Capítulo 25

Alucinada, me aparté de la puerta. Todo sobre lo que Apolo me había advertido me vino a la mente al mismo tiempo. Todo el mundo temía que algo así ocurriese, todos menos yo, y aun así, me costaba creer que estuviese sucediendo.

—¿Qué has hecho? —pregunté.

—¿Qué pasa? Te he traído un regalo, Telly.

Me giré hacia él, sorprendida por tener que explicarle por qué aquello estaba mal.

—Seth, los chicos suelen llevarle a las chicas rosas o cachorritos. No gente, Seth. No al Patriarca Mayor del Consejo.

—Sé lo que hizo, Álex. —Puso su mano sobre la cicatriz que me había dejado Linard—. Sé que fue él quien ordenó esto.

Aun a través de la gorda sudadera, pude sentir la mano de Seth.

—Seth, yo…

—Sentí algo cuando ocurrió… como si nuestra unión hubiese desaparecido por completo —dijo rápidamente y en voz baja—. No podía sentirte, pero sabía que estabas ahí… y luego, durante unos minutos, no. Lo sabía. Luego Lucian me lo contó. Mi primera reacción era traerte solo su cabeza, pero hice lo siguiente.

Me sentí literalmente enferma al mirar a Seth. Cuando observé a Telly tirado en la celda, vi la cara partida de Jackson. Tenía que haberlo imaginado. Dioses, tenía que haberme imaginado que lo sabría… y que haría algo así.

—No me costó mucho encontrarlo —dijo tranquilamente—, y sé que había gente buscándole. Leon —Seth rio—. ¿O debería llamarle Apolo? Sí, esta vez le he ganado. ¿Sabes esos dos días en los que no me llamaste? Eso es todo lo que me costó encontrarle.

El aire se me escapó de los pulmones y la sangre se me heló en las venas.

Frunció el ceño.

—Él mandó matarte, Álex. Supuse que te haría feliz saber que le he atrapado y que va a dejar de ser un problema.

Volví a mirar hacia la celda.

—Dioses, ¿cómo es que las furias no han hecho nada en contra?

—No soy tan estúpido, Álex. —Se puso a mi lado, hombro con hombro—. Lucian lo ordenó y sus Guardias lo llevaron a cabo. Yo solo… estaba con ellos. Soy listo, ¿eh?

—¿Listo? —dije sin respiración mientras me apartaba de la celda, de Seth—. ¿Así que esto ha sido idea de Lucian?

—¿Qué más da? —Cruzó los brazos—. Telly intentó matarte, te mató. Por ello, tiene que ser castigado.

—¡Eso no hace que esto esté bien! ¡Míralo! —Señalé hacia la celda—. ¿Qué es lo que le pasa?

—Está bajo una fuerte compulsión, para que no hable. —Seth se tocó la barbilla, pensativo—. Ni siquiera estoy seguro de si puede pensar. De hecho, creo que está un poco hecho polvo.

—Dioses, Seth. ¿Nunca te han dicho que dos males no hacen un bien?

Seth gruñó.

—En mi libro, dos males siempre hacen un bien.

—¡No tiene gracia, Seth! —Intenté calmarme—. ¿Quién va a matarlo? ¿El Consejo de pura sangres?

—No. Lo hará el nuevo Consejo.

—¿El Nuevo Consejo? ¿Qué demonios es eso?

Sus ojos ardieron frustrados.

—No tienes que entender qué está sucediendo. Este hombre sirve a los dioses que te quieren, nos quieren, muertos. Hay que acabar con él.

Me pasé las manos por la cabeza, deseando arrancarme el pelo.

—Seth, ¿esto ha sido idea de Lucian o no?

—¿Qué más da? ¿Qué pasa si lo hubiese sido? Solo quiere mantenernos a salvo. Quiere cambios y…

—¡Y quiere el puesto de Telly, Seth! ¿Cómo no puedes verlo? —Lucian quería poder y quitar a Telly de en medio era una forma de lograrlo, pero eso no quería decir que pudiese tomar el control del Consejo por completo… ¿o sí? Sacudí la cabeza—. Los dioses no pueden permitirlo. No quieren lo que hizo Telly.

—¡Álex, aquí los dioses son el enemigo! No le hablan al Consejo sino a la Orden.

—¡Apolo me salvó la vida, Seth! ¡No Lucian!

—Solo porque tienen planes para ti —dijo dando un paso al frente—. Tú no sabes lo que yo.

Cerré los puños.

—¡Entonces cuéntame lo que sabes!

—No lo entenderías. —Se giró hacia el bulto inmóvil de la celda—. Aún no. Y no te culpo por ello. Tienes demasiado de puro en tu interior, ahora incluso más que antes.

Aquello me dolió.

—No… no es justo.

Cerró los ojos y se pasó la mano por la frente.

—Tienes razón. No ha estado bien.

Aprovechando el momento de lucidez, fui a por él.

—No puedes tenerlo aquí, Seth. Tienes razón, hay que castigarlo por lo que hizo, pero necesita un juicio. Tenerlo así, en una celda bajo una compulsión, no está nada bien.

Dioses, realmente debía ser un mal día si me tocaba a mí ser la voz de la razón.

Seth se giró hacia mí. Abrió la boca, pero la volvió a cerrar.

—Ya he invertido mucho en esto.

El miedo me recorrió toda la espalda. Empecé a ir hacia él, pero paré. Crucé los brazos sobre el pecho.

—¿A qué te refieres?

Levantó la mano para tocarme, pero le esquivé. Confundido, bajó la mano de nuevo.

—¿Cómo puedes querer que viva?

—Porque no es cosa nuestra decidir quién vive y quién muere.

Arrugó la frente.

—¿Y si lo fuera?

Sacudí la cabeza.

—Entonces no quiero formar parte de ello. Y sé que tú tampoco.

Seth suspiró.

—Álex, te han entrenado para ser Centinela. Siempre estarás tomando decisiones de vida o muerte.

—Eso es distinto.

Inclinó la cabeza hacia mí, con una sonrisa que eliminaba cualquier duda.

—¿Ah, sí?

—¡Sí! Como Centinela mato daimons. No es lo mismo que jugar a ser jurado y verdugo.

—¿Cómo no puedes darte cuenta de que estoy haciendo lo que es debido, aunque seas demasiado débil para hacerlo tú misma?

¿Quién demonios era aquella persona que tenía a mi lado? Era como intentar razonar con un loco… en aquel momento supe lo que sentía la gente cuando intentaba razonar conmigo. La ironía era un enemigo muy, muy cruel.

—Seth, ¿dónde están las llaves de la celda?

Entrecerró los ojos.

—No pienso soltarle.

—Seth. —Di un paso cauteloso hacia él—. No puedes hacer esto. Y Lucian tampoco.

—¡Puedo hacer lo que me apetezca!

Pasé por su lado, hacia la manilla de la puerta y cuando quise darme cuenta estaba en la pared de enfrente, con Seth delante de mis narices. Cierto miedo comenzó a aflorar en la base mi estómago y el cordón empezó a vibrar con fuerza.

—Seth —susurré.

—Se queda aquí. —Sus ojos brillaban de un color ocre peligroso—. Hay planes para él, Álex.

Tragué el repentino sabor a bilis que me vino a la boca.

—¿Qué planes?

Me miró los labios y sentí un nuevo miedo.

—Pronto lo verás. No te preocupes, Álex. Voy a ocuparme de todo.

Puse las manos sobre su pecho y lo empujé varios metros hacia atrás. En su cara vi reflejado primero sorpresa y luego ira.

—Estás jodidamente loco, Seth. No sigas por este camino.

Se dio la vuelta, se dirigió corriendo hacia la celda y señaló a Telly.

—¿Así que prefieres ver a esta cosa libre? ¿Libre para esclavizar mestizos o mandar que los maten? ¿Libre para seguir intentando asesinarte? ¿Y luego esperar a un juicio amañado para proteger a los pura sangre? Simplemente le darían un toquecito en la mano. Demonios, ¡incluso te pedirían que te disculpases por frustrar su plan de matarte!

Estaba muy furiosa. Di un paso hacia delante y me puse frente a frente con Seth.

—¡No te importa nada de lo que les pase a los mestizos! ¡No tiene nada que ver con lo que estás planeando! Y lo sabes. Lo que estás haciendo, lo que aceptas, está mal. Y no voy a…

—Vete —dijo interrumpiéndome en voz baja y furiosa.

Me quedé quieta.

—No voy a dejar que lo hagas, Seth. No sé qué es lo que te ha dicho Lucian que te ha convencido…

—He dicho que te vayas. —Seth me empujó con fuerza. Casi pierdo el equilibrio—. La próxima vez puede que te traiga rosas o un cachorrito.

Aquello fue el colmo, igual que la sonrisa que puso. Necesité hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para darme la vuelta y marcharme. Subí las escaleras corriendo. Como había hecho tantas veces en mi vida, no tenía pensado escuchar que me dijesen qué tenía que hacer. Pero, por primera vez en la vida, creía que aquella vez era lo correcto. Aiden y Marcus tenían que saber lo que Seth y Lucian estaban planeando. Quizá podrían parar aquello antes de que fuese demasiado tarde, antes de que Seth ayudase a matar al Patriarca Mayor y sellase nuestros destinos.

Tenía que haber esperanzas para Seth, estaba metido en una locura, pero no era una locura extrema. Técnicamente, Seth aún no había hecho nada. Tal y como dijo Caleb, aún había esperanzas, fuera lo que fuera lo que Lucian estuviese usando en Seth, con lo que lo estaba manipulando, había que acabar con ello antes de que la historia volviera a repetirse.

Abrí las puertas del juzgado de par en par y me encontré de narices con la raíz de todos mis males.

Lucian estaba flanqueado por varios Guardias del Consejo, vestido con aquella absurda túnica blanca. Puso una enorme sonrisa que no llegó a reflejarse nunca en sus ojos.

—Supuse que te encontraría aquí, Alexandria.

Antes de darme cuenta, sus Guardias me estaban rodeando. Curiosamente, todos los Guardias eran pura sangre. Qué listo.

—¿Qué ocurre, Lucian?

—¿Cuándo me llamarás «Padre»? —Subió el último escalón y se paró frente a mí. El viento movía su túnica y parecía que estaba flotando.

—Eh… ¿qué te parece algo así como… nunca?

No dejó de sonreír.

—Un día eso cambiará. Seremos una gran familia feliz, los tres juntos.

Vale, aquello era raro.

—¿Te refieres a Seth? Él es tan parte de ti como yo.

Chasqueó la lengua.

—Volverás a mi casa, Alexandria. No hace falta que te quedes en la casa de los St. Delphi durante más tiempo.

Abrí la boca al oírle, pero la cerré. No había forma de saber si Lucian sabía lo que sentía por Aiden, o si Seth le había contado algo. Si empezaba una pelea contra él, avivaría sus sospechas. No podía hacer nada para pararlo. Lucian era mi tutor legal. Me tragué mi ira y mi indignación y di un paso al frente.

—Tengo que coger mis cosas.

Lucian se echó a un lado, haciendo que lo siguiese.

—No hará falta. Seth recogerá tus cosas.

Maldito sea. Me puse tensa cuando Seth salió por la puerta. Ni siquiera me miró cuando pasó por mi lado. Lucian le cogió del hombro.

—Nos encontraremos en casa.

Seth asintió y bajó las escaleras. En la acera, miró hacia arriba y me sonrió burlón antes de meterse en uno de los Hummer que estaban aparcados en la curva.

—Ahora, querida, ven conmigo —dijo Lucian.

Hecha una furia, pero sin poder hacer nada al respecto, seguí a Lucian hacia el otro Hummer. Sería un milagro que Lucian fuese hasta su casa andando. En cuanto se subió al asiento trasero conmigo, empecé a desear salir del coche.

Lucian sonrió.

—¿Por qué estás tan incómoda conmigo?

Aparté la vista de la ventana.

—Es algo que tiene que ver contigo.

Levantó una ceja.

—¿Y qué es?

—Pues que eres como una serpiente, pero además falso.

Se apoyó en el respaldo en cuanto el Hummer comenzó a moverse.

—Qué bonito.

Sonreí, tensa.

—Dejémonos de tonterías, Lucian. Sé lo de Telly. ¿Por qué has hecho algo que incluso yo sé que es estúpido y una locura?

—Está llegando el momento del cambio. Nuestro mundo necesita un líder mejor.

Reí sin poder contenerme.

—¿Vas colocado?

—Durante mucho tiempo hemos tenido que vivir con las antiguas leyes, existiendo apartados de los mortales como si no fuésemos mejores que ellos. —Sus palabras destilaban asco—. Deberían tomar ellos el lugar de los mestizos, servir nuestras necesidades. Y cuando lo hagan, nosotros, los nuevos dioses, gobernaremos este mundo.

—Por todos los dioses, estás loco. —No podía decir otra cosa. Lo peor de todo era que la Abuela Piperi había tenido razón, pero como siempre, no la había entendido. La historia se repetía, pero del peor modo. Y el mal se había escondido en las sombras, como un titiritero moviendo los hilos. La Abuela Piperi se refirió a Seth y Lucian. Me entraron ganas de vomitar. Si lo hubiese descubierto antes, hubiese podido evitar que aquello llegase tan lejos.

—No espero que tú lo entiendas, pero Seth sí que me entiende. Es todo lo que necesito.

—¿Cómo has logrado que Seth haga todo esto?

Se miró las uñas.

—El chico nunca ha tenido un padre. Su madre pura sangre no le hizo mucho caso. Supongo que se arrepintió de su relación con el mestizo, pero no pudo deshacerse de él mientras estuvo embarazada.

Hice una mueca de dolor.

—Es fácil suponer que no fue una buena madre —continuó—, pero ese chico, aun así, logró impresionar al Consejo y ganarse un puesto en el Covenant. Tuvo una infancia difícil, siempre solo. Supongo que Seth lo único que ha buscado siempre es ser querido. —Me miró—. ¿Puedes hacerlo tú? ¿Darle lo único que siempre ha deseado?

En aquel momento, supe sin lugar a dudas que Seth no le había contado a Lucian nada acerca de Aiden. Pero ¿por qué? Eliminar a Aiden de la ecuación beneficiaría a Seth. ¿Podría ser que no lo hubiera hecho porque sabía que eso me haría daño? Si ese era el caso, era que Seth seguía pensando. No era una causa perdida.

—Eso espero. Seth es un buen chico.

Abrí los ojos de par en par.

—Pareces… sincero.

Lucian suspiró.

—Nunca he tenido un hijo propio, Alexandria.

Me quedé atónita. Lucian se preocupaba en serio por Seth. Y Seth lo veía como un padre. Pero eso no cambiaba lo que estaba haciendo Lucian.

—Estás utilizándole.

El Hummer paró detrás de la casa de Lucian.

—Le estoy ofreciendo el mundo. Lo mismo que te ofrezco a ti.

—Lo que estás ofreciendo es la muerte de todo aquel que no se preste a la causa.

—No necesariamente, querida. Tenemos apoyo en… los lugares más insospechados, un apoyo muy poderoso.

La puerta se abrió antes de que pudiese decir nada. Un Guardia esperaba a que saliese, mirándome cauteloso como si esperase que fuese a salir corriendo en cualquier momento, algo que ya había pensado hacer, pero que sabía que no iba a lograr. Me llevaron rápidamente hacia la casa y me dejaron en el lujoso recibidor con mi padrastro.

—Es una pena que tengamos que hacer las cosas tan difíciles, Alexandria.

—Perdón por aguarte la fiesta, pero no pienso seguiros el rollo con esto. De hecho, nadie más lo hará.

—¿Ah no? ¿Dudas de mis apasionadas palabras? —Miró hacia sus Guardias pura sangre—. Quiero una vida mejor para los mestizos.

—Y una mierda —susurré, mirando hacia los Guardias. La mala cara con la que me miraban me decía que creían a Lucian. Y la pregunta de verdad era: ¿cuántos mestizos apoyarían a Lucian? El número podía ser astronómico.

Lucian rio. Era una risa chillona y fría.

—No tienes control sobre esto.

—Ya veremos. —Fui hacia la puerta, pero se cerró bajo mi mano. Odiaba el elemento aire con toda mi alma. Despacio, me giré hacia él—. No puedes dejarme aquí encerrada. Déjame salir.

Lucian se volvió a reír.

—Me temo que no podrás recibir visitas hasta que Despiertes. Y tampoco esperes que vaya a venir Apolo. No podrá entrar en mi casa.

Arrugué la frente.

—No puedes parar a un dios.

Lucian puso cara de satisfacción al echarse a un lado. Miré detrás de él, hacia la pared contra la que un día Seth agarró a un Guardia. Había una marca, un símbolo dibujado muy toscamente, de un hombre con cuerpo de serpiente.

—Apolo no puede entrar a ninguna casa que tenga la marca de la Pitón de Delfos. Se creó como castigo por romper las reglas del Olimpo hace mucho tiempo. Es gracioso, no lo he sabido hasta hace poco.

Tragué saliva. El dibujo parecía estar hecho con sangre.

—¿Cómo… cómo lo has sabido?

—Tengo muchos amigos… de mucho poder e importancia. —Lucian miró el dibujo, con una ligera sonrisa—. Tengo amigos que te sorprenderían, querida.

Sentí como si las paredes se me echasen encima, quitándome el aire de los pulmones. Estaba atrapada allí hasta mi Despertar. Se me aceleró la respiración. Tenía que haber escuchado a Aiden y no haber salido de su casa.

—No puedes hacerlo.

—¿Y por qué no? —Se movió hacia mí—. Soy tu tutor legal. Puedo hacer contigo lo que quiera.

Mi mal genio se desató.

—¿En serio? ¿Y cuándo te ha funcionado eso en el pasado?

—En el pasado no tenía a Seth, ni estábamos tan cerca de tu Despertar. —Me cogió la barbilla, clavándome sus huesudos dedos—. Puedes pelear contra mí todo lo que quieras, pero en unos días vas a Despertar. Primero, conectarás con Seth y desearás lo que él desee. Y luego tu poder se le transferirá. No puedes pararlo.

Me puse blanca.

—Yo puedo con ello.

—¿Eso crees? Piénsalo, querida. Piensa qué significa y si tiene algún sentido luchar contra lo que tiene que ocurrir.

Empecé a sentirme incómoda, pero mantuve mi expresión serena.

—Como no me sueltes, te rompo el brazo.

—Claro que lo harías, ¿verdad? —Sentí su aliento caliente contra mi mejilla. Sentí subir la bilis por mi garganta—. Solo hay una cosa en la que estábamos de acuerdo Telly y yo.

—¿En qué?

—En que hay que debilitarte. —Me soltó. Seguía teniendo la misma sonrisa pegada en la cara—, pero él lo hizo mal. No voy a cometer el mismo error que hice con tu madre. Le dejé demasiada libertad. Desde ahora, eres mía. Igual que Seth. Y harías bien recordándolo.

Me aparté de él.

—Eres un desgraciado.

—Puede que sí, pero en unos pocos días controlaré a los dos Apollyons. Entonces, seremos imparables.