Capítulo 26

La cena fue rara e incómoda por varias razones. Solo eramos tres personas agolpadas al final de la enorme mesa rectangular, comiendo a la luz de las velas como si hubiésemos vuelto a la época medieval. Seth iba alternando entre hacerse colega de su falso papi Lucian y mirarme. Rechacé todos los intentos por parte de Lucian de introducirme en la conversación. Ni siquiera podía permitirme comer el delicioso filete que tenía delante y aquello sí que era una mierda.

Iba a ser mi última cena.

Lo sabía. Lo que planeaba mientras los miraba seguramente iba a acabar con mi vida, pero era eso o ser parte de algo horrible como destruir a todo aquel que no estuviese de acuerdo con Lucian y esclavizar a la raza humana, porque eso era lo que pretendían, al menos Lucian. Necesitaba a los Apollyons, al Asesino de Dioses, para conseguirlo. Tenía sentido. Originalmente, el Apollyon fue creado para mantener a los puros a raya, pero si controlaba a los Apollyons, entonces no tenía nada que temer. Una vez yo Despertase, Seth podría matar a cualquier dios que fuese a por Lucian, convirtiendo a este prácticamente en invencible. Era un plan brillante. Uno que Lucian había planeado desde el mismo momento en que supo que había dos Apollyons en la misma generación.

Les darían a los miembros del Consejo una opción: apoyarles o caer. Con Seth en plenas facultades, siendo el Asesino de Dioses, podría freír a cualquier dios que viniese a por él. Aunque tampoco era que Lucian pensase que algún dios fuese a entrometerse. En cuando Seth se convirtiese en el Asesino de Dioses, no habría ninguno tan estúpido como para acercarse a menos de un kilómetro. La única amenaza podrían ser los miembros de la Orden, pero les costaría un mundo acabar con Seth, y ya tenían Centinelas buscando al resto de miembros. Me dio un escalofrío pensar en lo que iban a hacer con ellos.

A pesar de lo mucho que estaban hablando, sabía que ocultaban algo. Había algo más en todo aquello, igual que supe que había alguna otra razón para que Apolo tuviese tanto interés en mantenerme a salvo.

—¿Cómo mató la Orden al Primero y a Solaris? —pregunté, hablando por primera vez.

Lucian miró a Seth y levantó las cejas mientras giraba la copa de cristal entre sus dedos.

—Los pillaron por sorpresa. —Seth bajó la mirada y miró su plato—. En el mismo momento, los apuñalaron a ambos en el corazón. —Se aclaró la garganta—. ¿Por qué lo preguntas?

Me encogí de hombros. Sobre todo porque tenía curiosidad, ya que no era fácil matar a dos Apollyons. Al no responder nada, continuaron su charla. Yo continué tramando mi plan. Iba a hacer algo que jamás pensé que haría de nuevo. Iba a matar a un pura sangre, Lucian. Cerré los dedos sobre el cuchillo de la carne. Era la única forma de parar todo aquello. Matar a Lucian y así liberar a Seth de su extraña influencia paterna. A mí me matarían, pero quizá… quizá Aiden y Marcus pudiesen probar que Lucian estaba loco. Merecía la pena intentarlo. No podía dejar que ocurriese aquello, e iba a ocurrir si me dejaban allí encerrada, y luego no se les podría parar.

Posiblemente aquello era lo más loco, espontáneo e inconsciente que nunca había planeado, pero ¿qué otra opción tenía? Lucian ya controlaba a Seth y podía controlarme a mí a través de él si Seth lo permitía. Ese era el miedo de todos, mi mayor miedo.

Tenía que hacer algo.

—¿Puedo levantarme? —pregunté.

—No has comido nada. —Seth frunció el ceño—. ¿Te encuentras mal?

Narices, a lo mejor era que no tenía apetito por estar rodeada de locos.

—Solo estoy cansada.

—Está bien —dijo Lucian.

Intenté no pensar en lo que estaba planeando, puse la servilleta sobre el cuchillo y me lo metí con el mango hacia arriba por la manga. Me puse de pie y me temblaban las rodillas. Matar en una pelea o por protección no tenía nada que ver con aquello. Parte de mí me gritaba que no estaba bien, que era tan malo como lo que ellos pretendían hacerle a Telly, pero ¿qué era una vida para proteger muchas más?

Bueno, vale, dos vidas, porque dudaba muy seriamente que pudiese librarme de aquello. Los Guardias estaban justo fuera del comedor. Si no me mataban, el Consejo que Lucian trataba de derrocar lo haría. Irónico.

Caminé junto a la mesa despacio, calmando la respiración y bloqueando mis emociones. Tenía la fuerza suficiente como para clavarle el cuchillo por la espalda y seccionarle la médula. Sería más fácil ir a por la garganta o un ojo, pero dioses, me daba asco solo pensarlo.

Simplemente hazlo. Llegué junto a Lucian y respiré hondo al sacar el cuchillo de la manga. En ese momento, un cuerpo entrenado me tiró contra el suelo.

Me di contra las baldosas y sonó un ruido seco. Seth me sujetaba las piernas mientras me retorcía la muñeca hasta que grité y tuve que soltar el cuchillo. Según me revolvía para intentar soltarme, entraron un montón de Guardias a la sala, pero Lucian levantó la mano y los paró.

—¿Pero qué te pasa? —preguntó Seth furioso y me zarandeó al no recibir una respuesta—. ¿Estás loca?

El corazón me latía contra las costillas.

—¡Yo no soy la que está loca aquí!

—¿En serio? ¿Que no eres tú la loca? —Desvió la mirada hacia el cuchillo—. ¿Tengo que explicártelo?

—Apáñatelas con ella. —Lucian se levantó y tiró su servilleta sucia sobre la mesa. Habló con una calma espeluznante—. Antes de que haga algo de lo que me arrepienta.

Seth exhaló con fuerza.

—Lo siento, Lucian. Lo arreglaré.

Estaba tan estupefacta que no pude decir nada. ¿Estaba disculpándose ante Lucian? Aquello era un manicomio y no tenía escapatoria.

—Tiene que aceptarlo —dijo Lucian—. No pienso vivir con miedo a que me asesinen en mi propia casa. Una de dos, u obedece o tendré que encerrarla.

Seth me miró a los ojos.

—No será necesario.

Le miré.

—Bien. —Lucian parecía más disgustado que asustado. Parecía que le hubiese escupido en vez de haber intentado matarle—. Me retiro por esta noche. ¡Guardias!

En tropa, siguieron a Lucian fuera de la sala. Algunos de ellos eran puros, ¿les había prometido algo por lo que mereciese la pena ir en contra del Consejo y arriesgarse a morir? Sabía qué les había prometido a los mestizos.

Seth me seguía sujetando contra el suelo.

—Creo que es lo más estúpido que has intentado hacer nunca.

—Qué pena que no funcionase.

Puso cara de incredulidad y me puso de pie. En cuanto me soltó, salí disparada de la habitación. Me agarró justo antes de llegar a la puerta y me atrapó entre sus brazos.

—¡Para ya!

Eché la cabeza hacia atrás, pero no pude darle por poco.

—¡Suéltame!

—No lo hagas más difícil, Álex.

Traté de soltarme, pero me sujetaba fuerte como una tenaza.

—Te está utilizando, Seth. ¿Cómo es que no puedes verlo?

Su pecho se hinchó contra mi espalda.

—¿Tanto te cuesta aceptar que Lucian se preocupe por mí, por los dos?

—¡No le importamos! Solo quiere utilizarnos. —Pataleé para intentar usar la pared a mi favor, pero Seth anticipó mis movimientos y me giró hacia el otro lado—. ¡Que te den! ¡Creía que eras más listo!

Seth suspiró y empezó a arrastrarme por el pasillo.

—A veces parece que eres tonta, Álex. No te faltará de nada. ¡Nada! Juntos vamos a poder cambiar nuestro mundo. ¿No es eso lo que quieres? —Habíamos llegado hasta las escaleras y le di una patada a un dios desconocido—. ¡Dioses! Para ya, Álex. Para ser tan pequeña, pesas un montón. No quiero cargar contigo por las escaleras.

—Vaya, gracias. Ahora vas y me llamas gorda.

—¿Qué? —Aflojó su agarre.

Le clavé el codo en el estómago tan fuerte que el impacto me hizo temblar todo el cuerpo. Seth se dobló sobre sí mismo, pero no me soltó. Soltando improperios, me dio la vuelta y se agachó. Me pasó un brazo por la cintura y me puso sobre su hombro. Antes de que le pudiese dar una patada donde más duele, me agarró las piernas.

—¡Bájame! —Le pegué con los puños en la espalda.

Seth gruñó y comenzó a subir las escaleras.

—En serio, no puedo creer que tenga que hacer esto.

Continué pegándole en la espalda sin respiro.

—¡Seth!

—Puede que te merezcas unos azotes, Álex. —Rio mientras giraba en el descansillo y le pegaba en los riñones—. ¡Au! ¡Eso duele!

Estábamos haciendo tanto ruido que todos los Guardias de la casa se despertaron, pero ninguno intervino.

Boca abajo, reconocí el pasillo y la puerta que abrió Seth. Era mi antigua habitación en casa de Lucian.

Seth caminó sobre la moqueta de pelo blanco que no tenía cuando yo vivía allí. Entonces no había nada en los suelos, que en invierno estaban helados. Me tiró sin ningún aprecio sobre la cama y se puso las manos sobre las caderas.

—Compórtate.

Me puse de pie. Seth me cogió de la cintura y volvió a tumbarme sin el más mínimo esfuerzo. Empecé a sentir un cabreo monumental que me llenó de energía, azotándome como una oleada de calor. Y dejé que toda esa rabia se extendiese.

—Estás siendo irracional, Álex. Y tienes que calmarte. Estas consiguiendo que quiera tomarme un Valium.

Cerré los puños.

—Te está utilizando, Seth. Quiere controlarnos para poder derrocar al Consejo. Quiere ser mejor que los dioses. ¡Sabes que nunca lo permitirán! Por eso crearon a los Apollyons.

Seth levantó una ceja.

—Sí, Álex, sé para qué se crearon los Apollyons. Para asegurarse de que ningún pura sangre tuviese tanto poder como los dioses y bla, bla, bla. Déjame que te haga una pregunta. ¿Crees que a algún dios le importa si mueres luchando contra un daimon?

—Obviamente sí, porque me trajeron de vuelta.

Puso los ojos en blanco.

—¿Y si no hubieses sido el Apollyon, Álex? ¿Y si hubieses sido una mestiza normal? ¿Les habría importado que murieses?

—No, pero…

—¿Y crees que eso está bien? ¿Que te obliguen a ser esclavo o guerrero?

—¡No! No está bien, pero no fueron los dioses los que decretaron eso. Fueron los puros, Seth.

—Ya lo sé, pero ¿no crees que los dioses lo podrían haber cambiado si quisieran? —Se acercó, bajando la voz—. Tiene que haber un cambio, Álex.

—¿Y de verdad crees que Lucian va a traer ese tipo de cambios? —Intenté que Seth lo entendiese—. ¿Que una vez que tenga el control completo del Consejo va a liberar a los sirvientes? ¿Que va a liberar a los mestizos de sus tareas?

—¡Sí! —Seth se puso de rodillas frente a mí—. Lucian lo hará.

—¿Y entonces quién luchará contra los daimons?

—Los que se ofrezcan voluntarios, igual que los puros. Lucian lo hará. Solo tenemos que apoyarlo.

Sacudí la cabeza.

—A Lucian nunca le han importado los mestizos. Solo le importa él mismo. Quiere el poder absoluto para poder esclavizar a los mortales en lugar de a los mestizos. Lo dijo él mismo.

Se puso en pie con un gruñido.

—Lucian no tiene intención de hacer algo así.

—¡Me lo dijo en el coche! —Le cogí las manos, ignorando cómo se movía el cordón—. Por favor, Seth. Tienes que creerme. Lucian no hará nada de lo que te ha prometido.

Me miró un momento.

—¿Y qué más te da si esclavizar a los humanos es su plan? No lo entiendo. No soportabas vivir entre ellos. ¿Por qué quieres proteger a los dioses cuando la Orden te mató, te asesinó, para protegerlos? ¿Y tienes reparos con que mueran algunos puros durante el proceso? Mira cómo te han tratado. No lo entiendo.

A veces yo tampoco lo entendía. Los puros nos trataban a los mestizos como basura. Y los dioses, bueno, tenían tanta culpa como los puros. Habían permitido que ocurriese todo. Pero aquello no estaba bien.

—Va a morir gente inocente, Seth. ¿Y qué crees que harán los dioses? Puede que a nosotros no puedan tocarnos, pero pueden ser vengativos y realmente sádicos. Empezarán a matar mestizos y puros sin conocimiento. Apolo me lo dijo.

Me apretó las manos.

—Daños colaterales; es lo que hay.

Solté las manos. El estómago medio un vuelco.

—¿Cómo puedes ser tan insensible?

—No soy insensible, Álex. Se llama fuerza.

—No —susurré—, eso no tiene nada que ver con la fuerza.

Seth se apartó de mí, se pasó una mano por el pelo, soltando algunos mechones. ¿Siempre había sido así? En ocasiones podía ser muy frío, pero no tanto.

—No pasará nada —dijo al final—, te lo prometo. Yo cuidaré de ti.

—Claro que pasará algo. Tienes que soltarme. Tenemos que apartarnos el uno del otro.

—No puedo, Álex. Quizá con el tiempo puedas olvidarte de él y…

—¡No tiene nada que ver con Aiden!

Me miró con una sonrisa amarga y cínica.

—Todo tiene que ver con Aiden. No te importan los mortales. Si pudieses estar con él y dejar que continuáramos con nuestro mal, te darían igual.

—Claro que no. Vas a matar a gente inocente, Seth. ¿En serio puedes vivir con ello? Porque yo no.

—¿Y qué puro es totalmente inocente? —preguntó en lugar de responderme.

—Hay puros que no quieren ver a los mestizos esclavizados. Y sí, los dioses son un montón de capullos, pero es lo que son.

—Ya hemos pasado por esto, Álex. No estarán de acuerdo. Al menos no todavía, pero solo quedan unos días para tu cumpleaños. Entonces lo entenderán.

Me quedé sin aire.

—¡Seth, por favor, escúchame!

Su cara se cubrió con una máscara de frialdad.

—No lo entiendes, Álex. No puedo, no voy a dejar que te marches.

—¡Claro que puedes! Es muy fácil. Simplemente déjame salir de la casa.

Seth se puso delante de mí en un segundo. Me cogió de las manos, con sus palmas contra las mías.

—Ahora no sabes qué se siente, pero lo harás. Cuantas más marcas tengas, más akasha entra en mí. No hay nada, nada como eso. Es energía pura, Álex. ¡Y aún no has Despertado siquiera! ¿Puedes imaginarte cómo será después? —Sus ojos brillaron de aquella forma demente y apasionada que ya había visto antes y me había asqueado—. No puedo renunciar a ello.

—Dioses, ¿pero tú te oyes? Pareces un daimon ansiando éter.

Sonrió.

—No tiene ni punto de comparación. Es mucho mejor.

Entonces me di cuenta de que entre la influencia de Lucian y la atracción de akasha, Seth se había transformado en algo peligroso. Apolo tenía razón. Mierda. La Abuela Piperi tenía razón.

Y yo había estado muy, muy equivocada. Estaba en una mala y muy precaria posición. Cualquier cosa era posible, mi pulso se aceleró el doble. Me dieron ganas de pegarme por no haber dejado que Apolo me llevase lejos, pero cuando lo propuso, no podía más que pensar que eso era lo que Lucian quería hacer. Yo nunca huía.

Pero ahora necesitaba huir, porque era lo único sensato.

—Quiero que salgas de mi habitación. —Obligué a mis rodillas a que dejasen de temblar y me puse de pie—. Ahora.

—No quiero irme —respondió tranquilamente.

El corazón me latía en la garganta.

—Seth, no quiero que estés aquí.

Inclinó la cabeza hacia un lado. Sus ojos empezaron a arder.

—No hace mucho que no tenías ningún problema con que estuviese en tu habitación… o en tu cama.

—No tienes derecho a estar aquí. No eres mi novio.

Seth levantó las cejas.

—Hablas como si lo que somos pudiese simplificarse con absurdas etiquetas. No somos novios, ahí tienes razón.

Me aparté de la cama, buscando con los ojos una forma de salir de la habitación. Solo había un baño, un armario y una ventana. Y mi antigua casa de muñecas… ¿qué narices seguía haciendo allí? Sentada sobre el tejado había una horrible muñeca de porcelana que odiaba desde que era niña.

Se puso detrás de mí y me susurró al oído.

Somos la misma persona. Queremos y necesitamos lo mismo. Puedes amar a quien quieras y puedes decirte lo que quieras. No tenemos que amarnos; ni siquiera tenemos que gustarnos. No importa, Álex. Estamos unidos, y nuestra conexión es mucho más fuerte que lo que sientas en tu corazón.

Me moví para tener espacio entre los dos.

—No. Me planto. Recurro a la promesa que me hiciste. No quiero hacerlo. Tienes que irte Me da igual dónde. Simplemente vete.

—No voy a irme.

El miedo se convirtió en algo mucho peor, mucho más poderoso. Empezó a reptar por mi interior, agarrándose fuerte y extendiéndose por mis venas como un veneno.

—Me lo prometiste, Seth. Me juraste que te irías si esto acababa siendo demasiado para mí. ¡No puedes retirarlo!

Me miró a los ojos.

—Es demasiado tarde. Lo siento, pero esa promesa es nula y queda invalidada. Las cosas han cambiado.

—Entonces me iré yo. —Respiré profundamente, pero no pude calmar la forma en que mi corazón latía en mi pecho—. ¡No puedes retenerme aquí! Me da igual que Lucian sea mi tutor legal.

Inclinó la cabeza hacia un lado, mirándome casi con curiosidad.

—¿Crees que hay algún lugar en el mundo donde no pudiera encontrarte si quisiera?

—Dioses, Seth, ¿sabes que hablando así pareces un acosador? ¿Que das miedo?

—Solo digo la verdad —dijo despreocupado—. Cuando cumplas dieciocho, para lo que queda… ¿Cuánto? ¿Cinco días? No podrás controlarlo.

Cerré los puños. Dioses, odiaba que tuviese razón. Sobre todo cuando la razón daba miedo y Seth en aquel mismo momento daba mucho miedo. No podía mostrarlo. Por eso me concentré en mi ira.

—No tienes control sobre mí, Seth.

Seth levantó una ceja. Una sonrisa maliciosa empezó a aparecer lentamente en su cara. Reconocí el gesto y me eché hacia atrás, pero él era increíblemente rápido. Levantó el brazo y me cogió de la cintura.

El instinto se apoderó de mí. Mi cerebro se desconectó y me puse en modo combate. Dejé las piernas muertas, caí sobre sus brazos en peso muerto. Seth maldijo y se tiró para cogerme, pero entonces di un salto y le clavé la rodilla en el tronco. Soltó todo el aire y cayó de espaldas. Me di la vuelta y levanté el brazo, pegándole justo en el pecho. No fue un golpecito, sino que puse todas mis fuerzas en él, y Seth cayó de rodillas.

Salí corriendo hacia la puerta, lista para luchar si hacía falta en mi camino hacia la salida, hacia la calle.

No me hizo falta. No lo logré.

En cuanto agarré el pomo de la puerta, sentí una oleada de energía por toda la habitación que me erizó todos los pelos del cuerpo. De repente, me vi flotando hacia atrás. El pelo se me echó por toda la cara, no podía ver nada.

Seth me rodeó la cintura con los brazos y me apretó contra su pecho.

—Sabes, me gustas mucho más cuando estás enfadada. ¿Quieres saber por qué?

Intenté soltarme, pero me agarraba con fuerza. Era como intentar mover un camión.

—No. La verdad es que me da igual, Seth. Suéltame.

Rio y ese sonido grave retumbó en mi interior.

—Porque cuando estás enfadada siempre estás a un paso de hacer algo irracional. Y así es como me gustas.

Seth me soltó sin avisar. Entonces, lo vi en sus ojos, en la forma de entreabrir los labios. El miedo me heló la sangre en las venas.

—No…

Seth levantó las manos y me agarró del cuello. Las marcas del Apollyon recorrieron toda su piel a una velocidad de vértigo. Lo que había en mí, aquella parte creada para completarle, respondió a su modo. Las marcas volaron por sus brazos y llegaron a sus dedos. Un segundo después, una luz ámbar brillaba en el aire y también un pequeño atisbo de azul. Su mano empezó a hacer círculos, presionando, haciendo arder la piel de mi nuca, creando la cuarta runa.

Durante un segundo, justo antes de que el cerebro se me apagase por completo, hubo un instante en que me arrepentí de haber dejado que Seth se acercase a mí, de crear aquel vínculo entre los dos hasta convertirlo en algo irrompible. Lo tenía planeado desde el principio.

Y después, dejé de pensar.