Capítulo 27

Los ojos de Seth brillaban y la presión en mi interior se iba aliviando a través del cordón, saliendo de mí y entrando en él. De repente, empezó a salir luz de cuatro puntos: mi tripa, las palmas de mis manos y mi nuca. El dolor me picaba por todo el cuerpo como una avispa furiosa y luego se paraba. La cabeza me pesaba y tenía las piernas débiles mientras aquel agradable tira y afloja continuaba.

El brazo que le quedaba libre me sujetó justo cuando las piernas me fallaron del todo. Debí desmayarme, no sé por cuánto tiempo. Cuando volví a empezar a ver la habitación, borrosa, estaba tumbada de espaldas. Estaba confusa y sentía que el cuerpo me pesaba, que me hundía en la cama.

—Aquí estás —dijo Seth. Le tembló ligeramente la mano con la que me acariciaba el pelo.

Sentí un extraño sabor casi metálico en el fondo de la garganta.

—¿Qué… qué ha pasado?

Seth apartó la mano de mi pelo.

—No has Despertado, pero… —Me cogió una mano y apretó mi palma.

La respuesta fue inmediata. Arqueé la espalda. Era como si algo se hubiese metido en mis entrañas, me hubiese agarrado y estirado. No dolía, pero tampoco era agradable.

—Seth…

Cuando soltó, se cortaron las cuerdas invisibles. Caí, como si no tuviese huesos, completamente débil y Seth… volvió a sentarse, mirándose la mano. Estaba asombrado como un niño pequeño, viendo cómo una luz azul eléctrico le cubría la mano, brillando más fuerte que nunca.

—Akasha… Esto es bueno, Álex. Esto es más… puedo sentirte bajo mi piel.

Mareada, vi como la bola de luz se iba apagando y los ojos de Seth dejaban de mostrar tanta emoción. De alguna forma supe, según se inclinaba para besarme la mejilla, que Seth había logrado el poder necesario para matar a un dios, aunque solo hubiese sido durante unos segundos.

Al otro lado de la ventana se vio caer un rayo, pero no brillaba más que el último segundo de aquello. Sabía que tenía que salir de allí, pero cuando intenté incorporarme, me sentí pesada, como si estuviera pegada a la cama. Sonrió y se sentó a mi lado, poniendo la mano sobre mi mejilla y girándome hacia él. Me acarició el labio con el pulgar.

—¿Lo has visto?

Quería apartar la mirada, pero no podía, y me repugnaba. Un trueno silenció los latidos de mi corazón.

—Ha sido precioso, ¿verdad? Cuánta energía. Lucian estará decepcionado porque no hayas Despertado tras la cuarta marca, pero algo sí ha pasado.

¿A qué se refería? No lo entendía, y mis recuerdos eran bastante vagos. El cordón se movió al sentir su mano bajo mi cabeza, que dirigía directamente hacia la runa de mi cuello.

—Esta es la runa de la invencibilidad —explicó—. Cuando Despiertes, se activará. Entonces los dioses no podrán tocarte.

Le miré a los ojos y obligué a mi lengua pastosa a funcionar.

—No… no quiero que me toques.

Seth sonrió y las marcas volvieron, deslizándose por su cuerpo dorado. Sabía el momento exacto en que nuestras marcas se tocaban. Bajó la cabeza hasta que nuestros labios estuvieron separados por un aliento. Mis sentidos se volvieron locos. Sentía ráfagas de electricidad por todo el cuerpo.

—Así estás preciosa —murmuró al juntar su frente con la mía.

Aquello que tenía en mi interior, lo que teníamos entre los dos, era feo. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? Hubo señales desde el principio. La noche que descubrí qué era y Seth se quedó atrás, con Lucian. La necesidad de energía que tenía Seth y cómo mi respuesta hacia él parecía estar fuera de control, incluso la primera vez que estuvimos juntos, próximos al patio, hacía meses, y otras tantas veces. Pensé en aquel gesto de satisfacción que vi en la piscina cuando elegí ver qué pasaba con él, cuando le elegí. Todo el tiempo que pasó con Lucian…

Estuve completamente ciega.

Seth puso sus labios sobre mi cuello, donde se notaba mi pulso acelerado, y me estremecí repugnada, enfadada, asustada e impotente.

—No lo hagas —le rogué, justo antes de que nuestra conexión tirase tan fuerte que me costaba saber dónde empezaba él y dónde acababa yo.

—¿No lo quieres? No puedes negar que una parte de ti me necesita.

—Esa parte no es real. —Mi cuerpo latía y hormigueaba por él, le ansiaba, pero mi corazón y mi alma se marchitaban, se enfriaban. Mis ojos se llenaron de lágrimas—. Por favor, no me obligues a hacer esto, Seth. —La voz se me quebró—, por favor.

Seth se quedó helado. Sus ojos se nublaron, confusos, su reflejo ámbar se hacía añicos por el dolor.

—Nunca… nunca te forzaría, Álex. Nunca lo haría. —Su voz sonaba frágil, vulnerable e insegura.

Empecé a llorar. No sabía si era por alivio tras el miedo o que, en el fondo, el Seth que yo conocía estaba todavía en alguna parte. De momento.

Se puso de pie y se pasó una mano por el pelo.

—Álex, no… no llores.

Al levantarlos para frotarme los ojos, los brazos me pesaban como bloques de cemento. Sabía que no debía llorar ante los daimons para no mostrar debilidad, y con Seth… no había diferencia.

Acercó la mano hacia mí, pero paró. Pasaron unos segundos hasta que habló.

—Será más fácil, te lo prometo.

—Vete —dije con voz ronca.

—No puedo. —Se agachó, manteniendo una distancia segura entre los dos—. En cuanto salga de esta habitación, harás alguna estupidez.

A decir verdad, estaba demasiado cansada como para levantarme, menos aún para intentar escapar. Logré tumbarme de lado, más lejos de él. Aquella noche me iba a costar mucho dormirme. El único consuelo que me quedaba era que cuando cerraba los ojos veía a Aiden. Y aunque la imagen no le hacía justicia, su amor era lo único que lograba lo que pedía. No protegerme, sino darme fuerzas para encontrar la forma de salir de allí.

Seth prácticamente no se separó de mi lado los siguientes dos días, haciendo que me trajesen la comida a la habitación. Necesité aquellos dos días para recuperar un poco las fuerzas. El último intento había supuesto más que los anteriores y yo también sabía, tal y como Seth había dicho, que algo había cambiado.

Solo trató de sacar más akasha de mí una vez más, cuando trajo a Lucian para que lo viese. Seth tenía razón, Lucian estaba decepcionado porque no hubiese Despertado, pero le encantaba el nuevo poder que había ganado Seth, aunque fuese solo temporal.

Y dioses, Seth iba por allí como un niño enseñándole a su padre el proyecto de ciencias por el que le habían dado un premio. Pensaba que Seth me daría asco, pero tras las largas tardes que pasó hablando conmigo mientras le intentaba convencer de que me soltase, me empezó a dar pena.

Tenía dos lados de sí mismo, y el lado que aún mantenía junto a mi corazón empezaba a perder contra aquel otro que ansiaba energía del mismo modo que un daimon el éter. Quería ayudarle de alguna forma, salvarle.

También quería estrangularle, pero eso no era nada nuevo.

Durante la noche del segundo día, me despertaron unos ruidos que venían del piso de abajo. Reconocí la voz profunda de Marcus resonando por todo, así que me puse de pie con las piernas aún débiles y me dirigí hacia la puerta.

Seth se puso a mi lado en un segundo y puso una mano en la puerta.

—No puedes.

Parpadeé para intentar deshacerme del mareo.

—Es mi tío. Quiero verle.

—¿Desde cuándo? —Seth sonrió y contuve el aliento porque me recordó a aquel otro Seth, al que no me retendría como rehén—. Si le odias.

—No… no le odio. —En aquel momento me di cuenta de lo mal que me había portado con mi tío. Daba por hecho que no era la persona más agradable del mundo, pero nunca me encerraría en una habitación con un sociópata en potencia. Juré que sería distinto… si volvía a verle—. Seth, quiero…

—¿Por qué te niegas a que Marcus vea a su sobrina? ¿Pasa algo?

Me quedé sin aire y empujé la puerta con las manos, bajo las de Seth. La voz de Aiden era como un rayo de sol, o de calor. Estuve a nada de darle una patada a Seth en sus partes para hacer que se moviese, pero debió sospecharlo, porque su mirada de advertencia me dijo que ni se me ocurriese hacerlo.

—Está descansando, pero está bien. No hay por qué preocuparse. —Oí que les decía Lucian antes de que su voz se apagase.

Tomé aire y cerré los ojos. Aiden estaba muy cerca, pero no podía llegar a él. Sabía que debía estar preocupado, que estaría asumiendo lo peor. Si pudiese verle, hacerle saber que estaba bien… me quitaría parte del dolor que me atenazaba el corazón.

—¿Le quieres de verdad? —preguntó Seth en voz baja.

—Sí. —Abrí los ojos. Seth bajó la mirada abanicándose las mejillas con sus tupidas pestañas—. Le quiero.

Lentamente levantó la mirada.

—Lo siento.

Aproveché aquel momento.

—Tú también me importas, Seth. En serio. Ver lo que estás haciendo, en qué te estás convirtiendo, me está matando. Tú eres mejor, eres más fuerte que Lucian.

—Claro que soy más fuerte que Lucian. —Se apoyó en la puerta y me miró—. Pronto voy a ser más fuerte que un dios.

Y eso fue todo. Seth no se movió de la puerta, y yo fui hacia la ventana para ver si podía avistar por un segundo a mi tío y a Aiden. El tejado de la biblioteca me tapaba la vista.

No volvimos a hablar.

Se me acababa el tiempo y tenía que hacer algo.

A la mañana siguiente Seth estuvo muy inquieto, no pudo estar sentado más que unos pocos minutos. Su constante ir y venir, y sus movimientos erráticos no tenían nada que ver con la elegancia sobrenatural que tenía siempre. Me tenía de los nervios y cada vez que me miraba sentía que el miedo me cerraba la garganta. A pesar de eso, no se acercó a mí ni me volvió a tocar. Seth simplemente se daba la vuelta y miraba por la ventana en silencio, esperando.

La mañana después de la visita de Marcus, sentí la necesidad de volver a verme la runa del cuello. Con la energía recuperada, encontré un espejo de mano y estiré el cuello, retorciéndome hasta poder ver un poco en el espejo del baño. Levanté la mano y la toqué. El contacto me hizo cosquillas en los dedos.

Puse el espejo sobre el mueble y me di la vuelta. Parecía que tenía los ojos enormes, como asustados. Bajo ellos, unas enormes sombras apagaban el color marrón de mis iris. No es que tuviese unos ojos marrones maravillosos, pero aquello

No pude quitarme aquel aire asustadizo de los ojos. Sentía un peso que me empujaba los hombros, que me apretaba el pecho. Seth estuvo todo aquel tiempo intentando Despertarme, tal y como me temía. Me había mentido. Me aparté el pelo mojado hacia atrás. Por suerte no lo había logrado, pero no podía negar que había algo distinto. Podía sentirlo bajo mi piel.

Llamaron a la puerta del baño…

—¿Álex? —dijo Seth volviendo a llamar—. ¿Qué estás haciendo?

Reuní toda la fuerza que pude, me concentré en los muros color rosa fosforito y reforcé los escudos mentales para bloquearle.

Pude oírle suspirar.

—Me estás bloqueando solo para molestarme, Álex.

Sonreí a mi reflejo y abrí la puerta. Pasé a su lado y tiré la ropa sucia en un rincón.

—¿Así que no vas a hablarme? —preguntó.

Me senté en la silla y cogí un peine.

Seth se puso de rodillas frente a mí.

—Ya sabes que no puedes estar siempre en silencio.

Mientras me peinaba, decidí que podría intentarlo.

—¿Sabes cuánto tiempo vamos a estar juntos? Nos vamos a aburrir y a volver viejos en seguida. —Como no respondí, me agarró la muñeca—. Álex, estás siendo…

—No me toques. —Me solté el brazo, lista para usar el peine como un arma mortal si fuese necesario.

Sonrió y se puso de pie.

—Ya hablas.

Tiré el peine al suelo y me puse de pie.

—Me has estado mintiendo una y otra vez, Seth. Me has utilizado.

—¿Cómo te he utilizado, Álex?

—¡Te acercaste a mí solo para intentar Despertarme! Usaste esta maldita conexión en mi contra. —Respiré profundamente y con dificultad. La traición me pesaba como una piedra—. ¿Tenías todo planeado desde el principio, Seth? ¿Era esto en lo que pensabas cuando estábamos en los Catskills? ¿Cuando me pediste que eligiera?

Se giró hacia mí, con los ojos de un color ocre lleno de ira.

—Esa no fue la única razón, Álex. Tampoco es que importe mucho ahora. Ya elegiste. Elegiste a Aiden, por estúpido que sea.

Ni siquiera lo pensé. Enfadada y triste, intenté pegarle.

Seth me agarró el puño antes de llegar a darle en la cara.

—No estamos entrenando, Álex. No estamos jugando. Vuelve a pegarme y no te gustarán las consecuencias. —Me soltó.

Di unos pasos hacia atrás para recuperar el equilibrio, medio tentada de probar su advertencia dándole una patada en la cara. Nuestro duelo de miradas fue interrumpido cuando llamaron a la puerta. Uno de los Guardias estaba al otro lado, pero hablaba demasiado bajo como para poder entenderle.

Seth asintió y me miró.

—Salimos en cinco minutos.

Mi corazón tartamudeó.

—¿Salimos? ¿Dónde vamos?

—Ya lo verás. —Hizo una pausa y me miró—. Tienes cinco minutos para ponerte algo decente.

—¿Perdona? —Llevaba unos vaqueros y un jersey negro de cuello alto—. ¿Qué tiene de malo lo que llevo puesto?

—Vas a ser un Apollyon… mi pareja, por así decirlo. Deberías llevar algo más bonito, más elegante.

No supe cuál fue la parte, de todo lo que había dicho, que me causo las ganas de pegarle.

—Para empezar, no me digas lo que tengo que ponerme. Segundo, no soy tu «pareja». Tercero, lo que llevo puesto está bien. Y por último, estás loco.

—Y ahora te quedan cuatro minutos. —Seth se dio la vuelta y salió, cerrando la habitación tras él.

Me quedé un minuto mirando la puerta cerrada. Entonces entré en acción. Salí corriendo hacia la ventana del dormitorio y la abrí. Cuando era pequeña solía usar mi ventana para salir al tejado a ver las estrellas. Sabía que podía lograr saltar desde allí. De hecho era menos altura que el salto que di en Miami.

Sin tiempo que perder, me tumbé sobre el alféizar. Todos los músculos de los brazos parecieron gritar de dolor cuando me apoyé. Dioses, debía entrenar un poco los músculos de la parte superior de mi cuerpo. Los pies me colgaban a medio metro del tejado. En aquel momento me sentí como una espía ninja. Empecé a sonreír, pero un cosquilleo conocido comenzaba a extenderse por mi cuerpo y me borró la sonrisa de la cara rápidamente.

Me solté.

Unas manos me agarraron los antebrazos y me subieron, metiéndome de nuevo por la ventana. Pataleé y golpeé, luché como un animal hasta que Seth me puso de nuevo en pie.

Me giré.

—Aún me quedaban tres minutos.

En su cara apareció una media sonrisa.

—Ya, y un minuto después de salir de tu habitación, me di cuenta de que probablemente intentarías escapar. ¿En serio es mejor tirarte por la ventana que ponerte algo bonito?

—No me estaba tirando por la ventana. Me estaba escapando.

—Estabas a punto de romperte el cuello.

Cerré los puños.

—Lo habría logrado, idiota.

Seth puso los ojos en blanco.

—Lo que tú digas. No tenemos tiempo para esto. Nos necesitan ahora.

—No pienso ir a ninguna parte contigo.

Seth empezaba a estar frustrado.

—Álex, no te lo he pedido.

Crucé los brazos.

—Me da igual.

Gruñó y me agarró del brazo.

—Siempre, siempre tienes que poner las cosas difíciles. —Empezó a arrastrarme hacia la puerta—. No sé por qué esperaba otra cosa de ti. Una parte de mí, y sé que es raro, está emocionada porque te peleas conmigo. Es divertido. Mejor que estar ahí sentada sin hablar.

Intenté soltarle los dedos, pero no había forma de soltarlos.

—Suéltame.

—Claro… ni de coña.

Ya estábamos al final del pasillo, junto a las escaleras. Vi que abajo se había reunido un pequeño ejército de Guardias.

—¿Pero qué narices? —Clavé los pies en el suelo y me agarré a la barandilla con la mano que me quedaba libre—. ¿Qué está pasando?

Exasperado, Seth me cogió por la cintura. Usando la fuerza bruta me apartó de la barandilla.

—Tú pórtate bien. —Empezó a bajar las escaleras, llevándome sin problemas.

Algunos Guardias parecían incómodos cuando Seth me arrastró a su lado. La luz brillante del sol nos recibió en la calle y Seth no me soltó hasta que me metió en la parte trasera de un Hummer que nos estaba esperando. Subió inmediatamente detrás de mí y me agarró las dos muñecas con una mano.

—Lo siento, pero hay bastantes probabilidades de que te tires de un coche en marcha.

Le miré, apenas separados unos centímetros.

—Te odio.

Seth bajó la cabeza hasta que puso su mejilla contra la mía.

—No dejas de decir eso, pero los dos sabemos que no es cierto. No puedes odiarme.

—¿Ah no? —Le di un codazo en el estómago. No le hizo casi nada. El Hummer empezó a moverse—. Pues lo que siento ahora no es para nada bonito.

Se rio, haciendo que el pelo de mis sienes se estremeciera.

—No puedes odiarme. Te han hecho así. Y pronto seremos la misma persona. Los mismos dioses que te crearon para ser mía, son esos a los que vamos a empezar a derrocar hoy mismo.