Las furias mostraban su horrible estado natural, su piel grisácea y lechosa. De la cabeza aparecían serpientes y extendían los dedos como puntas afiladas. Sus garras atravesaban con facilidad la piel y los huesos.
Venían directamente a por nosotros.
Solo habían pasado uno o dos segundos desde que Seth había eliminado a Telly. Una furia se separó de sus hermanas y voló sobre el público emitiendo unos chillidos estridentes.
Seth levantó el brazo. De su mano salió un rayo de akasha, volando por el aire a una velocidad increíble. Le dio a la primera furia en el pecho y la luz ámbar se apagó. Su monstruosa cara mostró sorpresa y la mandíbula se le desencajó. La furia cayó, girando como un pájaro abatido, con las alas extendidas en el aire, convirtiéndose en una pila de raso blanco, piel gris y carne inmóvil, a tan solo unos pocos metros de nosotros.
Las otras dos furias planearon junto a la ventana rota. Su rostro mortal apareció sobre su monstruoso interior y sus hermosas facciones se contrajeron de terror.
—No es posible —chilló una tirándose del pelo rubio y arrancándose mechones que colgaban de sus garras—. ¡No puede ser!
—Pues sí. —La otra le agarró del brazo—. Ha matado una de las nuestras.
Con las piernas débiles, caí a un lado del estrado. Iba a morir. Estaba segura. Mis gritos se unirían a los del público… pero las furias no atacaron.
—Habéis comenzado una guerra contra los dioses —siseo una. Sus alas cortaban el aire en silencio—. No dudéis que ellos la comenzarán también contra vosotros.
La otra abrió sus musculosos brazos.
—Pondrás a todos en peligro para atiborrarte de una energía que no es tuya. Vaya camino… vaya camino el que has elegido.
El caos reinaba tanto en el estrado como fuera de él. Telly había desaparecido. Ni siquiera había una pila de cenizas. Sentí cómo la bilis subía por mi garganta y aparté la mirada.
Desde la parte de atrás oí ruidos de lucha, ya que los Guardias y Centinelas fueron a por los que estaban bloqueando las puertas. Junto a nosotros habían matado a un Guardia. Una de sus dagas cayó al suelo. Estiré el brazo para cogerla, envolviendo mis torpes dedos sobre el mango. Tenía que acabar con aquello, acabar con Lucian. Era él quien estaba controlando a Seth.
Me giré y vi a Lucian hablando con el Consejo, soltando más locuras que acabarían con nosotros.
Antes de que pudiese dar un solo paso hacia Lucian, ya tenía a Seth sobre mí. Nuestras miradas se cruzaron y me quitó la daga de la mano. La tiró a un lado y avanzó hacia mí. Sus facciones tenían un aire de frialdad. No reconocía la expresión de sus ojos. Brillaban violentamente, casi luminosos. Volvía a tener aquella expresión de asombro. Pero no era asombro… me había equivocado en eso.
Era un ansia viva, quería más. Lo mismo que tantas y tantas veces había visto en los ojos de un daimon.
Desarmada y débil, sabía que debía retirarme. Di con la espalda contra la pared. Desesperada, busqué algo y di con un candelabro de titanio. Lo agarré y se lo tiré usando los dos brazos.
Rápido como una centella, cogió el candelabro y lo tiró a un lado.
—Siempre tirando cosas —dijo con una voz más grave, diferente. Su tono no reflejaba ninguna melodía—. Álex, eres muy, muy traviesa.
Tomé aire como pude.
—Este… este no eres tú.
—Soy yo. —Levantó un brazo hacia mí—. Y esto somos nosotros.
La voz de Dawn lo distrajo.
—¡Esto es traición! —Sus ojos amatista estaban aterrorizados. Estaba temblando y se abrazaba, cogiéndose los codos. Detrás de ella había otros Patriarcas con las caras pálidas—. Esto es una traición hacia los dioses, Lucian. No podemos hacer lo que nos pides.
—¿Crees que no hace falta un cambio? —preguntó Lucian.
—¡Sí! —Extendió los brazos frente a ella, como protegiéndose—. Hace falta un cambio. Los mestizos necesitan más libertad y capacidad de elección. Sin duda. Tengo una hermana mestiza. La amo a muerte y quiero una vida mejor para ella, pero esta… esta no es la forma.
Lucian inclinó la cabeza hacia un lado y se pasó las manos por la túnica.
—¿Y qué me dices de los dioses, querida?
La voz le salía entrecortada, pero se puso recta.
—Son nuestros únicos señores.
Todas mis pesadillas se estaban volviendo realidad, igual que las de la Orden. La historia se estaba repitiendo. Seth se echó hacia un lado, frente a los siete miembros del Consejo que no querían doblegarse ante Lucian.
Lucian sonrió.
—¡No! —grité con la voz entrecortada y me arrastré por la pared, apartándome de Seth—. ¡Seth, no lo hagas!
Pero Seth estaba en piloto automático. Me volvió a coger de la mano, marca con marca. Sentí la presión en mi interior de nuevo y el cordón volvió a desatarse, expulsando akasha a través de nuestra unión. No había forma de llegar a él cuando se llenaba de energía, no tenía compasión.
Seth no era más que la máquina de matar de Lucian.
La brillante luz ámbar salió en erupción de su mano una segunda vez.
Unos gritos sobresalieron de entre todo el caos. Juro que oí a Lea. Era imposible, porque todo el mundo estaba gritando. Yo estaba gritando.
Seth me soltó y caí de rodillas, ahogándome y con arcadas por el olor a tela quemada y… carne, carne quemada. Donde había siete de pie, solo quedaban tres, agrupados juntos y mirando a Seth horrorizados.
La hermana de Lea, Dawn, había desaparecido.
Lo había hecho, había atacado al Consejo. Tenía las mejillas húmedas. ¿Cuándo me había puesto a llorar? No lo sabía, pero daba igual.
La hermana de Lea había desaparecido.
Me puse la mano en la boca, intentando recomponerme. Había que hacer algo al respecto. Aquello estaba mal, era horrible, pero sería peor en cuanto Despertase. En medio del caos, podía escapar. No podía rendirme ahora. Luché por ponerme de pie, aguanté la respiración y me dirigí hacia las escaleras ya que Seth me daba a espalda. Llegué hasta el primer escalón y sentí unos brazos que me rodeaban la cintura y me levantaban. Un estupendo calor me rodeó, me rodeó el cuerpo, el corazón, diciéndome quién era el que me había cogido. Sentí un dulce alivio.
—Te tengo —Aiden me puso de pie. Sus ojos buscaron los míos con avidez—. ¿Puedes correr?
Le oí como a través de un túnel y creo que asentí.
En apenas unos segundos, estábamos rodeados.
—Mierda. —Me soltó la mano y me cubrió con su cuerpo. Se puso completamente en tensión.
Ojalá hubiese tenido la precaución de buscar la daga, porque entonces, al menos tendría algo con que defenderme de los Guardias de Lucian. No es que pudiese hacer mucho, me estaba costando horrores mantenerme en pie, luchar contra aquel cansancio arrollador que me afectaba cuando Seth se conectaba a mi energía.
Entonces Aiden saltó. Giró y su bota dio contra la cara del Guarda que estaba más cerca y después contra el brazo de otro. Levantó el brazo y su puño impactó de lleno contra el segundo. Sin un respiro, alcanzó al otro con una patada en el pecho que lo lanzó varios metros hacia atrás.
Hacía mucho que no le veía pelear. Le miré asombrada. Me había olvidado de lo grácil y rápido que se movía. Ni un solo Guardia logró vencerle. Iba acabando con ellos solo usando sus manos y sus patadas.
Uno, sin embargo, logró aparecer detrás de nosotros.
El Guardia me agarró por detrás y empezó a arrastrarme hacia el estrado, hacia Seth y Lucian. Tenía los brazos pegados al cuerpo y solo pude estampar mi pie contra el suyo. Gruñó y me agarró con menos fuerza, pero nada más.
Aiden se dio la vuelta y vio que me encontraba en apuros. Nuestras miradas se cruzaron durante un breve instante y bajó la mirada. Dejé las piernas muertas. Aiden se movió tan rápido que sentí el aire arremolinarse a mi lado. Un segundo después, el Guardia cayó al suelo inconsciente.
—Ha estado bien —dije cuando Aiden me puso en pie.
Me volvió a coger de la mano con una sonrisa tensa en su cara, mientras corríamos hacia el pasillo central. Mi tío y el desconocido estaban encargándose de los Guardias que estaban junto a la puerta. En el suelo, Luke sujetaba a Lea, meciéndola hacia los lados mientras vigilaba la pelea.
Cuando nos vio, se levantó y puso de pie a Lea. Estaba histérica. Creo que ni siquiera sabía qué estaba pasando a su alrededor, incluso cuando el desconocido de la cicatriz mató a un Guardia justo a su lado tirando una daga.
—¿Quién… quién eres? —pregunté.
Se inclinó y sonrió.
—Todos me llaman Solos.
—¿Solos, de Nashville?
Solos asintió, se dio la vuelta y le dio un enorme puñetazo a un Centinela que se había acercado corriendo hasta nosotros. El puñetazo lo lanzó volando hacia atrás. Fue increíble.
—¿Nos vamos de aquí? —preguntó Luke. Sujetaba a Lea cerca de él, que se movía como loca—. Tenemos que salir de…
El aire se cargó y soltó chispas. Le siguió una luz que hizo brillar la sala entera. Cuando se apagó, Apolo estaba en el centro del pasillo.
—Id —dijo—. Salid de la isla ahora mismo. Yo intentaré retenerle para daros tiempo.
—¡Álex! —rugió Seth.
Unos escalofríos helados me recorrieron la espalda.
—Pase lo que pase, no paréis. No os quedéis a ayudar —ordenó Apolo antes de darse la vuelta—. Marchaos.
—Vamos. —Aiden me volvió a coger—. Tenemos un coche al otro lado de la calle, en la playa.
—¡Puedes correr, Álex! —La voz de Seth se alzó sobre el ruido—. ¡Corre todo lo que quieras! ¡Te encontraré!
Aiden me arrastró hacia las puertas delanteras. Mire hacia atrás y vi a Seth en el centro del estrado. A sus pies estaba el cuerpo de la furia, como una especie de macabro trofeo.
—¡Detenedles! —ordenó Lucian detrás de Seth—. No dejéis que ella salga de aquí.
Los Guardias que había frente al estrado se dieron la vuelta y se quedaron helados. Después se dispersaron como cucarachas.
Apolo fue hacia el estrado.
—Vale, lo que pensaba.
—¡Te encontraré! Estamos conectados. ¡Somos uno! —Seth seguía gritando. Miró al dios. Le miró con desagrado—. ¿Quieres pelear conmigo ahora, con tu aspecto real?
—Pelearé contigo de cualquier forma, gamberro mocoso.
Seth rio.
—No puedes matarme.
—Pero puedo destrozarte entero.
Eso fue todo lo que pude oír. Logramos salir del edificio al exterior. Detrás nuestro salían disparados un montón de puros y mestizos. Continuamos corriendo. Yo luchaba para seguir el ritmo de Aiden, pero me costaba respirar y casi no podía sentir las piernas. Me tropecé más de una vez, pero Aiden me sujetaba y me animaba para que continuase. Marcus apareció a mi lado y sin mediar palabra me cogió en brazos.
Me indigné, porque odiaba que me llevasen en brazos, pero si corría era mucho peor, era un estorbo para todos. Fue entonces cuando me di cuenta de que mis runas seguían ardiendo, me dolía la piel. El estómago me empezó a dar vueltas.
—Creo que voy a vomitar —dije.
Marcus se paró inmediatamente y me puso de pie. Caí de rodillas y vacié sobre la acera todo el contenido de mi estómago. Fue rápido, acabó tan pronto como había empezado, pero me dolía todo por dentro.
—¡Álex! —Aiden retrocedió hasta nosotros.
—Está bien. —Marcus me ayudó a ponerme de pie—. Se pondrá bien. Aiden, adelántate. Asegúrate de que tu hermano está allí, y pon a los chicos a salvo.
Aiden insistió.
—No me voy a march…
—Estoy bien. Vete.
Obviamente no quería hacerlo, así que le costó unos segundos darse la vuelta y marcharse.
—¿Estás bien? ¿Alexandria?
Asentí despacio. Me temblaban las manos.
—Lo siento. Lo siento mucho.
Los ojos de Marcus se ablandaron, creo que por primera vez desde que lo conocía. Se acercó a mí y me dio un abrazo. Fue muy breve, pero con fuerza, tal y como debía ser un buen abrazo. Extrañamente descubrí que era algo que me hacía mucha falta.
—Por todos los dioses, chica. —Me soltó—. ¿Crees que puedes correr? No queda mucho. Tenemos que volver a casa de los St. Delphi.
Sentí que las lágrimas me desgarraban la garganta al asentir. No estaba lejos, pero el pobre hombre iba a acabar muerto de llevarme tanto rato encima. Deseé que mi estómago no decidiese volver a salir de mí, y empecé a correr tan rápido como pude.
La carrera casi me mata. Cuando por fin llegamos hasta la arena y empezamos a correr con el viento en contra, mis músculos empezaron a quejarse de dolor. Seguí adelante y casi lloro al ver los dos Hummer negros… y a Aiden.
Se encontró con nosotros a mitad de camino y me tiró una botella de agua a las manos.
—Bebe despacio.
Le di unos traguitos y Aiden me puso las manos en los hombros. Quería decirle que todo iba bien, que no tenía que preocuparse por mí, pero volvimos a ponernos en marcha.
Deacon estaba en la parte de atrás del Hummer.
—¿Alguien va a decirme qué narices está pasando? —Nos siguió hacia el otro coche—. Lea está histérica y Luke no dice nada. ¿Qué demonios ha pasado?
—¿Has metido las bolsas en los coches? —preguntó Aiden. Me quitó la botella de las manos cuando empecé a olvidarme de la regla de dar traguitos—. ¿Todas, tal y como te dije?
—Sí. —Deacon se pasó la mano por los rizos—. ¿Qué ha pasado?
Solos llegó corriendo hasta nosotros.
—Nos costará unas ocho horas llegar hasta donde queremos. Deberíamos recorrer al menos la mitad de ese tiempo antes de parar a echar gasolina.
—Estoy de acuerdo —dijo Aiden. Me cogió con cuidado del brazo, soportando casi todo mi peso. No me había dado cuenta de que me estaba apoyando en el Hummer. No dejaba de mirarme con cara de preocupación.
—¡Dime qué ha pasado! —gritó Deacon.
—Seth… Seth ha atacado al Consejo. —Aquellas palabras me dolieron con solo pronunciarlas.
Deacon se me quedó mirando, incrédulo.
—Oh, dioses.
Me solté de Aiden y miré dentro del Hummer. En la parte de atrás había un montón de maletas apiladas. Lo tenían todo planeado. Me aparté del coche, mirando hacia donde estaba Seth. ¿Cuánto tiempo podría retenerlo Apolo?
Ellos ultimaban los planes y yo seguía mirando las maletas. Obviamente esperaban poder sacarme del Consejo de alguna forma, sin saber qué tipo de caos iba a estallar. ¿Qué habrían arriesgado para sacarme de allí? La vida y alguna extremidad, seguramente.
El viento arreció.
Aiden se dirigió hacia mí, con determinación.
—Tenemos que irnos ahora.
Solos miró hacia Marcus.
—¿Estáis listos?
—Salgamos de aquí —respondió Marcus mirándome—. ¿Podrás aguantar?
—Sí —dije con un graznido. Me aclaré la garganta.
—Esto es una locura. —Deacon abrió la puerta trasera y empezó a subirse—. Todo va a…
—¡No! —Aiden mandó a Deacon hacia el Hummer que llevaba Solos—. Nosotros somos su objetivo. Ve con Marcus. Luke, quédate con él.
Obediente, Luke asintió y agarró con cuidado a Lea, que aún seguía sollozando. Quise ir hacia ella. Lo había perdido todo… y siempre había tenido algo que ver conmigo. Primero mi madre había matado a sus padres y ahora Seth había matado a su hermana. Sentí que la culpa se me clavaba en el interior.
Deacon se quedó quieto.
—No. Yo quiero…
Aiden abrazó fuerte a su hermano. Se susurraron algo que no pude escuchar por culpa del viento. Me aparté el pelo de la cara y me giré hacia la parte de la isla que controlaba el Covenant.
Estaba pasando algo, podía sentirlo. El aire estaba lleno de electricidad y me ponía los pelos de punta.
Deacon se apartó de su hermano y se dio la vuelta con ojos llorosos. Temía por la vida de su hermano y hacía bien. Cuando Seth viniese a por nosotros, que lo haría, no les haría ni caso. Seth vendría a por Aiden y a por mí, y por muy fuerte que fuese, dudaba que Aiden pudiese salir indemne de la pelea.
El corazón se me partió. No podía hacerles aquello.
—Aiden, no puedes venir conmigo. No puedes hacer esto.
—No empecemos —gruñó Aiden cogiéndome del brazo—. Métete en el…
En el cielo brilló un rayo, que comenzó sobre nosotros y cayó justo junto a la costa del Covenant. A pesar de que nos separaban del impacto varios edificios enormes del Covenant y la isla entera, el destello de luz seguía cegándome.
Solos paró a mitad de camino de subirse al asiento del conductor.
—¿Pero qué…?
El viento paró de golpe. Era totalmente antinatural, igual que el silencio que se extendió sobre Deity Island. En ese momento, un montón de gaviotas echaron a volar, gritando sin parar. Cientos y cientos de ellas volaron sobre nosotros, saliendo de la isla.
—¿Qué ocurre? —susurró Lea—. ¿Es él? ¿Viene hacia aquí?
—No —dije, lo sentía en mi interior—. No es Seth.
—Tenemos que irnos ya. —Aiden me empujó hacia el asiento del pasajero.
Todos nos pusimos en movimiento y nos metimos en nuestros respectivos coches. Detrás de nosotros, vimos como un montón de gente se subía a sus tejados. Los Guardias se dispersaban por toda la playa. Todos miraban hacia el trozo de océano que separaba las dos islas.
Tenía un mal presentimiento.
Aiden cerró la puerta de un portazo y arrancó el Hummer. Me cogió de la mano.
—Todo irá bien.
Típicas últimas palabras.
Una fuerte explosión estalló cerca de nosotros, sacudiendo el coche. Un torrente de agua salió despedido por el aire desde el otro lado de la isla, más alto que el mayor edificio del Covenant y más ancho que las dos residencias. El muro de agua permaneció quieto y me recordó a la forma en que Seth estuvo jugando con el agua en la piscina.
Aquello no iba a traer nada bueno.
Otro chorro saltó hacia el cielo y luego otro… y otro… así hasta más de una docena de muros de agua salpicaban el paisaje. Sentí una gran cantidad de energía en el aire, reptando por mi piel, enredándose en el cordón de mi interior.
En el centro de cada uno de ellos pude ver la forma de un hombre.
—Oh, mierda —susurré.
Aiden apretó el pedal a fondo y el Hummer salió disparado.
—Poseidón.
Me giré hacia atrás en el asiento, mirando hacia el océano por la ventana trasera. Por detrás de los edificios del Covenant, cada uno de los muros comenzó a girar formando un embudo. La sombra de un tridente gigante cayó sobre el Covenant, y sus puntas afiladas tocaron la isla principal, suponiendo la muerte y destrucción de todo aquel que continuase allí. Poseidón, el Dios del Mar, el que hacía que la tierra se moviese, estaba muy enfadado.
—Aiden…
—Date la vuelta, Álex.
Me agarré con fuerza al asiento. Los embudos formaban ciclones gigantes, tornados sobre el agua.
—¡Lo van a destruir todo! Tenemos que hacer algo.
—No podemos hacer nada. —Con una mano, Aiden me cogió el brazo mientras cruzábamos el puente hacia Bald Head Island—. Por favor, Álex.
No podía darme la vuelta. Por la forma en que los ciclones se adentraban, parecía que Poseidón iba a perdonar la isla mortal, pero cuando el primer embudo llegó al Covenant, se me encogió el pecho.
—¡No pueden hacer eso! ¡Esa gente es inocente!
Aiden no contestó.
El agua chocó contra los edificios. Por todas partes saltaban trozos de mármol y madera por los aires. Los gritos de los que estaban en la isla principal se me clavaron en el fondo del alma, donde permanecerían toda una eternidad.
Salimos volando por las calles de Bald Head, evitando por poco a los peatones que, ensimismados, miraban aquel extraño fenómeno de la naturaleza. Según nos acercábamos al puente que conectaba con la tierra firme, vi que los muros de agua retrocedían. No quedaba ni un solo edificio en Deity Island. No quedaba nada. Había desaparecido todo. El Covenant, los edificios, las estatuas, puros y mestizos… todo se lo había tragado el océano.