.

—Uno menos…

Hades soltó un grito furioso que hizo temblar las estanterías y tiró al suelo cosas de todas las formas y tamaños.

Entonces desapareció.

—Vaya, ha sido fácil. —Giré la daga y vi a Solos esquivar una de las cabezas de Muerte.

—¿Has visto eso? Hades se ha acojonado… oh, mierda.

Las estanterías volaban, sillas y mesas salían despedidas por los aires, apartadas por una fuerza invisible. El suelo tembló bajo mis pies cuando me aparté. Entonces recordé que Hades podía volverse invisible. El miedo me cubrió como una oscura y grasienta ola de calor.

—No es justo —dije mientras dirigía la hoja hacia algo, que esperaba que no fuese solo un espacio vacío.

Una mano invisible me cogió el brazo y lo retorció. Chillé de dolor y sorpresa y solté la daga. Hades volvió a aparecer.

—Lo siento, amor, en la guerra todo vale.

Una luz cegadora inundó la tienda, seguida de un chasquido. Entonces, algo pasó volando a toda velocidad junto a mi mejilla. Pude ver un reflejo plateado justo antes de que Hades me soltase el brazo y cogiese la flecha en el aire.

—Artemisa, eso no ha sido nada bonito. —Hades rompió la flecha en dos y la tiró a un lado—. Puedes sacarle un ojo a alguien con una cosa de esas.

A continuación sonó una suave risa femenina, como de cascabeles. Unos metros por detrás de nosotros, con las piernas abiertas y un arco plateado en una mano, estaba Artemisa. En vez del raso blanco con el que se le conocía, llevaba unas botas altas militares y unos pantalones de camuflaje rosa chillón. Una camiseta de tirantes blanca completaba ese estupendo conjunto.

Se sacó otra flecha del carcaj que llevaba a la espalda.

—Déjalo, Hades.

Hades apretó los labios.

Puso la flecha en el arco.

—La próxima no la podrás coger, Hades. Y a ella no te la vas a llevar.

Me aparté despacio de aquella pelea entre dioses, sin tener ni idea de por qué había venido Artemisa en mi ayuda. Por el rabillo del ojo vi que Muerte ya había sido derrotado. Cogí la daga del suelo.

Hades dio un paso al frente. El suelo se despegaba y humeaba bajo sus botas.

—¿Por qué intervienes, Artemisa? Sabes qué va a pasar. Estamos todos en peligro.

—Ahí está parte de la descendencia de mi hermano gemelo, nos pertenece. —Artemisa tensó el arco y se echó el pelo, rubio y largo hasta la cintura, por encima del hombro—. Lo que significa que es de mi propia sangre. Así que, te lo diré una vez más, por si acaso Perséfone te ha ablandado ese cerebro tuyo, déjalo ya.

Abrí la boca de par en par. ¿Descendiente de Apolo? Oh no… oh, narices, no…

—¡Me da igual que sea la heredera del maldito trono, Artemisa! ¡Tenemos que evitar que el Primero tenga todo el poder!

Artemisa movió los dedos.

—No puedes hacerle daño, Hades. Y punto.

Puso cara de incredulidad.

—No le haré daño… en realidad no. Puedo llevármela al Inframundo. Ni siquiera le dolerá. Artemisa, no podemos dejar que esta amenaza siga adelante. Sé razonable.

—Y yo no puedo dejar que le hagas daño. Y no es negociable.

—¿Así que te arriesgas a que haya más destrucción? ¿Has visto lo que ha hecho hoy Poseidón? ¿O estabas demasiado ocupada cazando y jugando con tus compañeras?

Artemisa sonrió burlona.

—Ahora mismo no quieras cabrearme, Hades. No cuando tienes una flecha apuntándote directamente entre los ojos.

Sacudió la cabeza.

—¿Sabes qué hará Zeus si el Primero se convierte en el Asesino de Dioses? Lo pondrás todo en peligro, las vidas de nuestra descendencia y a los mortales, ¿por qué? ¿Por unos lazos familiares casi diluidos?

—Lo pondremos en peligro por cualquier cosa —respondió tranquilamente—. ¿Sabes qué es lo gracioso de las profecías, tío?

—¿Que siempre están cambiando? —dijo Hades en tono burlón—. ¿O que no son más que un montón de patrañas?

En otro momento le habría aplaudido, pero teniendo en cuenta que Hades quería matarme, creo que no era plan de celebrar que tuviésemos la misma opinión sobre el oráculo.

Artemisa echó el brazo hacia atrás.

—Como tú quieras.

Hades destilaba furia por todos sus poros. Aguanté el miedo y di un paso atrás, esperando una superpelea divina entre los dos.

—Nunca debí haber permitido que su alma volviera —soltó Hades—, Apolo me prometió que nunca llegaríamos a esto.

—Todavía hay esperanza —dijo Artemisa.

Esas palabras despertaron algo en mí. Aún hay esperanza. ¿De verdad? Yo había visto la expresión en los ojos de Seth; lo lejos que había llegado al sacar akasha de mí y apuntar al Consejo. Poseidón había acabado con el Covenant y aún caerían más. Más gente inocente moriría. Seguro que moría gente a la que quería, todo por protegerme.

Miré hacia la puerta y vi a Aiden y su cara pálida junto a la de Marcus. Me habían creado como a un peón, para darle todo el poder a Seth. No se podía hacer nada contra aquello. No podíamos pasarnos la vida escondidos. No iba a funcionar. En menos de un día iba a Despertar y Seth me encontraría. Y entonces todo habría acabado.

No sentía el cuerpo al girarme hacia los dos dioses.

—Esperad. —Mi voz apenas fue un susurro, pero todos se quedaron quietos.

—¡No! —gritó Deacon intentando pasar por delante de Solos—. ¡Sé lo que va a hacer! ¡Álex, no!

Mis ojos se inundaron de lágrimas al ver su expresión horrorizada.

—No puedo… no puedo dejar que vuelva a pasar lo de allí.

Deacon intentó zafarse de Solos, con los ojos de color plata, como los de su hermano, muy parecidos.

—Me da igual. Eso matará… —Tragó saliva y sacudió la cabeza—. No puedes hacerlo, Álex.

Aiden se moriría.

Hades juntó las manos.

—Ves. Hasta ella lo entiende.

El corazón se me hizo pedazos.

Artemisa abrió los ojos de par en par.

—Alexandria, por favor, entiendo que la parte mortal que hay en ti te pida que te conviertas en un mártir, pero tienes que callar, en serio.

—La gente seguirá muriendo y Seth me acabará encontrando. —Apreté el botón y las hojas de la daga se plegaron—. Le he visto. Se ha… —No pude acabar la frase. Decir que Seth se había perdido era demasiado conclusivo y, de alguna forma, me rompía el corazón.

Hades me miró. Sus ojos brillaban, llenos de electricidad. Por un momento eché de menos a Apolo. Por lo menos él cambiaba sus ojos de color cuando estaba cerca de mí, haciendo que pareciesen normales. Hades no hacía lo mismo.

—Haces lo correcto —dijo suavemente, de una forma reconfortante—. Te prometo que no sentirás nada. —Extendió una mano hacia mí—. Será muy fácil, amor.

La brecha en mi pecho se hizo más grande y aguanté las lágrimas. Aquello no era justo, pero era lo correcto. Haría daño a Aiden, a Marcus y a mis amigos, pero también les protegería. Esperé que algún día lo entendieran. Por encima del sonido de mi sangre bombeando, pude oír que Solos gritaba mi nombre. Lentamente levanté la mano.

—Eso es —susurró Hades—, cógeme la mano.

Nuestros dedos estaban separados por unos pocos centímetros. Podía sentir la extraña mezcla de calor y frío helado. Me obligué a vaciar la mente. No podía permitirme pensar en lo que estaba haciendo, porque me acobardaría.

—Hades —dijo Artemisa.

Se giró levemente.

—Quédate…

Artemisa soltó la flecha y dio justo donde ella quería, entre los ojos de Hades. Entonces, él simplemente se desvaneció, igual que lo hizo la Abuela Piperi en el jardín, la noche que me dio su última profecía. El penetrante olor a paredes húmedas y cuevas desapareció y la flecha cayó al suelo.

Me puse una mano sobre la boca para ahogar un grito.

—¿Está… le has matado?

—No. —Artemisa rio—. Solo lo he dejado fuera de combate durante un rato.

Bajó el arco y giró la muñeca. Las puertas se abrieron. Marcus y Aiden entraron corriendo y se pararon al ver a Artemisa. Ninguno de los dos puros parecía saber qué hacer.

Artemisa volvió a meter la flecha en el carcaj y le lanzó a Aiden una sonrisilla sexy.

—Cada vez están más ricos —dijo en un ronroneo.

Seguía demasiado sorprendida como para ponerme celosa y le miré.

—¿Por qué? Él tenía razón. Soy un riesgo demasiado grande. Lo entiendo.

Artemisa me miró con aquellos ojos completamente blancos.

—Mi hermano no se ha jugado la ira de Zeus y la pérdida de cierto miembro de su cuerpo para que ahora vayas tú y acabes con tu vida.

Intenté ignorar el torbellino de ira que se estaba formando a mis espaldas. No tenía muchas ganas de ocuparme de Aiden.

—No lo entiendo. Nadie puede esconderme para siempre. Seth me encontrará y ¿entonces qué? Se convertirá en el Asesino de Dioses y habrá otro dios que se asuste y destruya una ciudad entera.

Artemisa flotó hasta mí. Sus movimientos elegantes no concordaban para nada con su atuendo de princesa guerrera.

—O puedes cambiar las tornas con el Primero y todos aquellos que piensan que pueden derrocar a los dioses.

—¿A qué te refieres? —dijo Marcus. Se puso rojo cuando Artemisa se giró hacia él. Hizo una enorme reverencia y se incorporó—. ¿Cómo puede Alexandria cambiar las tornas? En cuanto Seth le ponga un dedo encima, se convertirá en el Asesino de Dioses.

—No necesariamente —respondió tranquila.

Pestañeé rápidamente.

—¿Puedes explicarte?

Artemisa sonrió. Por imposible que pareciese, estaba más guapa… y escalofriante.

—Es cierto que mi hermano… te tiene cariño, pero eres muy valiosa para nosotros. Algunos quieren verte muerta, es cierto. Y Hades volverá… en algún momento, igual que las furias que quedan. Pero pronto Despertarás y serás fuerte, más fuerte de lo que te imaginas.

Cualquiera de mis habituales respuestas graciosas me habrían hecho ganarme un flechazo en la cabeza, así que no tenía ni idea de qué decir.

Se paró frente a mí. Cuando me cogió la barbilla con sus dedos suaves pero fríos como el hielo, me dieron ganas de apartarme. Me echó la cabeza hacia atrás.

—Tienes una especie de entusiasmo temerario que te guía. Hay quien lo ve como una debilidad.

—¿Y no lo es? —susurré sin poder apartar la vista.

—No. —Me miró como si pudiese ver dentro de mí, a través de mí—. Tienes ojos de guerrera. —Soltó la mano y dio un paso atrás—. Las profecías siempre cambian, Alexandria. Nada en este mundo está grabado en piedra. Y la energía no fluye solo en un sentido. La clave está en encontrar el modo de cambiarlo.

Y entonces desapareció sin más.

Me toqué la barbilla. La piel me seguía hormigueando. Despacio, me giré hacia Aiden.

—Deberías haber visto esos perros.

Aiden me cogió los dos brazos y me miró con los ojos cual plata líquida. Sabía que tenía ganas de agitarme. Había visto a través del escaparate lo que había intentado hacer, además Artemisa me había delatado. Por la forma en que me miraba, era como si hubiese olvidado a todos los demás que estaban en la tienda, olvidado que estaba mi tío, su hermano y Solos. Estaba muy enfadado.

—Ni se te ocurra volver a hacer nunca algo tan estúpido.

Aparté la mirada.

—Lo siento…

—Entiendo que pensaras que estabas haciendo lo correcto —dijo apretando los dientes—, pero no, Álex. Sacrificarte no es lo correcto. ¿Me entiendes?

Marcus le puso una mano en el hombro.

—Aiden, aquí no. Tenemos que irnos.

Me quedé sin aliento mientras mis ojos iban de uno a otro.

—Es que no sé cómo vamos a ganar esto.

—Nadie gana si te matan —dijo Marcus en voz baja—. Debemos irnos.

Aiden respiró profundamente y me soltó. Con los ojos me advirtió de que habría un después, seguramente en cuanto entrásemos de nuevo al coche. Solos esperaba en la puerta, mirando fijamente a Aiden mientras bebía su bebida energética.

—¿Estás bien? —le preguntó Aiden a Deacon.

Asintió despacio.

—Sí, genial. No hay nada como ver una pelea a muerte entre dioses cuando lo único que quiero es coger unos Cheetos.

Arrugué la boca. Pobre Deacon. Agarró la bolsa contra su pecho.

Lo único que se escuchaba eran los suaves ronquidos del cajero. Recordé la razón de haber ido allí y volví al mostrador.

—¿Qué haces? —preguntó Aiden.

Dejé algo de dinero sobre el mostrador y cogí mi bolsa.

—Tengo hambre.

Aiden me miró un segundo y lentamente fue apareciendo una sonrisa en su cara. Quizá no me iba a gritar tanto. Por el camino cogió un paquete de pastelitos del suelo y me miró.

—Hambre —dijo.

—Por lo menos yo he pagado lo mío.