Las palabras de Seth me dejaron en silencio. Mis antiguos miedos, que nunca llegaron a irse por completo, volvieron a resurgir. No podía controlar aquel… destino. No tenía control sobre mí misma. El corazón me iba a mil. No podía ser que estuviese hecha para ser suya. Él no era mi razón de ser.
Yo era mi propia razón de ser.
No dejé de decirme aquello todo el tiempo, mientras Seth me llevaba desde el Hummer hasta la entrada trasera del Palacio de Justicia, en la zona principal de Deity Island. Tenía un mal presentimiento, sabiendo que Telly estaba en una celda en el mismo edificio, iba a pasar algo horrible. Podía sentirlo y no podía hacer nada al respecto.
Me agarró la mano con fuerza y me llevó a través de estrechos pasillos hasta la sala de espera que había al otro lado de la sala de plenos, cubierta por una cúpula de cristal. A través de la puerta abierta, vi que estaba llena de gente. Debían estar todos los puros que se habían quedado en la isla durante las vacaciones, igual que muchos de los Guardias y Centinelas mestizos. Pero más raro aún era ver que también estaban los mestizos que se habían quedado en la escuela. Luke estaba sentado hacia el final con Lea; ambos parecían estar tan intrigados, como el resto; un tanto incómodos incluso, como si estuviesen fuera de lugar. ¿Qué estaban haciendo allí? No se permitía a los mestizos asistir al Consejo, a no ser que les hubiesen citado.
—¿Qué es lo que pasa? —pregunté.
Seth no me soltó la mano, como si supiese que iba a salir disparada en cuanto pudiese.
—Lucian ha convocado una sesión de emergencia del Consejo. ¿Ves? —Hizo un gesto hacia la parte central de la sala—. Han venido todos.
El Consejo estaba sobre el estrado de titanio. Cuando reconocí el pelo cobrizo de Dawn Samos entre todas aquellas túnicas blancas, el estómago se me cerró.
Recorrí con la mirada sus caras intrigadas y luego miré hacia el público. Al fondo estaba mi tío. Estaba de pie, con los brazos cruzados sobre el pecho. Sus ojos esmeralda tenían un brillo duro y frío. A su lado, un hombre al que no había visto antes, un mestizo alto, con la complexión y el uniforme de un Centinela. Unos músculos bien formados se marcaban bajo el uniforme negro. Tenía el pelo marrón, un tanto largo, sujeto con una coleta. Su piel parecía una mezcla étnica, muy bronceada. Sería guapo si no fuera por la enorme cicatriz que le bajaba desde la ceja derecha hasta el mentón.
De pronto, las puertas de atrás se abrieron y entró más gente en la sala. Aiden estaba entre ellos. Mi corazón comenzó a latir con fuerza cuando se paró junto a mi tío. Se inclinó hacia él, moviendo los labios rápidamente. Marcus siguió mirando al frente, pero el extraño asintió. Después, Aiden se incorporó y se dio la vuelta, mirando directamente hacia donde me encontraba.
Seth me apartó justo antes de que Aiden nos viese. Le miré enfadada y me respondió con una sonrisa.
—Somos invitados especiales —me dijo.
—Aquí esta mi chico. —Lucian entró a la sala de espera con grandes pasos. Me miró y se paró—. ¿Alexandria se ha portado bien?
—¿Tú qué crees? —Solté antes de que Seth pudiese responder.
Lucian me honró con una de sus sonrisas de plástico.
—No eres ni tan lista ni tan fuerte como te piensas, Alexandria, pero pronto lo serás.
Salí disparada hacia él, pero Seth me retuvo cogiéndome por la cintura. Aquello me dejó los brazos libres, así que intenté agarrarle el pelo a Lucian… la cara… lo que fuera.
—Tienes suerte de que nadie haya visto lo que acabas de intentar —siseó Lucian. Se paró junto a la puerta que bloqueaban sus Guardias—, o me habría visto obligado a hacer algo al respecto. Asegúrate de que se comporta, Seth, y de que entiende las consecuencias de hacer las cosas sin pensar.
Seth me sujetó con la espalda contra su pecho hasta que Lucian y sus Guardias llegaron al estrado.
—Álex, no hagas nada de lo que puedas arrepentirte.
Intenté zafarme de él, para nada.
—No soy yo la que va a hacer algo de lo que se arrepienta.
Su pecho se levantó con fuerza.
—Álex, por favor. Si intentas huir mientras estemos allí o haces alguna locura, tendré que pararte.
Dejé de moverme. Una sensación de cautela me hizo sentir como si no pudiese volver a entrar en calor nunca más.
—¿Harías eso?… ¿Me harías eso?
Le costó una eternidad contestar.
—No querría, pero lo haría. —Hizo una pausa y volvió a respirar con fuerza—. Por favor, no me obligues.
Se formó un nudo en mi garganta.
—No te estoy obligando a nada.
—Lo has hecho —me susurro al oído. Diferentes escalofríos me bajaron por la espalda—. Desde el día en que te conocí. Pero tú no lo sabías, así que ¿cómo voy a culparte?
Lucian tomó el centro del estrado, haciendo comenzar la sesión del Consejo. Todo el mundo le miraba. Nadie sabía del drama al otro lado de aquellas paredes.
—No lo entiendo. —Cerré los ojos para evitar las lágrimas—. Seth, por favor…
—Es por esto. —Seth se movió, poniendo su mano sobre mi tripa, justo por encima de donde sentía el cordón, cerca de la cicatriz—. No sabes cómo es. Sentir tu energía y la mía juntas, saber que no va a dejar de crecer. Es éter, sí, pero también es akasha. Me canta como una sirena.
Se me entrecortó la respiración y tragué con dificultad al sentir cómo el cordón respondía ante él.
Apoyó la barbilla en mi cabeza.
—Incluso ahora puedo sentirlo, sé cómo usarlo. Juntos, vamos a hacerlo juntos.
Abrí os ojos.
—Dioses, parece que… estés loco, Seth.
Cerró sus dedos sobre mi jersey.
—La locura de uno es la cordura de otro.
—¿Cómo? Eso ni siquiera tiene sentido.
Rio suavemente.
—Vamos. Está empezando.
Y así, sin más, Seth cambió. Me fue empujando hacia la puerta, donde continuamos escondidos pero escuchando lo que pasaba. Me soltó un poco, pero sabía que no tenía sentido intentar escapar. Creía en serio que me pararía, con dolor si hacía falta.
Los miembros del Consejo estaban hablando entre ellos, pero se callaron.
Lucian se deslizó hasta la parte frontal del estrado, con las manos juntas bajo el pecho. Un patriarca viejo pero imponente habló primero, con voz rasgada pero fuerte.
—¿Ha habido nuevas pruebas que indiquen más ataques daimon?
—¿O es por el elixir? —preguntó otro agarrando los brazos de su asiento recubierto de titanio—. ¿Aquí también tenemos problemas?
Hubo un inmediato murmullo de preguntas entre la gente y los Patriarcas. Algunas caras mostraban pánico. Los ataques daimon se estaban acercando y la idea de que el elixir no funcionase seguramente aterraba a todos los que dejaban que los mestizos lo hicieran todo por ellos.
Me puse tensa al pensar en la peor, la peor de todas las posibilidades.
—¿En qué piensas? —dijo Seth en voz baja y reconfortante, pero que no coincidía con lo que era capaz de hacer.
Marcus sospechaba que los daimons que atacaron el Consejo tuvieron ayuda, y Seth sugirió que quizá Telly hubiese hecho algo con el elixir para distraer, pero al mirar a Lucian me pregunté cuánto sabía Seth de la verdad.
Ese pura sangre, en su inmaculada túnica blanca, lanzó una mirada hacia toda la gente, casi sumida en el caos, con una tensa sonrisa ensayada. ¿Estaba Lucian detrás de todo aquello? ¿Creando caos? Me acordé de una de las clases de Mitos y Leyendas, donde nos explicaron cómo todas las sociedades que estaban al borde del caos eran las más fáciles de controlar, moldear y manipular… y derrocar.
—¿Álex?
Respiré y sacudí la cabeza.
—No he convocado esta sesión para discutir esas cosas —comenzó Lucian—. Hoy es un día de descubrimientos, compañeros del Consejo y súbditos. Nuestro mundo está al borde de un gran cambio. Un cambio necesario, pero temido por algunos. Hoy, aquellos que temen al cambio, aquellos que han trabajado en las sombras para detenerlo, serán desenmascarados y perseguidos.
Me quedé sin aliento. Telly. Pero no le veía por ninguna parte.
—¿De qué estás hablando, Lucian? —preguntó una Matriarca con voz clara pero cansada—. ¿Qué miedo y qué cambio es tan importante como para hacernos volver antes de tiempo, separándonos de nuestras familias y nuestras vacaciones?
Casi pongo los ojos en blanco por la última parte.
Lucian se quedó mirando al frente. Entonces me di cuenta de que, al menos la mitad de los doce, estaban sonriendo. Lo sabían, apoyaban a Lucian. No presagiaba nada bueno.
Pero los otros no tenían ni idea.
—Nos han enseñado que debemos temer la posibilidad de que haya dos Apollyons —dijo Lucian—. Nos han enseñado a verlos como una amenaza contra nuestras vidas y los dioses, pero estoy aquí para deciros que en vez de miedo, deberíamos estar contentos. ¡Sí! Contentos de que, en tan solo unos días, tendremos al Asesino de Dioses para que nos proteja.
—¿Protegernos de qué? —murmuré—. ¿De Patriarcas pirados?
—Shhh. —Seth me clavó la mirada.
Me dolía la mandíbula de apretar los dientes con tanta fuerza.
—Pero primero tenemos que ocuparnos de algo tan desagradable como cercano. —Se puso una mano en el pecho— a mi corazón. ¡Guardias!
Se abrió la puerta del otro lado y, en un irónico giro del destino, los Guardias llevaron al Patriarca Mayor Telly hasta el centro del estrado. No pude evitar acordarme de cuando llevaron a Kelia Lothos frente a él, medio desnuda y temblando.
El karma era caprichoso.
Aun así, no compensaba lo que estaba pasando. Me moría por salir corriendo allí en medio y advertirles a todos de qué iba a pasar, lo que sentía que estaba creciendo en mi interior.
Se oyó un grito ahogado colectivo que provenía del público y la mitad del Consejo cuando obligaron a Telly a arrodillarse. Levantó la mirada, pero sus ojos vidriosos no miraban a nada en particular.
—Este hombre ha conjurado contra la decisión del Consejo y contra mi hijastra. —La voz de Lucian se hizo más dura—. Tengo pruebas.
—¿Qué pruebas tienes? —dijo Dawn, que miraba alternadamente a Lucian y al silencioso Patriarca Mayor.
El aliento de Seth danzaba sobre mi nuca. Intenté apartarme un poco, pero me sostuvo fuerte. Mi estado de ánimo, mis nervios, no podía con todo.
—Durante la sesión del Consejo de Noviembre, mi hijastra fue un objetivo injusto. Le pidieron que asistiese para testificar sobre los desafortunados incidentes de Gatlinburg; sin embargo, el Patriarca Mayor Telly tenía otros perversos motivos.
Nadie del Consejo parecía especialmente preocupado. No estaba segura de si eso me tenía que enfadar o poner triste.
Lucian se giró hacia Telly. En su cara, apareció una sonrisa real, de satisfacción.
—Mi hijastra fue víctima de numerosos ataques. A algunos de vosotros. —Miró hacia el Consejo—, puede que esto no le preocupe. Pero ella no es una simple mestiza; va a ser el próximo Apollyon.
—¿Qué ataques? —preguntó un Patriarca anciano. El bastón que agarraba con la mano izquierda estaba tan blanco como su cara.
—Estuvo bajo los efectos de una horrible compulsión que la dejó al frío para que muriese. Como eso falló, intentó presionar al Consejo de los Doce para que le dieran el elixir y así esclavizarla —anunció Lucian—. Como el Consejo no vio ninguna razón para hacerlo, una pura sangre fue forzada a que le diese la Poción.
—Oh dioses —murmuré, sintiendo cómo me ardía la cara.
—Alexandria no era consciente de ello —continuó Lucian, dirigiéndose hacia las mujeres del Consejo—. Se dice que la pillaron en una… situación comprometida con un pura sangre.
—Hijo de perra —susurré. Aquel desgraciado estaba usando el comodín de los sentimientos.
—Eso no ha sido bonito —murmuró Seth.
Le ignoré.
Dawn miraba a Lucian, pálida.
—Eso… eso es asqueroso.
—Y eso no es todo. —Lucian se giró hacia el público—. Cuando todo eso falló, el Patriarca Mayor Telly ordenó a un Guardia pura sangre que la matase tras el ataque daimon. Y eso también falló. Fue a buscarla, dejando el Covenant de Nueva York en estado de caos para seguir amenazándola con la esclavitud.
—¿Qué ha pasado con el Guardia que supuestamente le atacó? —preguntó la Matriarca que había hablado la primera.
—Nos hemos hecho cargo de él —respondió Lucian, continuando antes de que le preguntasen más sobre el tema—. El Patriarca Telly actuó en contra de los deseos del Consejo y prosiguió con el intento de obligarla a entrar en servidumbre. Incluso fue atacada aquí, apuñalada por un Guardia mestizo al que le ordenó hacerlo.
—¿Y las pruebas? —preguntó el Patriarca anciano—. ¿Dónde están la pruebas?
Lucian se giró hacia Telly.
—La pruebas están en sus propias palabras. ¿Verdad Patriarca?
Telly levantó la cabeza.
—Es cierto. Fui en contra de los votos de la mayoría y ordené que asesinaran a Alexandria Andros.
Se oyeron varios gritos ahogados de sorpresa. Sabía que no me convenía, pero Telly no habría admitido algo así tan fácilmente. Ellos no sabían lo que yo, que el cerebro de Telly estaba medio frito por una poderosa compulsión.
Los Patriarcas se enzarzaron en una discusión durante varios minutos. Algunos querían que Telly fuese inmediatamente impugnado. Eran justo los que antes estaban sonriendo. Otros, aquellos que creía que no sabían lo que Lucian estaba tramando, no veían la razón de que lo que me había hecho fuese un crimen. Había pocas leyes que protegiesen a los mestizos.
—No se le va a impugnar. —La voz de Lucian silenció la discusión—. El Patriarca Telly será juzgado hoy mismo.
—¿Cómo? —preguntaron sorprendidos varios Patriarcas al mismo tiempo.
—He sabido que el Patriarca Mayor está relacionado con la Orden de Tánatos y varios de sus miembros ya vienen para liberarlo. —Hizo otra pausa. Lucian sin duda sabía cómo mantener la tensión y el asombro—. No hay tiempo para más. Mantener su seguridad es de máxima importancia.
Ahora entendía el nerviosismo de Seth, todos los Guardias de esta mañana. Lucian no podía dejar que la Orden frustrase sus planes. Él iba a atacar primero. ¿Mi seguridad? Aquello no tenía nada que ver con mi seguridad. Lo que le preocupaba a Lucian era que me comportase mal antes de que él subiese al estrado, porque Seth no podía controlarme completamente… todavía.
—Esto no debía pasar ahora, ¿verdad? —susurré.
Seth no dijo nada.
Tenía la boca seca.
—Queríais esperar a que Despertase, pero lo estáis haciendo por culpa de la Orden.
Porque sería horrible para Lucian que la Orden llegase antes de que Despertase y nos acabase matando a uno de los dos. Todos sus planes se irían al traste.
Lucian se acercó hacia donde estábamos escondidos.
—Es hora del cambio. Y ese cambio empieza ahora.
—Es nuestro turno —dijo Seth, cogiéndome de la mano—. Y por todos los dioses, por favor, compórtate.
No tuve tiempo de decirle nada. Seth empezó a andar y no me quedó más remedio que seguirle hacia la sala.
El silencio era tan tenso cuando aparecimos que casi me deja sin aliento. Todos los ojos estaban puestos sobre nosotros mientras subíamos por las escaleras de mármol. Paramos justo al lado de Lucian y Telly.
Todo el mundo empezó a hablar a la vez.
El Consejo se puso nervioso, se movían inquietos en sus asientos. Un murmullo recorrió toda la sala, creciendo según pasaban los segundos. Parte del público estaba de pie, aterrados y sorprendidos. Que no había razón para temer a dos Apollyons, los huevos. Lo sabían, el público reconocía el peligro que entrañaba.
El corazón se me iba a salir del pecho y, aunque intenté evitarlo, busqué a Aiden. Se había quedado de piedra. No sabía si estaría respirando siquiera. Nuestras miradas se cruzaron y, por un instante, pude ver un cierto alivio en sus ojos de acero, que pasó a rabia al ver nuestras manos. Después se movió, dio un paso al frente. Marcus levantó un brazo para pararle. No estaba segura de si serviría de algo, pero no continuó.
Solté el aire. No me había dado cuenta de que había estado aguantando la respiración.
—¿De qué va todo esto? —gritó un Patriarca. Dejé de intentar saber quién era cada uno.
Lucian simplemente sonrió. Odiaba aquella sonrisa.
—Es hora de volver a tener lo que nos pertenece por derecho, un mundo donde seamos nosotros los que mandemos y no tengamos que responder ante un grupo de dioses a los que no les importa si nos va bien o si morimos todos. Un mundo en el que los mestizos no estén esclavizados, sino a nuestro lado. —Varios gritos ahogados le cortaron en ese momento, como era de esperar—. Un mundo en el que los mortales se arrodillen a nuestros pies como deberían. Somos dioses por derecho propio.
En ese momento, la mitad del público se puso en pie. Se escucharon palabras como blasfemia, traición y locura. Algunos de los mestizos miraban a Lucian asombrados; sus palabras les atraían en cierto modo. Pero serían unos pardillos si creyesen a Lucian.
Los Guardias de Lucian y algunos que reconocía del Covenant se pusieron ante las puertas, evitando que nadie pudiese escapar. Casi me río. Pensábamos que la Orden se había infiltrado en el Covenant, pero era Lucian el que lo había copado todo. Fue él quien se había infiltrado en el Covenant y el Consejo…
—Es hora de una nueva etapa. —La voz de Lucian resonó por todo el juzgado—. Incluso los mestizos que estén de nuestro lado podrán crecer. Los que no, caerán.
Algunos miembros del Consejo se apartaron. Cinco de ellos, los cinco que apoyaban a Lucian, y al menos dos docenas de Guardias… y Centinelas.
Vi que Aiden y el desconocido se dirigían hacia el estrado, pero los perdí de vista. Me concentré en lo que estaba pasando frente a mí, sentí que me enfadaba y entraba en estado de alerta.
—Seth —dijo Lucian tranquilamente—. Este hombre ha tratado de acabar con la vida de Alexandria numerosas veces. ¿Merece vivir?
El Patriarca más anciano se puso de pie, apoyándose con dificultad en su bastón.
—¡Él no tiene potestad para decidir en este asunto! Sea o no el Apollyon, no puede decidir sobre la vida o la muerte. ¡Si el Patriarca Mayor Telly se ha rebelado en contra de los deseos del Consejo de los Doce, tiene que ser juzgado por ese mismo Consejo!
Le ignoró.
Levanté la mirada hacia Seth.
—No —susurré—. No. No respondas.
Me ignoró.
Seth levantó la cabeza mientras las marcas del Apollyon llegaban a su cara, serpenteando y moviéndose hacia el cuello, bajo su camiseta.
—No merece vivir.
Los ojos de Lucian brillaron con orgullo.
—Entonces acaba con él.
Sentí cómo el miedo cavaba un agujero en mi pecho. Me aparté de Seth, usando todo mi peso para intentar soltarme de él. Él simplemente me cogió con más fuerza. Sabía qué intentaba hacer.
—¡No! —grité con fuerza intentando soltarme y romper el contacto—. Telly es un capullo, pero no podemos decidir quién muere, Seth. No estamos para eso, no es para lo que está el Apollyon.
—Estúpida —murmuró Lucian lo suficientemente alto como para que solo le escuchásemos nosotros—. No es lo que decida un Apollyon, sino el Asesino de Dioses.
—No le escuches —rogué mientras me retorcía. Su marca ardía contra la mía—. Tú no eres así. Eres mejor. Por favor.
Seth me miró. Hubo un momento, muy breve, pero existió, en el que pareció estar confuso y dudar. Seth no creía del todo que estuviese haciendo lo correcto. Empecé a tener esperanzas.
Le cogí del brazo.
—Seth, no quieres hacerlo. Sé que no. Y sé que no eres tú, es culpa de akasha, lo entiendo. Y es su culpa, te está utilizando.
—Seth —apremió Lucian—, ya sabes qué tienes que hacer. No me falles, no nos falles.
—Por favor —rogué mientras mantenía su mirada. Estaba deseando pasar sobre el cuerpo derrotado de Telly y partirle el cuello a Lucian—. No nos hagas esto, a mí, a ti. No te conviertas en un asesino.
Los labios de Seth se curvaron y apartó su mirada de mí, mirando hacia el Patriarca Telly.
—No puede vivir. Este es mi regalo para ti.
El miedo me cortó la respiración. Y entonces lo entendí. Aquella era la diferencia entre Aiden y Seth. Por mucho que Aiden quisiera atacar o por mucho que quisiera algo, nunca me pondría en peligro. Y joder, Seth sí.
Lo hizo.
Apretó más la mano. Mi cuerpo se curvó hacia dentro cuando sacó el akasha de mi interior. Me doblé en dos, logrando ver un destello de luz color ámbar envolviendo a Telly.
La última vez que le vi usando akasha, era de color azul, pero eso había sido antes de las cuatro marcas, antes de que pudiese sacar la energía del quinto elemento de mi interior.
Un montón de gritos llenaron la sala, no de Telly, sino del Consejo y del público. Telly no pudo hacer ni un ruido. En cuanto akasha le alcanzó, cargado de energía de Seth y mía, simple y llanamente dejó de existir. Desapareció.
El cristal de la cúpula se rompió. Una lluvia de cristales cayó sobre la sala, cortando el aire y a todos los que no se apartaron a tiempo. Tres figuras aladas entraron por el hueco, aullando furiosas.
Las furias habían llegado.