Había fantaseado muchísimas veces sobre cómo sería tener una relación con Aiden. Hubo días, no muy lejanos, que me habría gustado sacarme ese sueño de la cabeza de un golpe porque parecía imposible de cumplir. Pero durante una semana había vivido la fantasía al máximo.
Robábamos tantos momentos solos como podíamos, llenándolos de besos profundos, risas silenciosas y planes, hacíamos planes.
O al menos lo intentábamos.
Arqueé la espalda y se me escapó una risita.
—Oh, ¿así que tienes cosquillas? —murmuró Aiden contra mi cuello—. Muy interesante.
Parecía que, cuando estábamos juntos, no podíamos estar mucho tiempo con las manos apartadas del otro. Aiden tenía que estar siempre tocando algo de mí. Ya fuese un ligero contacto de nuestra piel, su mano entrelazada con la mía o nuestros cuerpos fundidos con las piernas enredadas, siempre nos tocábamos.
Quizá era porque había luchado mucho tiempo por aquello o quizá estábamos los dos locos, intoxicados por el simple acto de estar tumbados juntos, y nos habíamos vuelto adictos a ello. Con nuestras piernas juntas y las cabezas apoyadas sobre el brazo del sofá, en la habitación de las fotos familiares. Allí estábamos a salvo porque nadie se atrevía a entrar. Lo que antes fuera el santuario de Aiden, ahora era el nuestro.
Y ese día no era distinto.
Pero no todo era diversión. Según pasaban los días y sabía que la vuelta de Seth estaba cerca, empecé a sentir ansiedad. También tenía clavada bien honda una culpabilidad espinosa.
A veces, cuando pensaba en él, me acordaba de aquellos puntos vulnerables que me había mostrado tras nuestro baño de media noche en los Catskills y después del día que me dieron la poción. Seth era muchas cosas, a veces un enigma total, pero debajo de todo aquello, era un chico que… que se preocupaba, se preocupaba por mí. Quizá más que yo por él. O igual no, pero no quería hacerle daño.
Me retorcí en el sofá junto a Aiden, tratando de apartar los pensamientos oscuros. Hablar con Seth no iba a ser fácil. De nuevo, no sabía cómo iba a responder. Él había estado con Tetas… así que igual no era tan difícil.
—Entonces dime —continuó Aiden, devolviéndome al presente, a él—. ¿Dónde estaba ese punto? ¿Era aquí? —Fue moviendo sus dedos sobre mi tripa.
—No. —Cerré los ojos y mi corazón se aceleró, a la vez que unos pequeños escalofríos recorrían todo mi cuerpo.
—¿Y aquí? —Caminó con sus dedos por mis costillas.
Sin palabras, negué con la cabeza.
—¿Dónde estaba ese punto entonces?
Sus ágiles dedos saltaron sobre mi tripa, a un lateral. Di un respingo y cerré la boca con fuerza, pero me temblaba todo el cuerpo al intentar contener mi reacción natural.
—¡Ajá! ¿Es este? —Aumentó ligeramente la presión.
Me retorcí, pero él era implacable. Se rio cuando me arqueé tanto que casi me doblo en dos, y me habría caído al suelo de no ser por sus rápidos reflejos.
—Para —solté jadeando en medio de un ataque de risa—. No puedo más.
—Bueno, vale, igual debería portarme bien. —Aiden me puso a su lado de nuevo y se inclinó sobre mí. Me cogió un mechón de pelo y jugueteó con él entre los dedos—. Bueno, volviendo a donde estábamos. Si no es en Nueva Orleans, ¿entonces dónde?
Deslicé mi mano por su brazo. Me encantaba la forma en que sus músculos se contraían bajo la piel al tocarle.
—¿Qué te parece Nevada? No hay Covenants cerca. Lo más cercano es la Universidad.
Se inclinó hacia mí, rozando mi mejilla con los labios.
—¿Estás proponiendo ir a Las Vegas?
Puse una cara inocente.
—Bueno, seguro que hay muchos daimons, porque a los puros os encanta ir por allí de fiesta, pero no hay ningún Hematoi residiendo permanentemente ahí.
—¿Primero Nueva Orleans y ahora Las Vegas? —Sus labios iban y venían mientras con los dedos me echaba la cabeza hacia atrás—. Empiezo a ver un patrón.
—No sé. —Me quedé sin respiración al apretarse más contra mí—. Igual no puedes con Las Vegas.
Aiden sonrió.
—Me encantan los retos.
Reí, pero toda la gracia se fue en cuanto sus labios tocaron los míos de nuevo. Podría haber seguido besándole toda una eternidad. Al principio eran besos suaves, dulces e interrogantes. Hundí los dedos en su pelo, atrayéndole más cerca, y los besos se hicieron más profundos. Me moví y le rodeé con mis brazos, deseando poder apretar el botón de parada y detener el tiempo. Podría haberme quedado así para siempre, sintiendo su cuerpo amoldado al mío, fundiéndonos juntos. Me quedé helada.
La sensación que me recorría la espalda era inconfundible. Las tres runas que habían estado inactivas desde que Seth se fue, comenzaban a activarse ahora, ardiendo y hormigueando. El cordón se despertó, respondiendo a su otra mitad.
Movió los labios por mi cuello hasta la clavícula.
—¿Qué pasa?
No había ningún botón para parar el tiempo. Mierda.
—Seth está aquí. Aquí fuera, de hecho.
Aiden levantó la cabeza.
—¿En serio?
Asentí, tensa.
Soltó una maldición entre dientes y se puso de pie. Yo empecé a levantarme, pero me paró con la mano.
—Déjame que lo compruebe, Álex.
—Aiden…
Se lanzó sobre mí, me agarró de los hombros y me besó hasta que casi me hizo olvidar cómo el cordón se comenzaba a desatar desde el fondo de mi estómago.
—Tú déjame mirar, ¿vale? —susurró.
Asentí y le vi caminar hacia la puerta. Salió de la habitación con una sonrisa tranquilizadora. Probablemente era una buena idea que saliese él a recibir a Seth. Yo aún necesitaba unos momentos para recomponerme después de aquel último beso.
Una energía nerviosa me recorrió el cuerpo y el cordón vibró de alegría. Inquieta, me puse de pie en menos de un minuto y fui al otro lado de la habitación. Seth estaba cerca. Lo sabía en mi interior. Me paré frente a la puerta entreabierta y aguanté la respiración.
Estaban en medio del pasillo, solos. Y por supuesto, ya estaban discutiendo. Puse los ojos en blanco.
—¿Crees que no lo sabía? —Oí decir a Seth con chulería—. ¿Que no lo he sabido todo el tiempo que he estado fuera?
—¿Saber el qué? —Aiden parecía estar sorprendentemente calmado.
Seth rio suavemente.
—Puede que ahora ella esté aquí contigo, pero eso es solo un momento en comparación con el resto del tiempo. Y todos los momentos acaban, Aiden. Y el tuyo también acabará.
Me dieron ganas de abrir la puerta de golpe y decirle a Seth que se callase.
—Suena como si lo hubieses leído en el interior de una retorcida tarjeta de Hallmark —respondió Aiden—, pero lo mismo te digo, tu tiempo ya ha acabado.
Hubo un momento de silencio y casi podía imaginármelos. Aiden estaría mirando tranquilo a Seth y este estaría sonriendo, arrogante y disfrutando en secreto de la pelea. A veces me daban ganas de pegarles a los dos.
—En realidad no importa —dijo Seth—. Eso es lo que no entiendes. Puede que te ame, pero sigue sin tener importancia. Tenemos que estar juntos. Es el destino. Ten tu momento, Aiden, porque al final no significará una mierda.
Suficiente. Abrí la puerta y salí como una fiera de la habitación hacia el pasillo. Ninguno de los dos llegó siquiera a darse la vuelta, aunque sabía que me habían oído perfectamente salir de la habitación. Tras ellos podía ver las sombras de los Guardias a través de las pequeñas ventanas cuadradas que había a los lados de la puerta.
—¿En serio piensas eso? —Aiden ladeó la cabeza—. Entonces es que no eres más que un pobre tonto.
Seth sonrió.
—Yo no soy el tonto aquí, pura sangre. Ella no es tuya.
—No es de nadie —gruñó Aiden. Dobló las manos a la altura de la cadera, donde normalmente llevaba las dagas.
—Es discutible —dijo Seth, tan bajo que no podía estar segura de haberle oído bien.
Me puse entre los dos idiotas antes de que alguno hiciese algo.
—No soy tuya, Seth.
Seth me miró por fin, con sus ojos color ámbar.
—Tenemos que hablar.
Eso hacíamos. Miré al pura sangre enfadado que tenía al lado. No iba a ser bonito.
—En privado —añadió Seth.
—¿Qué vas a decirle que no puedas hacerlo delante de mí? —preguntó Aiden.
—Aiden —gruñí—, me lo prometiste, ¿recuerdas? —No tenía que decir nada más. Aiden me entendía—. Necesito hablar con él.
—No va a pasarle nada. No si está conmigo.
Me di la vuelta.
—Dejad que coja la sudadera. Intentad no mataros el uno al otro.
—No prometo nada —soltó Seth.
Cogí la sudadera del respaldo del sofá, me la puse rápidamente y salí disparada de nuevo hacia el pasillo. Los dioses sabían que un segundo juntos, para aquellos dos era demasiado largo. Le lancé una mirada a Aiden según seguía a Seth hacia el exterior. Parecía no estar nada contento, pero asintió.
La temperatura helada me dejó sin aliento en cuanto salí fuera. No podía recordar la última vez que había hecho tanto frío en Carolina del Norte. Seth llevaba solo una camiseta térmica negra y unos pantalones. Nada más. Me pregunté si cuando Despertase sería también inmune al frío.
Los Guardias se apartaron inmediatamente, dejando ver cómo el sol de invierno se reflejaba sobre las aguas tranquilas. Al principio me sorprendió, pero luego recordé de quién eran esos Guardias, de Lucian.
Aiden se movió, intranquilo, abriendo y cerrando las manos.
Seth fingió un gesto de simpatía.
—No te alegres demasiado por esto, Aiden.
Le pegué una patada en la espinilla a Seth.
—Au —dijo entre dientes mientras me fulminaba con la mirada—. Pegar patadas no es nada bonito.
—Buscar pelea no es nada bonito —le respondí.
Aiden suspiró.
—Tienes veinte minutos. Después iremos a buscaros.
Mientras se alejaba hacia las escaleras, Seth se inclinó hacia Aiden y se dio la vuelta. El viento le despeinó en todas direcciones. A veces me olvidaba de… lo guapo que era Seth. Estaba al nivel de Apolo. Ambos tenían un tipo de belleza fría que no parecía real, porque era perfecta, a lo lejos y en las distancias cortas.
Me puse a su lado, con las manos dentro del bolsillo central de la sudadera.
—No te esperaba tan pronto de vuelta.
Seth levantó una ceja.
—¿En serio? No me sorprende.
Me puse roja. No tenía forma de saber qué había pasado entre Aiden y yo. Nuestra unión no tenía efecto a tantos kilómetros. Respiré profundamente y decidí actuar como una mujer.
—Seth, tengo que…
—Ya lo sé, Álex.
—¿El qué? —Me detuve y me aparté el pelo de la cara—. ¿Qué es lo que sabes?
Me miró y se inclinó, poniendo su cara a apenas unos centímetros de la mía. El cordón se puso como loco en mi interior, pero podía controlarlo… siempre y cuando no me tocase. Oh dioses, aquello no iba a ser fácil.
—Lo sé todo.
—Todo. —Podía significar muchas cosas. Me encorvé y bizqueé al darme el sol en los ojos—. ¿Qué sabes exactamente?
Sus labios se curvaron en una ligera sonrisa.
—Bueno, veamos. Sé todo eso —Hizo un gesto hacia la casa de los St. Delphi—, lo que pasó ahí. Sabía que iba a ocurrir.
Empecé a sentir frío y calor al mismo tiempo.
—Seth, lo siento mucho. No quiero hacerte daño.
Me miró durante un momento y se rio.
—¿Hacerme daño? Álex, siempre he sabido lo que sentías por él.
Vale. Debía estar drogada, porque me pareció ver que Seth tenía una cierta fragilidad. Qué estúpida, si él no tenía sentimientos ni nada. Pero a pesar de aquella versión arrogante y molesta de Seth, se lo estaba tomando increíblemente bien, demasiado. Mis sospechas se acrecentaron.
—¿Cómo es que no te importa?
—¿Debería estar enfadado? ¿Eso es lo que quieres? —Inclinó la cabeza hacia un lado con las cejas levantadas—. ¿Quieres que esté celoso? ¿Es eso?
—¡No! —Volví a ponerme roja—. Es solo que no me esperaba que… te lo tomases tan bien.
—Bueno, tampoco diría que estoy de acuerdo con lo que ha sucedido. Simplemente es lo que hay.
Le miré y me vino algo a la mente.
—No irás a delatarnos, ¿verdad?
Seth negó con la cabeza lentamente.
—¿Qué bien iba a hacerme eso? Te pondrían en esclavitud y te darían el elixir.
Y no Despertaría, que siempre parecía ser el motivo último de todo. Era lo suficientemente adulta como para admitir que dolía. Me pregunté qué le molestaría más a Seth: que mi vida prácticamente se acabase entonces o que no Despertase. Aparté la mirada y me mordí el labio.
—Seth, he descubierto algunas cosas mientras estabas fuera.
—Yo también —respondió sin inmutarse.
Qué misterioso.
—Seguro que ya sabías todo sobre la Orden y cómo se engendra un Apollyon.
No cambió su cara.
—¿Por qué lo dices?
Me sentí frustrada.
—Una vez dijiste que cuando Despiertas lo sabes todo sobre los anteriores Apollyons. Uno de ellos tendría que haber sabido que existía la Orden y cómo nacen. ¿Por qué no me lo dijiste?
Seth suspiró.
—Álex, no te lo dije porque no vi razón para hacerlo.
—¿Cómo no ibas a ver razón después de todo lo que me pasó en Nueva York? Si me hubieses hablado de la Orden, podría haber estado preparada.
Apartó la mirada con los labios apretados.
—Cuando estábamos allí, te pregunté si sabías lo que significaba aquel símbolo —le dije. Empezaba a estar muy enfadada y decepcionada. Ni siquiera intenté bloquearle mis emociones—. Dijiste que no lo sabías. Cuando te pregunté que si sabías qué pasaba si se juntaban un puro y una mestiza, me dijiste que creías que tu padre era un mestizo. Sabías la verdad. Lo que no entiendo es por qué no me lo dijiste.
—Porque me dijeron que no lo hiciera.
—¿Cómo? —Seth empezó a caminar y corrí para alcanzarlo—. ¿Quién te dijo que no me lo contases?
Miró hacia la playa.
—¿Acaso importa?
—¡Sí! —dije casi chillando—. Claro que importa. ¿Cómo vamos a tener nada juntos si no puedo confiar en ti?
Levantó las cejas.
—¿Qué es lo que tenemos exactamente, Álex? Creo recordar que te dije que podías elegir. Te pedí que nada de etiquetas ni expectativas.
Yo también lo recordaba. Me parecía que habían pasado siglos desde la noche en la piscina. Parte de mí echaba de menos al Seth juguetón.
—Y ya elegiste —continuó Seth suavemente—, elegiste a pesar de decir que me escogías a mí.
Yo también recordaba aquel breve gesto de satisfacción cuando dije que le elegía a él. Sacudí la cabeza, buscando algo que decir.
—Seth, yo…
—No quiero hablar de esto. —Paró donde la arena se convertía en acera, levantó una mano y me acarició la mejilla con el dorso de la mano. Me aparté, sorprendida por el contacto y la descarga eléctrica que le siguió. Seth bajó la mano y miró hacia las pequeñas tiendas que recorrían la calle principal—. ¿Hay algo más de lo que quieras hablar?
No me había respondido a nada, pero tenía una pregunta más.
—¿Viste a mi padre, Seth?
—No. —Me miró a los ojos.
—¿Pero llegaste a buscarle?
—Sí, Álex. No le encontré. Aunque eso no significa que no estuviera allí. —Se apartó de la cara los mechones que se le habían soltado con el viento—. En fin, pero te he traído un regalo.
No estaba segura de haber oído bien, pero lo repitió y el corazón me dio un vuelco.
—Seth, no tenías que haberme traído nada.
—Cambiarás de opinión cuando lo veas. —Puso una sonrisa traviesa—. Confía en mí, es un regalo de esos que solo te dan una vez en la vida.
Genial. Aquello me hacía sentir mejor. Como me diese el diamante Hope, acabaría vomitando. Nunca habíamos tenido una relación como tal, pero aun así sentía cierta culpabilidad retorciéndose en mi interior. Cuando le miré, vi a Aiden. Y cuando Seth me tocó, sentí a Aiden. Lo peor de todo es que Seth lo sabía.
—Vamos, Álex.
—Vale. —Respire profundamente y apreté los labios. El viento que azotaba desde el mar era increíblemente frío y me encogí dentro de la sudadera—. ¿Por qué narices hace tanto frío? Por aquí antes no hacía tanto.
—Los dioses están enfadados —dijo Seth y luego rio.
Fruncí el ceño.
Seth se encogió de hombros.
—Se están fijando en este pequeño trozo del mundo. Es por nosotros, ya sabes. Los dioses saben que se avecina un cambio.
—La verdad es que a veces me asustas.
Rio.
Le hice una mueca y empezamos a andar en silencio. Yo suponía que iba a girar hacia la isla del Covenant y, al no hacerlo, pensé que íbamos hacia casa de Lucian, pero en vez de eso me llevó, a través de la ciudad, al Palacio de Justicia que usaban los miembros del Consejo.
—¿Mi regalo está en el juzgado?
—Sí.
La verdad es que nunca sabía qué esperar de Seth. Incluso con aquella unión que teníamos, no tenía ni idea de qué le rondaba por la mente la mitad del tiempo.
Dentro del Palacio de Justicia había el número habitual de Guardias del Consejo, escondidos de la vista de los turistas mortales, pero tras ellos, tres de los Guardias de Lucian bloqueaban una puerta. Se echaron a un lado y nos abrieron la puerta.
Me quedé quieta, porque sabía dónde llevaban aquella puerta y aquellas escaleras.
—¿Por qué vamos hacia las celdas, Seth?
—Porque voy a encerrarte y hacerlo contigo.
Puse los ojos en blanco.
Me empujó el codo ligeramente hacia delante para que echase a andar, y empezamos a bajar. Mis ojos se acomodaron a la oscuridad de las escaleras. Los viejos tablones chirriaron bajo nuestros pies. Las celdas no estaban bajo tierra, sino que en realidad estaban en el primer piso. La entrada principal estaba en el segundo piso, pero aun así parecía como si estuviésemos entrando en un lugar frío, húmedo y lóbrego.
El pasillo estaba iluminado por una luz tenue. Sobre el hombro de Seth pude adivinar numerosas celdas que se sucedían a lo largo de todo el pasillo. Me dio un escalofrío al imaginarme metida en una de ellas. Dioses, ¿cuántas veces había estado a punto de estarlo?
Frente a nosotros, dos Guardias estaban delante de la última celda. Seth se acercó a ellos y chasqueó los dedos.
—Dejadnos.
Me quedé anonadada al ver cómo los dos Guardias se marchaban.
—¿Tienes un poder especial de Apollyon al chasquear los dedos?
Inclinó la cabeza hacia mí.
—Tengo muchos poderes especiales de Apollyon en los dedos.
Le di un empujoncito.
—¿Dónde está mi regalo, pervertido?
Seth se apartó, sonriendo. Se puso frente a los barrotes y abrió los brazos.
—Ven y mira.
Vale, tenía curiosidad. Di unos pasos al frente, me puse frente a la puerta y miré a través de los barrotes. Abrí la boca de par en par y el estómago me dio un vuelco.
Acurrucado en el centro de la celda, con las manos atadas a los tobillos, el Patriarca Mayor Telly nos miraba con los ojos ausentes. Tenía la cara echa un desastre por la paliza, apenas se le reconocía y, de su cuerpo, colgaba su ropa sucia y rasgada.
—Oh, dioses, Seth.