Capítulo 23

Todo y nada cambió tras nuestra relación sexual. No me cambió. Bueno, llevaba todo el día una sonrisa tontorrona pegada en la cara que no me podía quitar. A parte de eso, estaba igual. Pero me sentía diferente. Me dolían lugares que pensaba que no podían doler. Mi corazón palpitaba de una forma especial cada vez que pensaba en su nombre. Era muy cursi, pero me encantaba.

Dejar que fuese mi corazón y no mis hormonas las que decidiesen cuándo hacerlo, hizo que lo que tuvimos Aiden y yo fuese especial. Y cuando pasábamos por el lado del otro durante el día, las miradas que cruzábamos significaban algo más. Todo significaba más, porque ambos nos lo estábamos jugando todo y ninguno de los dos se arrepentía.

Me pasé la mayor parte de la tarde y la noche jugando al Scrabble con Deacon. Creo que se arrepintió de haberme pedido jugar, porque yo era uno de esos jugadores de Scrabble que siempre que podía ponía solo palabras de cuatro letras.

Una parte de mí pensaba que en cualquier momento los dioses nos lanzarían un rayo por haber roto todas las reglas. Por eso, cuando Apolo apareció de la nada en medio de nuestra cuarta ronda de Scrabble, casi me da un infarto.

—¡Dioses! —Me agarré el pecho—. ¿Puedes dejar de hacer eso?

Apolo me miró extrañado.

—¿Dónde está Aiden?

Deacon se levantó lentamente, se aclaró la garganta e hizo una reverencia.

—Ehh, creo que está fuera. Voy a buscarlo.

Vi cómo Deacon se retiraba. No sabía qué hacer a solas con Apolo. ¿Debía levantarme y hacerle también una reverencia? ¿Era de mala educación estar sentada en presencia de un dios? Pero justo entonces Apolo se sentó a mi lado con las piernas cruzadas y se puso a juguetear con las letras del tablero. Supongo que no.

—Sé lo que ha pasado —dijo Apolo tras unos segundos.

Arrugué la frente.

—¿A qué te refieres?

Señaló con la cabeza hacia el tablero.

Miré y casi me desmayo. Había escrito SEXO y AIDEN con aquellos estúpidos cuadraditos. Horrorizada, me puse de rodillas en el suelo y revolví las letras.

—¡No… no tengo ni idea de qué hablas!

Apolo echó la cabeza hacia atrás y se rio. Mucho. Y muy alto.

Creo que lo odiaba, fuese un dios o no.

—Siempre lo he sabido. —Apoyó la espalda en el sofá y cruzó los brazos. Sus ojos azules artificiales brillaban desde el interior—. Me sorprende que hayáis llegado tan lejos.

Abrí la boca de par en par.

—Espera. ¿La noche que volvió Kain? Tú… sabías que estaba en la cabaña de Aiden, ¿verdad?

Asintió.

—Pero… ¿y ahora cómo lo sabes? —El estómago se me cerró—. Oh dioses, ¿has estado haciendo de las tuyas y has aparecido en plan pervertido o algo parecido? ¿Nos has visto?

Apolo entrecerró los ojos e inclinó la cabeza hacia mí.

—No. Tengo cosas mejores que hacer.

—¿Como qué?

Sus pupilas brillaron de color blanco.

—Ah, pues no sé. A lo mejor buscar a Telly, vigilar a Seth y, si tengo suerte, devolverte de entre los muertos. Ah, se me olvidaba, y aparecer unas cuantas veces en el Olimpo para no tener a todos mis hermanos pensando en qué estaré haciendo.

—Oh, perdona. —Me calmé, un poco disgustada conmigo misma—. Sí que estás ocupado.

—Da igual, puedo oler a Aiden en ti.

La cara me empezó a arder.

—¿Cómo? ¿A qué te refieres con que puedes olerle? Tío, que me he duchado.

Apolo se inclinó hacia delante y me miró a los ojos.

—Todo el mundo tiene un olor personal. Si lo mezclas bastante con otra persona, cuesta mucho sacarte ese olor de encima. La próxima vez quizá prefieras ducharte con un jabón de verdad en vez de con esas cosas para chicas.

Me tapé la cara.

—Qué vergüenza.

—Pues a mí me parece muy divertido.

—Y… ¿Y no vas a hacer nada al respecto? —Susurré mientras levantaba la cabeza.

Puso los ojos en blanco.

—Creo que en estos momentos es el menor de nuestros problemas. Además, Aiden es un buen chico. Siempre serás su prioridad, por encima de todo. Pero estoy bastante seguro de que en algún momento se pondrá en plan sobreprotector. —Apolo se encogió de hombros. Yo simplemente le miraba con la boca abierta—. Tendrás que ponerlo firme en algún momento.

¿Apolo me estaba dando consejos para mi relación? Aquel era, oficialmente, el momento más raro de toda mi vida, y eso era mucho decir. Por suerte, Aiden y Deacon llegaron en ese momento y me salvaron de morir humillada.

Deacon se metió las manos en los bolsillos.

—Bueno, me voy a hacer… algo. Eso. —Se dio media vuelta y cerró la puerta según salía.

La actitud de Deacon hacia Apolo era muy extraña. Esperaba en serio que no hubiese hecho nada con Apolo, por su bien. Podría acabar convertido en flor o en tocón de árbol.

Aiden fue hasta el centro del salón con paso firme e hizo una reverencia.

—¿Hay novedades? —preguntó al incorporarse.

—Sabe lo nuestro —dije.

Un segundo después, Aiden me levantó y me puso detrás de él. Llevaba dos dagas del Covenant en las manos.

Apolo levantó una de sus doradas cejas.

—¿Qué te había dicho sobre que te iba a sobreproteger?

Vaya, pues tenía razón. Con la cara roja, le sujeté el brazo a Aiden.

—Parece que no le importa.

Los músculos de Aiden se tensaron.

—¿Y por qué iba a creerlo? Es un dios.

Tragué saliva.

—Bueno, quizá porque si tuviese algo en contra me podría haber matado en un segundo.

—Eso es cierto. —Apolo estiró las piernas, cruzándolas a la altura del tobillo—. Aiden, no puede sorprenderte que lo sepa. ¿Tengo que recordarte nuestra cacería especial en Raleigh? Si no es por amor, ¿por qué iba un hombre a ir tras alguien de esa manera? Y créeme, sé hasta dónde puede llegar la gente por amor.

Las mejillas de Aiden se sonrosaron levemente y se relajó un poco.

—Siento… haberte engañado con todo esto, pero…

—Lo entiendo. —Agitó una mano como quitándole importancia—. Toma asiento, ponte en cuclillas o haz lo que quieras. Tenemos que hablar y no tengo mucho tiempo.

Respiré profundamente y me volví a sentar donde antes. Aiden se sentó en el brazo del sofá, cerca de mí.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—Vengo de estar con Marcus —respondió Apolo—. Ha logrado reclutar a Solos.

—¿Reclutarlo para qué? —Miré a Aiden y apartó la mirada. Le di un codazo en la rodilla, curiosa y enfadada a la vez, porque sabía que aquello significaba que me había ocultado algo—. ¿Reclutarlo para qué, Aiden?

—No se lo has contado, ¿verdad? —Apolo se apartó un metro de mí—. No me pegues.

—¿Qué pasa? No voy por ahí pegando a la gente. —Los dos me miraron. Crucé los brazos para no pegarles—. Venga. Muy bien. ¿Qué pasa?

Apolo suspiró.

—Solos es un Centinela mestizo.

—Eso ya me lo imaginaba. —Aiden me dio un empujoncito con la rodilla en la espalda. Le lancé una mirada de odio—. ¿Qué tiene que ver él con todo esto?

—Eso estaba intentando contarte. —Apolo se levantó ágilmente—. El padre de Solos es un Patriarca de Nashville. De hecho, él es el único hijo del Patriarca, y eso tiene mucha importancia; ha crecido con mucha información acerca de las políticas del Consejo.

—Vale —dije lentamente. Que los puros se preocupasen por cuidar de sus hijos mestizos no era algo nunca visto. Raro, sí, pero yo era un ejemplo.

—No todos en el Consejo están encantados con Telly, Álex. Algunos incluso quieren relegarlo de su puesto —explicó Aiden.

—Y si mal no recuerdo, votaron en contra de ponerte bajo servidumbre. —Apolo se deslizó hasta la ventana—. Si se sabe en qué ha estado metido, no le sentará bien a todos esos miembros del Consejo, incluido el padre de Solos quien, por cierto, es muy laxo en el tratamiento de los mestizos. Tenerlos de nuestro lado puede ser de gran ayuda.

—¿A qué te refieres con que su padre es muy laxo?

Apolo me miró.

—Es uno de esos que piensa que los mestizos no deberían ser forzados a servir si no siguen el prototipo de Centinela o Guardia.

—Bueno, en eso la culpa no es de nadie más que vuestra. —Sentí una gran rabia en mi interior—. Vosotros sois los responsables de que nos traten así.

Apolo frunció el ceño.

—Nosotros no tenemos nada que ver en eso.

—¿Cómo? —dijo Aiden sorprendido.

—Nosotros no somos responsables del sometimiento de los mestizos —dijo Apolo—. Eso es todo cosa de los pura sangre. Ellos decretaron la separación de las dos razas en castas hace muchísimos siglos. Nosotros solo pedimos que no se juntasen.

Aquellas palabras destruyeron mi mundo. Todo lo que me habían enseñado que debía creer ya no era cierto. Desde pequeña me dijeron que los dioses nos veían como algo inferior y que nuestra sociedad actuaba en consecuencia.

—Entonces ¿por qué… por qué no habéis hecho nada?

—No era nuestro problema —respondió Apolo despreocupadamente.

Sentí una profunda rabia desde mi interior y me puse en pie.

—¿Que no era vuestro problema? ¡Los pura sangre son vuestros hijos! Igual que nosotros. Podríais haber hecho algo hace años.

Aiden me cogió del brazo.

—Álex.

—¿Qué? —dijo Apolo—. ¿Qué esperabas que hiciésemos, Álex? Las vidas de los mestizos están literalmente un paso muy pequeño por encima de las de los mortales. No podemos intervenir en cosas tan triviales.

¿La esclavitud de miles y miles de mestizos era algo trivial? Me solté de Aiden y fui a por Apolo. Echando la vista atrás, estaba claro que no era una buena idea, pero estaba muy enfadada, impactada por saber que los dioses lo habían sabido desde el principio y habían permitido a los puros tratarnos como si fuésemos animales por domesticar. Una pequeña parte racional de mi cerebro sabía que no debía tomármelo como algo personal, porque los dioses eran así. Si no les involucraba directamente, les daba igual. Tan simple como eso. La parte cabreada pudo con la racional.

—¡Álex! —gritó Aiden viniendo a por mí.

Cuando quería, podía ser muy rápida. No pudo pararme. Logré ponerme a menos de medio metro de Apolo, y él levantó la mano. Me di contra un muro invisible.

Apolo sonrió.

—Me gusta tu temperamento fiero.

Le pegué una patada al escudo invisible. Un agudo dolor me recorrió el pie y cojeé hacia atrás.

—¡Au! ¡Mierda, eso ha dolido!

Aiden me sujetó.

—Álex, tienes que calmarte.

—¡Estoy calmada!

—Álex —me regañó Aiden, intentando no reírse.

Apolo bajó la mano, apenado.

—Yo… entiendo tu enfado, Alexandria. Se ha tratado a los mestizos injustamente.

Respiré profundamente para calmarme.

—Por cierto —dijo Apolo—, la próxima vez que intentes pegar a un dios que no sea yo, te destruirán. Si no lo hace el dios, serán las furias. Tienes suerte de que las furias y yo no nos llevemos bien. Les gustaría ver mis entrañas colgando del techo.

—Vale. Lo pillo. —Puse mi maltrecho pie en el suelo—, pero no creo que lo entiendas de verdad. Ese es vuestro problema, el de los dioses. Creasteis todo esto y lo dejasteis de lado. No asumís ninguna responsabilidad por nada de lo que pase. Lleváis el término «egocéntrico» hasta niveles insospechados. Todos nuestros problemas, los daimons e incluso la mierda esta del Apollyon, es culpa de los dioses. ¡Tú mismo lo has dicho! Si me preguntas, creo que no servís para nada el 99% de las veces.

Aiden me puso la mano en la parte baja de la espalda. Esperé que fuese a decirme que me callase, porque le estaba gritando a un dios, pero no lo hizo.

—Álex tiene parte de razón, Apolo. Ni siquiera yo sabía… la verdad. A nosotros también nos enseñan que los dioses decretaron la separación de las dos razas.

—No sé qué decir —dijo Apolo.

Me arreglé el pelo, que se me había hecho una maraña tras chocar contra Apolo.

—Por favor, no digas que lo sientes, porque sé que no es verdad.

Apolo asintió.

—Vale. Ahora que nos hemos sacado todo esto de dentro, vamos a volver a la razón de esta visita. —Aiden me llevó hasta el sofá y me obligó a sentarme—. Y en serio, Álex, nada de pegar.

Puse los ojos en blanco.

—¿O qué? ¿Me expulsarás del partido?

Aiden sonrió desafiante, como si estuviese dispuesto a aceptar la apuesta y disfrutarlo.

—Solos y su padre serán claves para asegurarnos de que Telly sea expulsado como Patriarca Mayor y de que se abra una investigación exhaustiva que determine cuántos miembros de la Orden puede haber por ahí fuera. Y antes de me preguntes que por qué siendo un dios no puedo saberlo, te recordaré que no somos omniscientes.

—¿Por qué os preocupaba cómo fuese a reaccionar ante esto? —pregunté confusa—. Parece algo bueno.

—Eso no es todo. —Aiden tomó aire—. El padre de Solos tiene numerosas propiedades en todos los estados, lugares donde podemos esconderte hasta que todos los miembros de la Orden sean desenmascarados.

—Y no solo eso —añadió Apolo—. Podemos mantenerte a salvo hasta que sepamos cómo tratar con Seth y tu Despertar.

Parpadeé, convencida de que no les había entendido bien.

—¿Qué?

—Lo peor que puede pasar ahora es que Seth tome tu poder y se convierta en el Asesino de Dioses. —Apolo cruzó los brazos—. Aún es más, tenemos que asegurarnos de que estás suficientemente lejos como para que, cuando Despiertes, la unión esté debilitada por la distancia y no puedas conectar con él. No podemos fiarnos de él.

—¿Por qué? ¿Por qué no podemos fiarnos de él? ¿Qué ha hecho?

—Te ha mentido en muchas cosas —señaló Aiden.

Sacudí la cabeza.

—Además de mentirme sobre el Apollyon, ¿qué más ha hecho?

—No es lo que haya hecho, Alexandria, sino qué hará. El oráculo lo ha visto.

—¿Te refieres a toda esa mierda de «uno para salvar y uno para destruir»? ¿Por qué? ¿Por qué iba a ser ese el caso de Seth y mío si no somos la primera pareja de Apollyons? —Me aparté el pelo de la cara, frustrada, con la necesidad de… limpiar el nombre de Seth. No era que tuviese buen nombre, pero vamos.

De repente tenía a Apolo arrodillado frente a mí, mirándome a los ojos. Aiden se puso tenso.

—No he perdido el tiempo intentando protegerte y discutiendo con Hades por tu alma para que ahora lo eches todo a perder basándote en una confianza absurda e inocente.

Cerré los puños.

—¿Y a ti qué más te da, Apolo?

—Es complicado —fue todo lo que dijo.

—Si todo lo que puedes decir es que «es complicado» entonces puedes olvidarlo. ¿Y las clases?

—Marcus nos ha asegurado que te graduarás a tiempo —dijo Aiden.

—¿Tú lo sabías?

Asintió.

—Álex, creo que es lo más inteligente que podemos hacer.

—¿Huir es lo más inteligente? ¿Desde cuándo piensas así? Porque creo recordarte diciéndome que huir no arregla nada.

Aiden apretó los labios.

—Eso era antes de que te asesinaran, Álex. Antes de que… —Se interrumpió a sí mismo y sacudió la cabeza—. Eso era antes.

Sabía a qué se refería y me dolía. Me dolía porque tenía que preocuparse por mí, pero aun así, no lograba calmarme.

—Teníais que haberme contado que estabais planeándolo esto. Es igual que cuando Lucian y Seth planearon mandarme a algún país lejano. Deberíais contar conmigo para estas cosas.

—Alexandria…

—No —corté a Apolo y me levanté antes de que Aiden pudiese pararme—, no voy a esconderme porque exista la posibilidad de que Seth haga algo.

—Entonces olvida lo de Seth. —Aiden se puso de pie y cruzó los brazos—. Hay que protegerte de la Orden.

—No podemos olvidarnos de Seth. —Empecé a dar vueltas a la habitación. Me dieron ganas de arrancarme el pelo—. Si de repente voy y desaparezco, ¿qué creéis que hará Seth? Sobre todo si no se lo decimos, que sé que es en lo que estáis pensando.

Apolo se puso en pie y echó la cabeza hacia atrás.

—Esto sería mucho más fácil si fueses más agradable.

—Pues lo siento, tío. —Paré y miré a Aiden a los ojos—. No puedo seguir por aquí. Si realmente pensáis que la Orden volverá a intentar hacer algo, entonces necesitaremos la ayuda de Seth.

Aiden se dio media vuelta, con sus anchos hombros tensos y gruñendo por lo bajo. Normalmente me molestaría aquella muestra de testosterona, pero en aquel momento me pareció un tanto sexy.

El dios del Sol suspiró.

—Por ahora tú ganas, pero sigo pensando que acabarán mal las cosas.

—¿Y cómo van a acabar mal? —pregunté.

—¿A parte de lo obvio? —Apolo frunció el ceño—. Si Seth hace lo que tememos, los dioses lanzarán toda su furia contra puros y mestizos, eso para empezar. Y como decía, si se llega a ese punto, no tendrás opción.

—¿Entonces por qué no dejáis que la Orden me mate y ya está? Eso resolvería todos los problemas, ¿no? —No era que quisiera morir, pero tenía sentido. Hasta yo lo reconocía—. Así Seth no podría convertirse en el Asesino de Dioses.

—Como te he dicho, es complicado. —Entonces Apolo, simplemente, se desvaneció.

—Odio cuando hace eso. —Miré hacia Aiden. Me estaba observando con las cejas bajas y la mandíbula tensa—. No me mires como si le hubiese dado una paliza en la calle a un pequeño Pegaso.

Aiden exhaló despacio.

—Álex, no estoy de acuerdo. Tienes que saber que solo estamos buscando lo mejor para ti.

Sexy o no, acabó con el poco control que tenía sobre mi cabreo.

—No necesito que busques lo mejor para mí, Aiden. ¡No soy una niña!

Entrecerró los ojos.

—Yo sé mejor que nadie que no eres una niña, Álex. Estoy más que seguro de que anoche no te traté como tal.

Me puse roja, era una mezcla de vergüenza y algo muy, muy distinto.

—Entonces no decidas por mí.

—Estamos intentando ayudarte. ¿Es que no lo ves? —Sus ojos se pusieron de un gris tormentoso—. No voy a perderte de nuevo.

—No me has perdido, Aiden. Te lo prometo. —Parte de mi enfado desapareció. Era miedo lo que había detrás de su rabia. Podía entenderlo. Normalmente aquella era la razón de casi todas mis rabietas—. No lo has hecho y no lo harás.

—No puedes hacer esa promesa. No habiendo tantas cosas que pueden ir mal.

No supe qué decir.

Aiden cruzó la habitación y me dio un fuerte abrazo. Durante un rato no dijimos una palabra, solo se escuchaba su pecho subir y bajar acompasadamente.

—Sé que estás enfadada —empezó a decir—, y que odias la idea de que alguien intente controlarte o forzarte a hacer algo.

—No estoy enfadada.

Se apartó un poco y levantó una ceja.

—Bueno, vale. Estoy enfadada, pero entiendo por qué crees que debería esconderme.

Me llevó de vuelta al sofá.

—Pero no vas a hacerlo.

—No.

Aiden me puso sobre su regazo y me rodeó con sus brazos. El corazón me dio un salto y me costó unos segundos acostumbrarme a aquel Aiden que expresaba sus emociones, que no se apartaba y mantenía la distancia.

—Eres la persona más frustrante que conozco —dijo.

Apoyé la cabeza sobre su hombro y sonreí.

—Ninguno le estáis dando una oportunidad a Seth. No ha hecho nada, y no tengo ninguna razón para temerle.

—Te ha mentido, Álex.

—¿Y quién no me ha mentido? —indiqué—. Mira, sé que no es una excusa muy buena y que tienes razón, me ha mentido. Lo sé, pero no ha hecho nada que me haga salir corriendo y esconderme. Tenemos que darle una oportunidad.

—¿Y si asumimos el riesgo y te equivocas, Álex? ¿Entonces qué?

Esperaba que ese no fuese el caso.

—Entonces tendré que apañármelas.

Sentí cómo el hombro se le tensaba bajo mi mejilla.

—No estoy de acuerdo. Ya te he fallado una vez y…

—No digas eso. —Me revolví entre sus brazos y le miré a los ojos, cogiéndole la cara con las manos—. No tenías ni idea de que Linard trabajaba para la Orden. No es tu culpa.

Pegó su frente a la mía.

—Debería de haber podido protegerte.

—No necesito que me protejas, Aiden. Necesito que hagas lo que estás haciendo ahora.

—¿Agarrarte? —Hizo una mueca—. Creo que eso puedo hacerlo.

Le besé y se me encogió el pecho. Ni en un millón de años me acostumbraría a poder besarle.

—Sí, eso, pero necesito… tu amor y tu confianza. Sé que puedes luchar por mí, pero no necesito que lo hagas. Esos problemas son míos, no tuyos, Aiden.

Me abrazó tan fuerte que casi me costaba respirar.

—Compartimos los problemas porque te quiero. Cuando peleamos, peleamos juntos. Voy a estar a tu lado, pase lo que pase, te guste o no. Eso es amor, Álex. Nunca tendrás que volver a enfrentarte sola a nada. Entiendo lo que dices. No estoy de acuerdo, pero te apoyaré como pueda.

Me quedé completamente en silencio. La verdad es que no había nada que pudiese decir ante eso. No se me daban bien las palabras, no aquel tipo de palabras. Así que simplemente me enganché a él como un pulpo amoroso.

Cuando se apoyó hacia atrás, me acomodé sobre él, sin importarme que llevara su uniforme de Centinela, con las dagas y todo. Estuvimos un rato sin hablar.

—En el fondo Seth no es mal tío —dije—. Sin duda tiene momentos en los que es un capullo, pero no haría algo como acabar con el Consejo.

Aiden me acarició la mejilla.

—De Seth no me extrañaría nada.

Decidí no responderle. Desde la llamada tras el ataque de Linard, no había vuelto a saber nada de Seth. Y ahora que me había calmado un poco, empecé a pensar en lo que había dicho Apolo.

—Todos, los dioses, los puros y la Orden temen a Seth porque se convertirá en el Asesino de Dioses, ¿verdad?

—Sí —murmuró. Subió las manos hasta mis hombros y me apartó el pelo.

—Vale, ¿y qué pasa si no se convierte?

Dejó la mano quieta.

—¿Te refieres a parar la transferencia de energía? Eso es lo que estamos intentando hacer manteniéndote alejada de Seth.

—En serio dudo que esa sea la única razón para mantenerme alejada de Seth.

—Ahí me has pillado —dijo con una sonrisa en la voz.

Levanté la cabeza y decidí que ya era hora de aclarar las cosas. Primero Aiden… y luego Seth, porque lo último que quería era hacer daño a alguien con todo aquello.

—Seth me importa mucho. Es importante para mí, pero no es lo mismo. Sabes que no tienes de qué preocuparte, ¿verdad? Lo que Seth y yo hemos tenido… bueno, la verdad es que no sé realmente qué hemos tenido. No era una relación. Dijo que podíamos probar y ver qué pasaba. Y esto es lo que ha pasado.

Aiden cogió un mechón de mi pelo entre sus dedos.

—Lo sé. Confío en ti, Álex. Pero eso no significa que confíe en él.

No iba a llegar a ninguna parte.

—Da igual, el caso es que puedo hablar con Seth y contarle lo que está pasando con la Orden y de qué tiene miedo la gente.

—¿Y crees que aceptará hacer algo al respecto?

—Sí. Seth no me obligaría a hacer nada usando… nuestra conexión. —Repté sobre el pecho de Aiden y le besé la barbilla—. Seth me dijo una vez que si las cosas se volvían… demasiado intensas, se iría. Así que hay una escapatoria.

—Eh… ¿en serio ha dicho eso? —Los ojos se le pusieron de color plata—. Igual no es tan malo.

—Es que no lo es.

—No me gusta, pero como te he dicho, te voy a apoyar sea como sea.

—Gracias. —Volví a besarle.

Suspiró.

—¿Álex?

—Dime.

Se apoyó contra el respaldo y me miró a través de sus pestañas.

—¿La otra noche os comisteis toda la masa cruda o llegasteis a hacer galletas?

Me reí ante el cambio de tema.

—Sí que hicimos. Creo que aún quedará alguna.

—Bien. —Me puso las manos en la cadera y me echó hacia delante, juntando su cuerpo contra el mío—. El Día de San Valentín no es nada sin galletas.

—Creo que en estas fechas los mortales le dan mucha importancia al chocolate. —Puse las manos sobre sus hombros y todo aquello de los dioses enfadados, miembros de la Orden, Seth y lo demás, quedaron en un segundo plano—. Aunque las galletas también están bien.

Una mano recorrió toda mi espalda hacia arriba y se perdió entre mi pelo, provocándome un ligero escalofrío.

—¿Así que no ponen ningún estúpido árbol de Navidad?

—No existe eso del Árbol de Fiestas de Mortales. —Me quedé sin aliento cuando fue acercando mi boca a la suya. Paró justo cuando nuestros labios se rozaron—, pero… pero estoy segura de que a los mortales les gustaría la idea.

—¿En serio? —Puso sus labios sobre la comisura de los míos y luego sobre el otro lado. Con los ojos cerrados, le agarré la camiseta. Según me besaba así de despacio, demostrando en un solo acto tanta pasión implícita, su cuerpo se tensó.

No me acordaba ni de qué estábamos hablando. Solo tenía una avalancha de sentimientos abriéndose paso en mi interior. Aquel era Aiden, el hombre al que amaba desde hacía tanto que me parecía una eternidad, en mis brazos, bajo mí, contra mí, tocándome.

—Feliz día de San Valentín —susurró.

Aiden me agarró fuerte contra él y en ese momentos me demostró, más que diciendo nada, lo mucho que estábamos implicados en esto.